Nika

Nika


Capítulo 68

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Capítulo 68

Bruno

Esperé a que el avión se fundiera con la noche para dejar de mirar al cielo. Respiré y me dirigí hacia el coche. Era la primera vez que íbamos a dormir separados desde que empezamos nuestra relación. Hacía muy poco de eso, pero ya sabía que la echaría de menos. ¡Demonios!, ya lo estaba haciendo.

—¿De regreso a casa, Bruno? —preguntó complaciente SET.

—Sí, pero yo conduzco, si no te importa. —Necesitaba algo con lo que ocupar mi mente y no pensar más en que ella no estaba.

—Por supuesto. —Aferré el volante y nos llevé de regreso al aparcamiento de nuestro edificio.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, saqué mi teléfono para escribirle un mensaje, así lo vería nada más llegar a Miami. Pero antes de hacerlo, me di cuenta de que tenía uno esperándome. Seguramente estaba tan concentrado en la despedida que no me di cuenta de que lo había recibido. Ya el remitente me extrañó: Drake.

—Yo en tu lugar revisaría si te quedan días de permiso. Por si acaso puedes aprovechar que el avión de la familia hará un viaje a Miami el viernes a la una de la tarde.

¿Podría? Aquella idea me animó. Me pasaría por administración antes de empezar mi jornada de trabajo y preguntaría. Pasar un fin de semana con la familia y, sobre todo, con Nika, sería estupendo.

Nika

La verdad, ver una réplica de mí misma expuesta en un escaparate me hacía sentir extraña. No es que mucha gente se diese cuenta de que uno de los maniquís era yo, es lo que tenía que fuesen totalmente de color plateado  porque Drake los había revestido con miles de trocitos de papel de aluminio. No recuerdo cómo se llamaba esa técnica, pero en unos minutos las pequeñas piezas pasaron de estar flotando alrededor de mi réplica a precipitarse contra ella. Después no había forma de quitarlas, porque se convertían en una dura superficie a prueba de remaches térmicos.

—¿Qué te parece? —Miré hacia Luna, que acababa de colocar el cinturón al otro maniquí.

Ella sí que se dio cuenta de quienes eran los maniquís, al menos dos de ellos, la tía Irina y yo, pues a Goji no lo conocía, al menos no hasta que se lo presentamos esa misma mañana. Es lo que parece, también tenemos una línea para hombres, porque una misma chaqueta o camisa no le sienta a todos igual de bien. Unos retoques y pasarías de ir bien vestido a ir perfecto.

—Queda bien. —Me giré hacia Camila, que estaba terminando de coser las mangas de la camisa sobre el maniquí de Goji. Sin la persona real a mano, las modistas debían ajustar las prendas sobre los maniquís, y, como de todas formas íbamos a dejar la ropa sobre el maniquí y estábamos cortos de tiempo, decidimos trabajar en el mismo escaparate. Había mucha luz, el maniquí ya estaba fijado y el cristal exterior estaba casi cubierto para que la gente del exterior no viese al personal de dentro. Mejor lugar de trabajo no podíamos tener.

—¿Te falta mucho para terminar? —preguntó Luna a Camila. Yo no me atreví a hacerlo, porque si en vez de ella fuese su hermana, ya me hubiera lanzado una de sus miradas asesinas. No hay nada peor que interrumpir a un profesional cuando está trabajando, bueno, sí, meterle prisa.

—Termino con esta manga y listo. —Luna tenía a un buen equipo de modistas trabajando en la tienda. Camila y su madre eran ahora parte de nuestra plantilla. De Camila lo esperaba, de su madre no. A ver, tantos años trabajando en la misma empresa puede cansar, sobre todo si tu jefe es un cretino, pero arriesgarte por una empresa que acaba de surgir implicaba tener mucha confianza en ella. Ideas buenas y originales había miles, que triunfasen, muy pocas.

—Han llamado los del cáterin. Quieren saber a qué hora ha de estar todo listo. —Las dos que llevábamos la voz cantante en ese momento nos giramos hacia Kiril; bueno, y Camila también le echó un buen vistazo. Creo que le gustaba un poquito.

—Dile que a las seis llegan los primeros invitados, y que tiene que estar listo para entonces.

—De acuerdo —asintió Kiril antes de volver a su teléfono e informar a los de la comida.

Hay quien pensaría que, con lo buena que está la comida del Rancho Rodante, la camioneta restaurante de la abuela de Angie, ¿cómo nos habíamos decidido por una empresa de cáterin desconocida? Pues entre otras cosas, porque este tipo de eventos eran algo muy distinto a una comida en familia. Todo era cuestión de imagen. En otras palabras, si queríamos atraer a gente con el dinero suficiente para pagar modelos exclusivos, había que agasajarlos con canapés elaborados y camareros de uniforme impoluto.

Me giré hacia Drake, que estaba terminado de configurar la seguridad de la boutique, y vi que me estaba mirando. La mayoría de los que estábamos allí reunidos sabíamos lo que iba a ocurrir a las seis de la tarde, pero no todos. Se suponía que estaríamos los socios, la familia más allegada y los invitados convocados al evento. Y como en toda gran inauguración que se precie, también estaría la prensa apostada en la puerta.

Necesitábamos publicidad. Que nuestro nombre sonara en los medios, y nada mejor que nuestra pequeña y particular alfombra roja. Irina Hendrick era un referente empresarial en Miami, sus dos clubs estaban siempre de moda, uno más exclusivo que el otro, pero ambos siempre llenos hasta la bandera.

La Cámara de Comercio de Miami la había galardonado tres veces en los últimos cinco años. Tenerla allí esa tarde era un fuerte espaldarazo a TANDEM Miami. Sí, no tuvimos que rompernos la cabeza para buscarle el nombre.

—No quiero echaros, pero ¿no tendríais que ir a arreglaros? —El comentario de Camila nos hizo mirar el reloj a todos.

—Tienes razón —convine.

—Goji, acompaña a las chicas a casa. Nosotros iremos un poco más tarde, nos quedan un par de cosas aquí para terminar —ordenó Drake. Tasha salió de alguna parte para despedirse de su novio con un besito.

—No tardes mucho, tú también tienes que salir guapo en la foto. —Drake la aferró por la cadera para que no escapara.

—Yo siempre salgo guapo. —Escuché un suspiro a mi espalda y me giré para ver los ojillos brillantes de Camila, que los miraba encandilada.

—¿No hacen una pareja preciosa? —Creo que todas las mujeres del local estábamos de acuerdo.

Una hora más tarde, mis manos no paraban de moverse delante del espejo. La hora se acercaba y, por primera vez en mi vida, era consciente de lo que iba a ocurrir. La cara de Tasha apareció por encima de mi hombro, haciendo que nuestra mirada se cruzara en el reflejo.

—Voy a estar ahí, Nika. No va a pasarte nada. —Me revolví dentro de mi vestido. Lo sentía demasiado pesado, demasiado rígido, pero es que nunca antes había llevado tanto peso encima. Miami y Las Vegas favorecen las prendas ligeras y, aunque lo pareciera, mi vestido de cóctel no lo era.

—Todavía me sorprende que mis padres me dejen estar aquí hoy. —Tasha sonrió de una manera que decía que había algo que escondía.

—Bueno, se supone que tengo que encerrarte en una habitación segura hasta que todo termine —confesó.

—Algo de eso me imaginaba. —Tasha pasó delante de mí y ocupó mi puesto frente al espejo.

—Porque he visto las pruebas, pero aún no me hago a la idea de que esto funcione. Es tan cómodo y ligero, que parece que llevo solo un corsé de lencería. —Meneó la tela para hacerla encajar mejor con su figura, pero eso era imposible, porque ya estaba perfecta.

—¿Tú crees? A mí me parece como si llevase una armadura medieval encima.

—Créeme, sé de lo que hablo. —Sus ojos me decían que ella había usado auténticas prendas antibalas, y no me refiero a esas de diseño, sino a los chalecos que usan los soldados. No es que la envidiara por ello, pero a veces me gustaría poder defenderme igual de bien que ella.

—Eso parece. —Tasha ladeó la cabeza repasando su aspecto.

—No es que desee que me disparen, pero ¿suena retorcido si te digo que me gustaría comprobar si funciona tan bien como nos indican las pruebas que hemos hecho? —Sabía a lo que se refería. A mí me picaba también la curiosidad por saber si este tejido especial absorbía el impacto y lo distribuía por toda la superficie. El tacto era suave y algo gomoso, aunque a la hora de ponérselo se parecía más a una gruesa camiseta de algodón, en vez de aun traje de neopreno, como había comentado Drake. Pero al contrario que mi prima, yo no me moría de ganas por probar la experiencia. Podía servirme que otro me la contara.

—¿Estáis listas? —Kiril apareció en mi habitación ya arreglado. Daba gusto verle con aquella ropa. Cuando se quitaba los jeans y las deportivas parecía más mayor.

—Casi, solo me faltan los zapatos —indiqué.

—Los chicos siempre lo tenéis más fácil —le recriminó Tasha.

—Te recuerdo que llevo las mismas capas de ropa que tú. —Metió un dedo entre la camisa y su cuello—. Parece que voy a la nieve, me estoy asando de calor.

—¡Ya!, no te quejes. Yo llevo una capa de maquillaje y como medio bote de laca en el pelo. Si le sumas los tacones, creo que te gano en incomodidad. —Él alzó una ceja sopesándolo.

—Creo que daré las gracias por no ser chica. —Verle decir aquello con su expresión seria, hacía que dudaras si reír o no. Pero yo le conocía, sabía que se estaba mofando de nosotras, el sentido del humor de Kiril era muy particular.

—Siempre puedes… —empezó a decir Tasha. Con buena había ido a dar, ella sí que podía darle vuelta a todo.

—Ni lo sueñes. —Mi hermano se giró y salió por la puerta—. Os espero abajo.

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