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NEXUS » 18. Ayutthaya

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CAPÍTULO 18

AYUTTHAYA

—Kade. Muchas gracias por reunirse conmigo.

Su-Yong Shu envolvió la mano de Kade con las suyas. Sus ojos radiantes cautivaron al chico.

—Profesora Shu, es un honor.

Ambos se sentaron.

—Este sitio es espectacular —observó Kade.

Shu volvió a sonreír. Paseó la mirada alrededor.

—Me encanta este restaurante. —Y, señalando el Wat Arun, añadió—: Los seres humanos crean cosas hermosísimas.

«“Crean” —subrayó Kade para sus adentros—. No “creamos”. “Los seres humanos crean”.»

El camarero les sirvió agua y té y les explicó el menú.

—Todo suena estupendo —comentó Kade.

Shu sonrió.

—Déjeme elegir a mí. No se arrepentirá.

—Lo dejo en sus manos.

Shu pidió la comida en un tailandés fluido. El camarero asintió con una amplia sonrisa y se retiró.

—Habla tailandés —apuntó Kade.

Shu se sonrió.

—Hábleme de su investigación, Kade. He oído que el artículo que va a publicar en Science será muy estimulante. ¿De qué trata?

Kade empezó a hablar. Le relató una versión aséptica, resumida, llena de convencionales filamentos que actuaban como nanoconductos, programas informáticos basados en los modelos establecidos en el laboratorio de Shu. Pasó por alto los saltos que Nexus 5 les había permitido dar y todos los callejones sin salida que se habían ahorrado gracias a él.

Nexus les había permitido crear una obra a la manera de Leonardo da Vinci. La habían plasmado en papel rudimentariamente, como un croquis a lápiz, y aun así llevaban años de ventaja al resto de los investigadores.

Shu le hizo preguntas pertinentes. Quiso conocer los detalles y las conclusiones más importantes. Kade tuvo que esforzarse para estar a la altura.

Al cabo, la profesora asintió con satisfacción.

—Vaya, estoy impresionada —dijo con sus ojos fijos en los de Kade.

—Gracias. —Kade sonrió con timidez, un poco ruborizado—. Estamos muy orgullosos de nuestro trabajo. Rangan tiene tanto mérito como yo.

Llegó la comida y el momento mágico se rompió.

El camarero les presentó cada plato, minúsculo, de una manera pomposa.

Yum Mamuang, deliciosa ensalada de mango.

»Pad Pak Boong, campanillas fritas.

»Goong Kra Tiem, gambas fritas aromatizadas con ajo.

»Ped bai Gra-pow, pato a la albahaca.

»Phat goo-ay-dtee-o neu-a, fideos salteados con ternera.

Comieron en un ambiente familiar, comentando lo delicioso de cada plato. Shu sentía un entusiasmo por la cocina que Kade encontró contagioso. El camarero les sirvió zumo natural de guayaba, frío y refrescante. La noche fue cerrándose a medida que cenaban. La mesa recibía la luz de los faroles, el resplandor ámbar del templo Wat Arun que se levantaba al sur y los fulgores de neón procedentes del este, de la ciudad regada por la lluvia que se extendía al otro lado del río.

Shu desvió la conversación del tema de la comida para retomar las neurociencias y acribilló a Kade con preguntas de toda clase. Estaba entrevistándolo. Las preguntas, escuetas y sobre asuntos muy variados, salían disparadas a toda velocidad de la boca de Shu. Los fundamentos neurales de la creatividad, las perspectivas de mejora de la inteligencia humana, la dificultad de cargar un cerebro humano en un ordenador, los fundamentos evolutivos del sueño, los límites de la capacidad de almacenamiento del cerebro humano, las causas de la percepción humana del tiempo.

Todas las preguntas eran especulativas, con respuestas abiertas, cuestiones situadas en los límites de los conocimientos en el ámbito de las neurociencias modernas. Kade tuvo que sintetizar, confesar presentimientos, esbozar posibilidades basadas en datos incompletos. Shu nunca aceptaría un «no lo sé» por respuesta. No dejaba de presionarle para que se aventurara a formular teorías fundamentadas, para que expusiera sus razonamientos. Kade lo encontraba estimulante, y se preguntó si la propia Shu conocería las respuestas de sus preguntas.

Y entonces Kade lo sintió. Era la mente de Shu alcanzando la suya. Percibió su curiosidad, su intelecto claro como el agua. Tenía una mente asombrosa; vasta, intrincada, distinta de todas las que había sentido anteriormente.

Kade sintió un deseo irreprimible de tocar aquella mente. Pero no cedió. Si se abría a ella revelaría el motivo que lo había llevado allí y quién lo había enviado.

«Sigue hablando —se dijo Kade—. Finge que no has sentido nada.»

Shu lo observó con un semblante pensativo.

Wats observaba la escena desde la azotea de un edificio situado al norte del restaurante Ayutthaya. Estaba tumbado bocabajo en el suelo, completamente inmóvil, con una mira telescópica pegada al ojo. La fibra camaleónica de la ropa lo confundía con el suelo de la azotea. Kade estaba allí, con una persona que el programa de reconocimiento facial identificó como la profesora Su-Yong Shu, de la Universidad de Jiaotong de Shanghái. Shu era una de las investigadoras más destacadas en la disciplina de Lane, y una colaboradora ocasional del Ministerio de Defensa chino. ¿Qué hacían juntos?

Sin embargo, el chófer le resultaba aún más inquietante. Había visto aquella cara antes. En un hombre muy peligroso. Un hombre que, juraría, estaba muerto.

Había ocurrido en Kazajistán. Un «consejero» chino que se había escondido en un centro de mando rebelde. La unidad de Wats se había apoderado del puesto sin percatarse de su presencia. Cuando lo descubrieron, el hombre les plantó cara; luchó con una ferocidad que Wats no había visto antes ni había vuelto a ver desde entonces. Al final habían logrado matarlo. ¿Cómo era posible que estuviera allí?

Su-Yong Shu exhaló un suspiro de satisfacción. Kade percibió el deleite sensual que le había producido la comida. La profesora era una caja de sorpresas.

—Kade, hay un último motivo para mi invitación de hoy. Muy probablemente, pronto se ofrecerá una plaza en mi laboratorio para un estudiante de posdoctorado. En mi opinión, usted cumple todos los requisitos. ¿Estaría interesado?

Un rayo atravesó el cielo en el este, lejos de la ciudad, y por un instante iluminó la noche.

—Sería un honor —respondió Kade—. ¿Podría explicarme con mayor profundidad las líneas de investigación de su laboratorio?

—Nuestros objetivos son tres. —Shu los fue enumerando acompañándose de los dedos—. El primero, la comunicación directa entre cerebros. El segundo, incrementar la inteligencia humana hasta niveles sobrehumanos. Y el tercero, cargar mentes humanas en máquinas.

Kade pestañeó en silencio.

—¿Sorprendido? —le preguntó.

Kade asintió con la cabeza.

—Me encantan los objetivos. Pero ¿qué pasa con la ley? ¿Con los Acuerdos de Copenhague?

Shu le sostuvo la mirada.

—Las leyes y los tratados cambian. Esas restricciones tienen fecha de caducidad. Y nosotros estaremos preparados.

Kade volvió a vislumbrar imágenes del futuro, de un tiempo en el que trabajarían sin trabas, con una libertad absoluta para mejorar el cerebro humano, para traspasar los límites y expandirse, para dar el salto en la evolución humana. La visión de Shu del futuro de la raza humana era sublime. Y él ansiaba ese futuro. Ansiaba formar parte de él.

Y mientras la investigadora proyectaba esa visión, Kade podía sentir que la mente de Shu trataba de conectar con la suya, de atraerla. Los nodos Nexus de su interlocutora lanzaban sondas de afinidad que buscaban nodos complementarios en el cerebro de Kade. Este sintió una ráfaga de esos nodos recorriéndole la mente. Sus nodos Nexus resonaron en respuesta a las sondas de Shu, listos para responder, y solo el sistema operativo Nexus y la fuerza de voluntad de Kade los disuadían de hacerlo.

No podía permitir que Shu descubriera por qué estaba allí.

Intentó comportarse con naturalidad.

—Su visión del futuro me deja impresionado, doctora Shu. Me causa admiración que esté haciendo todo este trabajo para sacar ventaja al resto.

Shu se llevó la taza de té a los labios, le dio un sorbito y cerró los ojos momentáneamente para saborearlo.

—En efecto —repuso—. Siempre es bueno sacar ventaja al resto.

Entonces hizo algo que Kade no entendió. De su cerebro brotaron nuevas sondas, siguiendo una pauta tan intrincada y a tanta velocidad que Kade fue incapaz de seguirlas. En la mente de Kade empezaron a revolotear figuras y colores. Por un momento no supo qué estaba ocurriendo, pero entonces percibió el cambio, vio los errores. En algún rincón de su mesencéfalo, varios conjuntos de nodos Nexus escaparon a su control y empezaron a transmitir por su cuenta, en contra de su voluntad. Y el fenómeno no hacía más que extenderse.

Activó uno de los escudos creados por Rangan.

[activar: aegis]

Los cortafuegos, que descendieron como unos escudos macizos para proteger sus pensamientos, bloquearon la entrada de señales externas. Los agentes de vigilancia aislaron los nodos de su cerebro que no estaban comportándose como debían y los acribillaron a señales de desactivación.

«Mantén la calma.» Dirigió una sonrisa relajada a Su-Yong Shu.

Nuevos mensajes de error asaltaron su campo visual. Los guardianes estaban fracasando. Los nodos en su cerebro estaban a punto de ponerse en contacto con los de Shu. Su pauta estaba extendiéndose por su mente. El número de nodos rebeldes no paraba de crecer y dirigirse hacia Shu. Su potencia de transmisión ya no podía medirse en microvatios, había que hacerlo en milivatios. ¿Ya sería capaz la profesora Shu de oírle? Tenía que detener aquello antes de que fuera demasiado tarde.

Kade maximizó la ventana del cortafuegos y bloqueó la salida de las señales procedentes de su cerebro. Nada cambió. La señal invasora continuaba propagándose por su cerebro y empujando sus nodos hacia los de Shu. Empezó a fallar el sistema operativo Nexus. Los errores se acumulaban. Sus nodos Nexus estaban transformándose en nodos de Shu.

Estaba perdiendo la batalla. Sus escudos se resquebrajaban. Los nodos Nexus en su cerebro estaban sincronizándose con los que poseía Shu en el suyo. Kade empezó a notar las caricias de la mente, vasta y majestuosa, de la profesora en la suya.

Sus opciones disminuían a marchas forzadas. No le quedaba más remedio que detener todos los sistemas implantados en su cerebro.

[detener sistema] [detener sistema] [detener sistema]

Se ejecutó la orden. Los procesos se cerraron y desaparecieron todas las ventanas. El código del paquete de serenidad —que mantenía a raya sus niveles de serotonina, regulaba su ritmo cardiaco y su respiración y suprimía las señales de pánico que se propagaban por su cuerpo amigdalino— se detuvo.

El comportamiento viral no cesó.

Los nodos Nexus en su cerebro continuaron buscando los nodos de Shu.

Brotaron gotas de sudor en la frente de Kade y empezó a palpitarle el cuello. Estaba jodido de verdad. Solo le quedaba una opción.

«Volcán. Mastodonte. Cedro.»

Kade oyó las palabras; las visualizó sobreimpresionadas. El mantra se desplegó en su interior y una imagen fractal se expandió por los recovecos de su mente, borrando a su paso todos los recuerdos, su identidad y sus pensamientos y sustituyéndolos por, por, por…

Una neblina envolvió fugazmente la realidad. De pronto volvió la claridad. Kade pestañeó. Se sentía mareado, repentinamente… desorientado. Volvió a pestañear. Se llevó el vaso de agua a los labios. Le temblaba la mano. Maldita sea, estaba nervioso. ¿De qué estaban hablando?

—Disculpe, profesora Shu, ¿me decía? —La miró a los ojos.

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