Nina

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LIBRO TERCERO » 24

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Julius María Brummer no murió aquella noche. No llegó a morir tampoco en los siguientes días, aunque pasó bastante tiempo hasta que los médicos le ayudaron a sobrevivir definitivamente.

Necesitaron diez días para ello. Durante diez días flotó Julius Brummer entre la vida y la muerte. Diez cartas escribí yo a Nina durante esos diez días, y ella me escribió diez cartas, al señor Robert Holden, Apartado General de Correos, Düsseldorf. Tres veces llamé por teléfono. Siempre le dije lo mismo: Que la amaba. Y también: «Su estado permanece estacionario. Ni peor ni mejor, estacionario».

—Ayer he hecho algo terrible. He... he rezado para que muriera.

—Yo rezo siempre pidiendo lo mismo.

Sin embargo, estas oraciones no fueron oídas. El día onceno hube de comunicar a Nina: «Según anuncian los médicos se ha superado la crisis. Ya no existe peligro de muerte. Pasará bastante tiempo antes de que se recupere, pero se repondrá».

Esa noche me emborraché. Me estuve sentado en mi habitación mirando a la oscura villa a través de los torrentes de lluvia que caían y bebí durante horas seguidas. Finalmente me quedé dormido en la silla. Cuando me desperté era de día claro y seguía lloviendo.

Luego me llamó el doctor Zorn a su despacho. El pequeño abogado tenía mal aspecto, carraspeaba, tiraba del cuello de su camisa, volvía a tener dificultades orales. Pensé con sombría satisfacción que durante este otoño nos estábamos todos aniquilando mutuamente.

—Señor Holden, hoy he hablado con el señor Brummer por espacio de cinco minutos. Pasará todavía algún tiempo antes de que usted pueda hablar con él. Por ello me rogó que rectificara algo en su nombre.

—¿Sí?

—Le ruega que le perdone por lo que antes..., antes de su colapso le dijo. Él..., él habló bajo el impulso de la excitación.

—¿Significa esto que por fin me cree?

—Sí, esto..., esto quiere decir. Nosotros... —el abogado se interrumpió, tiró durante mucho rato del cuello de su camisa, pareció considerar, dos veces cada palabra, antes de pronunciarla—, nosotros debemos a...acostumbramos a la idea de que existe otro hombre que se parece mucho a usted. Y que los enemigos del señor Brummer están de...decididos a aterror... —¡Caray!, pensé yo— rizarle con él. —¿Se trataba de una continuación de la comedia? ¿Era verdad? ¿Decía la verdad el pequeño doctor, o me mentía como ya me había antes mentido? ¿Quién podría saberlo?

—¿Y no quieren presentar denuncia alguna contra esa gente?

—No.

—¿Por qué no?

—El procedimiento contra el señor Brummer no ha sido cerrado todavía. Se originaría un enorme escándalo si presentáramos una denuncia. ¡Imagínese cuando la Prensa se enterara! Eso es precisamente lo que esperan que hagamos. No, no, ninguna denuncia, en ningún caso. Primero se ha de dar el procedimiento por concluso. Luego iremos a la policía. Antes, no. —El pequeño abogado se pasó la mano por la abundante melena blanca—. Y por ello le ruega el señor Brummer que guarde silencio sobre los últimos acontecimientos. Especialmente en relación con su mujer.

—La señora Brummer está en Mallorca.

Me miró con unos ojos desprovistos de toda expresión:

—Podría ser que ella le escribiera a usted. O que le telefoneara.

—¿A mí?

—Para saber cómo va todo en casa. En tal caso, le ruega el señor Brummer que le diga que en casa todo va bien.

Yo le manifesté:

—¿No cree usted que la señora Brummer abrigará alguna sospecha si pasa tanto tiempo sin saber nada de su esposo?

—Ya recibe noticias.

—¿Cómo?

—Él le escribe. Claro que, al principio, ha debido dictar las cartas. Además puede llamarla tanto como quiera, señor Holden, tiene un teléfono al lado de la cama.

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