Nano

Nano


8

Página 12 de 70

8

Apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Lunes, 22 de abril de 2013, 6.15 h

George se dio la vuelta en el duro sofá de Pia y notó que le dolía la espalda. Tras acostarse, se había despertado cada media hora intentando ponerse cómodo, pero no lo había conseguido. Miró el reloj y vio que en Colorado era temprano, pero para su cuerpo, habituado a la hora del Oeste, era incluso más temprano. Tardó un momento en comprender dónde se encontraba. Luego oyó la ducha. Aquello significaba que Pia se había despertado y que se estaba preparando para ir a trabajar. Era lunes. Pensó en entrar en el cuarto de baño y charlar con ella mientras se duchaba, pero no se atrevió. Supuso que Pia se lo tomaría como una intrusión en lugar de como una manifestación de cariño. La noche anterior no lo había invitado a su dormitorio, y con aquel gesto había dejado bien claro que deseaba mantener su espacio. George volvió a tumbarse.

La visita no estaba saliendo como él pretendía y esperaba. Era consciente de que se había presentado de improviso y sin invitación, pero había dado por hecho que su amiga se mostraría más cordial. Aunque le había permitido quedarse en su apartamento, durante la mayor parte de la noche anterior Pia se había comportado como si George no existiera. Su cabezada se había convertido en una siesta de tres horas. Fue tan larga que George comenzó a preguntarse si no empalmaría con la noche. Como él había viajado obedeciendo a un impulso, no se había llevado nada para leer. Pia no tenía televisor ni radio, así que tuvo que conformarse con escuchar música en el iPod y hojear los libros de texto sobre inmunología que se amontonaban encima de la mesa del comedor. No le resultaron especialmente entretenidos.

Pia reapareció al fin a las ocho de la tarde, envuelta en una bata y con aspecto de vampiro. Al menos eso pensó George, que estaba bastante molesto. Enseguida se hizo evidente que ella no estaba de buen humor ni dispuesta a darle conversación. Su comportamiento aparentemente depresivo no hizo sino aumentar la preocupación que George sentía por ella desde hacía tiempo. Hasta el momento, nada de lo que había visto de su vida en Boulder había aliviado aquella inquietud.

No pudo evitar pensar en las simples necesidades de la vida que, sin duda, Pia descuidaba: la nevera estaba casi vacía y apenas había objetos personales en el apartamento. Ella siempre solía actuar como si estuviera de paso, pero lo cierto era que en aquella casa había menos cosas de las que un viajero llevaría a una habitación de hotel. Y luego estaba lo de Berman. Su intuición le decía que la situación no era tan maravillosa como Pia quería hacerle creer. Lo último que deseaba George era incordiarla o presionarla, porque sabía que entonces se retraería por completo, pero quería demostrarle que se preocupaba por su bienestar sin llegar a cabrearla. La cuestión era cómo lograrlo.

Nada más despertarse de la siesta, Pia se había metido en la cocina. Él la siguió y se apoyó sobre la encimera mientras ella sacaba un poco de té verde de un armario y ponía agua a hervir. Pia lo miró y a George le pareció que estaba adormilada aunque se mostraba desafiante al mismo tiempo.

—Bueno, George. A juzgar por tu silencio y tu expresión, diría que estás a punto de largarme uno de tus sermones.

El joven se ruborizó. Se había convencido de que ella era realmente capaz de leerle el pensamiento.

—Bueno… —empezó a decir con tono dubitativo—, no hace falta ser un genio para ver que no has echado raíces en este sitio.

—¿Qué quieres decir con eso?

—No sé, mira este apartamento —contestó señalando a su alrededor con un gesto de la mano—. Parece la habitación de un hotel. Y eso siendo generoso, porque incluso en las habitaciones de hotel hay más fotos que aquí. Estoy preocupado por ti. Han pasado dos años desde el trauma y sigues incomunicada y lo más alejada posible del resto del mundo. Eso no es sano.

—Nunca he sido una gran aficionada a eso que llamas el resto del mundo.

—Muy bien, pues alejada de mí, entonces.

—Estoy bien, George —contestó mientras vertía el agua en una taza con un poco de té.

No había preparado una segunda taza, pero aquello no pareció preocuparla.

—Entiendo que estás a gusto en Nano y que disfrutas de verdad con tu trabajo —prosiguió George—, pero ¿qué me dices de ese tipo llamado Berman?

—¿A qué te refieres con lo de «ese tipo llamado Berman»? No estoy con ese tipo llamado Berman. Solo es el jefe de mi jefa, y sí, me gusta Nano. El trabajo que hago es estupendo. No es necesario que pienses que no sé cuidar de mí misma. Si quieres que te diga la verdad, me parece humillante.

—Pues no es mi intención. Solo quiero que sepas que me intereso por ti.

—Hablemos de otra cosa.

Pia puso fin a la conversación.

Un poco más tarde rehusó la propuesta de George, que quería invitarla a cenar para celebrar su cumpleaños, argumentando que le daba pereza vestirse; sin embargo, aceptó llevarlo a una tienda para comprar algo para la cena. Todavía vestida con la bata, se quedó en el coche mientras él entraba a por lo necesario para preparar un simple plato de pasta y una ensalada. Cuando volvieron al apartamento, él preparó la comida mientras Pia se ocupaba de la colada en el sótano. La cena resultó agradable, pero ella se esforzó en mantener la conversación alejada de su persona y bombardeó a George con preguntas sobre Los Ángeles y su trabajo como residente en la UCLA.

Antes de irse a dormir, Pia buscó una sábana y una manta para su amigo. Él había esperado que se produjera algún gesto de intimidad, pero no hubo ninguno y, mientras trataba de quedarse dormido en el sofá se preguntó si alguna vez sería capaz de intimar con ella de verdad.

En aquel momento, al oír que la ducha paraba, no supo qué hacer. Ante la duda, decidió no hacer nada. Fingió dormir mientras se preguntaba cómo actuaría ella. En su imaginación la vio salir y mirarlo con añoranza para después acercarse y despertarlo suavemente; tal vez incluso se tumbara con él un momento para rememorar el hecho de que en el pasado habían hecho el amor puede que media docena de veces.

Oyó que la puerta del dormitorio se abría con sigilo y que, un instante después, se cerraba de igual modo. Durante unos momentos reinó un silencio nervioso. En su mente, George la veía aproximarse al sofá. Por instinto, se puso instintivamente tenso mientras esperaba sentir su contacto. Pero aquello no sucedió. Lo siguiente que oyó fue la puerta del apartamento que se abría y cerraba con rapidez.

El joven se incorporó, invadido por una dolorosa sensación de incredulidad, y contempló la puerta cerrada del piso. Pia se había marchado. Saltó del sofá y corrió hacia la ventana. Llegó justo a tiempo para verla subir a su Volkswagen. Por desgracia, estaba desnudo, así que la idea de asomarse y despedirla con la mano no lo convenció. Segundos más tarde, sus opciones se esfumaron cuando la vio abandonar el aparcamiento y perderse con las primeras luces de la mañana.

Cerró las persianas de nuevo y se dio la vuelta. Recorrió la estancia con la mirada y se sintió como un náufrago a la deriva.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó con disgusto.

Ante él se extendía un día completamente vacío.

Ir a la siguiente página

Report Page