Nika

Nika


Capítulo 70

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Capítulo 70

Bruno

Mientras Gloria se vestía para salir, yo aproveché para hacer una llamada que me aterraba. Sí, habíamos hablado de hombre a hombre en varias ocasiones, pero todavía no le había dicho nada sobre la relación que teníamos su hija y yo. Además, de todos los miembros de la familia de los rusos, como los llamábamos en Miami, el que daba más miedo era Andrey Vasiliev.

¿Cómo le pides al hombre, con cuya hija de acuestas, que te deje subir a su avión? Pues con el culo apretado. Cogí el teléfono y busqué entre los contactos. Drake fue previsor y metió en la memoria muchos que jamás me habría atrevido a pedir. Respiré profundamente y presioné el botón de llamar.

—¿Diga?

—Señor Vasiliev, soy Bruno. —Ante todo, educación.

—Creo que a estas alturas puedes llamarme Andrey.

—Andrey, te llamaba porque Drake me comentó que el avión de tu familia volará mañana a Miami. ¿Podría haber un hueco para mí? —Contuve la respiración esperando la respuesta.

—Claro, no hay problema. Hay sitios de sobra. Supongo que tendrás ganas de ver a la familia. —Tensé la espalda, listo para entrar en combate, porque aquel era mi pie para revelarle nuestro secreto. ¿Se enfadaría Nika si se lo contaba a su padre? No habíamos hablado sobre comentarlo a nuestras familias, y tal vez ella quería ser la que se lo dijera a sus padres. Pero ya estaba metido de lleno, así que…

—Bueno, además de eso, quería ir para apoyar a Nika con su nueva boutique. Yo… ella y yo tenemos una relación, y… —Me quedé en blanco, ¿cómo demonios podía seguir?

—¿Crees que no lo sabía? —El calor abandonó mi cuerpo.

—¿Eh?

—Viaja en coche a California para verte, se muda a su propio apartamento para tener intimidad… Solo he tenido que juntar las piezas, Bruno. —«A ver cómo sales de esta», me dije.

—Bueno, pensé que era correcto decírselo, por si acaso.

—¿Otra vez volvemos al usted? No me digas que te asusta tu suegro. Porque es algo serio, ¿verdad? —Pues sí, mi suegro me hacía apretar el culo, no lo niego. Pero una cosa es estar asustado y otra seguir adelante. Eso me lo enseñó mi padre. ¿Creen que a los bomberos no les asusta quedarse atrapados en mitad de un edificio en llamas? Lo hace, pero también saben que puede haber gente allí dentro cuya única esperanza sea un bombero. Así que entran sin dudas, con precaución y respeto, sí, pero con muchas más ganas de ayudar a quien sea. Como me dijo una vez mi padre: «que el miedo no te detenga».

—Tan serio como ella quiera.

—Bien. Entonces te esperamos en el aeródromo privado, despegamos a la una del mediodía, no te retrases.

—No lo haré. —Cuando colgué, sentí que me había quitado un gran peso de encima. No había ido tan mal, seguía de una sola pieza.

—Bueno, ya estoy lista. ¿Nos vamos de compras? —Había hablado demasiado pronto, aún no había terminado el día.

—Claro. Vamos a ello. —Pero soy valiente, ¿recuerdan? El premio merecía el sacrificio.

Nika

En el momento en el que vi el rostro de todos ellos metidos en su papel, yo me sentí arrastrada e hice lo mismo. Allí no había espacio para el miedo, no había espacio para los nervios. Cada uno tenía un papel que jugar en aquella obra y no había tiempo para un ensayo general.

Lo primero que alguien pensaría es que no podíamos meter a gente inocente en la boutique esa tarde, y eso habíamos hecho. Para poder entrar, hacía falta traer una invitación. Y ¿a quién se la enviamos? Pues a gente muy concreta. Las invitaciones se entregaron en mano y había una persona en la entrada que tenía una lista con los nombres. Era uno de los hombres que enviamos en el primer viaje. ¿Qué primer viaje?

A ver si se piensan que el tío Viktor no había pensado en todo. Según me explicó Tasha, los tipos que gestaron el primer atentado contra mi vida podían estar vigilando todos nuestros movimientos, al menos aquí en Miami. Así que les dimos toda la información que debían saber, no la real. Y parte de ella era el número de efectivos de la familia que estarían ese día en la ciudad. Luka era solo uno de ellos, el resto era un equipo especial de la empresa de seguridad del tío Viktor.

Según Tasha, ya estaban casi todos en el local, esperando nuestra llegada y la de la tía Irina. Me hubiera gustado ver como se desenvolvían esos tipos desfilando por la alfombra roja. Sobre todo Luka. Con lo grande que era y era excepcionalmente  bueno en pasar inadvertido. Ponerle delante de unas cuantas cámaras iba a ser interesante, cuando menos.

El coche se detuvo frente a la tienda, donde había una alfombra roja que hacía de pasillo hasta la puerta. A ambos lados se agolpaban algunos periodistas y curiosos. Es lo que tenía un evento como este en esta zona de la ciudad, alguien famoso podía aparecer en cualquier momento.

Alguien nos abrió la puerta y Tasha fue la primera en poner el pie en el corredor de los famosos. El hombre que abrió la puerta me tendió la mano para facilitarme la salida y yo le di las gracias por ello. Los flashes empezaron a golpear mi retina, haciendo que me fuese difícil reconocer a los que nos rodeaban. Menos mal que sentí la mano de Tasha tomando la mía y dejé que me guiara por el camino rojo.

Cuando la puerta de cristal de la boutique se cerró a mis espaldas, el ruido, los flashes, quedaron atrás. Una música actual, pero no muy estridente nos envolvió delicadamente, nada que ver con una discoteca, esto era más agradable para el oído. Había suficiente luz como para ver con claridad los cables que salían de los oídos de los dos tipos de seguridad que había en toda la sala. Uno junto a la puerta y otro en la puerta de acceso a la entrada al reservado donde se arreglarían las prendas de los clientes.

A ambos lados, pegadas a las paredes, hileras de perchas cargadas con diferentes modelos, mis diseños. Pegado a la puerta, un coqueto mostrador donde se encontraba la caja registradora y, al fondo, dos amplios probadores que en aquel momento tenían las luces apagadas porque estaban fuera de servicio.

Las cómodas butacas y las mesitas de café que habíamos traído para que los clientes esperasen confortablemente habían sido retiradas a la periferia, para despejar el centro del local. El escaparate tendría que haber sido abierto, es decir, sin nada que impidiese la visión del interior del local desde el exterior, pero como se trataba de una fiesta privada, se había colocado una tela que protegía el interior de miradas curiosas y, sobre todo, de las cámaras.

—¿Un canapé? —Uno de los camareros del servicio de cáterin extendió su bandeja hacia mí para que escogiera alguna pieza de su surtido.

—No, gracias —decliné su oferta. Primero, porque mi estómago estaba cerrado en aquel momento. Y segundo, porque desde lo que ocurrió en la fiesta de Curtis, no comía nada si su origen no me daba total confianza. Pero soy una mujer agradable y socialmente elegante, así que le di mi mejor sonrisa de agradecimiento y él se retiró feliz. O al menos eso intentó aparentar.

Sé reconocer a un camarero que se gana la vida sirviendo a los ricos en eventos como ese, puedo identificar cuando están incómodos porque el uniforme que le han obligado a ponerse les resulta incómodo, les duelen los pies por estar muchas horas de pie o están deseando terminar para acudir a otro evento más personal y agradable. Este tipo no encajaba en ninguno de esas casillas. La chaqueta le quedaba algo justa, pero no le incomodaba, no le importaba. Sus ojos estudiaban a la gente, no buscando a alguien a quien llenarle el estómago, sino buscando otra cosa. So postura no era relajada, como el resto de los invitados, y no era porque estuviese trabajando, sino porque había en él una tensión subyacente, como si esperase una señal.

Entonces lo entendí. Miré a Tasha buscando su confirmación y ella me sonrió. También lo sabía. Aquel tipo no era un camarero. La pregunta entonces era: ¿es uno de los nuestros o de los suyos?

Giré la cabeza buscando a Kiril, e incluso a Goji. Se encontraban en una situación similar, esperando el momento en que todo se fuera a la mierda. Kiril parecía incluso contento de estar allí, charlando con una chica con unos pies enormes que era más alta que él. Goji estaba parado a uno de los costados, muy cerca del mostrador de cobro. Era difícil saber qué pensaba. Así que volví a por mí camarero o, mejor dicho, los tres camareros que recorrían el local con sus bandejas en la mano. Un cuarto estaba entrando en la gran sala desde la puerta de acceso al taller de arreglos. Allí estaban los responsables del cáterin, reponiendo suministros en las bandejas de los camareros, para que siempre hubiese comida y bebida en ellas.

Noté como Goji ladeó levemente la cabeza y acto seguido Tasha me arrastró cerca de donde él estaba con una excusa inocente.

—¿Has visto como han quedado las blusas rosa marengo? —Sabía que tenía que ir con ella, porque era nuestra señal. ¿Rosa marengo? Ese color no existía.

Estábamos muy cerca de Goji cuando otra ráfaga de luces intermitentes llegó desde el otro lado de la puerta. Otro invitado se acercaba. Me giré hacia la entrada y vi al guardaespaldas de la tía Irina abriendo la puerta y franqueándole el paso a una mujer rubia, con el pelo recogido, que vestía un vestido corto de cuello alto y mangas largas. Su elegancia era tal que eclipsaba con su presencia a los demás asistentes.

Sentí una mano que me arrastraba hacia un lado y, al mirar, vi el rostro de Tasha que me pedía perdón con una sonrisa. Antes de poder reaccionar, me empujó detrás del mostrador y caí encima de una caja de cartón enorme, rellena con miles de esas bolitas de poliespán. Sin ninguna consideración, acababan de quitarme de en medio. Y lo hicieron justo a tiempo, porque los gritos empezaron antes de que me engullera aquella marea blanca.

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