Nika

Nika


Capítulo 15

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Capítulo 15

Bruno

El dragón resultó ser menos fiero de lo que pensaba. Apostado delante de la cortina estaba uno de los hombres del equipo de rescate. Reconocí sus botas antes que a él, pero no dudé de quién era cuando que escuché su voz dirigirse a mí.

—Hola, capullo. —El tipo me sonreía como un idiota.

—Vengo a ver a Nika. —Sonrió un poco más.

—Ya lo imaginaba. —Una voz a mis espaldas vino en mi rescate.

—Deja de tocarle las narices, Luka. —Adrik se paró a mi lado.

—Eres un aguafiestas —se quejó el otro.

—Ya, y hablando del lobo, ¿dónde está el tío Andrey? —Buena pregunta.

—Ha ido a supervisar la cura del gilipollas que disparó el dron. —Adrik arrugó el entrecejo y me miró.

—Tienes unos minutos. Yo que tú los aprovecharía. —Señaló el box con la cabeza y entendí. Dos aliados. Luka levantó la cortina para que pasara, mientras me susurraba cerca del oído:

—Intentaré hacer ruido cuando se acerque. —Me guiñó un ojo y después dejó caer la cortina detrás de mí. Tres, tenía tres aliados. Esto tenía que salir bien.

La guerra hace extraños compañeros de cama, una frase que podía aplicar a mi situación. ¿Quién iba a decirme que conseguiría como aliados a los tipos a los que me había enfrentado en el bosque? Incluso había tirado al suelo a uno de ellos. Estos Vasiliev eran gente curiosa.

Allí estaba. Tendida sobre una camilla, o más bien una cama de hospital. Supongo que su padre movió algunos hilos para que su niña estuviese más cómoda. Tenía una intravenosa en el brazo, y estaba cubierta por esas sábanas de hospital tan blancas. Sus brazos estaban desnudos y mi sudadera estaba en ese momento en el respaldo de una silla cerca de la cabecera. Sus zapatitos de ciudad estaban metidos en una bolsa que estaba en el asiento. Pero nada de eso era importante. Ella sí. Sus ojos estaban cerrados y su pecho subía y bajaba rítmicamente. En un monitor junto a la pared, aparecían los datos extraídos del pulsímetro sujeto a su dedo.

Me acerqué más y vi que habían retirado casi toda la suciedad de su cara y pelo. Casi toda. Tenía una pequeña bolita de tierra sobre la mejilla que podría haber pasado por una peca, pero que yo sabía que no era así. Conocía ese rostro como si fuera el mío, y sabía que ese trozo de piel seguía siendo igual de perfecto que lo había sido siempre. No ocurría lo mismo con el rasponazo de su mejilla y las otras pequeñas heridas producto del accidente. Sabía que no podía hacer nada con ellas, solo el tiempo y cuidados harían que su rostro volviese a brillar como lo hacía siempre. Pero aquella mota podía retirarla yo mismo de su suave piel. Acerqué mis dedos y limpié con cuidado la suciedad.

—Así está mejor. —Era una estupidez hablar en voz alta, porque ella no podía oírme, pero se sentía bien volver a tener una conversación con ella, aunque solo fuese un monólogo. En el helicóptero no pudimos cruzar palabra, el ruido de los rotores lo hacía imposible. Ya en el avión, su padre la había acaparado para él solo.

Retiré la bolsa de la silla y la arrastré más cerca de la cama. Tomé la sudadera en mis manos, porque necesitaba tener algo para mantenerlas ocupadas. Pero antes de sentarme en mi nuevo puesto de vigilancia, me incliné sobre ella y besé su frente.

—Todo ha salido bien, pequeña. Ahora estarás a salvo, van a cuidar de ti. —Y no me refería solo a los médicos, que seguro estarían controlando sus niveles de azúcar y restituyendo todo lo que su cuerpo necesitaba para recuperar el delicado equilibrio que ella siempre conseguía mantener. Sino a su familia, que la protegería de ese individuo que había escapado.

Me senté en la silla y respiré con cuidado. Dolía hacer ese sencillo movimiento, respirar me refiero, pero los analgésicos habían ayudado a mantener el dolor en un nivel soportable. Por suerte no necesité de una intervención. Tenía un par de costillas con fisuras, pero sanarían por si solas. Seis semanas y estaría como nuevo. Parecía que no había sangrado, así que dieron luz verde a los analgésicos, pero ya me dijeron que necesitaría controlar la hinchazón con hielo sobre la zona, al menos durante un par de días. Genial, al menos ese era el menor de mis problemas.

Tenía que comunicarme con la base aérea de Edwards y ponerles en antecedentes de todo lo ocurrido. Miré el reloj para comprobar la hora. Estupendo, tendría que haber llegado a la base hacía tres horas. A estas alturas, lo único que podía hacer era ponerme en contacto con ellos y decirles que llegaría tarde. O directamente presentarme en la base más cercana, decir «¡Eh, estoy aquí!» y esperar que no fueran demasiado duros conmigo. A esas horas, seguramente ya habría pasado a formar parte del fichero de desertores. El calabozo sería mi primer destino.

¿Usar mi teléfono para esa llamada? Ya lo intenté, pero estaba muerto. Supongo que no estaba hecho para el tipo de acción al que le sometí en la confrontación del bosque. Siempre podría pedir que alguien me prestase el suyo. Luka. Me puse en pie y corrí la cortina para pedir que me prestara su aparato.

—Luka, ¿podrías prestarme tu teléfono? —Él lo sacó de uno de sus bolsillos.

—¿Llamada a casa? —¡Mierda! Sí, tenía que llamarlos también. Quién sabía lo que deberían estar pensado ahora mismo.

—También, pero antes tengo que notificar a la fuerza aérea. Tal vez se alegren de saber que estoy vivo y que no he huido. —El ceño de Luka se frunció.

—¿Problemas con el ejército? —Pero no fue Luka el que preguntó, sino el dragón; Andrey Vasiliev se nos estaba acercando.

—Sí, señor. Debería haberme reportado en la base aérea de Edwards hace unas horas —le expliqué.

—Tendremos que solucionarlo. —Pasó a mi lado para entrar en la habitación y darle un vistazo a la bella durmiente. Le vi sacar su teléfono sin apartar la vista de ella—. Drake ¿todavía sigues manteniendo el contacto con Falco? —Falco… me sonaba ese nombre. Sin dejar de mantener la atención sobre su conversación, Andrey me hizo una seña para que hiciese mi llamada. Asentí hacia él y empecé a marcar. Estaba a punto de darle al botón de llamada, cuando su mano me detuvo—. La noticia del accidente no ha llegado a los medios, y Phill no se lo ha comentado a tu familia. En tu lugar yo no se lo mencionaría para no preocuparlos. —En otras palabras, que guardara silencio sobre el asunto. ¿Hasta qué punto podría la familia Vasiliev silenciar un asunto como este? Me había equivocado, la expresión fría de Andrey Vasiliev no era lo que daba más miedo, sino entender lo que había detrás de sus palabras.

Asentí hacia él, respiré tan profundo como mis doloridas costillas me permitieron sin arrancarme un grito de dolor y marqué el teléfono de mi padre. Normalmente llamaba a mi madre, pero a ella no podría mentirle u ocultarle algo como aquello. No es que a mi padre le mintiese, pero éramos chicos, nosotros no ahondábamos en la vida del otro, dejábamos que el que tuviera algo que decir encontrara su momento para hacerlo.

—¿Diga?

—Hola, papá, soy Bruno.

—¿Qué has olvidado? —La voz de mi padre adquirió un alegre tono risueño al otro lado de la línea.

—¿Qué te hace pensar que he olvidado algo? —me defendí.

—Si me llamas a mí antes que a tu madre, es que esperas una reprimenda y quieres que vaya suavizando el terreno. —Intenté pensar en algo que pudiera servir.

—Verás, puede que pase una temporada en la que no pueda llamar a casa, y no quiero que mamá se preocupe.

—¿Otra misión fuera del país? —Eso les tendría preocupados a ambos por una temporada y no quería eso.

—No, más bien un problema con mi hora de llegada a la base. Ya conoces a estos tipos del ejército, una pequeña infracción y te montan un consejo de guerra.

—¡Mierda! Eso suena grave. —Eres un bocazas, Bruno.

—No creas. Solo que estaré unos días detenido, hasta que me levanten la sanción.

—Eso no suena tan mal. —Creo que ahí respiramos los dos.

—Solo quiero que se lo digas a mamá suavemente. He agotado mis llamadas. Os volveré a llamar cuando me saquen del calabozo.

—Ten cuidado. —Papá no estaba convencido de que aquella fuese la verdad, pero no podía hacer más de momento.

—Dile a mamá que me mande una remesa de calzoncillos nuevos. He oído que por aquí escasea el papel higiénico, y ya sabes que la primera víctima de eso es la ropa interior. —Escuché su risotada al otro lado.

—De acuerdo, se lo diré. —Estaba en mi boca lo que siempre le decía a mi madre: «te quiero, mamá». Pero no se lo diría a mi padre, porque eso sí que desataría todas las alarmas.

—Os llamo en cuanto pueda. Adiós. —Y colgué.

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