Nika

Nika


Capítulo 6

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Capítulo 6

Bruno

Seguimos charlando un poco más, a pesar de que debía aprovechar aquellas horas para dormir. No iba a renunciar a aquel tiempo juntos. Aprovecharía cada segundo que tuviese a mi alcance. Podría dormir en el autobús.

—Abriré una tienda de moda donde crear mis propias tendencias de moda y vender mis diseños. —Me gustaba oírle hablar sobre sus planes, porque sus ojos brillaban ilusionados.

—Parece que tú sí que has pensado en tu futuro. —En ese mismo instante, algo golpeó la parte trasera del fuselaje del avión, lanzando el aparato hacia abajo. Mi cuerpo salió disparado hacia delante como un peso muerto. Menos mal que mis reflejos funcionaron como debían y me sujeté al asiento frente a mí para no aplastar a Nika.

Al alzar la vista por encima de ella, pude ver un pequeño agujero en el fuselaje de la parte trasera. Aquello no eran buenas noticias. Estaba seguro de que los estabilizadores de cola habían sufrido daños. Dominar el aparato sería una misión imposible para un solo hombre, por muy sofisticado que fuese el sistema de vuelo de la nave. Así que no lo pensé un segundo, tenía que hacer todo lo que pudiera por salvar nuestras vidas, por salvarla a ella.

—No te muevas. —Vi el miedo en sus ojos, y eso hizo que la adrenalina asaltara mi torrente sanguíneo como un tsunami.

Mi cuerpo se lanzó por el pasillo, luchando contra los bandazos y las fuerzas que me impedían avanzar, para llegar a la cabina del piloto. Iba a llevarnos a tierra, iba a posar ese montón de chatarra en el suelo e íbamos a sobrevivir. Y después iba a besarla, porque necesitaba un premio que mereciera la pena, algo que me llevara a tener éxito.

Como supuse, el piloto estaba tratando de dominar la nave, pero era demasiado para él. Me senté a su lado y tomé el otro timón. Él enseguida reconoció que sabía lo que estaba haciendo.

—No puedo controlar la dirección. El estabilizador está fallando. —Si seguía luchando por desbloquear esa parte del avión que no teníamos, perderíamos un tiempo precioso para un solución mejor.

—Hay un agujero en la parte posterior. Hemos perdido la presurización de la cabina y seguramente el estabilizador de cola derecho. —Solo con eso el pobre hombre comprendió que íbamos a morir. Para que lo entiendan, sería como conseguir conducir un triciclo al que le falta una rueda trasera mientras baja a toda velocidad una pendiente pronunciada. Impedir que nos saliésemos del trayecto seguro y no estrellarnos era una cuestión de suerte y de dominio equilibrista. La única buena noticia era que había vivido una situación parecida en el simulador de vuelo. Pasé por ello un par de veces. La primera me estrellé en menos de 21 segundos, la segunda casi lo consigo; con un par de minutos más hubiera posado el aparato. Esta era mi tercera vez, y no era un simulacro. Si no lo conseguía, acabaríamos chafados contra el suelo como si fuéramos un huevo.

Y si no era suficiente que el avión estuviese cayendo en barrena, había que sumarle que era noche cerrada y que había pocas luces que me sirvieran de guía. Si algo me servía de consuelo era que no íbamos a estrellarnos en una zona poblada.

Luché, grité órdenes y, cuando estaba a punto de tocar suelo, conseguí enderezar el morro. No es que sirviera de algo, pero mantuve las manos sobre el timón de la nave mientras arremetíamos contra la pared de árboles que poco a poco nos iba frenando. No vi pasar mi vida ante mis ojos en aquel momento, pero sí que sentí como si el tiempo se ralentizase. Las ramas de los árboles golpeaban con tanta fuerza el cristal delantero, que acabaron rompiéndolo, lanzando los cristales hacia el interior.

Era como en las películas, solo que la banda sonora la conformaba la madera rompiéndose, el metal crujiendo y los chasquidos de todo aquello que golpeaba el casco de la nave. Aunque había conseguido colocarme los arneses de seguridad, mi cuerpo estaba siendo sacudido y golpeado, como un coche de bomberos de juguete dentro de una lavadora.

¡Vaya un momento para recordar aquello! Tenía 5 años y había estado con mis juguetes en el jardín. El coche de bomberos había quedado cubierto de tierra después de una misión de rescate y, como mamá no quería que ensuciáramos la casa, se me ocurrió lavarlo tal y como hacía ella con nuestra ropa. Lo metí a la lavadora y giré las ruedecillas como la había visto hacer cientos de veces. Me quedé mirando como mi juguete daba vueltas dentro del tambor y presencié impotente como se iba convirtiendo en docenas de piezas con cada nueva sacudida. Mamá llegó a mi auxilio para parar la máquina infernal cuando llegaron a ella mis berridos lastimeros. Ahora que lo pienso, arreglar todo el estropicio que provoqué seguramente costó una buena cantidad de dinero en reparaciones, pero en vez de gritarme, mamá me sentó sobre la lavadora e intentó consolarme como solo ella podía hacerlo. Me abrazó y me acarició la espalda con cariño mientras me calmaba con palabras suaves y tranquilizadoras.

Cuando volví a parpadear, estaba de nuevo dentro de aquel ataúd de metal. Nos habíamos detenido y el silencio empezó a envolvernos. Solo podía escuchar mi propia respiración agitada y el zumbido constante en mi cabeza. Un dolor sordo se había instalado en mi cerebro, pero no podía quedarme quieto allí. ¿Y si había una fuga de combustible? ¿Y si alguna chispa nos convertía en una bola de fuego? Estaba vivo, no pensaba darle a la muerte otra oportunidad para terminar el trabajo.

Giré la cabeza hacia la izquierda, para comprobar el estado del piloto. Su pecho se movía, aunque sus manos seguían aferrando el timón de la nave y su vista seguía clavada al frente. Por la rigidez, podía asegurar que el tipo estaba en shock. Pero no podía dejarle ahí.

—¡Eh! —lo sacudí—. Tenemos que salir de aquí. —Él giró la cabeza hacia mí y de forma mecánica asintió.

—Sí.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. —repitió desde alguna parte lejana de su consciencia.

Me puse en pie y al moverme me di cuenta de que no había salido tan bien parado como pensaba. Me dolía el cuerpo como si fuese aquel coche de bomberos. Las costillas me dijeron que ellas habían pagado su precio. Seguro que tenía alguna fisura en un par de ellas. Apreté con una mano y me dispuse a entrar en la cabina de pasajeros. Mis ojos buscaron desesperados entre el desorden hasta que encontraron un destello de su cabellera rubia. Tenía que aprovechar para sacarla de allí mientras las baterías funcionaran y me dieran esa pizca de luz artificial que se resistía a desaparecer.

Avancé hasta ella, esquivando piezas que no quería saber de dónde habían salido. Al menos, la estructura en aquella zona había aguantado bien. Sus ojos estaban cerrados y su cabeza caída hacia un costado. Tenía un rasponazo en la mejilla derecha y eso me preocupó. Mis dedos fueron directos hacia su yugular, para asegurarme de que su corazón seguía latiendo; y sí, ahí estaba, golpeando fuerte.

Tenía que ponerla a salvo. Solté el cinturón de seguridad, que con todo acierto se había ajustado a la cintura, e intenté tomarla en brazos. Pero mis costillas me recordaron que no estaba en condiciones para eso. Solté el aire y maldije. Lo primero era lo primero. Pasé las manos por sus brazos y piernas, buscando alguna fractura; nada. Algo bueno. Revisé su cabeza en busca de heridas o chichones ocultos bajo el pelo; tampoco. Mi mano se detuvo en su nuca. Estaba tan cerca... Parecía un ángel caído del cielo.

No pude resistirme, besé sus labios. Me daba igual que ella no supiera que lo estaba haciendo, me daba igual que no fuese correcto, me lo merecía por hacer que siguiéramos vivos. Pero me obligué a dejar de hacerlo. Mi frente se apoyó suavemente sobre la suya, mientras dejaba que el aire y esos malos pensamientos me abandonaran. No estaba bien.

—Volveré a por ti. —Le besé la frente y me alejé en busca de ayuda. Regresé hacia la cabina, donde me encontré al piloto aún sentado.

—¿Ocurre algo? —Estaba claro que le pasaba algo.

—Estoy atrapado. —Y con esas dos palabras, mi plan de encontrar ayuda para sacar a Nika del avión se había esfumado.

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