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NEXUS » 32. Preparativos

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CAPÍTULO 32

PREPARATIVOS

Un pitido en la tableta despertó a Sam. Una llamada de Garrett Nichols. Entró de puntillas en el cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha para generar un ruido de fondo y contestó.

—¿Qué hay?

Sonó otro pitido. Becker se sumó a la comunicación, sus marcadas facciones angulosas ocuparon la mitad de la pantalla. Para Sam eran las 6.24 h; para Becker, las 19.24 h. Estaban casi en las antípodas el uno del otro. Sam se fijó en que seguía en su despacho.

—¿Cómo está la situación? —preguntó Becker.

—Hace veinte minutos —respondió Nichols—, Lane recibió un correo electrónico desde una cuenta anónima que le advierte que lo de esta noche es una trampa.

El mensaje apareció en la pantalla.

Sam lo asimiló.

—¿Quién lo ha enviado? —preguntó Becker.

—No lo sabemos, señor —respondió Nichols—. Se trata de una cuenta anónima. Podemos intentar rastrearla, pero seguramente no será fácil y correremos el riesgo de delatarnos.

—Inténtenlo —ordenó Becker.

—De acuerdo, señor.

—¿Con qué fuerzas contamos para esta misión?

—Con doce combatientes locales, sin contar a la agente Mirlo. Todos ellos contratistas aprobados por la CIA. —«Mercenarios», quería decir—. Con mejoras de segunda generación.

Becker asintió.

El Boca Ratón llevaba a bordo un pelotón de marines, pero desplegarlos requería una serie de autorizaciones de las que carecían. Tendrían que conformarse con los mercenarios.

—Movilícenlos a todos. Quiero que se coja con vida al mayor número de asaltantes. Podrían llevarnos a Prat-Nung.

—Sí, señor.

—Dijo que podías evitar que se autodestruyeran, ¿verdad?

—Puede hacerse, señor. Basándonos en la información recogida por el teléfono de la agente Cataranes, creemos conocer la frecuencia y el código para la autodestrucción. Podemos neutralizarla.

—Bien —aseveró Becker—. ¿Alguna otra cosa?

—Señor —dijo Nichols—, creo que deberíamos reconsiderar el papel de Lane en este asunto.

Becker entornó los ojos.

—No me diga que usted también va a soltarme el rollo de que Lane es un civil.

Sam mantuvo una respiración constante. Becker no iba a recibir una provocación por parte de ella hoy.

—No, señor —respondió Nichols—. Pero es una baza importante, fundamental para acercarnos a Shu. Quizá no sería inteligente ponerlo en riesgo esta noche.

—¿Y usted qué opina, Cataranes? —preguntó Becker.

—Señor, el agente especial Nichols me ha quitado las palabras de la boca.

Becker bajó los ojos y releyó el mensaje.

—Tomo nota. Debemos sopesar el riesgo ante la posibilidad de capturar o neutralizar a Ted Prat-Nung. Y Lane no es irreemplazable si Shu tiene previsto invitar también a Shankari.

Hizo una pausa y tamborileó con los dedos.

—Agente Cataranes, su prioridad principal es mantener con vida a nuestra baza. Este mensaje nos previene de otro intento de rapto. Eso debería facilitarle el trabajo. Agente especial Nichols, asegúrese de que el equipo de asalto también comprende que es esencial proteger la vida de Lane. Que empiecen con proyectiles no letales y que solo recurran a las armas letales en el caso de que sea absolutamente necesario.

Nichols asintió.

Sam permaneció callada.

—Solo esperan encontrarse con usted, Sam —continuó Becker en un tono más relajado—. Concentrarán su fuego en usted para mantenerla bajo control. Una docena de combatientes armados será toda una sorpresa. La ventaja es nuestra.

—Sí, señor —dijo Sam en un tono completamente neutro.

—Y borren ese correo electrónico de la cuenta de Lane. No hay por qué asustarlo. Ambos han recibido sus órdenes. Fin de la comunicación. —La cara de Becker desapareció de la pantalla.

Sam se frotó los ojos.

—Muy bien, hablemos de los detalles —dijo Nichols.

A las 6.47 h, los demonios de Watson Cole lo alertaron de que la cuenta de correo electrónico que había utilizado estaba sufriendo un ataque. Se había recibido una respuesta desde la cuenta de Lane que contenía un troyano muy conocido. Si lo abría, cedería al atacante el control de la cuenta y de los sistemas. Cuarenta y cinco segundos después, un banco de servidores envió intentos de inicio de sesión en la cuenta, miles por segundo. Alguien la intentaba hackear. Decepcionante.

Wats se desconectó del sistema de correo electrónico sueco e introdujo los comandos para hacer desaparecer la máquina desechable de las Islas Caimán.

El ciberataque revelaba que la ERD había leído su mensaje antes que nadie. Y su reacción demostraba que tenían la intención de tomarlo en consideración.

Wats se puso en pie y se estiró. Las articulaciones crujieron en su cuello recio y sus hombros fornidos. Se miró los brazos, enormes, la piel marrón oscuro, las manos dotadas de una fuerza sobrehumana con las palmas claras, y consideró su futuro inmediato.

Esas manos ya habían matado antes. Muchas veces.

¿Estaba dispuesto a matar otra vez?

Sí. Si era necesario, mataría.

¿Cómo afectaría eso a su karma?

Era demasiado tarde para hacerse esa pregunta. Su karma no podía ser más oscuro. Si debía sufrir para que Kade sobreviviera, así sería. Si debía hundirse aún más en las profundidades del infierno para que el mundo fuera un lugar mejor, así sería.

Volteó las manos y las escudriñó. Bajo su piel, su ADN estaba deshilachándose. Bajo su piel, estaban plantándose las semillas del cáncer.

«Todos nacemos muriendo —se dijo—. Solo importa lo que hacemos con el instante que se nos concede.»

Él ya estaba condenado. El mundo aún podía salvarse.

Había llegado el momento de recoger las armas y avanzar en los preparativos. La noche iba a ser ruidosa y correría la sangre.

En el centro de mando a bordo del Boca Ratón, una hora después de hablar con Cataranes, Nichols recibió otra llamada de Becker.

—Señor.

—Quería una confirmación por su parte. Nuestra otra baza, Noviembre, ¿se encuentra operacional?

—Sí, señor, pero…

—¿Sí, agente especial Nichols?

—Sigo pensando que la agente Cataranes debería estar al tanto de Noviembre, señor.

—No podrá revelar lo que no sepa —respondió Becker—. El programa Noviembre podría tener una larga vida. Tenemos órdenes estrictas de mantenerlo en secreto.

—Sí, señor. —Nichols inclinó la cabeza.

—Bien. He cancelado todos mis compromisos de la jornada. Permaneceré conectado con usted y su equipo la mayor parte del tiempo. Descanse un poco. Lo necesito en plena forma esta noche.

—Sí, señor.

Becker cortó la comunicación.

Nichols se sentó solo en el centro de mando, inquieto y preocupado.

Kade estaba sentado en la cama de su habitación en el hotel Prince Palace. Eran las nueve y veinte y Sam y él no tardarían en activar sus recuerdos implantados. Los de Kade se habían actualizado ese mismo día en dos sesiones de hipnosis. Olvidaría que estaba allí con un falso pretexto, que Sam era una agente de la ERD, que sus amigos de San Francisco estaban en peligro, que habían intentado secuestrarlo hacía un par de noches, que Su-Yong Shu pretendía llevar a cabo una revolución poshumana contra la humanidad, y muchas otras cosas. Sería el Kade de hacía dos meses, inocente, indemne, tímido, nervioso, optimista. La idea parecía atractiva, pensó. No lo era en absoluto.

Hoy había llevado como había podido la última jornada del congreso, con Sam y un miembro de su equipo de apoyo constantemente pegados. Por fin había visto a Narong. El estudiante tailandés se había acercado a él y a Sam y les había dicho que esperaba con impaciencia lo de esa noche.

Kade había sentido el impulso de avisarle, incluso con Sam al lado. No lo había hecho. No había podido escapar del peso de la lógica. Si alertaba a Narong, sus amigos de San Francisco lo pasarían mal. Si no avisaba a Narong y a los otros, todavía existía la posibilidad de que la situación se resolviera sin que nadie saliera perjudicado.

«Tengo que pensar con una mentalidad de estratega —pensó—. Tengo que esperar mi oportunidad. Ya llegará.»

Cataranes salió del cuarto de baño. Se había maquillado. Le había asegurado que contaban con una importante fuerza de apoyo para tranquilizarlo, pero Kade notaba que había algo en la misión que la incomodaba. Ella le había afirmado que era la adrenalina habitual previa a una operación.

Muy pronto no lo recordaría ni le preocuparía. Sería un Kade totalmente distinto.

—Hora de irse —dijo Sam.

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