Nina

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LIBRO TERCERO » 23

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Un gong amortiguado sonó. Sobre una placa de vidrio esmerilado se iluminaron letras y números:

Conferencia 748/Cabina 11

Era hacia medianoche. Desde media hora antes estaba yo sentado en un largo banco delante de una larga serie de cabinas telefónicas en la sala de espera de la central telefónica de Düsseldorf. Había pedido una conferencia urgente con Mallorca. Por ella pagué por anticipado treinta marcos y me habían entregado un pequeño comprobante que llevaba el número 748. Por esto me puse ahora en pie y me acerqué a la cabina 11. En el banco quedaban todavía dos personas cansadas.

Levanté el auricular y oí una voz de muchacha:

—Su conferencia con Mallorca, hable, por favor.

Esta vez la conexión era perfectamente clara y distinta. Otra voz juvenil de mujer habló:

—Hotel Ritz, ¿con quién desea hablar?

—Con la señora Nina Brummer, por favor.

—Un momento.

Se produjo un crujido en la línea. Luego:

—Aquí es la señora Brummer.

Era como si se encontrara a mi lado en la cabina, tan fuerte y clara resonaba su voz.

—¡Nina!

—¡Robert! —Oí cómo contenía el aliento—. Hace horas que estoy esperando..., estoy medio loca..., pensé que había sucedido algo.

—Algo ha sucedido. Tu marido ha tenido un ataque de corazón, el más grave de su vida. Él...

—Dios mío, ¿está...?

—No, vive. Le están operando desde hace dos horas.

Ambos guardamos silencio. En la línea se oía susurrar la tempestad. Después de unos momentos continué:

—El doctor Zorn me ha prohibido informarte. Quiere mantenerlo en secreto. He tenido que darle palabra de que no se lo diría a nadie.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué?

—Tiene relación con..., con ese hombre. Ha aparecido de nuevo y ha destruido el cuarto de trabajo de la villa. Esta fue la causa del ataque de tu marido.

—¡Vuelvo en seguida a casa!

—¡De ninguna manera!

—¡Pero tengo miedo! ¡Tengo mucho miedo! Quiero estar contigo, por lo menos cerca de ti.

—Sería una locura. Nadie debe saber que te he informado. Debes permanecer ahí, Nina. Volveré a llamarte. Te escribiré cada día. Pero debes quedarte donde estás.

—Robert...

—¿Sí?

—¿Creen los médicos que lo salvarán?

—Sí.

—Pero a lo mejor..., a lo mejor se equivocan... Los médicos se equivocan a menudo..., estaba muy enfermo del corazón...

—Te llamaré inmediatamente si sucede algo..., ahora debo irme a la clínica, Zorn está allí, sólo me ha dado una hora libre.

—¿Robert, piensas todavía en aquello?

—Claro, querida...

—Pienso siempre en ello. Todo el día. Por la noche sueño con ello.

—Bebe algo. Bebe un poco de whisky.

—Lo estoy haciendo toda la tarde.

—Bébete otra copita.

—Aquí llueve. Estoy ante la ventana y miro la lluvia.

—Aquí llueve también.

—¿Hay alguna ventana ahí, desde donde tú me hablas?

Miré las paredes de la cabina y el pequeño aparato en el cual se acababa de encender una leyenda que decía: «Rebasado el tiempo. Se ruega personarse en la ventanilla una vez terminada la conferencia». Le dije.

—Sí, aquí hay también una ventana. Yo también veo la lluvia.

—Contempla la lluvia. Yo la contemplaré. La lluvia es todo lo que poseemos en común.

—Pronto estaremos juntos, para siempre —le dije.

—Adiós, Robert. Llámame pronto otra vez.

—Hasta mañana, corazón. Hasta mañana.

—A lo mejor muere...

—Sí —dije yo—, a lo mejor.

Luego me fui a la ventanilla, pagué el suplemento y seguidamente salí a la calle. Me quité el impermeable, levanté la cara y dejé que la lluvia me corriera por el rostro. Me mantuve un rato quieto, y la lluvia me daba verdaderos besos, centenares de ellos, y también llovía en Mallorca...

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