Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Domingo, 21 de abril de 2013, 18.04 h

El hombre solo había pasado unas horas en aquel extraño lugar antes de que lo arrancaran de un profundo sueño, le entregasen ropa de deporte para que se la pusiera y lo condujeran a la habitación donde se hallaba en aquel momento. Un compatriota que no les había acompañado durante el viaje en avión le repetía que todo iba bien y que únicamente necesitaban hacerle un par de pruebas en una bicicleta estática. Iba vestido con traje y se mostraba afable, pero no le ofrecía explicación alguna en cuanto a dónde se hallaba. Su acento sugería que era originario de una provincia distinta a la suya.

El ciclista contempló la estancia profusamente iluminada, la bicicleta y las paredes llenas de estantes con aparatos médicos salpicados de luces parpadeantes. No tenía la menor idea de dónde estaba. Lo único que sabía era que se encontraba en algún punto de Estados Unidos. Cuatro occidentales vestidos con ropa de quirófano, capuchas y mascarillas se afanaban a su alrededor comprobando el instrumental. Se parecían al hombre que les había puesto, a él y a sus tres compañeros, una inyección nada más llegar. Una de las figuras con mascarilla dijo algo. Había llegado el momento de subir a la bicicleta.

—Hemos ajustado la bicicleta con los mismos parámetros que en la prueba de esta mañana —anunció uno de los occidentales.

—Muy bien. Este es el control. Tenemos que comprobar si el incidente ha sido una anomalía o si se trata de un problema sistémico —comentó otro, que era el que mandaba.

A continuación le indicó al funcionario chino que tenían que empezar. Con la ayuda de un traductor, este último le explicó al ciclista que notaría que el ritmo aumentaba y bajaba de intensidad y que lo único que debía hacer era ajustarse a él. Iban a monitorizar los efectos del ejercicio en su cuerpo.

—Dígale que no tiene nada de qué preocuparse —añadió el líder, y otro de los individuos con mascarilla le lanzó una mirada asesina.

—Confiemos en que así sea —añadió el jefe en un murmullo.

El ciclista empezó a pedalear. Había reparado en que la rueda trasera de la bicicleta estaba insertada en un mecanismo, y entonces comprendió el motivo. La máquina empezó a acelerar, así que se esforzó por seguir. Había practicado ciclismo antes, y aquello le pareció bastante más sencillo. Si ese iba a ser el único trabajo que tenía que hacer, podría realizarlo fácilmente. Ni siquiera le faltaba el aliento.

—Muy bien, ¿nos acercamos? —preguntó el líder al cabo de unos minutos.

—Estamos llegando al punto de crisis —respondió alguien.

Habían hecho salir al traductor antes de que empezara el experimento. Las constantes vitales del ciclista indicaban que todo iba bien. Quizá lo de aquella mañana no hubiera sido más que un accidente.

El ciclista experimentaba una sensación cercana al regocijo y deseaba que la máquina lo pusiera más a prueba. ¡Aquello era demasiado sencillo! Observó los rostros de los individuos que lo rodeaban y se alegró al ver que parecían complacidos. Sin duda sus posibilidades de obtener la libertad aumentarían si les proporcionaba lo que deseaban.

La resistencia aumentó y el ciclista se esforzó más. Lo invadió una sensación de libertad, hasta que de repente se sintió como si una zarpa le atenazara la garganta. Soltó un alarido y trató de arrancarse la mascarilla de oxígeno que llevaba puesta.

Los médicos y los técnicos empezaron a gritar al unísono. Las constantes vitales se habían descompensado… Parecía que el corazón del sujeto había fallado. El líder observó el caos que se había desatado ante él, pero no hizo siquiera amago de intervenir. Era el mismo tipo de incidente que el que había tenido lugar por la mañana, y ya estaba pensando en qué iba a decirle a su jefe. Resultaba obvio que no había sido una simple anomalía. Estaban ante un problema muy serio que tendrían que resolver.

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