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NEXUS » 23. El beso de Buda

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CAPÍTULO 23

EL BESO DE BUDA

La fiesta se celebraba en un club situado en un callejón al que se llegaba por otra calle lateral sin nombre de las que cortaban Soi Sama Han. Sam leyó el nombre del local, escrito en tailandés encima de la puerta: Joob Phajaow. «El Beso de Buda», tradujo mentalmente. Era un nombre irreverente en una sociedad muy religiosa. Un rumor de voces y de música llegaba hasta la calle.

La zona era tranquila, moderna, vecina al libertinaje sórdido del barrio de prostitución de Nana y los frutos ilícitos de Sukchai, pero ajena a ambos. «Exactamente la clase de lugar que los tailandeses jóvenes en plena ascensión social elegirían para una fiesta», se dijo Sam.

Narong apretó el botón que había junto a la puerta maciza de cobre. Un musculoso gorila tailandés les hizo un gesto para que entraran.

El espacio estaba ocupado por sofás bajos. Las paredes estaban pintadas de rojo y dorado, adornadas con inscripciones en tailandés, flores de loto y budas. Había grupos de tres o cuatro personas, jóvenes tailandeses con pinta de modernos y algunos extranjeros, repartidos por el local. Los estudiantes sonreían y charlaban, con un elegante vaso con una bebida transparente o de algún color en la mano. En un rincón, un trío fumaba tabaco aromático de un narguile con una forma intrincada. Una barra de bronce y madera oscura se extendía a lo largo de una de las paredes, con hileras de botellas retroiluminadas con una luz anaranjada. Los ritmos sensuales de la música flux llenaban el espacio. El pinchadiscos estaba en otro rincón, con los ojos ocultos bajo unas gafas de sol y unos cascos exageradamente grandes, moviéndose con un suave balanceo al ritmo de la música que pinchaba mientras manejaba la mesa. Tres veinteañeras tailandesas, con minifaldas metálicas y brazaletes de oro, se contorsionaban en la pista de baile, enfrente del pinchadiscos.

Narong los condujo hasta la barra y se dirigió en tailandés al camarero.

El camarero se volvió hacia Kade.

—¿Conoces a DJ Axon? —preguntó elevando la voz por encima de la música y de las voces.

—Sí —respondió Kade en un grito para que el camarero le oyera—. Es mi mejor amigo. Estudiamos juntos.

—Vaya, pues tienes que traerlo por aquí algún día. ¡Lo recibiremos con los brazos abiertos!

El camarero se llamaba Yindee, y la primera ronda corrió a su cuenta. Les sirvió unos combinados bien cargados de leche de coco y alcohol con un toque de citronela, de un sabor muy intenso.

Narong los llevó a dar una vuelta por el club y les presentó a varias personas. Conocieron a Baroma y a Lalana, a Yama y a Jao, a Tonga, a Chuan y a Rajni. Al amigo francés de Rajni, Pierre. Zuka era de Zimbabue y estaba trabajando en los fundamentos neurales de la moralidad. Will era muy británico y ya iba bastante bebido. Loesan era el presidente de la Asociación de Estudiantes de Neurociencias Tailandeses y un brillante neurolingüista. El pinchadiscos se llamaba Sajja.

Sam identificó a todas las personas con sus lentillas tácticas. El que afirmaba llamarse Chuan era sospechoso de trapichear con Nexus. Baroma era el responsable de un blog anarquista llamado Devorar-Occidente que él pensaba que era anónimo, pero probablemente solo publicaba palabrería. Del resto, nadie era sospechoso de nada.

El pinchadiscos dio entrada a una canción nueva. Sam percibió la sonrisa de Kade. Era un tema original de Rangan Shankari; un homenaje a su amigo y una manera de darles la bienvenida. A la agente le asaltó de repente un recuerdo de la fiesta en la que había conocido a Shankari, la manera como había conocido de inmediato hasta el último detalle de cada canción que pinchaba Rangan gracias al Nexus 5 presente en su cabeza. Recordó la agradable sensación de sorpresa que se llevó cuando eso sucedió.

«Concéntrate, Sam.»

Borró esos pensamientos de la cabeza y se concentró en el trabajo. De momento no había ni rastro de Suk Prat-Nung. Pero alternar con Narong y sus amigos podría reportarle beneficios más adelante.

Kade estaba divirtiéndose. Los estudiantes lo trataban con admiración y él flirteaba con una joven tailandesa llamada Lalana, a la que contaba las aventuras que había vivido con el famoso DJ Axon. Lalana no paraba de reír y escuchaba con atención todo lo que decía el chico.

Sam se fijó en las chicas de la pista de baile, que de vez en cuando desenvolvían unas pequeñas pastillas rosas y las introducían sensualmente en la garganta de sus compañeras. Dos de las chicas no tardaron en arrimarse y bailar con las caderas y las cinturas pegadas. Se besaron con lascivia. La tercera se apretó contra ellas y empezó a acariciarlas.

—Se llama Safo —le explicó Narong al oído—. Hace que las chicas se enrollen con chicas. Los efectos duran un par de horas.

Sam se volvió hacia él. Narong se había pegado a ella.

—¿Y no hay una que haga que los chicos se enrollen con chicos? —preguntó.

Narong asintió.

—La toman los chicos que trabajan en Patpong. Muchos de ellos solo van con hombres por el dinero. Les ayuda a que su trabajo sea más agradable.

—¿Y tú la has probado?

Narong se encogió de hombros.

—No estuvo mal. Pero prefiero a las mujeres.

Puso las manos en las caderas de Sam.

Sam se las apartó y levantó un dedo índice.

—No tan rápido, señor. Las norteamericanas no somos tan fáciles.

«Vamos, Narong. Impresióname. Llévame hasta Suk Prat-Nung y su tío Ted.»

Narong rio y se la llevó para presentarle más amigos.

La fiesta fue creciendo a medida que la gente se animaba. Sajja y otros estudiantes acorralaron a Kade y lo acribillaron a preguntas sobre Rangan, lo que dio pie a una animada conversación sobre sus proyectos de investigación, y especialmente sobre la transmisión de datos de un cerebro a otro.

Chuan invitó a una ronda. Una chica tailandesa de pelo oxigenado, con una blusa escotada y unos pechos artificialmente enormes, se acercó a él y se acurrucó a su lado. Chuan empezó a hablar de una droga llamada Sincronía. Sam aguzó las orejas.

—¿Sincronía? —preguntó con ingenuidad—. ¿Y eso que es?

—Es una mezcla de N y M. El caviar de los tripis —respondió Chuan, besándose los dedos para enfatizar su comparación.

—¿N de Nexus? —Sam quería que Chuan explicara con claridad de qué estaba hablando.

—Eso es. Y M de Empathek. El M te incita a conectar, a comprender, a amar. Y el N te permite sentir lo que están sintiendo otras personas. Es hermoso. Mágico. —Chuan cerró los ojos mientras describía la experiencia.

Sam vio con el rabillo del ojo que el anarquista aficionado, Baroma, mandaba callar a Chuan con un gesto con la mano. Chuan levantó los ojos al techo en señal de fastidio.

—Bueno, eso es lo que me han contado. Yo nunca he hecho nada ilegal. —El tono de su voz revelaba sarcasmo.

Todos menos Baroma rieron.

Sam se unió a la risa general. Miró a Chuan a los ojos y, cuando sus miradas se cruzaron, le sonrió.

«Este es el bocazas —se dijo—. Mi puerta de entrada.»

Volvió a mirar a Chuan, y con un pestañeo accedió a su biografía. Se disculpó y fue al baño para leerla con calma. Un doctorado inacabado en Neurociencias. Vinculado con Suk Prat-Nung. Soltero. Sin una fuente de ingresos conocida, pero propietario de un piso de lujo en una zona de moda de Bangkok. Le gustaba colgar fotos suyas en los clubes de moda y en locales exóticos. Las mujeres jóvenes y atractivas se tiraban a sus brazos. «Un jugador.» Sam conocía a los de su calaña. Era sencillo manipularlos.

Salió del cuarto de baño y volvió a incrustarse en el círculo entre Narong y Chuan, apretada entre ambos. Esperó el momento adecuado. Contó la historia inventada de una experiencia con LSD en una playa en México, y la conexión increíble que había sentido con las olas, el sol y el cielo. La vivencia le había cambiado la vida.

Chuan asintió sonriendo.

—¿Entonces no has probado la Sincro? —le preguntó.

Sam negó con la cabeza.

—Nunca. Aunque suena genial.

«Ofrécemela —suplicó mentalmente—. A ver qué pasa.»

—¿Y Nexus?

—Solo una vez. Hace un par de meses, en una megafiesta que montaron Kade y Rangan.

—¿Usaste Nexus con Axon? —preguntó Chuan en un tono de incredulidad.

—Sí. Y con un centenar de amigos suyos y de Kade.

—¿Todos iban puestos de Nexus? —La incredulidad de Chuan iba en aumento.

Sam asintió con la cabeza.

—Sí. Todos estábamos conectados con todos. Fue increíble.

«¿No te gustaría saber cómo lo consiguieron?»

Sam cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás y adoptó su mejor tono de voz de hippy flipada.

—Fue como si todos los que estábamos en la fiesta fuéramos uno, una sola mente gigantesca… Una disolución total del ego.

¿Cómo habrían reaccionado? ¿Se había pasado? Abrió los ojos.

Chuan estaba mirándola fijamente y se puso a reír.

—Esta tía es la bomba. —Se volvió hacia Narong—. ¡Esta tía es la bomba, Narong! ¡Has tenido suerte de encontrarla!

Sam se apretó un poco más contra Narong y sonrió a Chuan.

—En California jugamos así.

Chuan volvió a reír.

—¡Bueno, pues habrá que enseñarte cómo jugamos en Bangkok! De hecho…

—¡Chuan! —le cortó Baroma, el prudente—. ¡Vigila lo que dices en público!

Chuan se encogió de hombros y derramó una parte del contenido de su vaso. Se quitó de encima a la chica que tenía acurrucada a su lado, y con un evidente rictus de irritación replicó—: ¿En público? ¡Este club es nuestro, tío! ¡No estamos en público!

¡Kao pen kon a-may-ri-gun! —espetó Baroma en tailandés. «Es norteamericana.»

Chuan parecía desconcertado.

—¿Y? —replicó en inglés.

Sam no abrió el pico.

¡Rao jam pen thong kui! —respondió Baroma en un tono cortante, señalando a Chuan y a Narong. «¡Tenemos que hablar!» Se levantó y se alejó.

Narong se volvió hacia Sam y se encogió de hombros en un gesto de disculpa.

—Lo siento. Nuestro amigo a veces es un poco paranoico.

Narong siguió a Baroma hasta un rincón tranquilo del club. Chuan frunció el ceño, se encogió de hombros y fue a reunirse con ellos.

Hubo un breve silencio, hasta que alguien soltó un chiste sobre Baroma y sus pocas ganas de broma. El restó rio la gracia y el momento de tensión pasó.

Sam observó a los tres hombres con el rabillo del ojo. Baroma y Chuan movían los brazos con gran agitación; al parecer estaban discutiendo. Narong había adoptado el papel de mediador y hacía gestos reconciliadores. «Interesante.»

Sam se acercó al grupo de Kade y se unió a la conversación, que tenía como tema las estructuras neurales de entrada y salida de datos. Los estudiantes tailandeses lo escuchaban con atención. Era evidente que los había impresionado.

Alguien le dio unos toquecitos en el hombro. Era Narong. Le indicó mediante un gesto que se separaran del grupo.

—¿Va todo bien? —preguntó Sam.

Narong torció el gesto.

—Es un poco paranoico. Verás, me preguntaba… el viernes nos reuniremos unos cuantos. Será una cosa en petit comité, muy agradable, como familiar. —Hizo una pausa—. Montaremos un círculo de Sincronía. Seremos una docena de personas. Será bastante tranquilo. ¿Os gustaría venir a ti y a Kade?

—Suena genial —respondió Sam—. Sí, me encantaría participar.

—¡Genial! —exclamó Narong—. Nos reuniremos en un apartamento que hay arriba, en este mismo edificio. ¿Quedamos aquí a las diez de la noche el viernes?

—¡Fantástico!

Sam miró el reloj. Era casi la una de la mañana. «Hora de marcharse», le dijo a Narong. Entre ambos arrancaron a Kade de la conversación que mantenía con sus admiradores, y Narong le comentó lo de la invitación para el círculo de Sincronía del viernes.

[sam] Di que sí.

Sam percibió en su mente que Kade era reacio a ir, pero el chico finalmente aceptó.

Narong les indicó cómo llegar a Soi Sama Han, donde podrían coger un tuk-tuk o un taxi. Se despidieron y Sam y Kade salieron a la noche fresca de Bangkok.

Wats permanecía agazapado en el tejado. Había empezado a sentir la ligera molestia de una vieja herida. Kade, Cataranes y su nuevo amigo (a quien había identificado como Narong Shinawatra) se quedarían un par de horas en el club. Eso le daba tiempo para investigar un poco sobre el enigmático conductor.

Seleccionó varias fotos que había tomado con la mira telescópica del hombre de frente y buscó imágenes similares en internet con el móvil. Las posibles correspondencias aparecieron en su campo visual. Nada. Ni una. Algunas caras eran parecidas, pero ninguna era la misma. Ni la siguiente imagen de la lista, ni las doce ni las cien que las seguían. No encontró nada esperanzador en el primer centenar de resultados.

Volvió al punto de partida y seleccionó una fotografía de tres cuartos del sujeto. Revisó los resultados de la búsqueda. Basura. Más basura. Y después, más basura.

¡Un momento! Aquí pasaba algo raro. Imagen n.º 438. El primer ministro chino Bao Zhuang. No se parecían en nada. ¿Por qué le aparecía en la lista de los resultados?

Wats agrandó la imagen con el zoom y se le hizo un nudo en el estómago. El resultado de la búsqueda no era la cara de Bao Zhuang, sino la del hombre que estaba detrás de él, en sombras. Su guardaespaldas. El Departamento Chino de Seguridad Central. El equivalente chino del Servicio Secreto norteamericano.

La imagen estaba fechada en octubre de 2039. Hacía seis meses. ¿Qué probabilidades había de que un miembro del cuerpo de seguridad del primer ministro chino estuviera ahora, seis meses después, destinado como chófer de Su-Yong Shu?

¿Qué probabilidades había de que un «consejero militar» chino que había visto morir en Kazajistán resucitara dos años después para ocupar ambos puestos?

No. Wats sabía lo que estaba mirando. Eran tres hombres distintos. Todos ellos creaciones del programa chino de supersoldados. Clones.

¿Qué significaba que Shu tuviera a uno de chófer? Significaba que era una mujer muy importante.

El asunto estaba complicándose. Cuanto más sabía, menos le gustaba.

Justo en ese momento se abrió la puerta del club y arrojó luz y ruido al callejón. Wats cerró las imágenes proyectadas en sus gafas.

Kade y Cataranes salieron del local y pasaron por debajo de Wats.

Era el momento de probar otro medio para ponerse en contacto con Kade. Desde su posición en el tejado hasta el suelo había diez metros de altura. La distancia rozaba el límite del alcance de Nexus 5, pero tenía que intentarlo.

Desactivó los filtros de su Nexus y tendió vínculos hacia la mente de Kade mientras los chicos pasaban debajo de él. Allí… Kade…

«Mierda.»

Wats retrocedió y ordenó replegarse a sus pensamientos a toda velocidad. Abajo había dos mentes ejecutando Nexus. Una era la de Kade. La otra, la de Samantha Cataranes.

Contuvo la respiración. ¿Tenía el control necesario para llegar hasta Kade sin que Cataranes se enterara? No había forma de saberlo.

Esto estaba pasando de castaño a oscuro. Había llegado la hora de sacar a Kade de allí. Habría preferido que su amigo hubiera tomado la decisión que más le conviniera, pero las cosas estaban yendo demasiado lejos. Era imposible que Kade conociera el peligro real de las personas que lo rodeaban; no podía saber que la noche anterior lo habían seguido; no podía ser consciente del riesgo que estaba corriendo. Con esa falta de información no podía tomar una decisión con conocimiento de causa. Wats tendría que tomarla en su lugar.

Tenía el rifle en las manos. Lo había cogido sin darse cuenta. Sus dedos se movieron como si tuvieran vida propia y acoplaron el silenciador al cañón. Podía llevarse a Kade en ese mismo momento. Sus manos encajaron la mira telescópica al arma montada. Un tiro en la cabeza. Sus brazos levantaron el rifle y pegaron la mira al ojo. La nuca de Cataranes ocupó todo su campo visual. La retícula estaba perfectamente alineada. Seguramente tenía el cráneo reforzado con una malla de grafeno o un compuesto de espuma. Quizá la bala no penetrara su cabeza, pero por lo menos la tiraría al suelo y le provocaría una conmoción cerebral. El dedo pulgar retiró el seguro del arma por decisión propia. Cataranes contaría con filtros del dolor. Tendría que dispararle más de una bala para asegurarse de que la dejaba fuera de combate. Su dedo índice se apoyó en el gatillo. ¿Podría derribarla sin tener que matarla? La misma fuerza del impacto podría triturarle los sesos. Wats inspiró lentamente. No estaba seguro.

Para llevarse a Kade tenía que correr el riesgo de matar a Cataranes.

«Mierda.»

Bajó el arma. La pierna. Bastaría con dispararle en la pierna.

¿Y si Cataranes iba armada? ¿Y si respondía a los disparos?

Dejó salir el aire de los pulmones y volvió a colocar el seguro. Despegó la cara de la mira telescópica. El medallón pegado al pecho le pesaba demasiado.

Lo tenía tan cerca…

Había otro modo. Conocía la ruta que seguían los taxis y los tuktuks entre el hotel y el palacio de congresos. Sabía el tiempo que tardarían Kade y Cataranes en hacer ese trayecto. Una interceptación en medio del tráfico era la mejor opción de todas las que había considerado. Así lo haría. Al día siguiente.

Ya no tenía sentido continuar siguiéndolos esa noche. Pasaría a la acción mañana. Desmontó el rifle y volvió a guardarlo. Luego fue saltando discretamente de tejado en tejado en dirección a la calle principal. Había que centrarse en los preparativos.

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