Nina

Nina


LIBRO PRIMERO » 19

Página 22 de 123

19

Detrás de nosotros otros autos se detuvieron. Se pusieron a tocar la bocina. El Vopo nos hizo seña de continuar. Cuando el coche estuvo de nuevo en movimiento noté que Julius Brummer estaba sentado en una postura forzada, las piernas estiradas, las manos sobre el asiento. Su cara estaba blanca, sus labios temblaban. Tartamudeó:

—Siga...

Continué autopista abajo y detuve el coche en el gran aparcamiento delante del parador, que provenía del tiempo del III Reich y estaba construido en el estilo típico de aquel tiempo: con largas hileras de ventanas, gigantescos sillares y columnas.

Julius Brummer ya no se movía. Tenía ahora la cara azul, la boca abierta y la lengua en un carrillo. Le abrí la camisa y vi que llevaba una cadenita de oro muy fina. De ella iba colgada una plaquita de oro del tamaño de una moneda de cinco marcos. Grabadas sobre ella, estaban las palabras siguientes:

«TENGO AHORA UN PELIGROSO ATAQUE DE CORAZÓN.POR FAVOR, SAQUEN DEL BOLSILLO DERECHO DE MI CHAQUETA UNA DE LAS CAPSULAS Y PÓNGANMELA EN LA BOCA.

»GRACIAS.

»JULIUS BRUMMER.»

En el bolsillo derecho de su chaqueta encontré una cajita. Saqué de ella una cápsula blanda y transparente, que contenía un líquido rojo y la puse en la boca de Brummer. Luego le apreté las mandíbulas. Un ruidito me advirtió que la cápsula se había abierto. Esperé un minuto. Volvió a respirar, el rostro perdió su coloración azul, abrió los ojos.

—¿Puedo hacer algo por usted?

—Nada. Ya me encuentro bien de nuevo. Esto me pasa a menudo. —Volvió a abotonarse la camisa, avergonzado—. Ahora, para el futuro, ya sabe de qué se trata. Necesito un par de minutos de descanso. Vaya al lugar del accidente. Intente averiguar qué se ha hecho de la cartera que el muerto debía llevar en la mano. Es muy importante para mí ¡Tengo que saber sin falta qué se ha hecho de ella!

—Sí, señor Brummer.

Descendí del coche y volví a la autopista. En ella se encontraban todavía muchos curiosos. El accidentado y la ambulancia se habían alejado, pero los Vopos estaban aún fotografiando el charco de sangre sobre la pista, las marcas de ruedas en la hierba y las huellas de pies.

Me detuve al lado de dos jovenzuelos y escuché su diálogo:

—Sin huellas de haber frenado. Le habrá caído al pobre viejo encima a cien por hora y por detrás.

—Algo político.

—¿Qué?

—Asunto político. Probablemente un americano.

—Bah, tonterías.

—Tú mismo has dicho que no parece haber frenado. Y el muerto estaba sin papeles.

—Tampoco yo llevo ninguno.

—Pero tú eres un niño. Cuando una persona mayor no lleva papeles se trata de algo político.

—Bah, tonterías.

—No se vuelva rápidamente —pronunció a mi oído una voz quejumbrosa—. No demuestre conocerme.

Encendí un cigarrillo, me volví y tendí el paquete al hombre que se encontraba detrás de mí. Era el señor Dietrich, el agente pesimista que lucía la estropeada dentadura y que había conocido la pasada noche cuando buscaba al señor Brummer. A la luz del día parecía todavía más lastimoso. El sudor relucía sobre su pálida frente, mientras que la nariz, a causa del resfriado, aparecía hinchada y rojiza. Los ojos le rezumaban. Resignados y sin brillo descansaban detrás de los cristales de sus gafas. Dietrich llevaba unos pantalones grises muy arrugados, unos zapatos gastados y una vieja chaqueta color castaño. Se sentó en el santo suelo. Yo me senté a su lado. Olía a salvia y a camomila. Los dos jovenzuelos siguieron a los Vopos que extendían polvos de magnesio sobre la carretera, con el fin de descubrir nuevas huellas.

Echando saliva por los huecos que habían dejado sus dientes, me dijo Dietrich:

—Yo me encontraba aquí. Sucedió a las cinco menos cuarto. —Sus manos estaban sucias y temblaban—. Fue un «Opel-Kapitan» con tres pasajeros. Puedo describir el coche. Tengo el número. Lo he visto con todo detalle. Pararon, pero lentamente, por ello los Vopos no encuentran señal de frenazo. Uno de ellos descendió y corrió hacia atrás.

—¿Para qué?

Dietrich rió con un balido.

—¡La cartera! Fue a recoger la cartera... ¿Dónde está su patrón?

—En el aparcamiento.

—Dígale que tengo que hablar con él.

—Venga conmigo.

—Demasiados policías. Debo ser prudente. Que espere media hora. Yo iré a pie. Luego pueden recogerme en el lado derecho de la carretera en dirección a Eisenberg. Cuando me alcancen, subiré, mientras no haya nadie más que ustedes dos en el coche. Dígale que no intente nada torpe, estamos en la zona.

Ir a la siguiente página

Report Page