Nika

Nika


Capítulo 72

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Capítulo 72

Nika

Puedo apostar una pierna a que no ha existido, ni existirá, una inauguración de una boutique de ropa como la nuestra. No por el tipo de producto que íbamos a comercializar, sino por todo el intrincado plan llevado a cabo para atrapar a unos asesinos. Ni en las películas de James Bond podían ocurrírseles meter una escena así en el guion. Soy una exagerada, en el cine todo vale mientras sea intenso. ¿Qué me darían los guionistas de Hollywood por venderles la idea?

¿Y qué había sido lo mejor? Pues que nadie en el exterior se había enterado de lo ocurrido. Las cortinas mantuvieron la privacidad del interior y el sonido de la música enmascaró el jaleo y los disparos. Y pasadas dos horas, los invitados empezaron a abandonar el evento con toda normalidad. Algunos periodistas estaban esperando fuera, se hicieron algunas fotos, pero nadie encontraría jamás una pista de lo que había sucedido allí dentro.

Las únicas pistas habían abandonado el edificio por la puerta de servicio, o iban escondidas bajo una elegante ropa de diseño. Irina y Phill estaban muy agradecidos por la magnífica actuación del traje de protección, y Drake caminaba a dos metros por encima del resto porque su creación no solo funcionaba, salvaba vidas.

¿Querría vender el diseño al ejército? Porque yo le veía mucho potencial a esa línea de ropa. ¿Y si ampliábamos el negocio? Tendría que hablar con mis socios sobre el asunto. Es curioso como la compañía iba creciendo. Solo esperaba que, por querer abarcar demasiado, no acabáramos en la banca rota. Le preguntaría a Tasha cómo íbamos de fondos.

Volver a mi antigua habitación me llenó de recuerdos, pero, sobre todo, me hizo echar de menos a Bruno. Iba a dormir en una cama que había sido mía durante años, pero la sentí extraña. Entonces recordé mi promesa. Marqué su número y esperé a escuchar su voz.

—Hola, mi Emperatriz. ¿Qué tal ha ido todo? —Mi cuerpo colapsó en ese instante, como si escucharle fuese la clave secreta para desconectar la energía que me sostenía. Mis rodillas se doblaron, dejando que mi cuerpo cayese pesadamente sobre el colchón a mi espalda.

—Parece que bien. Conseguimos llamar la atención de la gente adecuada. —Al menos la de aquellos capullos que querían matar a Irina.

—Te dije que triunfarías. —Dejé que mis ojos vagaran por el techo de la habitación e imaginé que estaba en nuestro apartamento de Las Vegas junto a él, como cada noche.

—Bueno, eso lo veremos mañana. Cuando la gente empiece a acercarse a la boutique, a ver el género y, sobre todo, comprar. —Aunque el motivo por el que aceleramos el evento fuese otro, la apertura de la tienda era algo que entraba en mis planes lejanos, y uno no se lanza al mundo empresarial para fracasar. Que funcionase era nuestro objetivo fundamental.

—Seguro que tendrás muchos clientes. Y si lo que necesitas es gente que haga bulto en la tienda, solo tienes que decírselo a mi madre. Seguro que ella llevará a todas las mujeres que encuentre a su paso. —El problema era que la mayoría de las mujeres de Miami, a las que adoraba, no eran las potenciales clientas de una tienda como aquella.

Sí, vendíamos prendas con un precio intermedio entre prendas de centro comercial y modelos exclusivos de grandes marcas, pero estaban muy lejos de convertirse en el grueso del armario de alguien con los ingresos de una enfermera y un bombero. No me juzguen, los números son los números, y si bien María, Angie o Ingrid tendrían un descuento especial, no podrían permitirse comprar más de uno o dos modelos para acontecimientos especiales. Susan, Danny o la propia Irina tenían unos ingresos más abultados y podrían convertirse en esos clientes que necesitaba la boutique.

Clientes son todos los que adquieren prendas, por supuesto, pero luego están los clientes fieles, que siempre que necesiten algo especial acudan a la misma tienda, y, por último, están los clientes VIP, que son los que además de fieles, compran con frecuencia.

Pero no podía hacerle un feo a su idea, porque él lo había dicho para ayudar.

—Seguro que alguna de ellas encuentra algo que le guste. —Al menos alguien como Marco sí podía encontrar algunas prendas que le sirvieran. Era de los pocos hombres de la familia de Miami cuyo trabajo le obligaba a lucir siempre perfecto. Además, él sí podía permitirse un desembolso como ese. Así todo, le haríamos un descuento.

Tenía que hablar con Tasha. ¿Qué le parecería que tuviésemos un descuento especial para empleados y familia? Si lo ajustábamos al precio de costo, nosotros no perdíamos y ellos ganaban.

—Todavía falta mucho para que se licencie, pero mi hermana necesitará algunas prendas para presentarse a las entrevistas de trabajo. Una abogada bien vestida consigue abrirse más puertas.

—Tendré que diseñar una línea para gente como ella —pensé en voz alta.

—Todavía tienes tiempo. Y que sea baratito, que quiero ser yo el que le regale su primer conjunto. Aunque, si es muy caro no te preocupes, entre mis padres y mi hermano lo pagaremos. Será un buen regalo de graduación. —Es que me derretía mi chico. Él pensando en las necesidades de todos.

—No te preocupes por el precio.

—Lo pagaremos. —Creo que su tono se volvió demasiado serio. Parecía que se había ofendido. ¿Pensaría que la chica rica iba a regalarle una limosna a la chica pobre? Tenía que sacarle de su error.

—Creo que su hermano y su cuñada podrán hacerle ese regalo cuando llegue el día. Pondremos un bote en la cocina, donde iremos metiendo toda la calderilla del día. De aquí a que se licencie, seguro que hemos conseguido cubrir el precio de la ropa.

—¿En serio? —dijo ilusionado. La idea no era mía, así que no podía llevarme ese mérito.

—¡Claro! Tú busca una lata vacía y ve metiendo las monedas que tengas desde hoy.

—No, me refiero a lo de cuñada. —Como siempre, él era capaz de detectar lo que mi subconsciente se empeñaba en sacar a flote.

—Bueno, soy la novia de su hermano. ¿Cómo se supone que he de llamarme? Cuñanovia es un término más acertado, pero dudo que lo recoja el diccionario. —Escuché su gratificante risa al otro lado de la línea.

—Eres un caso. Creí que me estabas pidiendo matrimonio, de una manera algo rara, he de reconocer. —Aquello me hizo abrir los ojos. Matrimonio.

—¿Quieres… quieres decir casarnos? —Mi voz debió de sonar asustada.

—Lo sé, lo sé. Es demasiado pronto. Somos muy jóvenes. —Intentó no sonar decepcionado, pero noté cierta tristeza en su voz. ¿Él había pensado en ello? ¿En casarnos algún día? La idea no era descabellada, aunque debería parecerlo. Apenas unas semanas de relación y la palabra matrimonio flotando entre los dos. Una locura. Pero…

—Hagamos una cosa.

—Dime.

—En el momento en que tengas en la mano tu libertad del ejército, en el mismo instante en que seamos dueños de nuestro futuro, si quieres dar ese paso, hazme la pregunta. —La línea se quedó en silencio, pero sabía que no se había cortado la comunicación.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. —Otro largo silencio.

—Entonces tenemos un trato. —Matrimonio. Pasar el resto de mi vida despertándome a su lado. La idea me gustaba.

Tasha

De ser otra persona podría estar horrorizada. De ser otra persona lo habría impedido. Pero no lo era. Soy Natasha Vasiliev y he aprendido que siempre habrá gente que amenace a nuestra familia, gente que quiera dañarnos. Ellos lo intentaron dos veces y fracasaron. No tendrían más oportunidades.

Si algo he aprendido desde que estoy metida en los asuntos de la familia es que el único perro que no llegará a morderte es el que está muerto. Ni la distancia, ni las fuerzas de orden público, ni las amenazas. Lo único que me garantizará dormir por las noches, sabiendo que ellos ya no serán un peligro, es saber que están muertos.

Y no solo soy yo la que lo piensa, lo hacemos todos. Pero la decisión de matarlos, el poder apretar el gatillo y meter un par de balas en su cabeza no es decisión mía. Si el líder dice que no, el resto obedecemos. La única diferencia con las demás personas que están bajo sus órdenes es que nosotros, la familia de sangre, sabemos el motivo por el que esos desgraciados todavía no están muertos.

Mi padre tiene un plan para ellos. Van a ser una moneda de cambio con el FBI. Ellos los están buscando, a todos ellos, a los siete. Y se los vamos a entregar. De negociarlo con el FBI se volvería a encargar el tío Andrey. Tenemos las grabaciones de lo ocurrido dentro de la tienda, pero Boby las está procesando. Vamos a dárselas, aunque solo las partes que queremos que vean, no todo.

Pero lo más importante es lo que iba a ocurrir ante mis atentos ojos. Aquella moneda de cambio se iba a convertir en una moneda falsa. Vivos, sí, pero los dos cabecillas de toda la operación, los sicarios que llegaron desde Rusia, no vivirían mucho. Y su verdugo sería una de las personas a las que habían causado daño. Y no, no me refería a Irina, no me refería a Nika, ni siquiera el tío Phill. No, la persona que tenía en sus manos una de esas jeringuillas, parecida a la que usan los diabéticos, era mi primo Kiril. Y no, no albergaba dudas.

Casi matan a su hermana, casi acaban con alguien de su sangre, y era su privilegio ser quien inyectase el virus de diseño que acabaría con la vida de aquellos dos en menos de veinte días. Desde el momento en que apareciesen los síntomas hasta que soltaran el estertor final, solo pasarían cuatro horas en las que nadie podría hacer nada por ellos. Sus poros, sus lacrimales, todos los orificios de su cuerpo, grandes y pequeños, escupirían sangre. Dolor, mucho dolor, hasta que la muerte les liberara de su sufrimiento.

Pero eso solo lo sabíamos nosotros, ellos no. No lo descubrirían hasta que llegara el momento. Papá iba a entregárselos a las autoridades, pero se aseguraba de que no volverían a ser un peligro para nosotros, para la familia.

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