Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Lunes, 22 de abril de 2013, 6.30 h

Siendo como era un hombre hiperactivo y sumamente competitivo, Zachary Berman no necesitaba dormir mucho. Por lo general se despertaba tras haber descansado cinco o seis horas, a veces tan solo cuatro, y se levantaba de la cama de inmediato. Tomaba un poco de fruta y hacía ejercicio en la bicicleta estática mientras veía las noticias económicas de Bloomberg. Después se marchaba a Nano, donde solía llegar antes que nadie, a excepción de Mariel, que era la más destacada adicta al trabajo de la empresa. Aquella mañana, sentado tras su escritorio, Zachary no estaba de muy buen humor. Aparte del delicado estado de salud de su madre, tenía en mente otros asuntos que lo inquietaban.

Después de salir del complejo asistencial donde la mujer estaba internada, se había dirigido directamente a Nano para entrevistarse con el jefe de su equipo científico, Allan Stevens. Este le había informado del trágico final del segundo ciclista, el sujeto número 5. Berman se había puesto furioso al enterarse de que el equipo había permitido que el primer sujeto se sobreesforzara hasta el punto de provocar su propia muerte durante un recorrido por el exterior de las instalaciones; sin embargo, Stevens había defendido a su gente diciendo que sus instrucciones habían sido muy precisas y que la responsabilidad era del ciclista, que había decidido hacer caso omiso de ellas. Cuando repitieron la prueba y comprobaron que el problema se hallaba en el programa y no en los sujetos, Berman pidió que depositaran sobre su mesa un informe completo de los incidentes antes de veinticuatro horas. Necesitaba saber en qué diferían o en qué se asemejaban aquellas muertes a las otras que se habían producido a lo largo del programa.

—¿Qué crees que ha ocurrido a nivel celular? —le había preguntado a Stevens antes de marcharse.

—No estamos seguros —había reconocido el científico—. Los análisis microscópicos muestran un bloqueo congestivo del bazo y los pulmones de ambos sujetos.

—¿Y la causa?

—Suponemos que vuelve a ser inmunológica.

—¿Estamos aprovechando lo que hemos descubierto últimamente con los microbívoros?

—Hoy recibiremos nuevos cultivos, así que la respuesta será definitiva. Le inyectaremos los nuevos agentes a la última remesa de sujetos.

—Resulta irónico. Creíamos que el programa de resistencia iba a ayudar al programa de los microbívoros, y no al revés.

—Sí, es irónico —convino Stevens.

Después de revisar la correspondencia que se había acumulado durante su viaje a Pekín, Berman se recostó en su sillón ergonómico y miró el paisaje montañoso sin llegar a verlo. Pensó en qué debía decirles a sus huéspedes; afortunadamente, ninguno de ellos había presenciado el incidente. En el acuerdo estaba implícito que los sujetos del programa de pruebas eran prescindibles, pero aquellas muertes demostraban con claridad que algo no había salido como estaba previsto. Decidió que contárselo sería contraproducente. Por otra parte, sabía que los dignatarios estarían bajo los efectos del cambio horario durante su primer día en Estados Unidos. Todo el mundo sabía que viajar hacia el este resultaba más incómodo que hacerlo en sentido contrario, y no había necesidad de incrementar su malestar. Así pues le envió un mensaje a Whitney para que organizara un almuerzo con los dignatarios en el comedor de ejecutivos de la empresa. Él asistiría personalmente, junto con algunos de los altos cargos de la empresa. También debía informarles de que tendrían el resto de la tarde libre. Berman no quería tener compromisos porque tenía planes más interesantes.

A continuación escribió otro mensaje, este para Mariel, que tan solo decía: «Ven a verme». Sabía que ella estaría en alguno de los laboratorios de biología, como de costumbre. En cuanto a Whitney Jones, no esperaba que apareciese antes de una hora.

Mariel se presentó en su despacho exactamente tres minutos después. Era una de las tres únicas personas que tenían acceso a él a través del escáner de iris situado a la entrada de la suite. Las otras dos eran el propio Berman y Whitney Jones.

—Ayer perdimos otro ciclista —anunció Berman—. Eso son dos en un mismo día.

—Lo sé. Es una desgracia.

Mariel se sentó en una de las dos butacas situadas frente a la mesa de su jefe. Cruzó las piernas. Vestía pantalón, como siempre, y una blusa de seda bajo su bata de laboratorio inmaculada e impecablemente almidonada.

—El primer ciclista se saltó el protocolo, aunque nunca deberían haberlo dejado salir solo y tan pronto tras recibir el tratamiento. No obstante, si miramos el lado bueno, eso nos proporcionará más información acerca de los niveles de tolerancia, cosa que nos resultará muy útil. Lo que demuestran estos incidentes es que el sistema funciona tan bien o mejor de lo que habíamos imaginado. Quizá sea el cuerpo el que deba adaptarse, como sucede con la escalada a gran altura.

—¿Sabemos exactamente qué ocurrió?

—Stevens cree que se trata de una reacción autoinmune debida a o sumada a un estado hipermetabólico. Sabremos más cuando nos entregue el informe a lo largo del día. Todo el equipo está centrado en descubrir qué sucede.

—Me interesará conocer los detalles.

Se produjo una pausa incómoda en la conversación. Mariel se dio cuenta de que Berman miraba la pantalla de su ordenador y no a ella. Ignoraba para qué la había llamado, pero tenía que volver al trabajo. No creía que Berman la hubiera convocado para hablar sobre la muerte del segundo ciclista, puesto que Zach ya había analizado el asunto en detalle con Stevens.

—¿Me necesitas para algo en concreto? —preguntó al cabo de un momento.

—¿Qué? —repuso Berman como si se hubiera olvidado por completo de su presencia.

—Te preguntaba si querías hablar conmigo de algo en particular. Tengo que volver al laboratorio.

Berman se pasó una mano nerviosa por el cabello y durante un instante volvió a mirar la pantalla del ordenador antes de centrarse de nuevo en Mariel.

—La verdad es que necesito que hagas un par de cosas por mí. En primer lugar, quiero que me cuentes todo lo que sepas sobre ese individuo que ha venido a ver a Pia. ¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Se llama George Wilson, y ya te he contado todo lo que sé de él. Fue su compañero en la facultad.

—¿Eran amantes? ¿Lo son ahora?

Ante la inquietud de Berman, Mariel experimentó la misma punzada de satisfacción que el día anterior. Estaba claro que para su jefe la presencia de Wilson era como si le echaran sal en una herida. Se lo merecía, después de que la rechazara tras haber conseguido de ella lo que quería. Sabía que Berman era la clase de hombre que desea sobre todo aquello que no puede alcanzar. Para él solo contaban la caza y los números, nada personal.

—El informe sobre sus antecedentes no mencionaba el tipo de relación que mantenían —contestó la mujer. Habría preferido insinuar otra cosa, pero no pudo. No sabía mentir—. Ayer te conté todo lo que sabía, que fueron compañeros de clase en la facultad y que él se vio implicado en el episodio del secuestro.

—¿Y dices que es residente de segundo año en el departamento de radiología de la UCLA?

—Eso fue lo que reveló la comprobación de antecedentes.

—¿Qué aspecto tiene?

Mariel se encogió de hombros.

—Describir hombres no es uno de mis fuertes. Tiene aspecto de lo que es: un joven médico que está cursando su especialidad.

—¿Dirías que es guapo?

Mariel se encogió de hombros otra vez.

—Supongo que sí, según el estereotipo habitual. Alrededor de metro ochenta, pelo rubio, figura atlética, ni flaco ni gordo.

—¿Te pareció atractivo?

—No es mi tipo, Zachary. Esa idea no se me pasó por la cabeza en ningún momento.

El tono de Mariel y el hecho de que mencionara su nombre de pila llamaron la atención de Berman. Le recordaron otra de las características de aquella mujer que más lo irritaban. A menudo tenía la sensación de que Mariel lo reprendía, incluso en los momentos de intimidad, cosa que no resultaba precisamente excitante. Había sido una de las razones por las que acabó plantándola cuando lo hizo. Con ella todo parecía mecánico, incluso el sexo.

—Bueno, creo que debería conocer a ese joven, averiguar si está aquí solo por Pia o también por Nano.

—Sus antecedentes no han revelado ninguna relación con la industria, solo que es residente de radiología.

—La radiología, al igual que la medicina en general, va a beneficiarse mucho de la nanotecnología —dijo Berman—. Pero estoy de acuerdo contigo. Las probabilidades de que sea un espía industrial son mínimas. Aun así, quiero conocerlo. Me gustaría que le pidieses a Pia que lo trajera a cenar esta noche a mi casa. Asegúrate de que comprende que es una orden. En otras ocasiones se ha negado a acudir sola, pero creo que aceptará si es acompañada.

Mariel tragó saliva con dificultad. Estaba asombrada. Un momento antes estaba disfrutando de los indiscutibles celos de Berman ante la presencia del invitado de Pia, y acto seguido su jefe decidía abrirle las puertas de su casa, un lugar al que ella nunca había sido invitada, a Wilson y a su anfitriona.

—Dile que su amigo y ella deberían llegar a las ocho —prosiguió Berman—. Pero deja claro que se trata de un encuentro social. Dile que ha de ser esta noche porque el resto de la semana voy a estar muy ocupado atendiendo a nuestros invitados chinos.

Mariel se levantó y se abrazó a su carpeta. Miró a Berman a los ojos pero no dijo ni una palabra. Era consciente de que su jefe se estaba aprovechando de ella y humillándola a propósito. Era una de las personas más importantes de Nano y la pieza clave de su programa de investigación y desarrollo biomédico; sin embargo, él la trataba como a su recadera y le pedía que le organizase una especie de cita extraña y enfermiza. Sabía, por su propia y amarga experiencia, cuáles eran las verdaderas intenciones de Berman.

Mariel se dirigió a la puerta sin añadir nada más, pero él la llamó antes de que saliera y ella se detuvo sin volverse hacia Zachary.

—Se lo dirás tal como te lo he explicado, ¿de acuerdo? Le explicarás que se trata de una reunión social entre amigos y que tiene que ser esta noche.

Mariel vaciló y durante un instante pensó en darse la vuelta y decirle a Berman que se encargara él mismo de sus recados personales, pero no lo hizo. A pesar de su actitud hacia ella, seguía enamorada de Berman. Así pues dirigió toda su frustración y resentimiento contra Pia, la muy zorra.

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