Natasha

Natasha


Capítulo 11

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Capítulo 11

Confieso que me sobresalté. Alguien sabía que Natalia, o sea, yo, estaba conectada en ese instante. No conocía muy bien el funcionamiento de Facebook, pero intuí que sería como los chats antiguos donde cuando te conectabas a la aplicación tus seguidores saben que estás online. Al encender el portátil y acceder como si fuese Natalia, sus contactos verían que ella estaba delante del ordenador y alguno de esos contactos quería que le respondiera.

No toqué nada, porque no era momento de hacer tonterías y, sobre todo, no era el momento de precipitarse. Fui consciente de que era la primera vez que tenía constancia de que alguien conocía a Natalia. Y además la llamaba con un sobrenombre cariñoso: Natasha. En el tiempo que estuvimos saliendo juntos ella nunca me dijo que en las redes sociales utilizaba ese seudónimo. Pero comprendí que dentro de su discreción no querría que nadie conociera su verdadera identidad cuando se conectaba a Facebook. Miré en la parte superior de la ventana y leí el nombre de quien se dirigía a ella: Nora Rubinstein. El mundo de los alias en internet es fascinante, porque ni Natasha era Natasha y, evidentemente, Nora no sería Nora.

Pasaron unos angustiosos segundos en los que no supe qué hacer. Mi cabeza era un torbellino de sensaciones y no me decidía a responder a ese llamamiento virtual. Si yo respondía, fuese quién fuese la tal Nora, ella sabría que alguien estaba al otro lado. Y por el cariz de su pregunta, esa chica aún creía que Natalia estaba viva. En caso contrario no se hubiera dirigido a ella.

Mi primer movimiento, de forma instintiva, fue cerrar la tapa del portátil. El golpe fue tan brusco que despertó a mi madre.

—¿Qué ha sido ese ruido? —me preguntó desde el pasillo.

—Nada, mamá. Un zapato que se me caído al quitármelo.

No se me ocurrió otro objeto que hiciese un ruido similar a la tapa de un ordenador portátil cerrándose con fuerza.

—Ten cuidado no te hagas daño.

—Lo tendré, mamá.

A continuación me puse en pie y deambulé inquieto por los dos metros de longitud que había entre la mesilla de noche y mi cama. La misma cama donde me sentaba días atrás a contemplar cómo Natalia aporreaba las teclas de ese ordenador que ahora estaba allí, ante mí, con una desconocida y misteriosa Nora esperando a que respondiera si podía hablar o no. Pensé que me podía haber preocupado un poco más de lo que hacía Natalia cuando se sentaba en mi habitación y así sabría algo más de sus amistades virtuales.

«Sí, claro» —tecleé ansioso—. «¿Qué tal estás?».

Lancé una pregunta como si ella y yo fuésemos grandes amigos. No sabía qué relación mantenían esa Nora y Natasha, pero tenía que ser cauto si lo que buscaba era averiguar más cosas sobre ella.

«Ten cuidado estos días», escribió. «El Turco anda revuelto por el asunto de ese amigo tuyo».

«…».

«¿Sigues ahí?», me preguntó al ver que yo no respondía.

¿Amigo? ¿No se estaría refiriendo a mí? No sabía quién era el Turco, pero suponía que sería el tío que la acompañaba en el Ford Ka cuando se estrelló. ¿Y por qué coño iba a andar revuelto ese tío por mí?

«…».

«¿Sigues ahí?», insistió.

«Sí. Aquí sigo». «Perdona, tengo muchas cosas en la cabeza», escribí. «¿A qué amigo te refieres?».

«A ese del que te has encaprichado, el de la empresa de paquetería».

En ese instante solo me llegaron preguntas al cerebro de manera constante, agolpándose antes de que mi memoria fuese capaz de darles respuesta.

¿Por qué la tal Nora sabía de mi existencia?

¿Quién cojones era el Turco ese?

¿Por qué andaba revuelto?

Y, lo peor de todo: ¿Por qué tenía que tener cuidado?

—¿Estás bien, Sabino? —chilló mi madre de nuevo al otro lado de la puerta.

—Ahora no, mamá. Ahora no que estoy ocupado.

Siempre que mi madre me requería al otro lado de la puerta de mi habitación, y me preguntaba si estaba bien, y yo le respondía que ahora no, tenía la impresión de que ella pensaba que me estaba masturbando. Y alguna vez era verdad, pero no siempre.

«Mañana te cuento», escribió Nora.

Fue el último mensaje que se quedó escrito en la pantalla del ordenador mientras el cursor parpadeaba de forma inquietante.

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