Nina

Nina


PORTADA

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Cuando su hermana cuelga el auricular del portero automático Boris ya no está a su espalda, está en la habitación, sacando el dinero de debajo de la cara de Marilyn.

La imagen de Isaac en medio de un charco de sangre ocupa prácticamente todo el cerebro de Boris. La pequeña parcela que queda libre está centrada en salir corriendo.

De vuelta en el pasillo de la entrada se cruza con su hermana y le confirma que un tal sargento Gil de la Guardia Civil ha preguntado por él y está subiendo en estos momentos.

—Por favor, Natacha. Dile que hoy he salido a pasar el día fuera, invéntate lo que quieras. No puedo encontrarme con él ahora. De verdad, es importante. En un rato vuelvo y te lo cuento todo.

Su hermana le mira sin saber qué contestar.

Él coge su abrigo de la percha, se lo pone y sale por la puerta:

—Hasta luego, Natacha. Te veo en un rato y te lo cuento todo —le dice mientras sale y cierra la puerta tras de sí. Después sube un tramo de escaleras y aguarda en silencio en el pequeño descansillo. Unos segundos y el ascensor se abre.

Suena el timbre de la puerta.

Natacha le explica brevemente al guardia que su hermano no está pero él no parece darse por satisfecho. Todo su interés está centrado en que ella le permita entrar en su casa para charlar unos minutos:

—En realidad, solo quería saludarle. Fíjate, ni siquiera vengo de uniforme.

Al final, Natacha le deja entrar, momento que Boris aprovecha para bajar las escaleras a toda velocidad. Antes de salir por la puerta del portal mira en todas las direcciones posibles escudriñando el panorama en busca de algún vehículo sospechoso o alguna persona vigilando. La Benemérita suele ir en parejas.

No ve nada raro.

Finalmente sale del portal y da la vuelta a la manzana para llegar hasta su coche.

Una vez dentro arranca el motor:

—A Jaca.

 

 

 

59

 

—Te juro que, en todo este tiempo, no he sido capaz de entender qué motivos pudieron llevarte a cometer tantas maldades, a provocar tanto dolor, Nina.

—No sé si tengo ganas de hablar hoy de esto.

—Le he dado muchas vueltas, creo que demasiadas, y no soy capaz de llegar a ninguna conclusión razonable. Supongo que es porque nada que haya tenido que ver contigo ha sido nunca razonable. Sinceramente, creo que he perdido el juicio. Creo que mi cordura se quemó en aquel barco, junto con mi familia y cualquier otro atisbo de luz que pudiera haber en mi vida.

—Si no supiera que te vas a enfadar, te recomendaría La Quinta de la Montaña. Es un sitio muy agradable para tratar el problema que tienes. O sea, el problema que tú dices que tienes.

—Siempre he sabido que eras una persona excepcional. —Víctor continúa como si no la hubiera oído—. Excepcional en tu maldad y en tu falta de empatía. Pero siempre he tenido la esperanza de que terminaras por corregirte, por tomar el camino adecuado. Pero claro, supongo que esta idea imbécil de que las cosas torcidas tienden a enderezarse por sí solas y de que los problemas tienden a solucionarse sin que sea necesario hacer nada, no forma parte solamente de mi estúpido cerebro. Supongo que esta estupidez es común a toda la raza humana y eso hace posible que veamos cómo se extiende la podredumbre a nuestro alrededor y que no reaccionemos ni siquiera cuando sea nuestra propia vida la que se esté echando a perder.

«Podías haber tenido todo lo que hubieras querido, tenías acceso a todo lo que se te hubiese antojado.

—Eso es fácil decirlo.

—Te dio por no hacer nada bueno, por no dar ni una a derechas. La bebida, la droga, la irresponsabilidad, el adulterio… Todo erróneo, Nina, todo torcido.

—Su dinero no era para mí. No había para mí. El dinero de papá y de mamá estaba guardado y lejos de mi alcance. Tenía lo justo para sobrevivir. Y ellos… y vosotros nadabais en la abundancia. —Nina también se levanta—. No os importaba nada de lo que me sucediera. Yo tenía mis problemas. Solo queríais que hiciera lo que vosotros querías. Era como si necesitarais controlar mi vida.

—¿Intentar que cuidaras de tu hija como es debido es controlar tu vida? ¿Qué dejaras la bebida? ¿Qué dejaras la droga? ¿Qué tratases bien a tu marido? ¿Qué no te fueras a la cama con el primero que te diera un cigarro? ¿Acaso eso es controlar tu vida? ¿Qué entiendes tú por control? ¿Que tu familia se preocupe por ti y por lo que haces con tu hija y tu marido es controlar tu vida?

»¿Que papá y mamá hicieran lo único que podían hacer para que te comportases como un ser humano normal es controlar tu vida?

»Mira Nina, ellos dejaron de darte dinero porque ya sabían de antemano lo que ibas a hacer con él. Porque siempre acababas volviendo a por más. Aun así nunca te faltó de nada ni a ti ni a tu hija. Y tu marido tenía un buen trabajo, Nina. En tu casa no había problemas económicos. Pero tú siempre querías más, siempre había un agujero que tapar y una mentira que inventar para que te dieran más dinero. Y siempre lo gastabas rápido, siempre se escurría entre tus dedos, siempre tenías una fiesta que organizar o una nueva droga que probar.

»Eras una rémora venenosa y terrible. Un parásito insaciable que amenazaba con acabar con todo lo que había a su alrededor. Y no fuimos capaces de verlo. Y no fuimos capaces de pararte.

»Yo no fui capaz de ver nada, no fui capaz de anticiparme, no fui capaz de proteger a toda la gente que quería, no fui capaz de hacer nada, aparte de saltar al agua.

Víctor se sienta de nuevo y hunde la cara entre las palmas de las manos.

—No he sentido tanto dolor en mi vida. Nunca hubiera pensado que se pudiera sentir tanto dolor. ¿Sabías tú la cantidad de dolor que podías llegar a causar? —Vuelve a mirarla—. Cuando salté al agua tenía los ojos cubiertos de lágrimas, la espalda envuelta en llamas y la cabeza llena de rabia. Me quemé las manos intentando ayudar a nuestros padres y les vi morir delante de mis propios ojos. Les oí gritar mientras sus cuerpos se consumían pasto de las llamas. La peor de las muertes posibles. No sé si te haces una idea de lo que tuve que ver, de lo que pasé en aquellos minutos. —Entonces se levanta y, después de quitarse el jersey y la camiseta se gira para mostrarle la espalda a su hermana—. ¿Te gustan las marcas tan originales que deja el fuego en la piel?

Nina tuerce el gesto al contemplar el grabado que le muestra su hermano:

—Joder.

—Una vez en el agua me dejé llevar. Caí y me hundí. —Vuelve a vestirse—. No quería mover ni un solo músculo. En el infierno ardiente que acababa de abandonar había dejado mi vida entera. Ya no tenía nada por lo que pelear. Todo lo que me importaba se quemaba allí arriba mientras que yo viajaba, lentamente, hacia abajo. Hundiéndome.

»Recuerdo que miraba a la superficie a medida que se alejaba, que veía el resplandor del barco en llamas sobre mi cabeza. Recuerdo que el dolor de la espalda me estaba matando.

»Entonces el barco explotó.

»El ruido de la explosión fue lo que me sacó del letargo. En más de una ocasión lo he pensado: si el barco no hubiese explotado en ese preciso instante yo estaría ahora descansando en el fondo del mar. Lejos de toda esta mierda.

»Con el estruendo empecé a mover los brazos y a agitar las piernas. Cuando volví a la superficie tenía los pulmones medio encharcados. Mientras buscaba algo a lo que agarrarme tosía y vomitaba agua a partes iguales. Todavía tengo el sabor de la sal en la boca, como si me lo hubieran tatuado en la lengua. No pasa un día sin que recuerde ese sabor inundando todo mi cerebro.

»Un trozo del suelo de la cubierta cayó junto a mí. Unos veinte o treinta metros cuadrados de tarima de madera. Después de subirme a ella me desmayé.

»Luego llegó la tormenta. Y, al final, el helicóptero.

»¿Alguna vez has sido consciente de las consecuencias que podían tener tus actos? Te has pasado la vida haciendo tu santa voluntad y culpando a todo el mundo de tus defectos. —Víctor vuelve a levantarse y camina de un lado a otro de la cueva. Dibujando círculos con sus pasos—. Creo que no, que nunca has tenido en cuenta a nadie que no fueras tú misma, ni nada que no fueran tus deseos personales.

—Víctor, no creas que eres mejor que yo. No creas que eres mejor que nadie... Mírate y mira adónde has llegado. Mira lo que me estás haciendo, y me aclaras en qué eres mejor que yo... o en qué crees tú que eres mejor que yo.

—¡No se te ocurra comparar nada de lo que haga yo con lo que hiciste tú!

»¡Víbora! ¡Eres escoria, Martina! ¡No eres más que escoria! —Víctor camina hacia la jaula y se encara con ella —¿Quién va a hacer justicia contigo? ¿Quién va a hacer justicia con mis padres... con tus padres... con nuestros padres? ¿Quién va a hacer justicia con mi familia? ¿Quién va a hacer justicia con tu hija? ¿Eh? ¡Dímelo, Martina!

—No veo ningún juez en la sala... ¡Protesto!

—Sí que eres graciosa... sí que lo eres... Pues aquí tienes a tu juez, Martina. Aquí tienes a tu juez y a tu verdugo. Yo voy a ocuparme de que cumplas tu condena. No tengo otra cosa que hacer. No tengo ninguna otra necesidad en la vida. Me he encomendado a esta tarea. Tengo clara cuál es mi misión: Hacer que pagues por lo que has hecho. Este es el único camino que nos queda.

»La justicia de los hombres no está hecha a tu medida y de la justicia divina no me fío. Así que aquí estoy yo para velar por que recibas tu castigo.

—¿Y quién te da a ti esa autoridad? Siempre has sido un blando.

—¿Autoridad? ¡Tú misma! —Víctor agarra con ambas manos los barrotes y se acerca para gritarle a su hermana.

—¿Yo? ¿Autoridad? —Ella se levanta también y camina hacia él.

—El día que decidiste ponerte de acuerdo con tu amiguito, quien quiera que fuera ese desgraciado, para robarle el dinero a tu propia familia, me diste la autoridad suficiente.

Nina levanta rauda la mano derecha y la saca por entre los barrotes para posarla sobre la nuca de Víctor. Inmediatamente atrae la cabeza de su hermano hacia la reja y muerde su carne. Da igual dónde, da igual cómo y da igual cuánto. La rabia se ha apoderado de ella y cualquiera que ose desafiar su ira tiene que demostrar que es lo suficientemente bueno como para ganar. Muy inteligente lo de hacerse pasar por un médico para colarse en el sanatorio y acercarse a ella. Muy creativo lo de cavar un agujero dentro de una casa perdida en medio de las montañas para encerrarla en él y muy bueno el detalle de la jaula para poner la guinda en este siniestro pastel. Pero, ¿contaba Víctor con la dentadura de su querida hermana?

Bien, pues ahora a ver cómo se las apaña para sacar su oreja y un trozo de su cuello, de entre las fauces de la pequeña fiera que ha hecho presa en él.

Después de gritar durante veinte segundos Víctor empuja el pecho de su hermana tan fuerte como puede. Ella retrocede hasta sentarse sobre la cama mientras que él se lleva la mano a la oreja izquierda. Ella escupe a sus pies los trozos de carne que acaba de arrancarle. Él mira al suelo. Ella se limpia la sangre de los labios con el reverso de la mano. Él grita mientras mira cómo la palma de su propia mano se inunda de sangre. Ella escupe sangre sobre la oreja arrancada de su hermano. Él retrocede dos pasos mirando los dos trozos de su anatomía que han quedado tirados en el suelo de la jaula en la que ha encerrado a su hermana. Ella le sonríe mostrándole los dientes enrojecidos. Él la mira aterrorizado. Ella le habla:

—Toma un poco de tu justicia. Y esto es solo el principio.

Él se da la vuelta y sube a trompicones las empinadas escaleras que dan al mundo real. En la cocina coge un trapo y lo aprieta contra el lateral de su cabeza. Después sale a la calle. Se siente incapaz de respirar allí dentro y necesita notar el aire frío que corre en el exterior. Camina nervioso durante cinco minutos, dando vueltas alrededor de la casa, intentando recuperar la compostura.

Cuando cree que su corazón abandona el galope y empieza a buscar un trote menos descontrolado vuelve a entrar dentro y va al cuarto de baño. No se siente con fuerzas para hacer lo que va a hacer pero sabe que tiene que hacerlo. Una vez delante del espejo, y después de pensarlo durante un minuto, retira lentamente el trapo que cubre la herida para intentar medir los daños.

Su gesto se retuerce de rabia y de dolor cuando termina de constatar que su oreja izquierda ha desaparecido prácticamente por completo. Solo permanece en su sitio un pequeño trozo de la parte superior. Un cuarto aproximadamente del total del apéndice. Además, justo debajo de donde debería estar el lóbulo hay otro pequeño agujero. Sin duda, aparte de morder la oreja, la bestia ha conseguido meter dentro su boca un pequeño trozo de la carne que hay justo debajo. La cosa tiene aún peor pinta de la que esperaba encontrar.

Inmediatamente vuelve al agujero.

Nina continua sentada en la cama, como si nada hubiera pasado.

—Devuélveme la oreja, Nina.

—¿Qué te devuelva qué?

—La oreja.

Entonces ella se levanta y empieza a chillar y a pisotearla. La arrastra con el pie por el suelo como si fuese una colilla que estuviese intentando apagar. Después se hace a un lado para ver cómo ha quedado su obra. Diez segundos y vuelve a escupir sobre ella, la pisa otra vez y continúa arrastrándola de un lado a otro mientras grita avisando a su hermano de que no va a quedar nada que pueda coserse a la cabeza.

Después de dos minutos de bailar sobre los restos del apéndice se aparta y se deja caer sobre la cama:

—Ahí la tienes. Mira a ver.

En medio de la jaula hay una pequeña cosa negra, con el tamaño y la forma de una colilla de puro y prácticamente del mismo color.

Víctor se da la vuelta y sale de la cueva mientras que ella le despide entre sonoras carcajadas.

Antes de salir apaga las luces y cierra la puerta tras de sí.

 

 

 

60

 

Boris llega a Jaca con una sonrisa dibujada en los labios.

Lo primero que hace es registrarse en una pequeña pensión que hay a la entrada del pueblo. Le cuesta cien euros no tener que dejarle su documentación al dueño.

—Son cien euros por semana. La discreción hay que pagarla, jefe.

El tipo de la recepción, joven, sucio y gordo, parece estar acostumbrado a este tipo de contingencias.

Después de ver la habitación sale a dar un paseo y a comprarse algo de ropa de abrigo. El invierno está siendo especialmente duro y, sobre todo en esta zona, no está dando tregua. Salir corriendo tiene algunos pequeños inconvenientes. La falta de equipaje suele ser el más importante.

La distancia que mengua y la sensación de estar en el camino correcto hacen que los votos de Boris crezcan renovados y, si esto es posible, se vuelvan aún más fuertes. No hay en su cabeza ni un solo atisbo de duda ni nada que le haga cuestionarse su estrategia.

El viaje no ha sido demasiado largo pero la tensión por su pequeña huida y el estrés que le ha producido la sensación de acercarse a su objetivo hacen que, de vuelta a la pensión, su cuerpo le pida descanso. Necesita acostarse pronto y dormir tranquilo.

Detrás del edificio en el que se aloja hay una pequeña cafetería. Poco después de anochecer acude a ella y toma un sándwich mixto con una Coca-Cola. Tras la frugal cena pide un café con leche. Mientras termina de removerlo para que se disuelva el azúcar lee otra vez la carta de Nina. Una vez más. Después saca el teléfono móvil y llama a su hermana.

Ella está muy preocupada. De hecho la nota al borde de un ataque de nervios:

—Me has prometido que volverías en cuanto se fuese el guardia. ¿Se puede saber dónde te metes?

—Natacha, no te preocupes por mí. Estoy bien, de verdad. Al final he decidido que lo mejor es desaparecer unos días, perderme hasta que la cosa se tranquilice.

—¿Que se tranquilice? ¿Qué cosa se tiene que tranquilizar, Boris? Mira, el guardia que ha venido no me ha querido contar nada pero no me he quedado tranquila. Te están buscando, Boris, y están muy interesados en encontrarte.

»Él intentaba que yo no lo notara, lo sé, pero yo no soy tonta y huelo que pasa algo. Algo serio. ¿Dónde estás, hermano? ¿Por qué no me lo quieres decir?

—Natacha. En realidad, no estoy seguro de por qué me buscan. No sé si tiene que ver con lo de la moto del doctor Burgos o con que me escapara del sanatorio. No lo sé.

—Me ha insistido en que les avise en cuanto vuelvas. Me ha metido miedo, me ha dicho que no está bien ocultar a la gente a la que la Guardia Civil está buscando. Luego se reía y me ha pedido una Fanta pero cuando me ha dicho que no tenía que hacer ninguna tontería no se reía. Tenía cara de estar hablando muy en serio. Y tenía cara de tener muy malas pulgas.

—Lo sé.

—Boris. Te digo yo que este no ha venido por lo de la moto. Ni por lo de tu fuga del sanatorio. Este señor venía por algo serio. Me ha dejado tres tarjetas: la suya, la de su compañero y la de la comandancia. Dime que no estás metido en ningún lío, hermano, por favor, dime que todo esto es un error.

—Natacha. Te lo voy a decir una vez más. Yo no he hecho nada, aparte de cogerle prestada la moto al doctor y salir del sanatorio un par de días antes de que tramitaran mi alta. Nada más.

»Escúchame. Escúchame con mucha atención. No tengo nada que ver en nada más. Si te contaran cualquier cosa…

—Me estás asustando.

—De verdad, oigas lo que oigas y te cuenten lo que te cuenten, ten por segura una cosa: tu hermano no ha hecho nada malo.

—Lo sé, Boris, lo sé. Eres mi hermano y te conozco. Eres la mejor persona del mundo. Por lo menos la mejor persona que conozco. Y confío en ti, de verdad.

—Gracias, hermana. Tú sí que eres buena gente.

»Solo soy culpable de una cosa, Natacha: de tener un objetivo en la cabeza y de… —Boris hace una pausa de unos segundos— de escuchar a mi corazón, hermana. Estoy haciendo lo que me pide el corazón. Así que no te preocupes por nada más.

—Boris, no hagas ninguna tontería y vuelve pronto. Me tienes muy preocupada. Por lo menos dime dónde estás, me quedaría mucho más tranquila.

—No te preocupes, Natacha, esto es lo mejor para los dos. No necesitas saber dónde estoy. Cuando haga lo que he venido a hacer volveré y te lo explicaré todo. Quiero ser feliz y estoy haciendo lo necesario para serlo.

—Boris, llámame mañana y hablamos con más calma.

—No, Natacha. No esperes que vuelva a llamar. No te preocupes por nada, solo es que creo que, con esta gente detrás de mí, no sería inteligente volver a llamar.

—Pero Boris…

—Tengo que dejarte. Cuídate, hermana.

—Cuídate tú, hermano.

Boris cuelga el teléfono y pide la cuenta.

De vuelta en la habitación se da una ducha y se mete en la cama.

Por la noche sueña con trenes que atraviesan campos de trigo verdes. Sueña con bailarinas de ballet dentro de su vagón. Bailarinas que le miran sonrientes mientras giran sobre sí mismas y que saltan de un lado a otro y dicen cosas incomprensibles. Todas le tocan el hombro y pronuncian su nombre cada vez que pasan a su lado. Es lo único que entiende.

Todas tienen la cara de Nina.

 

 

 

61

 

Después del incidente Víctor pasa dos días enteros sin bajar al agujero. Durante los dos siguientes solo aparece por allí unos segundos para dejarle la comida a su hermana.

Ni siquiera enciende la luz.

Está tan indignado como enfadado y arrepentido. No se explica cómo ha sido tan insensato, cómo ha podido ponérselo tan fácil. Está cabreado consigo mismo y, además, terriblemente avergonzado por su imperdonable candidez.

Lo que queda de su oreja le duele a rabiar. Pero no solo eso, le duele la cabeza en el lugar en el que se golpeó contra los barrotes y también toda la parte derecha de la cara. El bocado no ha afectado únicamente al trozo que quedó en el suelo de la jaula. Tiene toda la zona de alrededor amoratada y muy dolorida.

Apenas concilia el sueño ni prueba bocado durante los dos días que siguen a la agresión.

Procura mantener la herida tan limpia como puede, a base de bastoncillos de algodón, agua oxigenada y yodo pero no está seguro estar consiguiéndolo. Cada vez que se descubre la zona para hacerse una cura sufre unos dolores insoportables.

Al atardecer del quinto día un hambre atroz le despierta de la siesta y le obliga a bajar a la cocina para prepararse unas tiras de beicon y una tortilla. Cada vez que abre la boca para meter comida en ella o hace fuerza con las mandíbulas para masticarla un latigazo de dolor le sacude desde la cabeza hasta la cadera, atravesándole toda la espalda.

Su plan de aprovisionamiento le parecía perfecto hasta que se ha encontrado con este contratiempo. Ha descubierto, decepcionado, que no ha hecho acopio de medicinas. La realidad le demuestra que las tiritas, el yodo, el agua oxigenada, unos sobres de Almax y tres rollos de vendas, no son la mejor composición posible para el botiquín de un secuestro largo y, más que presumiblemente, accidentado. Entre las cosas que no ha traído están los dos tipos de medicamentos que tan bien le vendrían ahora: analgésicos y antibióticos.

Con el estómago lleno, baja al agujero y enciende la luz. El olor es insoportable. Después de pasarle un plato de plástico con las alubias que acaba de calentar en el microondas, le pide a Nina que le acerque el cubo en el que se acumulan sus inmundicias para poder vaciarlo.

Ella le mira con los labios apretados y, después de sentarse en la cama, empieza a comer.

Víctor se ocupa entonces en recoger los restos de comida que se han ido acumulando junto a los barrotes en los días pasados. Encima de uno de los platos de plástico, negro sobre blanco, encuentra la oreja que le falta. El plato está completamente limpio y tiene el trofeo cuidadosamente colocado en el centro. En un instante, con el trozo de su apéndice amputado delante de los ojos, revive lo que pasó hace unos días y su pulso se dispara mientras se incorpora para encarar a la salvaje responsable de su mutilación.

Es entonces cuando le sorprende la oleada de frío y la humedad.

Nina, de pie junto a los barrotes, sujeta el cubo cuyo contenido acaba de arrojar a la cara de su hermano:

—Que conste que has tenido suerte. Acabo de hacer pis y debe estar medio templado. Si hubieras venido un rato antes, seguro que te lo hubieras encontrado helado.

El primer impulso de Víctor es acercarse de nuevo a la jaula para gritar, agarrar a su hermana por los hombros y zarandearla para pedirle explicaciones por su conducta ruin y despreciable. Inmediatamente se acuerda de su oreja perdida y se replantea la situación. El dolor y el miedo le obligan a ser precavido y a mantener la sangre fría.

El metal del cubo suena seco y apagado cuando Nina lo deja caer al suelo.

Víctor permanece empapado, plantado sobre un charco de orina y rodeado de heces.

—Ten en cuenta que estos últimos días no he comido demasiado.

Entonces se da la vuelta y sale del agujero.

Media hora después, duchado y con ropa limpia, vuelve a bajar. Cuando Nina se quiere dar cuenta un chorro de agua helada le da de lleno en el pecho.

—La verdad es que casi me había olvidado de lo importante que es la higiene. Gracias por haberme refrescado la memoria —tiene que levantar la voz para hacerse oír por encima del ruido que produce el chorro de agua saliendo de la manguera—. Lo cierto es que en mi situación, con una oreja recién arrancada, es un aspecto que no puedo descuidar. Bajo ningún concepto.

—Aaaaaahhhh... —Nina grita mientras intenta protegerse sin éxito.

Víctor arroja una pastilla de jabón dentro de la jaula:

—Aprovéchala.

Sin dejar de gritar ni de cubrirse la cara con las manos, Nina patea el jabón, que va a detenerse justo a los pies de su hermano.

Un par de minutos más y Víctor cierra la manguera y vuelve arriba.

Su hermana consigue desquiciarle. Otra vez. Siempre lo ha conseguido. Cuando era una cría y apenas levantaba dos palmos del suelo ya había desarrollado ese poder. Hacía con él lo que quería, esto es lo que peor llevaba de ella, consiguiendo además siempre que pareciese que la pobre niña no tenía culpa de nada. A Víctor siempre le ha maravillado la increíble capacidad que ella ha demostrado tener, prácticamente desde que nació, para conseguir lo que quería de la gente que había a su alrededor. Esto, mezclado con esa habilidad oscura e insondable que tiene para sacar de sus casillas a cualquiera que trate con ella, ha hecho de Nina un adversario formidable y, casi siempre, imbatible.

Incapaz de controlar su enfado vuelve a bajar al agujero:

—¿Es que no has aprendido nada, Nina? ¿Cómo es posible que no seas capaz de recapacitar, cómo es posible que nunca, jamás en tu vida, lo hayas sido?

—Sermón a la vista. —Nina está sentada en un rincón tapada con una toalla.

—Ya llevas semanas aquí. Ya has tenido tiempo, más que de sobra, para analizar tu situación y sacar un par de conclusiones.

»¿Crees que el camino que has decidido seguir te va a llevar a algún sitio?

»¿Crees que arrancándome una oreja y cubriéndome de mierda vas a conseguir algo de mí?

»¿Es que no piensas, Martina? ¿Eres incapaz de buscar un poco de redención? ¿Acaso eres de piedra? No me entra en la cabeza que, estando como estás y con las perspectivas que se presentan ante ti, no seas capaz de intentar recapacitar. No puedo creer que no sientas ningún atisbo de nada parecido a la culpabilidad.

—¿Culpabilidad? Ya estamos.

—Por tus actos, por tu avaricia y por tu egoísmo ha muerto un montón de gente. Y otro buen montón de gente ha visto su vida seriamente afectada por todo lo que has hecho.

—Te has olvidado de traer un psicólogo aquí abajo.

—¿De verdad que no vas a pedir perdón?

—¿Perdón? —Se incorpora—. ¿Perdón por qué? ¿Por haberme criado en el seno de una familia que no me quería o por haber tenido que ir a lo mío desde que tengo uso de razón?

—¿Qué tal pedir perdón por haber incendiado un barco lleno de gente y haber provocado la muerte de todos lo que allí había además de la de unos pocos que no pudieron superar lo que pasó aquella noche?

—Tú te salvaste —espeta Nina mientras vuelve a sentarse en el único rincón seco que ha quedado dentro de la jaula.

—Cuando uno se cree sus propias mentiras está en la peor de las situaciones posibles. Eres incapaz de asumir tu responsabilidad y solo usas tu cerebro para excusarte y culpar a todo el que haya tenido relación contigo de cualquier cosa mala que hayas podido hacer.

—Pues claro que sí. Si papá y mamá me hubieran criado como es debido…

—¿Como es debido? Te criaron exactamente igual que a mí y yo conseguí formar una familia y tener un trabajo y una vida.

—Y mira dónde estás ahora y lo que estás haciendo —sentencia ella.

Víctor hace ademán de volver a lanzar algún reproche pero, después de unos segundos de vacilación, se da la vuelta:

—Lo tuyo es inaudito. Eres el mismísimo diablo —le dice mientras sube la escaleras.

 

 

 

62

 

Dos semanas después de llegar a Jaca el ánimo de Boris comienza a dar señales de flaqueza. La pensión le resulta cada vez más pequeña y agobiante, los días se parecen peligrosamente los unos a los otros y lleva tres noches seguidas sufriendo severas crisis de ansiedad. El maná que esperaba encontrar en este agreste paisaje parece haberle sido vetado y la persistente falta de resultados mina su determinación.

En la farmacia de la plaza empiezan a saludarle como a un cliente habitual. El goteo de ansiolíticos, analgésicos y todo tipo de soluciones anti estrés sin receta, hace que le reciban con un amplia sonrisa cada vez que aparece por la puerta. Alguno de los paisanos del pueblo se echa la mano a la boina cuando se cruza con él y cada día se le hace más incómodo buscar un sitio diferente en el que comer o cenar para no terminar resultando demasiado familiar.

En diez o doce ocasiones ha recorrido sin éxito los pueblos de alrededor, a la desesperada, en busca de alguna pista. También se ha internado en todas las carreteras que salen del pueblo en dirección a cualquiera de las montañas que lo rodean. Ha buscado en todos los caminos cercanos, siguiendo las vagas indicaciones de la carta que Nina le envió. Cada noche la lee y la relee, intentando adivinar algo nuevo entre sus líneas, buscando alguna información importante que pudiera estar pasando por alto, fantaseando incluso con la posibilidad de encontrar algún acertijo oculto. Pero nada. Por más que lee y vuelve a leer no consigue nada, más allá de arrugar el papel, hacer que se ablande y que algunas de las palabras se hayan emborronado.

Su ánimo empieza a dudar de todo lo que le ha traído hasta aquí: Pudiera ser que Nina no supiera exactamente adónde iba, pudiera ser que el doctor no le dijese la verdad en lo referente a su destino o pudiera ser incluso que ella solo estuviera siendo educada y condescendiente con él cuando le escribió aquello de: «Ven a buscarme, ven cuando puedas, ven cuando quieras».

Demasiado tiempo para no haber obtenido ni un solo indicio positivo. Boris tiene la sensación de estar poniendo toda la carne en el asador de un asunto para el que nadie ha solicitado realmente su presencia.

Baraja incluso la posibilidad de buscar un profesional, un investigador privado que pudiera ayudarle en su labor. Claro que eso supondría meter a más gente en el ajo y, de momento, no cree que eso sea una buena idea. Si la Guardia Civil anda tras él, es muy posible que un detective no tardase demasiado en averiguar cosas que él no pudiera permitirse.

El segundo martes de su estancia, después de dar una vuelta de casi cincuenta kilómetros por los caminos que circundan el pueblo, vuelve y aparca el coche en la puerta de un bar. Una vez dentro pide una Coca-Cola y se sienta en una de las mesas que hay junto a la cristalera que da a la calle a ver pasar a la gente.

La cristalera le recuerda a la de La Quinta de la Montaña. Entonces siente una especie de melancolía vaga, difusa y contradictoria por haber salido corriendo de un sitio del que ahora no sabe si realmente tenía tantas ganas de huir. En unos segundos se forma en su cabeza un vertiginoso remolino de imágenes, recuerdos y sensaciones en el que se mezcla el olor de su habitación, con la cara del sargento Gil, con la imagen de Isaac muerto en el suelo, con la voz de la doctora Tubau y con las decenas de crisis de ansiedad que sufrió entre aquellas paredes.

El rostro de la pequeña doctora es el único que permanece cuando, después de tomar un Lexatín, consigue que su cabeza se serene.

Boris se encuentra entonces de bruces con la idea de que la doctora es la única persona en el mundo con la que puede contactar ahora mismo que podría ayudarle a acercarse a su propósito. Recuerda el informe policial que sacó de entre las cosas de Rodrigo y también recuerda que, al final, fue incapaz de leer lo que decía aquel papel. El doctor se mostró bastante interesado en que dejara a Nina tranquila y ahora entiende por qué: la quería solo para él, para que le ayudara a conseguir sus propósitos, para estudiarla cual cobaya de laboratorio y extraer de ella las conclusiones necesarias para curar a su propia hija. Por el camino consiguió separarla de él y dejar un muerto en el sótano del sanatorio.

Bonito bagaje.

Boris saca el teléfono, sin saber exactamente qué es lo que hace, y marca el número de La Quinta de la Montaña. Cuando contestan pide que le pasen con la doctora Tubau:

—Soy un ex paciente suyo. Es muy importante.

Después de escuchar un agobiante pulso electrónico que hace sonar una caricatura de «Para Elisa» de Beethoven durante un par de minutos la voz de la doctora saluda desde el otro lado:

—¿Hola?

—Hola, doctora.

—¿Eres tú, Boris?

—Soy yo.

—Boris, ¿dónde te metes? ¿Estás bien? Estamos todos muy preocupados por ti, de veras. Dime dónde estás.

—Hola doctora Tubau. Estoy bien, de verdad, no se preocupe.

—Pero, ¿dónde estás?

—Doctora. ¿Usted me atendería unos minutos?

—Boris, si vienes por aquí tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de lo que te parezca.

—Necesito que vayamos al grano, doctora, he visto un montón de películas y no estoy seguro de lo que pueda estar sucediendo al otro lado de esta llamada.

—Boris, no digas tonterías, hombre. Sé razonable y dinos… dime dónde estás.

—¡Uf! ¿Lo ve?: «Dinos» Eso ha sonado raro.

»Al grano, solo una cosa, doctora: hábleme de Nina, hábleme de Rodrigo, necesito que me ayude, necesito que me cuente lo que sepa, Ahora estoy buscándolos y estoy perdido. No sé si estoy haciendo lo correcto. ¿No estarán por allí, verdad? O sea, ¿no habrán aparecido y yo no me he enterado, verdad?

—No, Boris, no han aparecido. En realidad les están buscando pero… no sé, Boris, no sé si debería contarte… Me dijeron que querían hablar contigo.

—¿Conmigo? ¿Quién?

—Pues, Boris, la Guardia Civil. Esto se está haciendo más grande de lo que todos pudiéramos pensar al principio, Boris. Se nos ha ido a todos de las manos.

—¿Se nos ha ido de las manos? Creo que debería contarme algo. Si no lo hace es muy posible que cuelgue y no vuelva a saber nada de mí.

—Dime dónde estás y me lo pienso.

—Cuénteme lo que sepa de Nina y Rodrigo y luego le digo dónde estoy. A lo mejor entre todos damos con ellos. Por mi parte empiezo a desesperar. Creí que era mucho más paciente y pertinaz de lo que en realidad me estoy dando cuenta de que soy.

»Usted me explica lo que sabe de estos dos y yo le digo dónde estoy.

—Han encontrado a Isaac, Boris. Le han encontrado en una de las habitaciones acolchadas del sótano. Hacía años que nadie bajaba ahí.

Boris sabe que tiene que pensar rápido. Necesita resultar convincente.

—¿Isaac? ¿El enfermero?

—El mismo, Boris. Vivía solo. Tardaron casi una semana en denunciar su desaparición. No era un chico demasiado metódico con el trabajo ni con la familia, así que nadie había notado su ausencia. Estaba en el sótano.

—¿Muerto?

—Sí, Boris, muerto. Tú no tendrás nada que ver con esto, ¿verdad?

—¿Yo? No, doctora, no sé por qué me pregunta eso.

—Os están buscando a los tres, Boris. A ti, a Nina y al… doctor.

Boris nota una inflexión rara en la voz de la doctora Tubau, justo antes de pronunciar esta última palabra:

—¿Qué pasa con el doctor?

—Pues, Boris, no sé si me estaré metiendo en algún lío. Prométeme que antes de colgar me vas a decir dónde estás y que vas a colaborar para que todo esto se solucione. Personalmente estoy segura de que tú no tienes nada que ver en este embrollo. La situación se ha puesto bastante fea.

»Prométeme que me dirás dónde estás.

—Lo prometo. ¿Qué pasa con el doctor Ortiz?

—No existe ningún doctor Ortiz. Parece ser que este hombre nos ha estado tomando el pelo a todos.

—Ya decía yo.

—No sabemos quién puede ser pero tenemos la sospecha de que vino a buscar a Nina. O es eso o que tenía alguna cuenta pendiente con el desgraciado de Isaac y Nina se metió en medio. Supongo que la Guardia Civil tampoco me lo habrá contado todo. Esto son conjeturas que hacemos aquí. Boris, escúchame con atención: Vuelve. Abandona lo que estés haciendo y vuelve con tu hermana o, si lo prefieres, vuelve aquí. Si necesitas ayuda, aquí estamos todos para lo que necesites, estamos para ayudarte, Boris.

—Doctora, no insista.

—Escúchame, Boris, por favor, escúchame un momento. Nina no te conviene, Boris, de verdad. No sé exactamente cuál será la idea que tienes de ella en tu cabeza, no sé de qué habréis hablado ni sé qué expectativas te habrás creado con ella. Nina no te conviene, Boris. Nina no es para ti, ella no está bien, de verdad. Ella no es quien tú crees que es.

—Doctora. A lo largo de mi vida me he encontrado cientos de veces con el mismo problema. La gente nunca es lo que parece ser. Todos nos hacemos una idea de los demás en la cabeza y, al final, resulta que cada uno es quien es, no quien nosotros esperamos que sea.

—Pero es que Nina…

—Adiós, doctora.

—¡Boris!

Y cuelga.

Está furioso.

¿Por qué será que a la gente que no está enamorada le cuesta tanto admitir que el amor exista? Boris está enfadado consigo mismo por no haber hecho algo antes y está enfadado con el resto de la humanidad por no ponerle nunca las cosas fáciles.

¿Que Nina no le conviene? Ni la medicación, ni el alcohol, ni los hidratos de carbono a partir de las tres de la tarde. Cuando decidió tomar las riendas de su vida sabía que iba a encontrarse con obstáculos. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. Ha venido a por Nina y va a encontrarla.

Lo que pase después es otra cosa.

Otra vez el maldito dolor de cabeza, otra vez la pesadez en las piernas y lo peor, otra vez esa terrible sensación de opresión y de agobio que amenaza con dejar caer todo el peso del mundo justo encima de su pecho.

 

 

 

63

 

Después del baño y de la conversación posterior, Víctor pasa otra semana sin hablar con Nina. Solo baja para llevarle comida y para retirar, con mucha más precaución, los desperdicios. Sin más. A veces deja el agujero a oscuras, a veces deja la luz encendida. Todo el rencor que había acumulado contra su hermana, lejos de disminuir al verla vivir en cautiverio, ha aumentado sin control al constatar que ella no tiene ninguna intención de redimirse, de asumir sus errores o de pedir perdón.

Nina es aún más Nina de lo que era antes de encerrarla en la cueva.

La justicia, la honradez o la verdad son conceptos que para ella están en otra dimensión, tan lejanos como la primera estrella que se formó después del big bang.

Y luego está el problema de su oreja perdida. El sitio que ocupaba su apéndice está empeorando. El dolor no ha remitido y hay un par de zonas en las que la herida no deja de supurar. Víctor ha llegado a pensar que ella pudiera haberle inyectado algún tipo de veneno mientras le mordía despiadada. Piensa incluso que su saliva y su respiración pudieran ser ese terrible veneno con el que fabula y que, por eso, la herida, lejos de curarse, empeora un poco cada día que pasa.

Una mañana despierta, febril, después de haber pasado una noche de perros.

Tiene que atajar el problema.

Nada más levantarse va al baño a hacerse una cura y descubre, asustado, que hay pus en toda la herida, debajo de cada costra. Toda la zona está enrojecida e hinchada y no le cabe ninguna duda de que la infección se agrava y es la causa de que le haya brotado la fiebre.

La cubre con unas tiritas, intentando que el vendaje sea discreto y después se viste y baja al agujero a llevarle un trozo de queso y dos rebanadas de pan a su hermana. Ni siquiera está seguro de haberle dejado algo para que comiera a lo largo de todo el día de ayer. En un leve instante de claridad quiere entender que lleva varios días empeorando, como atravesando una especie de trance hipnótico.

—Muchas gracias —le dice Nina cuando le acerca la bandeja.

Él la mira entre incrédulo y sorprendido y le contesta:

—De nada.

Cuando sale deja la luz encendida.

Después de tomar un café solo, coge las llaves del coche y lo conduce hasta la verja de salida. Se baja a retirar la cadena y sale. Una vez afuera vuelve a detenerse para colocar de nuevo el candado.

Necesita ser metódico y prudente, no perder el norte en ningún momento y prestar toda la atención necesaria a los detalles. Sabe que lo que está haciendo ni está bien ni es razonable ni tiene excusa alguna. Pero si quiere que la situación se mantenga tal y como está necesita ser escrupulosamente organizado y previsor.

Jaca no es el pueblo más cercano pero sí es el único en el que está seguro de que encontrará lo que necesita. Cuando inspeccionó la zona por primera vez, antes de comprar la casa, se cercioró de que estuviera en un lugar poco accesible y solitario. Buscaba una propiedad muy discreta y alejada del resto del mundo. Quería un jardín grande y una valla alrededor de toda la parcela. No estaba especialmente interesado en la piscina, la decoración, la buhardilla o el acceso a internet.

El lote tampoco tenía por qué incluir, necesariamente, una farmacia cercana.

Víctor abandonó su vida en mitad del juicio de Nina.

Ella había perdido la capacidad de recordar y él las ganas de continuar. Se podría decir que, finalmente, los dos terminaron perdiendo el juicio: Nina el legal y Víctor el mental.

A medida que avanzaba el proceso y se iban revisando hechos, él iba notando cómo sus fuerzas y su determinación disminuían poco a poco. Su vida, tal y como la había conocido, hacía meses que había terminado y, para entonces, no se veía capacitado para empezar a construir otra. Las secuelas físicas tardaron en curar, aun así, cuando comenzó el litigio, llevaba ya casi un mes de alta, en casa, perdido, solo, triste y sintiendo cómo la agonía se adueñaba del hilo de vida que le quedaba.

Las vistas del juicio fueron sucediéndose poco a poco, el goteo era lento pero imparable y se veía continuamente obligado a revivir las escenas de dolor y desesperación que tanto trabajo le estaba costando dejar atrás. Cuando apenas llevaban dos meses de declaraciones y aplazamientos tomó la decisión.

Nombró un administrador para los bienes materiales de sus padres y reunió todo el dinero que habían repartido por diferentes sitios y lo metió en una maleta. Todo el que pudo. Los negocios siempre les habían ido bien y no todo el efectivo estaba invertido en inmuebles o en acciones. Había cantidades que procuraban mantener en movimiento. Esta era una de las principales ocupaciones de su madre: encargarse del efectivo.

 Llegado el momento, Víctor decidió que su plan iba a ser la mejor manera de sacar partido a tantos años de inversión.

Un día dejó de asistir a la sala y desapareció para el resto mundo. No tuvo que despedirse de nadie. Con las ideas completamente claras en su cabeza, empezó a dejar crecer su pelo y su barba y se compró dos pares de gafas de pasta gruesa con cristales sin graduar. Teniendo dinero e inteligencia, no le costó demasiado trabajo conseguir documentación falsa con la que respaldar sus propósitos. De haber querido ser un fabricante de bolígrafos de origen argentino también hubiera podido serlo. Le bastaron un par de carnés y un título falso en Medicina para dar consistencia a su personaje.

En realidad siempre supo que la parte más complicada de su plan consistiría en plantarse delante de su hermana para comprobar si ella era capaz de reconocerle. El odio y el rencor harían que lo demás fuese sobre ruedas.

Víctor aparca el coche cerca de la plaza más céntrica del pueblo y va en busca de la farmacia. Cuando se levanta las tiritas para enseñarle a la farmacéutica una pequeña parte de la herida puede apreciar perfectamente el gesto, a medio camino entre el estupor, la sorpresa y la repugnancia, que se dibuja en la cara de la mujer. A pesar de que ella insiste en que vaya a urgencias, consigue salir del establecimiento con un pequeño arsenal médico y un buen puñado de indicaciones sobre cómo tratar una herida tan fea: pastillas, antiséptico, vendas, apósitos e instrucciones concretas acerca de cómo hacer las curas.

Una vez fuera se le ocurre que, ya que está en el pueblo no sería mala idea comprar algún producto fresco. Le vendrán bien unas verduras, algo de fruta y, sobre todo, una buena hogaza de pan tierno. A medio camino entre la farmacia y el coche entra en una pequeña tienda que tiene lo que anda buscado. Doscientos metros más y está de vuelta en el coche.

Está mareado y un poco desorientado.

Deja las bolsas que trae en el asiento del acompañante y se detiene un instante a echar un vistazo alrededor. No le gustaría levantar ninguna sospecha ni que nadie vestido de uniforme recalara en su presencia.

A la salida del pueblo para en una gasolinera y llena el depósito. Todos los pagos en efectivo. Las tarjetas de crédito dejan incómodos rastros.

Una vez reemprendido el camino de vuelta se entretiene pensando en cuánto le agrada esta zona del país. Siempre ha disfrutado más de la montaña que de la costa y los paisajes que este lugar ofrece son incomparables. Además no hay bullicios, no es necesario soportar el tráfico de la ciudad y las gentes de por aquí son hospitalarias y agradables.

Si no fuera porque ha decidido encomendar el resto de sus días a convertirse en el insensible y cruel carcelero de su propia hermana, se plantearía muy seriamente la posibilidad de mudarse a vivir a esta zona.

 

 

 

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