Nika

Nika


Capítulo 42

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Capítulo 42

Nika

¿Dolorida? Por supuesto, pero estaba todavía más avergonzada. ¿Qué me había poseído la noche anterior? Yo no era así. No perdía el control, no usaba palabras mal sonantes y no exigía como una loca posesa. Y mucho menos me tiraba sobre un hombre para obligarle a satisfacer mis deseos. ¿Qué había hecho este hombre conmigo?

Escuché el sonido del agua cayendo en la habitación contigua, así que supuse que Bruno había ido a ducharse. Comprobé la hora en mi reloj de pulsera; poco más de las 7 de la mañana. Según el horario que me había facilitado DAI, tenía dos horas escasas para asearse, vestirse, desayunar y presentarse al servicio. Tendría que pedirle una actualización. ¿Y si me quedaba unos días con él? Antes tendría que asegurarme de que Bruno iba a estar en la base, porque quedarme allí, esperando a que regresase cuando no lo haría en un par de días, sería tremendamente incómodo y aburrido. Miré a mi alrededor. El apartamento no parecía muy grande, pero tal vez había otra habitación y lo compartía con algún compañero. Demasiadas preguntas que debía responder antes de lanzarme a esa piscina.

Saqué las piernas del colchón, sintiendo algo pegajoso que seguía impregnando mi piel. Teníamos que habernos duchado después del sexo, pero la primera vez estaba demasiado cansada y la segunda simplemente me quedé dormida. Hacerlo en ese momento era una buena idea. Lo de ducharse, quiero decir, aunque… Creo que mi instinto depredador había vuelto a activarse.

Me puse en marcha hacia el baño, orientada por el ruido del agua salpicando contra el suelo. Ya me estaba relamiendo solo con pensar que iba a ver ese trasero duro de Bruno, y esos abdominales, y esos hombros, y esa espalda; y lo mejor de todo no era que iba a estar desnudo, sino todo mojado. Ñam, ñam. Y hablando de comida, tendría que comerme otra barrita de chocolate, como hice anoche antes de llegar al apartamento de Bruno. Una chica como yo tenía que pensar en sus niveles de azúcar.

Bruno estaba de espaldas a mí cuando llegué a él, con el ruido del agua ni se dio cuenta de que estaba detrás de él. No pude reprimirme, tuve que morder mi labio inferior para no saltar sobre él y morderle. ¿Hay algo más sexy que un hombre bien hecho con el agua resbalando por su escultural cuerpo? Lo dudo. Ver como los músculos ondulaban bajo su piel con cada movimiento me estaba volviendo a encender como una bengala. Menos mal que el agua me alcanzó y me enfrió rápidamente. ¿Cómo podía estar debajo de esa catarata helada? Creo que se me debió de escapar un ruidito constreñido, porque eso le alertó de mi presencia. Se giró y, si por detrás la vista era una bomba sexual, por delante no bajaba el listón. Aquel ombligo… mmm.

—¿Vienes a frotarme la espalda? —La espalda y todo lo que hiciera falta. Con aquella sonrisa podía pedirme lo que quisiera, que se lo daría.

—Pásame el jabón y veré qué puedo hacer. —Extendí la mano para que depositara la esponja jabonosa en mi palma. Se giró, regalándome de nuevo la estupenda vista de su firme trasero. Y froté, o más bien pasé la esponja por su espalda. No muy fuerte, ya que hacerlo a una distancia suficiente para que no me alcanzara el agua era complicado.

—No voy a morderte —me dijo por encima del hombro. Debió de darse cuenta de que no iba a acercarme más, así que se dio la vuelta—. ¿Ocurre algo? —Aquella preocupación en sus ojos habría desarmado a cualquiera.

—Está fría. —Enseguida entendió. Se giró hacia el regulador de temperatura y lo giró un poquito hacia el agua caliente.

—¿Mejor? —Estiré la mano para comprobar.

—Sí. —Me acerqué más, dejando que el agua caliente golpease mi cuerpo. ¡Señor!, qué delicia. Una buena ducha caliente era lo mejor para aliviar mis desgastados músculos. Creo que gemí.

—Trae aquí. —Bruno me quitó la esponja y empezó a frotarla por mi piel. Mucho mejor.

—¿Qué tal así? —¿Por qué este hombre lo hacía todo bien?

—Perfecto, no pares. —No abrí los ojos para comprobar si se estaba riendo por mi comentario. Yo lo habría hecho. Después de unos segundos de ponerse a trabajar a conciencia, Bruno se atrevió a poner las cartas sobre la mesa.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —Abrí un ojo hacia él y le vi concentrado en su trabajo.

—Supongo que tendremos que ir viendo sobre la marcha. La distancia es un escollo que parece que hemos resuelto, pero tus horarios… —Él vaciló un segundo y después siguió frotándome la piel.

—Lo sé, es una mierda. No puedo pedirte que vivas sujeta a mi loco plan de trabajo, pero tampoco puedo ofrecerte mucho más. Solo puedo planificar los permisos, y no son tan frecuentes como ahora me gustaría —se lamentó.

—No podemos rendirnos, Bruno. Ya no hay marcha atrás. —Él alzó la vista hacia mí.

—No pensaba hacerlo. —Eso estaba bien.

—Hay pocas opciones, y la mayoría pasan por que sea yo la que se desplace hasta aquí para arañar unas horas entre servicio y servicio. —Él asintió conforme, pero se dio cuenta de algo.

—¿Cómo sabías que yo estaba en casa? Quiero decir, que estaba en uno de esos descansos. —Una sonrisa malévola apareció en mi cara.

—Tengo mis fuentes. —La cabeza de Bruno se ladeó y sus brazos me pegaron contra su cuerpo.

—¡Ah!, ¿sí? Y esas fuentes, ¿podrían decirme cuándo y dónde será mi próximo descanso? Últimamente me tienen girando como una peonza. —Aquello me hizo fruncir el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, cuando hablamos de transporte aéreo de material militar, la mayoría de los vuelos suelen estar programados, incluso con una semana de antelación. Salvo casos urgentes o misiones en zonas conflictivas, que es entonces cuando se informa a la tripulación a última hora. Cuando estás en zona de guerra tampoco es que se puedan programar muchas cosas, sencillamente sales pitando en cuando sea posible.

—¿Has estado en zona de guerra? —Aquello me asustó porque, que yo supiera, Estados Unidos no estaba metido en ninguna en ese momento, pero es cierto que en el planeta hay más de cincuenta conflictos armados activos. Raro era que Estados Unidos no metiera el morro en alguno de ellos.

–Eso no importa ahora. Lo que quería decir es que he tenido unos cuantos transportes de última hora que superan la frecuencia normal para un solo piloto. —Números, esos no suelen mentir.

—¿Quieres decir que tienes una mala racha, o que alguien está cebándose contigo? —Cuando un hombre torcía la mirada como él es que el tema le incomodaba.

—Me gustaría decir que es lo primero, pero me temo que va a ser lo segundo.

Como si el destino se empeñara en darle la razón, su teléfono empezó a sonar en aquel momento. Estaba en la habitación, pero el volumen podría haber despertado al vecino de abajo. Bruno salió de la ducha y cogió una toalla para ir secándose mientras caminaba deprisa hacia la habitación. Yo cerré el grifo e imité su acción. Mientras me acercaba escuché su parte de la conversación.

—Sí, señor. … Sí, señor. —Colgó y su mirada se posó sobre la mía. No necesitaba decir mucho más.

—Tienes que irte. —No era una pregunta. Él asintió con la cabeza, pero había tristeza en su expresión. Algo no estaba bien.

—Tengo que hacer la maleta, me trasladan. —Aquello golpeó mi estómago como una maza de veinte kilos, cortándome momentáneamente la respiración. Lo trasladaban, se lo llevaban. Nos acababan de quitar lo único que teníamos, y era esa relativa cercanía.

—¿A dónde? —Mi estómago se encogió al tamaño de un guisante esperando su respuesta. Él negó y eso lazó mis tripas en picado.

—No lo sé. Solo me han dado una hora para recogerlo todo y presentarme en intendencia. Me darán el destino cuando llegue. —No sé qué tendría escrito en mi cara, pero él se acercó a mí y me estrujó con un fuerte abrazo que necesitaba. Pero no iba a rendirme, habíamos acordado que ninguno de los dos lo haría.

—En cuanto lo sepas me llamas y me lo dices. —Él respiró profundamente.

—Esto no va así, Nika. Tenemos prohibido dar ese tipo de información hasta que el trayecto se ha realizado. —Estuve a punto de soltar una de las palabrotas que decía mamá cuando algo se le torcía.

—Entonces llámame cuando llegues. —Si el balón no entraba por el aro la primera vez, lo lanzabas una segunda, y una tercera, y una cuarta; todas las que hicieran falta hasta conseguir una canasta.

—En cuanto abandone la zona restringida, la primera a la que llame será a ti. —Dejé que mi cabeza cayese sobre su hombro y él depositó un suave beso sobre mi frente.

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