NERVE

NERVE


Seis

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¿OS APETECE GANAR ESTO?

Hago clic en el vínculo que muestra el siguiente premio: un móvil de gama alta cargado con todas las apps que pueda desear más una cámara de alta definición, conexión a internet ultrarrápida y dos años de contrato pagados. Uau.

TU SIGUIENTE RETO: DIRÍGETE A LA ZONA MARCADA EN EL MAPA QUE HAY MÁS ABAJO. PASÉATE POR LAS CALLES MARCADAS HASTA QUE CONVENZAS A ALGUIEN PARA QUE TE PAGUE CIEN DÓLARES A CAMBIO DE SERVICIOS SEXUALES. NO, NO TIENES QUE LLEGAR A HACER NADA CON NADIE, TAN SOLO ENCUENTRA A ALGUIEN QUE ESTÉ DISPUESTO A PAGAR.

Se me retuerce el estómago. ¿Me tengo que hacer pasar por una puta? ¿En esa zona de la ciudad? Ostras. Deberían darme una pistola y un chaleco antibalas. Cuando mi madre trabajaba en un edificio de oficinas a una manzana de distancia, se quejaba a mi padre sobre las cosas tan desagradables que se encontraba en el aparcamiento subterráneo. Él bromeaba con que la empresa debería anunciar aquellos espectáculos como un beneficio extra y ofrecer a sus trabajadores más descansos para tomar café y pegatinas hippies para el coche a favor del amor libre. He echado de menos sus bromas. Solía haber un aire mucho más animado en casa, que se evaporó, gracias a mí.

Trato de echarle un vistazo al móvil de Ian, pero él lo mantiene muy cerca del pecho. Su rostro parpadea en diferentes colores bajo las luces de neón de la bolera, un segundo en un lavanda claro, al siguiente en un rojo chillón.

El gentío mira también sus móviles para ver hacia dónde se traslada la diversión.

Una mujer con unos rizos pelirrojos rebeldes que me recuerdan a la soprano de El Fantasma de la Ópera da unos toquecitos en la ventanilla de Ian y grita:

—¿Cuál es vuestro reto? —me señala a mí—. Tiene que ser bueno, porque la jovencita tiene pinta de estar a punto de vomitar.

Ian baja su ventanilla y se encoge de hombros ante ella a modo de disculpa.

—Tendrá que esperar a que NERVE se lo cuente.

No debería ser necesario que Ian le contase las normas. ¿Acaso no vio la mujer la edición del mes pasado? O quizá los Seguidores en persona ganen premios si consiguen que los jugadores infrinjan las normas, igual que los pueden ganar si graban algún vídeo excepcional. Joer, ya estoy otra vez con las teorías conspiratorias.

Saludamos a nuestros admiradores —¿fans?— mientras Ian vuelve a subir la ventanilla. Un tío trata de impedírselo metiendo un móvil. Su flash me deja viendo chiribitas por un instante, pero Ian consigue cerrar la ventanilla y hace el gesto de la paz a la gente que hay fuera.

Me abanico con la mano.

—Buf, son como paparazis.

—Bueno, ¿cuál es tu reto?

—Tú primero.

Apoya la cabeza contra el asiento.

—Tengo que mostrarme encantador en una zona de la ciudad que no es nada encantadora. Lo bastante encantador para que una de las chicas que trabajan allí me ofrezca hacerlo gratis —dice—. Vale, ahora desembucha tú.

—Si yo, hipotéticamente hablando, fuese a hacer otro reto, tendría que conseguir que alguien me ofreciese cien pavos por mis servicios.

Me mira de arriba abajo con ojos perezosos.

—Eso sería una ganga.

—Gracias. Creo —entonces frunzo el ceño—. Pero ¿es eso una ganga en esa parte de la ciudad? A ver, quiero decir que no me puedo creer que nadie se venda por ninguna cantidad de dinero, pero aun así, si estoy pidiendo más de la tarifa habitual, la tarea podría ser realmente dura.

Se ríe mientras saca su móvil.

—Cuanto más dura, mejor, en lo que a los clientes potenciales se refiere.

Suelto un gruñido.

Tras un minuto revisando información en su móvil, me dice:

—La tarifa típica para un servicio a domicilio oscila entre los cien y los trescientos, pero para una chica de la calle, dicen que de veinte a cincuenta. Así que estarás pidiendo algo más de lo habitual, pero tú tampoco tienes pinta de adicta a la meta, y eso sería de ayuda.

—Joer, gracias, compañero.

El estómago me da un buen vuelco. Entonces me acuerdo del premio. Un móvil maravilloso sin papá y mamá quejándose de la factura me caería del cielo. Ahora bien, ¿me voy a poner a hacer la calle para ganarlo?

Ian me cuenta que ganaría un equipo de camping de lujo. Está claro que los premios de este tío tienen que ver con los viajes. Sus ojos centellean con más intensidad que el neón del exterior, y más aún cuando NERVE nos envía una bonificación: por cada millar adicional de Seguidores online que se inscriban, ganaremos doscientos pavos cada uno. Uau. ¿Cuánta gente pagará para vernos salir vivos de zorrilandia?

—Va a ser difícil documentar nuestros retos sin espantar a las prostitutas y a los puteros.

—Tendremos que ser discretos. Y también nuestros Seguidores.

Varias docenas de ellos, la mayoría entre los diecimuchos y los veintipocos, rodean el coche, deambulando como zombis.

Mi móvil se vuelve a reír de mí. Valdría la pena dejar el juego solo con tal de recuperar mi antiguo tono de llamada. Cuando veo quién llama, no me puedo creer que NERVE esté dejando entrar la llamada. Lo cojo antes de que cambien de opinión.

—¿Estás bien? —me dice Tommy—. Parece que te han pegado un buen empujón en ese último reto.

Vaya, NERVE ha subido nuestro vídeo bastante rápido, casi en directo. No pueden haber editado mucho nuestra grabación. Pero ¿por qué permitirme hablar con Tommy? ¿Van a retransmitir nuestra llamada? Quizá quieran saber hacia dónde tiro; eso debe de ser.

—La cadera me escuece un poco, pero estaré bien.

—Puedo ir a buscarte ahora mismo. No estoy lejos.

Por supuesto que no lo está. Respiro hondo.

—Espera, Tommy, no lo hagas. Acabamos de recibir nuestros siguientes retos. Todavía lo estoy decidiendo —con el rabillo del ojo, veo a Ian sonriendo de oreja a oreja.

La respiración de Tommy llega a trompicones.

—¿No estarás valorando seriamente hacer otro reto?

—Es por una pasada de móvil y tal vez un poco de dinero. Eso a lo mejor no significa mucho para alguien con un fondo en el banco y un coche nuevo, pero para mí es mucho.

—Ya te has hecho daño. No vale la pena que te maten por ello.

—No te pongas dramático. No te asignan retos que supongan un riesgo para tu vida. Solo te la hacen incómoda de veras.

—¿Y cuál es el reto?

—Te has inscrito como Seguidor, así que no te lo puedo decir.

¿Habrá alguna manera de mantenerlo cerca para que haga de red de seguridad? Ojalá tuviéramos un código secreto para poder decirle nuestro lugar de destino con antelación sin que NERVE se diera cuenta.

Los mensajes secretos me recuerdan aquella vez en que Syd y yo estábamos en séptimo y preparábamos su audición para El milagro de Ana Sullivan. Memorizamos los papeles de Anne Sullivan y Helen Keller e incluso llegamos a aprender a signar el alfabeto, lo cual acabó resultando muy útil para comunicarnos durante las clases. Qué ganas de llamar a Syd y contarle lo que voy a hacer, muchas más que de contárselo a Tommy. ¿Por qué ha tenido que ir detrás de Matthew?

La voz de Tommy interrumpe mis pensamientos.

—No vayas, Vee. He oído rumores de que una de las chicas que ganaron en la última edición…

La llamada se corta con un ruido estático. No da señal cuando intento devolverle la llamada. Mierda de móvil.

Ian da palmaditas en el volante.

—Si sigues jugando, hipotéticamente, ¿querrías que fuéramos juntos?

Se abrocha el cinturón de seguridad, lo cual me tranquiliza. ¿Se lo ponen los psicópatas asesinos? Además, meterme yo sola con mi coche en esa zona de la ciudad se me antoja más arriesgado que ir con él. Y de todos modos, ¿qué va a hacer, con todos estos Seguidores por aquí?

—Claro —le digo como respuesta no solo a la pregunta sobre el medio de transporte, sino al respecto de mi participación en el próximo reto. Me cuesta creer que acabo de completar uno en vivo, y aquí estoy a punto de intentar otro. Yo, Vee, la chica de detrás de los focos.

Ian arranca el coche, y los dos hacemos un gesto a los Seguidores con el pulgar levantado para hacerles saber que seguimos jugando. Ellos lo celebran y se dirigen a sus coches mientras yo informo a NERVE de mi decisión. ¿Qué se inventarán los del juego a continuación? Detrás de nosotros viene un grupo tocando el claxon, y algún coche lleva la música tan alta que puedo sentir los bajos.

Ian arruga la frente.

—Aunque molaría llevar a alguien aparte de nosotros para que documente el reto, esta gente puede hacer más mal que bien.

Un tío en la calle le hace un calvo a sus amigos, que se parten con escándalo. Veo cuánta razón tiene Ian, pero darle plantón a los Seguidores significa ponerlos en nuestra contra. El mes pasado, un jugador de las rondas de Los Ángeles no dejaba de sacarle el dedo a sus Seguidores en persona, y ellos le sabotearon su siguiente reto, y lo echaron del juego.

—Podemos pedirles que se comporten si es que se desmadran demasiado. Además, NERVE les va a contar dónde es nuestro reto antes o después.

Ian tiene que dar un volantazo para evitar a una chica que va haciendo volteretas laterales a nuestro paso.

—Son peligrosos.

Acelera para salir del aparcamiento y hace varios giros rápidos para coger distancia de la mayor parte del grupo. Un par de coches derrapan detrás de nosotros, pero un acelerón al pasar un semáforo que se está poniendo en rojo los pierde también. ¿Quién iba a decir que un coche de aspecto tan práctico se pudiese apañar tan bien?

Comprendo sus actos, pero me siento como si estuviese cruzando un puente al que le han cortado un cable. ¿Se lo habrá pedido NERVE, igual que yo he tenido que dejar plantado a Tommy? Si es así, ¿qué más le pedirá el juego que haga sin decírmelo a mí antes?

Jugueteo con el cinturón de seguridad.

—No estoy segura de que perder a nuestros Seguidores sea una idea tan buena.

—No te preocupes, solo es temporal —una vez ha realizado unos cuantos giros más para asegurarse de que no nos sigue nadie, enciende la radio y dice—: Les daremos algunas escenas jugosas para compensarlo, lo prometo.

—Hay un montón de gente a la que tendremos que compensar después de esta noche —le digo.

—Sí, parece que tu novio está mosqueado.

¿Lo estará diciendo para descubrir si tengo novio o no?

—Estoy segura de que a tu novia tampoco le hizo feliz que la dejaran tirada.

Las comisuras de sus labios se tuercen un poco hacia arriba.

—No tengo novia.

Mmm, la buena noticia es que está disponible, la mala es que quizá no pueda quedarse solo con una.

—Bueno, Tommy no es mi novio, y no entiende que alguien se exponga ahí fuera por unos premios de lujo.

—Los que nacen podridos de dinero nunca lo entienden.

—¿Qué sabrás tú, el chaval de la academia privada con un móvil caro que te pasas?

La expresión de su rostro es dura.

—Este móvil me lo he currado. Igual que la academia.

—¿En serio? ¿Cómo? Yo quiero tu trabajo.

No es que me importe trabajar en Vintage Love, lo que es un asco es el sueldo. Hace un gesto negativo con la cabeza con una sonrisa tensa y sube el volumen de la radio. El coche vibra. Vale, no me debe ninguna explicación. Tampoco es que yo le esté revelando la historia de mi vida.

Hago un gesto con la barbilla hacia el altavoz del coche.

—¿Quién es este?

Se le afloja la mandíbula.

—¿No has oído nunca a los Rolling Stones? ¿Mick Jagger? Son un clásico.

—Algo suyo he oído, pero no esta canción.

—Entonces esta es tu noche de suerte.

¿Tendrá razón? ¿Es esta mi noche de suerte? Hace menos de dos horas que mi mejor amiga se echó encima del tío que me gustaba desde hace un mes. Sin embargo, ahora me he ganado un par de zapatos y un cambio de imagen. Además, voy en coche con un tío que está que te mueres. Cierto, vamos hacia la zona más cutre de la ciudad, donde me haré pasar por una puta. O tal vez me lleve una paliza. O peor… todo el mundo sabe que la vida de las prostitutas no es como en Pretty Woman o en La Reina del Vaudeville. Pero yo solo voy a fingirlo. Así que, con todo y con eso, es probable que mi suerte quede equilibrada.

Aparcamos a un par de manzanas de la zona marcada en el mapa de NERVE, y me doy un poco de lápiz de labios mientras valoro mis opciones de vestuario. El atuendo que llevo, con las bailarinas planas, difícilmente pasa por el de una prostituta, pero a lo mejor sí que puedo dar el aspecto de una colegiala guarrilla. Tiro de la camiseta hacia abajo para que asomen los tirantes del sujetador, me subo la falda y me recojo el pelo en un par de coletas con unas gomas elásticas que encuentro en el fondo de mi bolso. Ojalá tuviese una piruleta.

Antes de salir del coche, decidimos que mi bolso estará más seguro en la guantera que si lo llevo encima, lo cual me retuerce aún más el nudo del estómago que me ha formado el hecho de pasearme por esta parte de la ciudad, pero al menos me llevo el móvil. Eso no me lo dejo ni de coña.

Fuera del coche, Ian me señala la chapa de la campaña electoral.

—Tal vez prefieras quitarte eso. No me parece sensato que la gente del mundillo del… mmm, del espectáculo tome partido por una opción política.

—Dudo que la mayoría de los tíos de ahí fuera sepan siquiera quién es Jimmy Carter, pero tienes razón —me quito la chapa y me la guardo en el bolsillo.

Vale, ha llegado el momento de meterse en el papel. Syd dice que siempre se empieza por la postura. Trato de dejarme poseer por cualquier gen de diva que pueda tener y adopto una pose.

—¡Hola, Seattle, carne fresca a la venta!

Ian pasa un largo rato mirándome de la cabeza a los pies.

—Fijo que te hacen alguna proposición en diez minutos. Es probable que a esos tíos repulsivos que se pasean buscando prostitutas les encanten las chicas morenas despampanantes con los ojos azules y con pinta de colegiala.

—Hum, gracias.

Digo yo que lo de «despampanante» y lo de «colegiala» se anulan lo uno a lo otro, pero creo que lo dice como un cumplido.

Me froto las manos en los muslos.

—Aun así, ojalá hubiera traído algo de maquillaje.

Se me queda mirando de un modo que me produce escalofríos de los omoplatos hacia abajo.

—¿Sabías que las prostitutas fueron de las primeras mujeres que se pintaron los labios?

—Tiene su lógica. Querrían estar guapas para atraer clientes.

—Claro, lo utilizaban para atraer clientes, pero no era tanto por ponerse guapas como para anunciar que ofrecían servicios especiales, del tipo oral.

—Oh —le miro con los ojos entrecerrados—. Primero la búsqueda sobre la abstinencia, después las tarifas de las putas, ahora sobre las prostitutas de hace siglos. Estoy aprendiendo un montón sobre sexo contigo esta noche.

Ian saca el móvil.

—También podemos hablar sobre cosas que no sean sexo. Como, por ejemplo, ¿sabías que hay culturas en las que se piensa que cuando te sacan una foto te roban una parte del alma?

—Creía que eso era una leyenda urbana que la gente utilizaba cuando tenía un día de perros.

Me apunta con el móvil.

—Tú misma.

Le ofrezco mi mejor mohín de supermodelo mientras él me saca una foto. ¿Qué número hace esta, de todas las que me han sacado ya esta noche?

Él se pasa la mano por el pelo.

—Creo que será mejor que empecemos. No va a ser fácil convencer a una dama ocupada para que me lo ofrezca gratis.

Con esos ojos oscuros y su sonrisa de complicidad, fijo que está acostumbrado a recibir montones de ofertas.

—Lo harás fenomenal.

Nos movemos con brío, lo cual me va muy bien en parte porque hace frío y en parte porque así espero soltar los nervios que tengo en el pecho. Aun así, me tengo que aplicar para seguir el paso de sus largas zancadas.

Cuando llegamos a la avenida principal, Ian baja el ritmo a un paseo.

—¿Por qué no vas tú por delante de mí? Yo mantendré abierto el canal de videochat con NERVE. Quédate bajo las farolas tanto como puedas.

Ese es todo el plan que se nos ocurre por el momento. Con un guiño y un saludo con la mano, me quedo sola, meneando las caderas en busca de un descaro que no siento, en especial con el aire helado que me entumece los cachetes del trasero. Las aceras bullen de gente de todo tipo de extracción social: universitarios de fraternidad con sus botellines de cerveza, parejas agarradas del brazo, tipos canosos con cinco capas de ropa que piden a los transeúntes dinero para «tomar» algo.

Los universitarios se ríen y eructan. Encantador. Cuando pasan por delante de mí a trompicones, me cruzo de brazos y miro para otro lado. Trabajar en una tienda me ha enseñado a distinguir un cliente potencial de un mirón que solo curiosea.

—Eh, nena, ¿cuánto pides? —grita uno de ellos.

—Más de lo que te puedes permitir —le suelto, metiéndome en lo que espero que sea una pose de prostituta callejera. Aunque he ayudado a Sydney a ensayar papeles que van desde Liesl von Trapp en Sonrisas y lágrimas hasta una princesa ninja en una obra inspirada en Tigre y dragón, ella nunca ha interpretado a una puta, así que no tengo mucho en lo que apoyarme.

Me alejo pavoneándome mientras los amigos del universitario se burlan de él. Afortunadamente, no viene detrás de mí en un intento por demostrar su hombría.

Estoy tan concentrada en los tíos que no me doy cuenta de que voy hacia dos chicas, una de piel clara que viste colores fosforito y otra de piel oscura y vestida de metálico. Las dos aparentan mi edad, salvo por unos ojos que parecen más cansados que los de mi madre. Sus escuetas blusas dejan buena cantidad de carne trémula al aire gélido de la noche, que me provoca una tiritona de compasión.

La que viste de fosforito me gruñe y me muestra un diente de oro.

—¿Qué haces aquí?

—Pasear, nada más.

Me ciño con fuerza la cazadora y tapo lo que se supone que ha de pasar por un canalillo pero que ahora no parece más que una ilusión.

La chica de color metálico me señala con el dedo. Sus uñas deben de medir dos centímetros y medio, pintadas de un tono oscuro.

—Más te vale no hacer otra cosa.

Ella y su amiga se acercan.

Intento no imaginarme el daño que podrían causar sus uñas, pero resulta complicado no ver a unos felinos selváticos desgarrando a su presa. Este reto es una mierda. Más aún que el anterior. Pero no estoy completamente sola; Ian también tiene que completar uno difícil. Es entonces cuando se me ocurre una idea.

Me dispongo a no retroceder un solo paso, como te enseñan los guardabosques de Yellowstone si un oso se acerca a tu acampada a olisquear. Cuando tengo a las chicas casi a la distancia de un golpe, les digo:

—Hay un músico que se supone que estará por aquí después de su concierto de esta noche. A lo mejor lo habéis visto, ¿no? —trato de sonreír, entre amigas.

La chica de piel clara se relame.

—¿Un músico?

Doy saltitos en mis zapatos planos, en plan groupie total.

—Sí, tía. Se llama Ian, esto… Jagger. Su padre está en los Rolling Stones, ¿el grupo de rock? Así que es algo así como de tal palo, tal astilla. Mola, ¿que no? Bueno, pues el grupo de Ian ha dado un concierto esta noche en Seattle. He visto en la página de su club de fans que después iba a ir a buscar compañía y que había mencionado un bar cerca de aquí. ¿Conocéis el «Flash»? —ese era el nombre del sitio donde hay detenciones todos los fines de semana, ¿no? Tengo que respirar varias veces después de este discurso para no hiperventilar.

La chica me pone mala cara.

—¿Y por qué iba a ir a un sitio tan penoso como ese?

Estudio la calle y, cuando localizo a Ian a unos siete metros de distancia, hago un gesto teatral con la cabeza como si volviese a mirar hacia donde he reconocido algo.

—¡Oh, Dios mío! —echo a correr hasta él seguida de cerca por el tintineo de las dos chicas.

Lo agarro del brazo.

—¡Ian Jagger! ¡Me encantan tus canciones, mucho, mucho, mucho! —mis jadeos tampoco tienen por qué ser fingidos.

Ian oculta su sorpresa con una enorme sonrisa.

—Gracias, bonita.

Las chicas, que apestan a perfume y tabaco, me apartan de un empujón. ¿Cómo esperan atraer al negocio oliendo así?

—Eh, Ian —dice la chica de piel morena—. Soy Tiffany. ¿De verdad eres famoso?

Ian se encoge de hombros y pone una sonrisita al perfecto estilo de una estrella del rock.

La otra chica anuncia que se llama Ambrosia.

—¡Nos ha jodío que es famoso! Reconozco su cara de las revistas.

Esto va mejor de lo que yo creía. ¿Se da cuenta Ian del enorme favor que le estoy haciendo? ¿Y de cuánto me debe a cambio?

Luce una sonrisa en plan «vaya por Dios» que resalta esos tremendos hoyuelos.

—Nos quedamos solo esta noche en la ciudad. Digo yo que no sabréis dónde puedo buscar un poco de diversión, ¿no?

—Ah, yo te puedo enseñar algo divertido si quieres, majo —dice Tiffany.

Ian me pasa su móvil.

—Oye, princesa, ¿me puedes sacar una foto con estas encantadoras señoritas? A mi discográfica le gusta ver a qué me dedico en diferentes ciudades.

Cojo el móvil y lo apunto hacia él.

—Claro, pero yo te puedo enseñar algo más divertido que estas chicas, y no te cobraré.

Tiffany aprieta los puños y da un paso hacia mí.

—¿Quién ha dicho nada de cobrar, zorra?

Bingo.

—Perdona, es que he asumido que…

Ambrosia, los brazos en jarras, avanza también con paso firme.

—Pues no asumas tanto, guarra.

Ian se interpone entre las chicas y yo.

—Eh, olvidaos de ella. Así que, ¿os lo queréis montar las dos conmigo? ¿Sin condiciones?

—Claro —dice Tiffany—. ¿Vas a colgar nuestras fotos en tu página de fans?

Ian me mira sonriente.

—Vuestras caras estarán por todo internet. Por eso le he dado la cámara a la chica del culo plano.

Ambas me dedican una mirada triunfal, a mí, la chica del culo plano, y le preguntan a Ian dónde se hospeda y si podrán llamar al servicio de habitaciones.

Es entonces cuando se nos acerca un tío enorme de raza blanca luciendo un sombrero tipo fedora. ¿Un fedora? ¿Está de coña?

Lleva las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos de una gabardina que en realidad debería llevar el cuello de leopardo si es que quiere completar el disfraz.

—Tif, Am, ¿os está dando algún problema este tío?

Tiffany y Ambrosia casi se caen al suelo correteando hacia aquel tipo. Las chicas lo cogen de un brazo cada una y le susurran al oído.

Él frunce el ceño ante lo que sea que ellas le están contando.

—Nunca he oído hablar de ningún Ian Jagger.

Me pego la cámara al pecho con la esperanza de que el tipo no se fije en mí. Mira a Ian con los ojos entrecerrados. Aparta a las chicas de un empujón y se acerca a él.

—He dicho que nunca he oído hablar de ti.

Ian se encoge de hombros.

—Sobre todo tocamos emo.

—¿Homo? ¿Tocáis música homo?

—No, emo. Algo así como punk, en plan angustia.

Sigue acercándose, con las manos todavía en los bolsillos, y se detiene a menos de un metro, delante de Ian.

—Así que tocas como un punky pringao, ¿eh? ¿Dónde habéis tocado esta noche?

Ian traga saliva.

—En una sala muy pequeña. Es probable que nunca hayas oído hablar de ella.

—Te he preguntado dónde habéis tocado esta noche, Ian homo-punk-pringao Jagger.

El tipo se acerca un paso más, de manera que ahora apenas los separan unos centímetros. Ian traga saliva. Sigo grabando aunque creo que ya tenemos cuanto necesitábamos. Es como si no pudiese parar. Tiffany y Ambrosia se acurrucan detrás de su chulo y cruzan miradas desorbitadas que les hacen parecer años más jóvenes.

—Parece que tenías interés en pasar un rato con mis chicas —dice el chulo. Su voz se ha vuelto más grave.

Ian sonríe.

—Solo estábamos charlando. Son guapísimas.

El chulo saca una mano del bolsillo para frotarse la barba de varios días del mentón.

—Sí que lo son. Sabes lo que te digo, también es divertido charlar conmigo. ¿Por qué no nos damos un paseíto, y charlamos?

—Eso suena fenomenal, pero me tengo que ir. Mis colegas del grupo se estarán preguntando qué me ha pasado.

—No te lo estoy pidiendo —susurra el chulo.

Ian me mira con cara de impotencia. Siento resbaladiza la cámara en las manos. Siento la tentación de guardármela en el bolsillo antes de que el tipo me la quite, pero no quiero perder esta escena.

—Quédate aquí —me dice Ian.

Por primera vez, el chulo dirige los ojos hacia mí.

—¿Está contigo? Qué mona. Que se venga también —le da un toque a Ian en el codo.

No sé si seguirles o si salir corriendo en dirección contraria. No nos puede perseguir a los dos a la vez, pero sí podría enviar a Tiffany y Ambrosia detrás de mí. Miro veloz a mi alrededor en busca de alguien a quien llamar.

En ese instante, un grupo de veinteañeros aparece a la vuelta de la esquina. Uno de ellos nos señala, y el resto saca el móvil.

Han llegado los Seguidores.

Por todas partes a nuestro alrededor, la gente nos graba en vídeo a Ian y a mí.

Mientras se acerca el gentío, el chulo frunce el ceño.

—Pero qué demonios…

Ian saluda con la mano a los Seguidores.

—Parece que unos cuantos fans más me han localizado. Debería dedicarles un rato a ellos, ya sabes.

Se mete en la parte más densa de la marea.

Yo retrocedo dentro del grupo y reconozco a una buena cantidad de ellos de la bolera. Sorprendentemente, ninguno parece molesto con que los dejásemos tirados. Y esta vez me da igual tener en la cara todas sus cámaras. Bajamos por la calle entre voces de ánimo y preguntas.

—Lo veréis todo cuando NERVE lo retransmita —dice Ian a la gente. Me coge el móvil y, con una carcajada, graba a nuestros Seguidores mientras ellos nos graban a nosotros.

El chulo y las chicas se quedan mirándonos con una expresión de perplejidad. Tiffany está llorando, como si se le hubiese escapado algo verdaderamente grande.

A mí también me dan ganas de llorar, de alivio. El buen ánimo de los Seguidores me envuelve como un escudo. Un escudo grande, bullicioso y bello. Con ellos, soy alguien. Estoy a salvo.

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