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NEXUS » 42. Una cuestión de perspectiva

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CAPÍTULO 42

UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA

Kade se despertó paulatinamente. Se había quedado dormido en un momento indeterminado con la cabeza apoyada contra la puerta del coche.

Sam estaba despierta. Parecía cansada, nerviosa, tensa. Kade percibía en la mente de la agente unos pensamientos que se repetían cíclicamente: Mai; su responsabilidad en la muerte de la niña; su reacción posterior; los hombres que había matado; la gente que estaría buscándolos a ella y a Kade.

Y los planes. Planes. Camboya. Laos. Birmania. ¿Adónde podían huir? ¿Cómo?

Kade no tenía respuestas para ofrecerle. En su interior solo albergaba una ira glacial. El paquete de serenidad dominaba sus emociones. O quizá se debía a la impresión de todo lo que había ocurrido.

El coche avanzaba serpenteando. Ascendían desde la llanura por una carretera de montaña zigzagueante. La mitad de las laderas estaban ocupadas por campos de arroz, terrazas teñidas de verde y amarillo y el marrón del lodo. El resto era selva, indómita y densa. El cielo azul estaba moteado por nubes blancas. El paisaje era hermoso. No despertaba emoción alguna en Kade.

Llegaron a una planicie y a lo lejos apareció una serie de construcciones. Un monasterio se levantaba sobre un saliente en la ladera de la montaña. Edificios blancos. Patios. Tejados rojos. Coronados por ornamentadas torres doradas. En la parte inferior del complejo nacía una cascada, y el agua se precipitaba por la pared vertical del barranco hasta un lago que había varias decenas de metros más abajo.

Llegaron a su destino veinte minutos después. El Tata pasó al otro lado del muro por una puerta y se detuvo en un amplio patio con el suelo cubierto de piedras. Algunos monjes acudieron junto al coche para recibirlos. Una monja. Un médico. Se llevaron a Sam en una dirección y a Kade en otra. Condujeron a Kade hasta una celda de monje. Un monje le afeitó la cabeza con una máquina eléctrica. El médico lo examinó, le cambió las vendas, le exploró el ojo hinchado, le puso varias inyecciones, le colocó unos parches en el cuello y le pidió que tragara una cosa. La oscuridad lo envolvió como un manto reconfortante.

El teléfono sonó a las tres de la mañana. Becker alargó la mano hasta la mesilla de noche para responder. Le costó sacudirse la confusión del sueño. Era Maximilian Barnes. ¿Es que este hombre nunca dormía? Daba igual. Becker tenía luz verde para el despegue de los drones. Se deshizo en agradecimientos a Barnes, hasta que descubrió que estaba hablando solo. Había colgado. Becker se quedó mirando el teléfono en la mano y sacudió lentamente la cabeza.

—¿Quién era? —preguntó Claire, somnolienta.

—Nadie, cariño. Trabajo —respondió Becker.

Se levantó y se puso la bata. Podía llamar al Boca Ratón desde la línea de seguridad de su despacho en casa. En Tailandia eran las dos de la tarde. Los drones podían estar en el aire esa misma noche.

—Vuelve a dormirte, Claire.

Ya lo había hecho.

—¿Cómo va la lista de los objetivos de vigilancia? —preguntó Becker.

—Enviando a su tableta, señor —respondió Nichols.

Becker estudió la lista. La primera tanda constaba de ciento veinte objetivos. Habían interceptado una llamada entre Shu y Ananda. Habían hablado en un idioma que ningún sistema había conseguido traducir. Habían contratado a un lingüista que había descubierto que se trataba de pali, una lengua muerta empleada en las ceremonias budistas. La traducción había confirmado sus sospechas. Ananda había aceptado hacerse cargo del «chico» y de «la mujer» y ayudarles a salir del país.

La mayoría de los objetivos eran lugares relacionados con Ananda. Monasterios en los que tenía influencia. Instalaciones de universidades que podía utilizar. Lugares donde se podía esconder a dos occidentales.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó Becker.

Nichols echó un vistazo a otra pantalla y se volvió de nuevo a Becker.

—En este momento los vehículos aéreos no tripulados están repostando, señor. Los primeros aparatos despegarán esta noche, cuando oscurezca. A las 23.00 hora local.

«Vas a perder el ojo. Lo siento. No puedo hacer nada para evitarlo.»

Kade yacía en la cama diminuta de su pequeña celda, repitiéndose las palabras del doctor una y otra vez, reviviendo el momento en el que el agente de la ERD al que había atacado le había aplastado la cara con la culata de su rifle. Lee. Sam había dicho que se llamaba Lee. Wats lo había matado menos de dos minutos después.

Wats, que había muerto, como muchos otros, mientras él seguía vivo.

Se tocó el medallón de datos colgado al cuello. Wats había entregado su vida para dárselo. Había muerto intentando rescatar a Kade.

Él solo había perdido un ojo. Un mísero ojo. Debería haber perdido algo más. Tendría que ser él quien estuviera muerto.

Y ahora Ilya y Rangan… Releyó el artículo.

LA DEA DESARTICULA UNA IMPORTANTE RED DE NARCOTRÁFICO DE LA COSTA OESTE.

Viernes, 21.49 h, San Francisco, California.

La DEA ha anunciado la detención esta tarde de más de un centenar de personas y la desarticulación de la que considera la mayor red de distribución de la droga Nexus en la Costa Oeste […]

Rangan e Ilya habían sido detenidos. Iban de camino a un centro penitenciario de Seguridad Nacional.

Kade entendió ahora a Shu. Entendió su ira, su rabia.

Matarían y encarcelarían a sus amigos. Habían asesinado a Narong, a Lalana, a Chariya y a muchas otras personas inocentes que acababa de conocer. Habían asesinado a una niña, una niña especial.

Merecían lo peor. Sentía una ira glacial. Quería hacerles daño. Quería destrozarlos. Quería destruirlos. Lentamente. Dolorosamente. Cruelmente.

No aguantaba más. Tenía que salir de esta celda. Debía ocupar la cabeza con otra cosa, con cualquier cosa.

Se levantó, se apoyó en las muletas que un joven monje llamado Bahn le había llevado y salió caminando torpemente de la celda, recorrió el pasillo, giró varias veces y salió al patio por otra puerta.

Caía una lluvia tibia en la tarde bochornosa. Kade avanzó con las muletas por una galería cubierta en dirección al salón principal. Sentía las mentes de los monjes pese a que los separaban un centenar de metros. Eran unos treinta. Cuarenta. Sentía cómo inspiraban y espiraban. Estaban practicando alguna clase de meditación. Nada que ver con el efecto embriagador de la Sincronía. En este caso era pura, clara y lúcida.

Entró en la sala de meditación y divisó un cojín vacío en el fondo. Se sentó con todo el sigilo que pudo, estremeciéndose del dolor que sentía en las costillas y la pierna. Se le escurrió una muleta de la mano y se estrelló con estrépito contra el suelo. Kade sintió que el conjunto de mentes de la sala se fijaba en el sonido, lo reconocía y devolvía serenamente la atención a la respiración.

La paz que se respiraba era extraordinaria. El código de «serenidad» que estaba ejecutándose en su cabeza parecía un chiste a su lado. Esta calma era más profunda, más auténtica. Kade la quiso para sí.

Era algo más que calma. Era unión, correspondencia. Él tenía más nodos Nexus en su cabeza que ningún monje dentro de esta sala. Estaba seguro. Y, sin embargo, los monjes estaban utilizando los nodos para alcanzar algo que él solo podía soñar. Estaban haciendo lo que Ilya le había comentado multitud de veces. Juntos, ahora, mientras meditaban, estaban creando algo mayor que la suma de las partes. Eran algo más que un grupo de monjes meditando. Esta sala estaba viva. Esta sala poseía conciencia. Esta sala era una mente, y cada monje era una parte de ella.

Kade también quería formar parte de esa unión.

Se inclinó torpemente, a pesar del dolor, con la pierna entablillada estirada, cerró los ojos y se sumó a la meditación.

Sam se apoyó contra la balaustrada de piedra y contempló el paisaje que se extendía al sur mientras apuraba su tercer cuenco de estofado. El organismo le pedía calorías, le demandaba proteínas para recuperarse del daño que había sufrido. Flexionó la pierna herida. Había mejorado considerablemente en menos de un día. El milagro de la ciencia moderna. Un mero desagarro muscular no era nada para la capacidad de curación de su cuerpo con mejoras implantadas. Engulló otra cucharada de estofado, más nutrientes para acelerar la recuperación de su organismo.

¿Qué hacía aquí? ¿Y ahora qué? Este lugar transmitía una maravillosa sensación de sosiego. En su interior se había instalado algo inesperado, una sensación de tranquilidad, de aceptación.

Sin embargo, este sentimiento no aportaba respuestas. Tampoco detendría el ataque de un pelotón de la ERD.

Tenía que marcharse. Había que moverse constantemente. Y, si por alguna casualidad, lograba evitar que la capturaran y la mataran, tenía que encontrar algo que hacer con su vida. Necesitaba un propósito.

Había entrado en la ERD con la pasión de la juventud. Ellos combatían el mal, eran los que detenían a los hombres que hacían cosas como las que les habían hecho a ella, a su hermana y a sus padres. Pero ahora…

«Mai está muerta por mi culpa. Una niña.»

Ya era demasiado tarde para cambiar eso.

Ahora su trabajo consistía en sobrevivir. Necesitaba una identidad nueva, una cara nueva, huellas dactilares nuevas, todo lo que eso conllevaba.

«¿Y luego? —se preguntó—. ¿Qué haré con mi vida?»

Siguió pensando en Mai, en su hermana Ana, en la niña que había sido.

«Quiero protegerlos —se dijo—. Por encima de cualquier otra cosa. Quiero ponerlos a salvo.»

Se volvió y miró hacia el sur. En esa dirección, en algún lugar próximo a una aldea llamada Mae Dong, había más niños como Mai.

—¿Samantha?

Era Vipada, la joven monja que le habían asignado.

—Es la hora de la meditación.

Sam se volvió, consciente de repente del aspecto que tenía con la cabeza afeitada y el hábito blanco: una monja budista. Una sonrisa asomó a sus labios. Juntó las manos para saludar a Vipada con un wai.

—Gracias, Vipada —respondió en tailandés—. La sigo.

Entró en el salón para meditar con las monjas; sintió sus mentes practicando la técnica llamada vipassana, la observación de las cosas tal como son, meditando según la forma metta, el estado de la amabilidad con cariño, de la compasión por uno mismo y los demás. Meditaban y sus mentes se unían.

No recordaba haber experimentado algo tan hermoso en toda su vida. El contacto de otra mente en un estado de serenidad tan profundo, el contacto que permitía Nexus… ¿Cómo podía ser algo malo? ¿Cómo era posible que hubiera luchado con todas sus fuerzas para erradicarlo?

«¿En qué estoy convirtiéndome?»

A las 22.49 h, bajo un cielo nocturno negro y nublado, a treinta kilómetros de la costa de Tailandia, una porción del casco absorbente de ondas de radar y de sónar del Boca Ratón empezó a abrirse. Aparecieron unas fisuras en la redondeada cubierta de proa de la nave sumergible para operaciones encubiertas. Esas fisuras revelaron unos paneles que habían permanecido ocultos. Los paneles se convirtieron en unas fosas cuando se retrajeron; se desplazaron lenta y silenciosamente hacia los lados y debajo apareció una cubierta de combate. A medida que el casco indetectable se retraía, las lanzaderas situadas en la cubierta abandonaron su posición horizontal y se alzaron hasta formar un ángulo de treinta grados, apuntando hacia el norte, en dirección a Tailandia.

Por un momento, el silencio fue absoluto. La oscura nave cabeceaba silenciosamente en las aguas tropicales del golfo de Tailandia. Pero entonces se produjo el primer lanzamiento. Una forma alargada y oscura surcó el cielo nocturno. Setecientos ochenta milisegundos después se realizó el segundo lanzamiento, y así sucesivamente. En menos de diez segundos, el Boca Ratón puso en el aire doce vehículos aéreos no tripulados de la clase Viper. Los drones de reconocimiento y combate desplegaron sus alas indetectables un segundo después del despegue, activaron sus propios motores propulsores, adquirieron la velocidad de crucero subsónica a una altitud de diez metros y se dispersaron.

Mientras los Viper desaparecían en la noche, las lanzaderas recuperaron su posición inicial. Pocos segundos después del último lanzamiento, los paneles indetectables del casco volvieron a deslizarse para ocultar la cubierta de combate.

Sobre las aguas del golfo de Tailandia, el control de inteligencia artificial del Viper n.º 6 calculó su posición y la cotejó con el plan de vuelo. El dron viró y puso rumbo norte noreste para evitar el concurrido espacio aéreo de Bangkok y los radares del control de tráfico y dirigirse hacia Saraburi y las montañas del noreste. Transportaba unas cargas que debía liberar.

EXTRACTO DE UNA TRANSCRIPCIÓN:

Una mirada a Estados Unidos de América con David Ames, sábado, 21 de abril de 2040.

Presentador: …y bienvenidos de nuevo a Una mirada a Estados Unidos de América. Esta mañana nos acompaña la consejera de Seguridad Nacional, Carolyn Pryce. Señora Pryce, gracias de nuevo por haber aceptado nuestra invitación.

Pryce: Es un placer estar aquí, David.

Presentador: Señora Pryce, hablemos de la situación en Tailandia. El incendio y los tiroteos que se produjeron ayer en Bangkok dejaron más de treinta muertos en un inmueble relacionado con la distribución de Nexus. El gobierno tailandés afirma que unidades de Estados Unidos estuvieron implicadas en el suceso. ¿Qué nos puede decir al respecto?

Pryce: David, permítame transmitir mi más sincero pésame a las familias que perdieron a seres queridos en el incendio. Por supuesto, Estados Unidos no ha tenido nada que ver con el incidente. Tailandia es un aliado cercano y un importante socio para los asuntos de la región, y esperamos que cuando los ánimos se calmen las autoridades tailandesas comprendan que han cometido un error.

Presentador: ¿Qué opina sobre los informes que hablan de duros tiroteos?

Pryce: Bueno, como usted mismo ha dicho, al parecer se trataba de un edificio desde donde se distribuían drogas ilegales. Hemos visto episodios violentos relacionados con el narcotráfico en México, Afganistán y Colombia. Es muy probable que se tratara de una guerra territorial entre bandas rivales. Dichas bandas criminales son una de las razones de que el presidente Stockton haya convertido la lucha contra el narcotráfico en una de sus prioridades en materia de política exterior.

Presentador: Las autoridades tailandesas afirman que el ADN recogido en el lugar de la tragedia pertenece a un ciudadano norteamericano, un hombre llamado Michael Lee, que, según dicen, era un agente encubierto norteamericano.

Pryce: Bueno, David, si bien es cierto que el señor Lee vivió en nuestro país durante muchos años, la verdad es que sus padres eran chinos que emigraron a Tailandia. De modo que utilizar su presencia para denunciar la participación de Estados Unidos cuando la misma prueba aporta un vínculo más fuerte con China resulta un poco aventurado. Espero que las autoridades tailandesas estén pidiendo explicaciones a Pekín.

Presentador: Por lo tanto, ¿este hombre no era un agente norteamericano?

Pryce: Rotundamente no.

Presentador: ¿No hay agentes estadounidenses desplegados en Tailandia?

Pryce: Ni uno.

Presentador: Ahora voy a mostrarle las imágenes de una rueda de prensa en la que las autoridades tailandesas han hecho públicas algunas pruebas encontradas en el lugar del incendio que, según afirman, relacionan de una manera concluyente al ejército estadounidense con la tragedia. Dentro vídeo.

<Hombre hablando en tailandés. La cámara recorre una mesa donde hay expuestos cuchillos y armas de fuego deformados y fundidos por el calor extremo. El hombre continúa hablando en tailandés. Subtítulos: «…armas indetectables de fabricación estadounidense… Se han encontrado más de veinte… la única explicación evidente…».>

Presentador: ¿Cómo puede explicarlo?

Pryce: David, creo que las imágenes hablan por ellas solas. Esas armas están tan deformadas y fundidas por el fuego que incluso es difícil discernir qué modelos son. Y, por desgracia, hoy en día no es nada difícil adquirir armas de esa clase, fabricadas en cualquier país, en el mercado negro. Por eso el presidente Stockton ha hecho de la lucha contra el tráfico internacional de armas, especialmente de las más sofisticadas, de las armas de alta tecnología, una de sus máximas prioridades.

Presentador: Hablemos ahora de la situación en Turkmenistán…

FIN DE LA TRANSCRIPCIÓN

El Viper n.º 6 viró hacia la izquierda tras su sexta descarga para poner rumbo norte noroeste hacia las montañas al noreste de Bangkok. Volaba bajo, apenas a cinco metros de los campos de arroz y las plantaciones de caña de azúcar, fuera del alcance de los radares. Su programa de inteligencia artificial lo mantenía alejado de las aldeas y las granjas.

Dejó atrás Rop Mueang, Nakhon Nayok y Phrommani, continuó volando en paralelo a la autopista 33, manteniendo una distancia de seguridad, hasta que avistó la aldea de Ban Na, entonces enfiló hacia el noreste, adaptando su vuelo a la configuración del terreno, y ascendió siguiendo la cara vertical de un barranco tallado en la piedra milenios atrás, en dirección a las altas cumbres.

Emergió del barranco a mil doscientos metros de altitud, localizó su objetivo con los dispositivos ópticos que llevaba incorporados y calibró su GPS integrado. La inteligencia artificial le confirmó que se hallaba en su séptimo objetivo.

El Viper n.º 6 abrió el compartimento n.º 2, emprendió un vuelo rasante sobre el monasterio y roció el aire nocturno con unos minúsculos robots octópodos de vigilancia.

Uno a uno fueron aterrizando sobre el objetivo.

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