Naomi

Naomi


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Necesité esa noche y todo el día siguiente para vencer la terquedad de Naomi y sonsacarle una idea general de la trama que había tejido para engañarme.

Como yo sospechaba, Naomi había querido venir a Kamakura para poder divertirse con Kumagai. Era una absoluta patraña que Seki tuviera un pariente en Ōgigayatsu; la verdad era que la villa Ōkubo de Hase era la casa del tío de Kumagai. Y no sólo eso, sino que teníamos que agradecerle a Kumagai la casita que yo tenía alquilada. La mansión de Ōkubo era cliente habitual del vivero. Kumagai había presionado hasta conseguir que el ocupante anterior se fuera para que pudiéramos entrar nosotros. Ni que decir tiene, todo lo habían planeado entre Naomi y Kumagai. Lo de los buenos oficios de la señorita Sugizaki y el ejecutivo de la Oriental Petroleum era todo mentira. Por eso se había brindado a hacer ella misma todas las gestiones. Según la casera, Naomi iba acompañada por «el señorito Kumagai» el día que fue a ver la casita, y se había comportado como si también ella fuera de la familia. De hecho así se había presentado. La casera no tuvo más remedio que despedir al ocupante anterior y cedernos las habitaciones a nosotros.

—Siento muchísimo meterla a usted en este lío —le dije—, pero le pido por favor que me diga todo lo que sepa. Jamás utilizaré su nombre, bajo ninguna circunstancia. No tengo la menor intención de querellarme con Kumagai. Sólo quiero saber la verdad.

Al día siguiente me quedé en casa y no fui a trabajar, cosa que jamás había hecho, y vigilé estrechamente a Naomi.

—Ni se te ocurra poner el pie fuera de este cuarto —le dije con firmeza.

Empaqueté toda su ropa, su calzado y su monedero y me los llevé a la casa principal. Allí interrogué a la casera.

—¿Así que se han estado viendo los dos continuamente, mientras yo estaba fuera?

—Todo el tiempo. El señorito venía aquí, o la señorita iba allí…

—Entonces, ¿quién vive en la villa Ōkubo?

—Este año se marcharon todos a la casa principal. Vienen de vez en cuando, pero suele estar el señorito Kumagai solo.

—¿Y los amigos de Kumagai? ¿Venían también?

—Sí, venían a menudo.

—¿Los traía Kumagai o venían ellos solos, por su cuenta?

—Pues… —yo no fui consciente hasta después, pero al llegar a ese punto la casera se apuró—. Unas veces venían solos y otras veces con el señorito, creo…

—¿Venía solo alguien aparte de Kumagai?

—El señor que se llama Hamada venía solo, creo, y alguno de los otros…

—¿Y la llevaban con ellos a algún sitio?

—No, solían estar charlando en la casa.

Eso era lo más desconcertante. Si había algo entre Naomi y Kumagai, ¿por qué arrastrar a los otros a estar en medio? ¿Y qué significaba que uno de ellos viniera solo a hablar con Naomi? ¿Si todos andaban detrás de Naomi, por qué no reñían? ¿No les había visto yo a los cuatro haciendo el oso juntos la víspera? El cuadro parecía volver a oscurecerse. Incluso empecé a pensar que a lo mejor no era verdad que Naomi y Kumagai se entendieran.

Naomi no estaba por la labor de esclarecerme nada acerca de ese punto. Seguía insistiendo en que no había un complot soterrado; simplemente le gustaba verse rodeada de amigos.

Entonces, ¿por qué me había engañado con tal astucia?

—Pero, Papi, si tú nunca te has fiado de ellos. Te habrías preocupado.

—Si fuera así, ¿por qué te tenías que inventar la historia de Seki y la villa de su tío? ¿Qué más daba que fuera Seki o Kumagai?

Naomi aparentemente no supo qué contestar. Agachó la cabeza, se mordió los labios, y alzando los ojos me lanzó una mirada taladrante.

—De Ma-chan era de quien más desconfiabas. Pensé que sería mejor nombrar a Seki en vez de él.

—¡Deja de decir «Ma-chan»! ¡Se llama Kumagai!

Hasta ahí me había aguantado, pero por fin estallé. Me salía sarpullido de oírle llamar «Ma-chan».

—¡Escucha! Tú has tenido relaciones con Kumagai, ¿no es cierto? ¡Di la verdad!

—Por supuesto que no. Si tanto sospechas de mí, ¿qué pruebas tienes?

—No necesito pruebas. Lo sé.

—¿Y cómo lo sabes?

Naomi manifestaba una frialdad que daba miedo. En sus labios se insinuaba una sonrisa insultante.

—¿Y el espectáculo de anoche? ¿Pretendes decirme que eres casta e inocente, saliendo así?

—Me emborracharon y me hicieron vestirme de esa manera. Estaba simplemente dando una vuelta, ¿o no?

—¿Así que insistes en que eres inocente?

—Sí, casta e inocente.

—¿Lo juras?

—Sí, lo juro.

—Muy bien. Acuérdate de lo que acabas de decir. Ya no pienso creer nada de lo que me digas —y tras eso ya no volví a hablar con ella.

Temiendo que escribiera a Kumagai, recogí todo el recado de escribir, sobres, tinta, lápices, plumas y sellos, y se lo confié, junto con las restantes cosas de Naomi, a la casera. Luego, para asegurarme de que no saliera mientras yo estaba fuera, le dejé sólo la bata de crespón rojo para ponerse. Al tercer día estaba dispuesto a ir a trabajar y cogí el tren en Kamakura; pero en el tren estuve dándole vueltas a cómo conseguir pruebas, y finalmente decidí empezar por ir a la casa de Ōmori, que llevaba un mes vacía. Si Naomi estaba liada con Kumagai, la relación no habría empezado en el verano. Podría encontrar cartas si buscaba entre sus cosas.

Como había salido de Kamakura en el tren siguiente al que solía tomar, llegué a la casa de Ōmori cerca de las diez. Subí los escalones del porche, abrí la cerradura, crucé el estudio y subí a registrar su habitación. Abrí la puerta, di un paso, y ahogué una exclamación: Hamada estaba tendido sobre las esteras.

Al entrar yo en el cuarto se puso muy colorado, dijo: «Oh» y se levantó. Después de aquel «Oh» nos miramos fijamente un momento, tratando cada uno de leer el pensamiento del otro.

—Hamada, ¿qué haces aquí?

Él balbuceó como si fuera a decir algo, pero volvió a enmudecer, y agachó la cabeza como pidiendo clemencia.

—¿Y bien? ¿Cuánto tiempo llevas aquí, Hamada?

—Ahora mismo…, acababa de entrar.

Esta vez habló más claro, al parecer comprendiendo que no tenía escapatoria.

—Pero la casa estaba cerrada. ¿Cómo has entrado?

—Por la puerta de atrás.

—Pero la puerta de atrás también tenía que estar cerrada…

—Lo estaba. Tengo una llave.

Su voz sonaba tan débil que apenas se le entendía.

—¿Una llave? ¿De dónde has sacado una llave?

—Me la dio la señorita Naomi… Ahora que ya se lo he dicho, ya se figurará por qué estoy aquí.

Hamada levantó despacio la cabeza, y, bizco de vergüenza, me miró de frente mientras yo permanecía atónito. En los momentos de crisis le salía a la cara la sencilla honradez y el refinamiento de un chico ingenuo y mimado. Hoy no era el gamberro al que yo estaba acostumbrado.

—Y, señor Kawai, yo me figuro por qué ha venido usted hoy aquí, de pronto. Yo le he estado engañando. Y estoy dispuesto a aceptar cualquier castigo por eso. Es demasiado tarde para que se lo diga, pero hace tiempo que quería confesarle la verdad, aunque no me hubiera pillado usted así.

Mientras hablaba las lágrimas desbordaron sus ojos y le rodaron por las mejillas. Todo era absolutamente inesperado. Yo le miraba en silencio, parpadeando. Aunque creyera su confesión, todavía quedaban muchas cosas sin explicar.

—Por favor, señor Kawai, diga que me perdona.

—Pero no entiendo, Hamada. ¿Por qué te ha dado una llave Naomi? ¿Y qué has venido a hacer aquí?

—Hoy…, hoy…, estaba citado aquí con la señorita Naomi.

—¿Cómo? ¿Citado aquí con Naomi?

—Así es. Y no sólo hoy. Ya lo hemos hecho muchas veces.

Poco a poco fue saliendo su historia. Naomi y él se habían encontrado allí en secreto tres veces desde que nos fuimos a Kamakura. Yo me iba a trabajar y Naomi se venía a Ōmori en el tren siguiente. Siempre llegaba hacia las diez y se marchaba a las once y media. Así estaba de vuelta en Kamakura a la una como muy tarde, y a nadie del vivero se le ocurría pensar que en ese tiempo hubiera ido a Ōmori. También aquella mañana habían quedado a las diez, de modo que cuando Hamada me oyó subir la escalera pensó que era Naomi.

De inmediato lo único que sentí en respuesta a aquella confesión asombrosa fue un estupor y un aturdimiento que me agarrotaron el corazón. Me quedé boquiabierto; no supe qué decir. Téngase en cuenta que yo tenía treinta y dos años, y Naomi diecinueve. ¡Que una chica de diecinueve años me pudiera engañar con esa astucia y ese descaro! Hasta aquel instante jamás se me había pasado por la cabeza que Naomi pudiera ser semejante arpía. A decir verdad, todavía me costaba creerlo.

—¿Cuándo empezasteis Naomi y tú a tener este tipo de relación?

La cuestión de si perdonar o no a Hamada podía esperar; lo que me consumía era el afán de saber la verdad con todos sus detalles.

—Empezó hace mucho tiempo, probablemente antes de que usted me conociera.

—Vamos a ver, ¿cuándo fue la primera vez que yo te vi? ¿No fue el pasado otoño, cuando al volver del trabajo te encontré junto al macizo de flores, hablando con Naomi?

—Exactamente, hace casi un año.

—¿Fue entonces cuando empezó?

—No, fue antes. A partir de marzo del año pasado yo iba a recibir clases de piano donde la señorita Sugizaki. Allí conocí a la señorita Naomi. Poco después de esto, probablemente unos tres meses después…

—¿Dónde os reuníais en esa época?

—Aquí en su casa. La señorita Naomi decía que por las mañanas no tenía clases y se sentía muy sola aquí. Me pidió que la viniera a ver, y al principio vine sólo por hacerle compañía.

—¿Naomi te pidió que vinieras?

—Exactamente. Yo no sabía nada de usted. La señorita Naomi decía que su familia vivía en el campo, y que estaba en Ōmori alojada en casa de un pariente. Dijo que era usted un primo. Yo me di cuenta de que no era verdad cuando fue usted por primera vez al baile de El Dorado. Pero entonces ya… entonces ya no podía hacer nada.

—¿Lo de ir a Kamakura este verano lo planeasteis Naomi y tú?

—No, fue Kumagai quien le sugirió la idea de Kamakura a Naomi —Hamada alzó la voz para continuar—. Señor Kawai, ¡no ha sido usted el único engañado! ¡Yo también lo he sido!

—Entonces, Naomi y Kumagai…

—Sí. Ahora mismo, Kumagai es el que hace lo que le parece con la señorita Naomi. Yo noté hace mucho tiempo que a Naomi le gustaba Kumagai; pero jamás soñé que se liara con Kumagai cuando tenía ya una relación conmigo. Decía que le gustaba jugar inocentemente con sus amigos. Eso es todo lo que hay, me dijo, y yo pensé, bueno, quizá sea todo…

—Sí —dije yo suspirando—, ése es el estilo de Naomi. Lo mismo me dijo a mí, y yo la creí… ¿Cuándo descubriste que se entendía con Kumagai?

—¿Se acuerda usted de aquella noche de lluvia cuando dormimos aquí todos juntos? Entonces lo supe. Aquella noche realmente me sentí cercano a usted. Por su desvergüenza me di cuenta de que había algo entre ellos. Cuanto más celoso me iba poniendo, mejor comprendía lo que usted debía sentir.

—Al decir que te diste cuenta esa noche, ¿quieres decir que simplemente lo dedujiste de su actitud?

—No, pasó algo que confirmó mis sospechas. Fue al amanecer. Usted estaba dormido y no se enteró. Yo estaba soñoliento, pero les vi besarse.

—¿Sabe Naomi que les viste?

—Sí, lo sabe. Se lo dije después. Le pedí que rompiera con Kumagai. Le dije que conmigo no se jugaba. Si después de eso no me casé con ella…

—¿Casarte con ella?

—Eso he dicho. Mi intención era hablar con usted sinceramente de nuestro amor y casarme con la señorita Naomi. Ella decía que usted es una persona comprensiva, y que si le dijéramos lo mucho que estábamos sufriendo sin duda nos daría su consentimiento. Yo no sé si es verdad, pero según la señorita Naomi usted sólo quería educarla. Estaban viviendo juntos, pero eso no quería decir que se hubieran dado promesa de matrimonio. Y por otra parte, si se casaban, quizá no serían felices por la diferencia de edad.

—¿Eso dijo Naomi?

—Sí. Me prometió una y otra vez que si yo esperaba un poco más ella hablaría con usted y nos podríamos casar. También decía que iba a romper con Kumagai. Pero era todo mentira. Nunca pensó casarse conmigo.

—¿Crees que Naomi habrá hecho también esa clase de promesas a Kumagai?

—No lo sé, pero pienso que probablemente sí. La señorita Naomi es inconstante, y Kumagai tampoco es muy de fiar. Es mucho más tramposo que yo.

Extrañamente, yo no experimentaba ninguna hostilidad hacia Hamada; y después de oír su historia sentí como si él y yo compartiéramos el mismo dolor. En cambio Kumagai me pareció más odioso que nunca. Ahora sentía con fuerza que Kumagai era nuestro común enemigo.

—En todo caso, no podemos seguir hablando aquí, Hamada. Vamos a comer en cualquier sitio y charlamos tranquilamente. Yo todavía tengo muchas preguntas.

En un restaurante occidental habríamos estado incómodos, así que le llevé al Matsuasa, en la costa de Ōmori.

—¿Se ha tomado usted vacaciones hoy, señor Kawai? —preguntó Hamada por el camino. Ya no estaba nervioso; su tono era tranquilo y familiar, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

—Sí. Ayer también me las tomé. Desafortunadamente, las cosas están complicadas últimamente en la oficina, y no debería faltar; pero desde anteayer he estado tan nervioso que no podría trabajar.

—¿Sabe la señorita Naomi que venía usted hoy a Ōmori?

—Ayer me quedé en casa todo el día, pero hoy le he dicho que iba a trabajar. Conociéndola, supongo que habrá sospechado, pero dudo que realmente haya pensado que iba a venir aquí. Lo decidí sobre la marcha. Pensé que si registraba su habitación podría encontrar cartas de amor o alguna cosa.

—Ah, ya. Pensaba que había venido usted a pillarme. Pero, en ese caso, ¿no cree que la señorita Naomi podría venir?

—No te preocupes, le he quitado el monedero y toda la ropa. No puede ni salir a la puerta, vestida como está.

—¿Cómo está?

—¿Conoces la bata de crespón color de rosa?

—Ah, sí.

—Pues es todo lo que tiene. Ni tan siquiera una faja. No hay por qué preocuparse, es como un perro rabioso en la perrera.

—Pero ¿qué habría pasado si nos hubiera encontrado aquí? ¡Vaya jaleo!

—¿Cuándo quedasteis para veros hoy?

—Anteayer. La noche que usted nos pilló. Yo estaba enfurruñado esa noche, y para animarme me dijo que viniera a Ōmori al día siguiente no, al otro. Claro que también tenía yo la culpa. Debería haber roto con ella, o si no haberme enfrentado a Kumagai, pero no fui capaz ni de lo uno ni de lo otro. Me llamé a mí mismo cobarde; fui tan débil que sólo supe seguirles la corriente. He dicho que la señorita Naomi me engañó, pero lo cierto es que fue mi propia estupidez.

Sentí como si hablara de mí. Cuando nos condujeron a un reservado en el Matsuasa y me senté frente a él, incluso le encontré cierto atractivo.

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