Nina

Nina


LIBRO TERCERO » 38

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Escribí todavía durante mucho tiempo, ese 7 de abril. Y seguí escribiendo el 8 de abril y el 9. Pensaba, al mismo tiempo, que era inseguro el tiempo que debería aún escribir, antes de que Julius María Brummer se decidiera a empezar sus paseos por el bosque. Desde que el señor Schwertfeger le había venido a visitar, se sentía otra vez peor, el corazón le daba de nuevo quehacer. Pensaba en Nina, mientras escribía, y en nuestro extraño amor que, tan triste comúnmente y tan pocas veces feliz había sido. Pensaba en lo que sucedería cuando Brummer se enterara de que yo había presentado una denuncia. Y súbitamente me vino al pensamiento que todo era una locura lo que me proponía. Con horror me miré al espejo. Quería matar a una persona..., ya lo había hecho una vez. Y ahora..., era una locura, locura, no tenía derecho a hacerlo..., no podía hacerlo, nunca...

En este momento llamaron.

—Adelante.

La simpática doncella del piso entró. Se llamaba Rosie y hablaba con tono suave:

—Hay un señor abajo que quiere hablar con usted.

—¿Qué clase de señor, Rosie?

—No lo ha dicho. Sólo que haga el favor de bajar un momento.

Así, pues, me puse la chaqueta, guardé mi manuscrito en el armario ropero y bajé sin recelo a través de la oscura escalera, hasta el vestíbulo. Había llevado el «Cadillac» a revisar y rogado al mecánico que me dijera si el cambio de marchas estaba en buenas condiciones. Probablemente era el mecánico, pensé yo, la gente de aquí trabaja con mucho orden y precisión.

No era el mecánico.

Era usted, señor comisario Kehlmann. Usted llevaba un traje gris ese 9 de abril de 1957, una corbata azul y zapatos bajos negros.

—Buenos días, señor Holden.

—Buenos días, señor comisario —le contesté yo—. ¿Qué significa su visita? ¿Hay algo nuevo?

Tranquilamente me contestó usted:

—El señor Brummer ha sido asesinado hace una hora.

—Asesinado... —logré articular, pues todo empezó inmediatamente a dar vueltas a mi alrededor, el oso disecado, los muebles de estilo alemán antiguo, los cuadros de familia, el vestíbulo entero.

—Envenenado —continuó usted a su pacífico modo—. Señor Holden, le detengo bajo la apremiante sospecha de haber asesinado a Julius María Brummer.

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