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NEXUS » 17. VIP

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CAPÍTULO 17

VIP

La puerta del ascensor se abrió y Kade entró en el vestíbulo con el paquete de serenidad al máximo, su mejor camisa puesta y las transmisiones de Nexus desactivadas. El chófer ya estaba esperándolo; iba vestido con un traje negro y corbata, camisa blanca y guantes y gorra también negros. Era un miembro del Puño de Confucio. Un clon.

El chófer le sonrió, le saludó y se aproximó a él.

—¿El señor Lane?

Tenía un acento marcadamente chino.

—Sí.

—Me llamo Feng. —Dio un golpecito a su gorra de chófer—. Tengo el honor de ser el chófer de la profesora Shu. Si es tan amable de acompañarme.

—Por supuesto.

Kade siguió a Feng fuera del hotel. La lluvia había cesado y las nubes no estaban tan apretadas en el cielo. Acababa de ponerse el sol, y un resplandor anaranjado teñía el cielo desde el oeste.

El coche era un sedán Opal de un lustroso color negro; de la gama más alta del lujo chino. La matrícula era china, así que lo habían traído desde allí.

Feng sujetó la puerta trasera mientras Kade entraba en el interior climatizado del lujoso vehículo. Dentro todo era de madera y cuero. Sonaba una agradable pieza de música clásica. Las gotas de la condensación perlaban dos botellas de agua con gas cerradas. Los vidrios del vehículo eran tintados.

Feng se sentó al volante.

—¿Adónde vamos? —preguntó Kade.

—A Tonburi —respondió Feng—. En la otra orilla del río Chao Phraya. Hay un restaurante muy bueno… ¡es mi favorito en Bangkok!

—¿Cuánto tardaremos en llegar?

El coche arrancó silenciosamente.

—Unos veinte minutos —dijo Feng—. Un poco menos si el tráfico nos lo permite.

Kade se acomodó en el asiento.

—Gracias. —De repente le asaltó una idea—. ¿Ya había estado aquí antes?

Feng asintió.

—La profesora Shu viene a menudo a Bangkok. Y yo la acompaño.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para la doctora Shu?

—Tres años. No hay una jefa mejor. —Sonrió mirando a Kade a través del espejo retrovisor.

—¿Dónde trabajaba antes?

—En el ejército. En las fuerzas especiales. Y aún sigo. En la unidad de protección especial.

—¿Unidad de protección especial? —repitió Kade.

—Oh, sí. Nos encargamos de la seguridad de personas importantes. Las protegemos.

—¿La doctora Shu cuenta con protección militar?

—Oh, sí. Es un tesoro nacional. Una científica brillantísima. El futuro de China depende de la ciencia. Es una persona muy importante. ¡Debería sentirse honrado por cenar con ella esta noche!

—Oh, sí, me siento muy honrado. ¿No debería estar protegiéndola ahora?

Feng se rio y le echó una mirada por encima del hombro.

—Sí, quizá. Pero, bueno, es una mujer fuerte. Sabe cuidarse sola. —Devolvió la vista a la carretera y guardó silencio.

—¿Cómo es que no ha venido? —preguntó Kade.

—Bueno, ha tenido una reunión cerca de donde vamos. No tenía sentido que volviera al centro de la ciudad.

Kade se sentía desinhibido. ¿Sería el paquete de serenidad? ¿Acaso importaba?

—¿Alguna vez ha tenido que defenderla de un peligro real? ¿Cómo de alguien que quisiera atacarla?

Feng reflexionó un momento.

—Lo siento —dijo en un tono más pausado—, pero no puedo hablar de eso. No se me permite dar detalles de las operaciones. Es información clasificada.

«Interesante —pensó Kade—. ¿Será eso un sí?»

—¿Recibiría un balazo por ella?

—¿Qué quiere decir? ¿Si alguien le disparara? ¿Ponerme yo en medio?

—Eso mismo.

Feng volvió a reír.

—Con un poco de suerte yo dispararía antes al tirador. —Levantó una mano, reprodujo la forma de una pistola con el dedo índice y el pulgar y fingió disparar a un objetivo al otro lado del parabrisas.

Kade se rio para rebajar la tensión. Se sentía lúcido, calculador. Pensó que no le costaría acostumbrarse a este estado mental.

—¿Y si esa opción no existiera? ¿Y si la única manera que hubiera de protegerla fuera interponiéndose entre la bala y ella?

Feng torció el gesto.

—Mmm… Mal asunto, ya me entiende. A mí me disparan y le salvo la vida durante un par de segundos. ¿Y luego qué? Más valdría que hubiera refuerzos. De lo contrario solo retrasaría un poco al tirador. Convendría que yo lo abatiera. La mejor defensa es un buen ataque, ya me entiende. —Hizo una pausa—. Pero, sí, lo haría. Si no hubiera otra opción, me llevaría el balazo.

Kade asintió en silencio. Recordó la pregunta de Becker. ¿Por qué alguien querría crear cientos de individuos con el mismo ADN?

Estudió a Feng. Clones diseñados para profesar una lealtad extrema. Mismos genes, mismo adiestramiento. Idénticos; con un comportamiento predecible. Soldados perfectos.

«¿Lo creo?»

—¿Qué hacía antes del ejército? —preguntó como quien no quiere la cosa.

—¡Oh! Antes del ejército yo era un niño. Me crie cerca de Shanghái. En una familia numerosa. —Feng rio para sí—. Muy muy numerosa. Con un montón de hermanos. —Volvió a reír, como si fuera lo más gracioso del mundo. Pese al paquete de serenidad, Kade sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

Continuaron el viaje en coche. El resplandor anaranjado del crepúsculo pugnaba con las luces de neón. La lluvia que había caído durante el día convertía las calles en un radiante río de luz que reflejaba destellos rojos, azules, verdes y anaranjados, estos de un tono cada vez más oscuro.

Feng giró a la izquierda y el paisaje cambió de manera repentina. Siguieron por un puente que cruzaba un río marrón. Debía ser el Chao Phraya. Delante del coche, el cielo reflejaba los rayos postreros de la puesta de sol. Un templo se alzaba sobre el fondo anaranjado, con una estructura central piramidal y una aguja que ascendía desde su cúspide, como una torre Eiffel construida con unas inmensas e intrincadas piedras, pintado de ámbar por el crepúsculo y los focos distribuidos alrededor de la base. Cuatro torres de menor tamaño, de unos treinta metros de altura, rodeaban el edificio principal. La torre central era la construcción más alta en la orilla occidental del río.

—Wat Arun —dijo Feng en voz baja—. El templo del Amanecer.

—Es bonito —observó con sinceridad Kade.

Feng asintió.

—Allí es donde está ahora la profesora Shu. Se reunirá con nosotros en el restaurante.

—¿Está cerca?

—Ahí mismo —respondió Feng, señalando el tramo de orilla que tenían justo delante.

El restaurante se llamaba Ayutthaya, como la antigua capital de Tailandia. Estaba situado en un edificio de tres plantas magníficamente ornamentado a orillas del río, a unos doscientos metros al norte de Wat Arun. Las estatuas de unos demonios de piel rojiza y armaduras doradas flanqueaban la puerta abierta, empuñando con ambas manos una espada de un metro y medio, con la punta apoyada en el suelo y la empuñadura en el pecho. Kade bajó del coche y Feng cerró la puerta y lo cogió del codo para acompañarlo hasta la jefa de sala del restaurante.

—El invitado de la profesora Shu —dijo el chófer.

Junto a la puerta, en el interior, había un buda dorado del tamaño de un hombre, sentado con las piernas cruzadas sobre un pedestal.

—¿El señor Lane? —La jefa de sala llevaba un vestido tailandés largo y vaporoso, de color dorado, y el pelo recogido en un moño recatado. Era de una belleza deslumbrante.

—El mismo —dijo Kade sin titubear ni tartamudear. Su voz sonó profunda y llena de confianza en sus oídos.

«Podría acostumbrarme a esto.»

—Acompáñeme, por favor. —La jefa de sala cogió una carta y le sonrió de una manera encantadora.

—Nos veremos después de la cena —se despidió Feng.

—¿No sube?

—Yo solo soy el chófer, no una persona importante como usted. —Feng le hizo una escueta reverencia y enfiló de regreso al coche.

Kade se volvió hacia la jefa de sala, que estaba esperándolo. Le sonrió de nuevo y dio media vuelta para guiarlo por el interior del restaurante. El vestido moldeaba su figura. El bamboleo de sus caderas era embriagador.

«Relájate, tío. Hay más de una manera de perder el control.»

Rodearon la estatua del buda y el restaurante apareció ante ellos. Las inmensas ventanas que se alzaban desde el suelo hasta el techo estaban abiertas a la noche cálida y enmarcaban el río y el Gran Palacio, que se levantaba en la orilla oriental. A través de las ventanas que se asomaban al sur se divisaba el pináculo del Wat Arun, situado en la orilla occidental. Unos faroles anaranjados y dorados iluminaban las mesas, ocupadas tanto por turistas como por tailandeses.

Salvaron un riachuelo borboteante que atravesaba el comedor y desembocaba en el río Chao Phraya por un puente diminuto.

«Shu pretende impresionarme —se dijo Kade—. Quiere reclutarme.»

La jefa de sala lo condujo hasta la terraza de la azotea. Desde el río llegaba una agradable brisa. El cielo se oscurecía a medida que caía la noche. Toda clase de aromas deliciosos asaltaron el olfato de Kade.

«¿Quiero que me reclute?»

La jefa de sala lo acompañó hasta una mesa ubicada en el ángulo sureste de la azotea, que ofrecía las vistas más majestuosas del río y de los templos. Su-Yong Shu se levantó para recibirlo con una amplia sonrisa en los labios. Elegantemente vestida, parecía relajada y segura de sí misma.

Que empiece el espectáculo.

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