Natasha

Natasha


Capítulo 20

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Capítulo 20

—Hay que joderse —me dije de camino a mi casa.

Resulta que Natalia Sánchez en realidad es Natasha Kuznetsova, por lo que la dueña del restaurante Casa Bartolo tenía razón cuando detectó que ella tenía acento de algún país del este de Europa. Ahora todo estaba comenzando a cuadrar y tomar forma y cuerpo.

Pensé en acudir a la policía nacional con el cuento del novio despechado que se entera que su novia es una prostituta. Pero que no ejerce por propia voluntad, sino que la obligan. Y que probablemente el accidente de tráfico no fue un accidente de tráfico, sino que fue un asesinato. Y el motivo fue porque ella me quería proteger de ellos, que no sé quiénes son, pero me querían quitar de en medio porque ella quería dejarles por mí, porque se había enamorado.

—El amor que todo lo puede —proferí antes de echarme a llorar en medio de la calle.

Lloré de pura rabia. Supe que la policía no me iba a creer. No me iba a hacer caso. Y ni siquiera me iba a escuchar. Para comenzar creo que mi esfuerzo consistiría en convencerles de que una belleza como Natasha se hubiera fijado en mí.

Cuando llegué al piso de mis padres, mi madre estaba en el salón viendo una serie de esas de sobremesa donde todo el mundo es feliz y las chicas son bellas y los hombres muy machos.

—¿Qué tal te ha ido el trabajo? —me preguntó.

—El trabajo —repetí despacio. Fue una buena pregunta porque en ese instante recordé que no había ido a trabajar. Saqué el teléfono móvil de mi bolsillo y comprobé que lo tenía en silencio y por eso no había escuchado la decena de llamadas de la empresa reclamando que fuese a trabajar—. Bien. El trabajo muy bien, mamá.

Mi madre me miró con ojos de desesperanza. Qué cojones, era una madre y ellas siempre saben cuando un hijo miente.

—Te han llamado de la empresa varias veces —me dijo mirándome fijamente a los ojos, esperando el momento en que me derrotara y dejara de mentir.

—¿Han llamado aquí?

—Sí. Ya les he dicho que no sabía dónde estabas.

—Pues estaba allí, en la empresa. Seguramente el encargado habrá mirado hacia mi mesa en algún momento que me he ausentado para ir al baño. Hoy tengo diarrea —dije tocándome la tripa para ofrecer credibilidad.

—¿Ocurre algo, hijo?

Como no sabía ni por dónde empezar, decidí ni siquiera empezar. Cómo le iba a explicar a mi madre que esa chica que venía a casa y que ellos decían que era mi novia, en realidad era una prostituta que ni siquiera se llamaba Natalia Sánchez, sino que se llamaba Natasha Kuznetsova. Anda, explícale eso a una madre que se pasa el día encerrada en la cocina llorando con cualquier excusa. El asunto de la novia que murió la hizo llorar mucho. Pero si encima supiera la verdad, entonces lloraría durante toda la eternidad. Una madre lo comprende y lo tolera y lo encaja y lo disculpa todo. Una madre, es el mejor consejero que puede tener alguien como yo. Pero una madre, también, es la representación más excelsa de la cordura. Una madre no comprendería que su hijo se hubiera liado con una prostituta y ahora, después de su muerte, yo tratara de aclarar por qué, cómo, y por quién murió, como si fuera un galán medieval vengando la afrenta de mi princesa.

—Me voy a mi cuarto —le dije como respuesta—. Estoy bien, mamá. Solo que esta migraña me está matando.

—¿Pero no era diarrea?

—Diarrea. Migraña. Qué más da, mamá. Todo es una mierda.

Cuando entré en mi habitación tuve un arrebato de coger el ordenador portátil y arrojarlo por la ventana. Y si caía encima de un ruso, mejor que mejor. Luego, más calmado, recapacité y me di cuenta de que tenía que tomarme las cosas como son, sin aspavientos ni exageraciones. Lo único que me importaba de toda esa mierda era mi relación con Natalia. Conocerla fue circunstancial y casual.

Me subí a ese autobús porque me tenía que subir.

La vi y me senté a su lado porque tenía que verla y sentarme a su lado.

Algo cambió entre los dos. Algo debió ver ella en mí. ¿Quién sabe? Nos sonreímos. Conversamos. Nos caímos bien. Yo vi el amor, la belleza y la suerte de estar con una mujer como ella. Ella vio la estabilidad, la amistad y la sinceridad. Los dos nos vimos con los ojos del corazón. Fin del cuento. Fin de la historia.

Desconecté el portátil de la corriente eléctrica y sentí como si fuese un robot al que se le estuviera desconectando de la existencia. Una inteligencia que se mezclaba con el universo que la vio crecer. Aquel portátil era el único nexo de unión entre Natalia y yo. Entre mi pasado y mi futuro. Entre la vida y la muerte. Fuese lo que fuese lo que hubiera ocurrido, ahora ya no tenía ninguna importancia. Si ella me salvó de morir ejecutado por una banda de mafiosos y que mi cadáver formara parte de un determinado punto kilométrico de una carretera comarcal, era algo que ya me traía sin cuidado.

Antes de meter el portátil en una bolsa de viaje para llevarlo a una tienda de informática para que lo formatearan como si fuera nuevo, me dio por abrir una última vez la tapa. Era como si quisiera echar un último vistazo al pasado antes de perderlo para siempre.

La jodida ventana lateral derecha de la pantalla ascendió como si tuviese un resorte invisible que la activara cada vez que yo me asomaba a ella.

«Hola, Natasha». «¿Estás ahí?».

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