Natasha

Natasha


Capítulo 18

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Capítulo 18

El hotel Candelaria está ubicado a unos trescientos metros de la parada del autobús donde siempre se bajaba Natalia. Es un hotel antiguo, pero reformado. Antes de conocer a Natalia ya había oído hablar de ese hotel; aunque nunca me alojé allí. Pero en mi búsqueda infructuosa, en las horas siguientes a su desaparición, hasta que supe que había fallecido en el accidente de coche, pasé varias veces por delante. Su vestíbulo era muy luminoso y se podía ver desde la calle a través de una enorme cristalera decorada con motivos florales. En el mostrador de recepción siempre había dos chicas altas, guapas y ambas llevaban el pelo recogido en una trenza por detrás de la nuca. A las dos se las percibía muy eslavas.

Antes de entrar me dediqué a dar largos y prolongados paseos por los alrededores con intención de rebajar mi nivel de ansiedad. En la calle había mucho coche de gran cilindrada y mucho tipo trajeado y mucha mujer elegante. Pasé varias veces por la esquina donde nos despedíamos cuando Natalia se sumergía en la calle y se alejaba como un buque que se pierde en el horizonte. Tuve un arrebato de lloriqueo que reprimí enseguida para no ofrecer el espectáculo lamentable de un hombre llorando en medio de la calle.

Me detuve en la esquina y observé la avenida en toda su extensión. Recreé la espalda de Natalia caminando mientras se desvanecía de mi memoria de la misma manera que se desvanece un sueño al despertar. Había un inquietante y reconfortante vaho que teñía los cristales de los coches. Me pregunté varias veces por qué ella no quería que la acompañara hasta el hotel. Era un hotel y en los hoteles se duerme y se hace el amor. Me lo pregunté varias veces porque no comprendía por qué ella prefirió que hiciéramos el amor en el incómodo trastero en vez de hacerlo en una mullida cama de hotel. En su cama. Había dos explicaciones posibles: una buena y una mala. La buena es que ella no quería que yo supiera que era una prostituta, algo que detectaría si accedía al hotel en su compañía. La mala era que no estaba sola en la habitación del hotel y por eso no quería que la acompañase. Las dos explicaciones, tanto la buena como la mala, pasaban porque ella era una prostituta. Con el tiempo comprendí que yo ya lo sabía antes incluso de que ella desapareciera, pero en cierta manera mi subconsciente se esforzaba por no reconocerlo. Al igual que obviaba su acento y me creí eso de que se llamaba Natalia Sánchez y que estuvo en muchos sitios y por eso su acento era una mezcolanza de idiomas.

Me esperé unos agotadores segundos en la esquina más próxima del hotel, hasta que en el vestíbulo no hubiera ningún cliente. Aproveché para acceder en el momento que una de aquellas eslavas salió de detrás del mostrador y crucé la puerta giratoria y me planté ante la chica que quedaba, dibujando un rostro de fiereza y enfado.

—Buenas tardes —saludé—. Necesito información sobre una de sus huéspedes.

Ella me miró explorando mi rostro. Yo esperé unas décimas de segundo para que pensara que yo era lo que quería que ella pensara que yo era: un policía.

—Ya facilitamos diariamente la ficha de nuestros clientes a la policía —dijo.

Yo sabía, porque me lo había dicho un repartidor de mi empresa, bastante putero, por cierto, que los hoteles estaban obligados por ley a entregar diariamente un listado a la policía de los clientes que se alojaban. En ese listado adjuntaban una fotocopia del documento y los datos personales del cliente. Así la policía comprobaba cada día elementos terroristas, mafias o sujetos peligrosos para la seguridad nacional.

—Sí —acepté su excusa—. Pero necesito una información puntual ahora mismo. Es de vital importancia. —Insistí.

Ella se desplazó un metro a su derecha hasta colocarse delante del monitor del ordenador.

—¿Nombre?

—Natalia Sánchez.

—¿Segundo apellido?

En ese momento tuve una especie de conmoción. Ciertamente desconocía el segundo apellido de Natalia, detalle que ya me pasó cuando hablé con la policía. Y no lo desconocía porque no lo recordara, sino que lo desconocía porque nunca me lo dijo. Jamás habíamos mentado ni por casualidad su segundo apellido. Natalia Sánchez y nada más. Incluso el Ford Ka lo puso a mi nombre, porque dijo que de esa forma evitaba problemas legales. Y el portátil.

—¿A qué problemas legales se refería?

Fui un necio, lo reconozco. Pero estaba tan colado por ella que no me importó ninguna de las mentiras que fue soltando como suelta un calamar tinta para confundir a un depredador. Si era española tenía que tener forzosamente un segundo apellido. ¿Natalia Sánchez y qué más?

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