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CAPÍTULO 11

SERENIDAD

Llegó abril. Habían pasado cinco semanas desde la redada. Quedaban tres para su partida con dirección a Bangkok. El paquete de serenidad estaba listo. Lo había probado por su cuenta en niveles de intensidad bajos. El programa era capaz de mantener un ritmo cardiaco y una respiración estables, y de conservar la resistencia de su piel a los aparatos de retroacción biológica del laboratorio de psicología.

Había llegado el momento de la prueba de fuego. Puso el sistema en el nivel tres de una escala del uno al diez y acudió a su encuentro con Nakamura.

—¿Ya ha pensado en lo que hará cuando se doctore? —le preguntó la recreación de realidad virtual de Shu.

—Presentaré solicitudes para las plazas de posdoctorado —respondió Kade—. Lo que más me interesa es la decodificación y la cartografía de las funciones superiores.

El detector de mentiras no emitió zumbido alguno.

—Me alegra oír eso —repuso Su-Yong Shu—. Es posible que el año que viene financiemos en mi laboratorio un posdoctorado en esa área. Le animo a que presente su solicitud.

—Fantástico —dijo Kade—. Sería un honor trabajar con usted.

Seguía sin sonar el zumbido.

—Es una pena que en su país la legislación sea tan estricta con las neurociencias —comentó Shu—. ¿No le parece?

—Mmm, bueno, ya sabe, es un tema de seguridad.

Silencio.

—Vaya, me encantaría conseguir esa plaza de posdoctorado en su laboratorio. Usted es uno de mis idólos científicos.

El detector continuó mudo.

—En mi opinión, la ERD realiza una tarea muy útil en Estados Unidos, aunque a veces se extralimite un poco.

Nada.

—Me encantaría conversar en profundidad con usted, que me contara cómo llegó a esos descubrimientos asombrosos, conocer un poco mejor la mente que ha redactado unos artículos que me parecen fabulosos.

Un silbido.

—No, no me preocupan los amigos que he dejado en mi país. ¿Qué podría ocurrirles?

Silencio.

Nakamura se acercó a Kade y le quitó las gafas y los cascos.

—Usted ha hecho algo.

Kade se sonrió.

—Mmm… ha hecho algo con su cabeza por su cuenta. ¿No es cierto?

Kade permaneció en silencio.

—Debería habérmelo dicho —le reprendió el hombre de la CIA.

—No era estrictamente necesario —repuso Kade.

Nakamura rio entre dientes.

—Está bien, veamos cómo responde en una situación de presión extrema. Por favor, no se lo tome como una cuestión personal.

Kade no tuvo tiempo para sacudirse la confusión que le produjo el comentario porque el instructor de la CIA ya se le echaba encima. Nakamura se había levantado de la silla al otro lado de la mesa y embistió a Kade por la izquierda antes de que pudiera reaccionar. El hombre le agarró del brazo izquierdo, se lo retorció en la espalda y tiró de él para levantar a Kade de la silla.

«¡BZZZZZZT!» El detector de tensión empezó a emitir un zumbido ensordecedor. «¡BZZZZZZT! ¡BZZZZZZT!»

Kade, cabreado, subió al nivel diez, el máximo, el paquete de serenidad. Los zumbidos cesaron de inmediato.

Nakamura se echó a reír.

—Muy bien, Kade. Ahora, dígame —le susurró suavemente en el oído imitando la voz de Shu—, ¿le atrae la idea de trabajar conmigo en China?

—¡Oh, doctora Shu! Nada me complacería más —respondió Kade con los dientes apretados por el dolor en el hombro y el codo.

El detector se mantuvo en silencio.

—De hecho, doctora Shu, le he traído un pequeño regalo.

Kade activó el Bruce Lee, lo puso en modo automático y apretó el botón de encendido.

El cuerpo de Kade se plegó hacia la derecha para asestar un codazo a Nakamura en la cabeza, luego volvió a girar hacia la izquierda y lanzó una patada al hombre de la CIA en la rodilla. Nakamura esquivó el codazo, retrocedió y dobló la pierna para que la patada de Kade le golpeara el muslo en vez de la rodilla. Kade hizo una pirueta y descargó la base de la mano sobre la nariz de Nakamura con la intención de rompérsela y hundirle los huesos fragmentados en el cerebro.

Pero el agente de la CIA esquivó el golpe con un giro sobrehumano del cuello, soltó el brazo de Kade que mantenía agarrado y retrocedió otro paso. Tenía dibujada una sonrisa feroz en el rostro.

«Oh, oh», pensó Kade.

Su cuerpo saltó hacia delante con la pierna levantada para golpear a Nakamura en la entrepierna y los dedos estirados como flechas dirigidos a sus ojos. Nakamura se adelantó, desvió la patada con el antebrazo y los dedos de Kade ni lo rozaron. Nakamura giró sobre sí mismo y logró colocarse detrás de Kade.

Bruce Lee respondió a una patada baja con un codazo. Ninguno de los golpes impactó en su objetivo. El cuerpo de Kade giró hacia la derecha. Nakamura le puso una mano en el hombro y volvió a ponerse a su espalda. La palma de la mano de Nakamura abofeteó casi con ternura la mejilla de Kade. Bruce Lee lanzó entonces una coz hacia la entrepierna del hombre de la CIA; sin embargo, el golpe se lo llevó una silla. Nakamura seguía a su espalda sin borrar la sonrisa de los labios.

Bruce Lee descargó entonces la mano derecha de Kade como si fuera un cuchillo hacia la garganta de Nakamura. Pero el agente se agachó, de una manera casi burlona, y la mano de Kade cortó el aire encima de su cabeza.

El instructor continuaba sonriente.

Kade sabía que tenía que poner fin a aquella situación. Nakamura estaba siendo muy superior a él, y esto solo podía tener un final doloroso. Sin embargo, había algo dentro de Kade que le impedía abandonar hasta que consiguiera golpear una sola vez al viejo petulante. Kade realizó algunos ajustes en la configuración de la aplicación de artes marciales de realidad virtual: ataque total, sin defensa. Su cuerpo ejecutó una serie de patadas y puñetazos, rodillazos y codazos, golpes como cuchilladas con las manos abiertas y con los dedos como trinchantes.

Ningún golpe impactó en su adversario. El agente de la CIA esquivaba las acometidas con la sonrisa grabada en los labios.

La luz roja de un sensor empezó a parpadear en el cerebro de Kade. El nivel de oxígeno en su sangre estaba cayendo en picado. Kade empezaba a ver borroso. Su cuerpo seguía lanzando patadas y puñetazos; el paquete de serenidad mantenía su ritmo cardiaco a sesenta y cinco latidos por minuto y su respiración a quince inhalaciones por minuto. Su cuerpo necesitaba más oxígeno, pero el programa informático se lo negaba.

Kade desactivó el paquete de serenidad y las respuestas de su cuerpo se normalizaron. El sudor brotó en su frente, su respiración se volvió jadeante y empezó a palpitarle el cuello. Lanzó otra patada hacia Nakamura, pero solo tocó aire…

¡BZZZZZZT!

Al fin, decepcionado, desactivó Bruce Lee y dejó que su cuerpo exhausto se desplomara en el suelo. Siguió jadeando.

«Respira. Respira. Respira.» Le ardía el pecho. Ni siquiera le preocupaba que Nakamura lo noqueara de una patada. Oyó una salva de aplausos.

Nakamura sonreía y daba palmas de pie a su lado.

—Es usted una caja de sorpresas, señor Lane. Me ha dejado impresionado.

—Váyase a la mierda —logró articular entre jadeos.

Nakamura se puso a reír y se sentó en cuclillas con su permanente rostro sonriente.

—Ha mantenido su cuerpo bloqueado, ¿verdad? No ha aumentado el ritmo de su respiración mientras luchábamos. Su frecuencia cardiaca ha permanecido estable. Impresionante.

Kade asintió sin fuerzas.

—Sin embargo… mmm… señor Lane, debería dejar la lucha a los luchadores.

Nakamura lanzó un puñetazo dirigido a la cara de Kade, pero detuvo el puño a un par de centímetros de su rostro y lo mantuvo suspendido en el aire. Se puso a reír de nuevo, esta vez sin parar.

Kade dejó caer la cabeza en el suelo en señal de derrota. Las últimas semanas pasaron volando. Rangan completó la recreación del disruptor Nexus de la ERD y una defensa parcial contra él. El sistema de defensa era capaz de filtrar toda clase de señales que Kade no quisiera que recibieran los nodos Nexus implantados en su cerebro. Estaba compuesto por una serie de circuitos de seguridad, cortafuegos y trampas para detener las señales y los procesos indeseados. Kade lo encontró muy útil. Era como un antivirus para sus mentes.

El caso del disruptor era distinto. Se trataba de un arma. ¿De verdad lo necesitaba? Pero Rangan insistió en que instalara el disruptor junto con el sistema de defensa.

—Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo —argumentó Rangan.

Durante la última semana, Nakamura sustituyó el teléfono de Kade por otro del mismo modelo que contenía toda su información.

El teléfono nuevo, según le dijo Nakamura, tenía incorporada una función muy especial. Era capaz de transmitir señales de Nexus 5 por la red. Samantha Cataranes, con la identidad falsa de Robyn Rodríguez, tendría un teléfono con la misma característica. Cuando ella ejecutara Nexus 5 sus mentes se conectarían.

«Genial.»

Sam recibió el permiso para visitar a Chris Evans dos días antes de su partida. Tuvo que pasar por tres puestos de control custodiados por hombres armados para llegar al servicio de regeneración de seguridad donde estaba ingresado Evans, en las profundidades de las instalaciones secretas del centro médico militar nacional Walter Reed.

Chris, o lo que quedaba de él, yacía sepultado en el sarcófago de regeneración. Tenía el cuerpo sumergido en el medio rico en nutrientes. Los tejidos nuevos cultivados con sus propias células crecían lentamente para sustituir los que las balas, la sepsis, la pérdida de sangre y la necrosis habían destruido.

Los médicos aseguraban que Evans estaba consciente, pero lo que veía parecía refutar su afirmación. Sam se sentó junto al tanque, apoyó las manos en el cristal y notó las suaves vibraciones en sus dedos.

—Hiciste un buen trabajo, Chris. Salvaste a mucha gente de un infierno atroz.

Sam se quedó hablando al agente Evans durante una hora, alabando la importancia de su trabajo, diciéndole que muy pronto volvería al servicio.

Se lamentó por no poder tocarle con la mano. Se lamentó por verlo aislado dentro de aquel ataúd. Se lamentó por no poder demostrarle que estaba preocupada por él. Se lamentó por no poder saber lo que pasaba por su mente. Se lamentó por que no estuviera equipado con Nexus.

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