Nano

Nano


11

Página 15 de 70

11

De camino al apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Lunes, 22 de abril de 2013, 22.45 h

Al principio, George se mantuvo en silencio en el coche. Estaba ahíto de comida y vino, y el movimiento del vehículo no le estaba haciendo ningún favor a su estómago. Le pasó el brazo izquierdo por los hombros a Pia y, aunque no se acercó a él, la joven tampoco evitó el contacto. La velada había sido tensa, así que estaba cansado y todo le daba vueltas. Tenía la impresión de que Berman había organizado cuidadosamente la cena para monopolizar a Pia mientras dejaba que Whitney empleara sus considerables encantos con él. Seguía enfadado consigo mismo por la pregunta que le había hecho a la señorita Jones. Miró a Pia con expresión culpable, pero ella estaba concentrada en conducir por la oscura y serpenteante carretera. Como de costumbre, estaba preciosa. Se preguntó si Whitney le contaría a Berman lo que él le había confesado. Si lo hacía y este se lo decía a Pia, todo aquello le costaría caro.

—¿De qué hablabais Berman y tú? —preguntó.

—¿Cuándo?

—Pues toda la noche. Está claro que ha monopolizado tu atención.

—De asuntos de trabajo, sobre todo, salvo cuando ha intentado que le cuente lo de Rothman y el secuestro.

—También ha tratado de tirarme de la lengua a mí.

—Lo sé. Lo he oído, y debo felicitarte por lo bien que has manejado la situación. Gracias.

—De nada.

—También me ha hecho unos cuantos cumplidos por mi trabajo con los microbívoros en el terreno de la inmunología.

—No me sorprende. Son merecidos —repuso George. A continuación sacudió la cabeza para intentar librarse del aturdimiento.

—También me ha dicho que quiere que vuelva a trabajar en el problema del flagelo del que te hablé, que es para lo que en realidad me contrataron.

—¿Se te ha ocurrido alguna idea?

—La verdad es que sí. De hecho, le he estado dando vueltas mientras hablaba con Berman. He pensado que podría programar los microbívoros que enviamos a combatir las bacterias flageladas para que las conviertan en una bola. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Me temo que no.

George se llevó la mano a la frente. Su frescura lo alivió. Empezaba a dolerle la cabeza.

—Ya te he explicado que los microbívoros cuentan con instrucciones vinculantes contra las bacterias hacia las que los enviamos. Pues bien, mi idea consiste en programarlos para que las enrollen unas cuantas veces sobre sí mismas antes de introducírselas en la cámara digestiva. De ese modo, los flagelos quedarían enredados sobre las bacterias y serían digeridos al mismo tiempo que el resto. Creo que es una idea genial. Mi única preocupación es la cantidad de código que requerirá. ¿Qué opinas?

—Suena bien —contestó George, a pesar de que le estaba costando concentrarse.

Lo que realmente deseaba era preguntarle a Pia si había tenido una aventura con Berman, tal como le había sugerido Whitney, pero no se atrevía.

—Me ha dado la impresión de que Berman también piensa que es buena idea, pero él no es un hombre de ciencia. Lo suyo es recaudar dinero, y por lo que parece se le da muy bien. Me ha dado a entender que ha encontrado una fuente de financiación prácticamente ilimitada. Es extraordinario.

—Da la impresión de que os entendéis bien.

Pia le lanzó una mirada furibunda, pues su comentario demostraba que estaba celoso.

—Lo mismo digo de la señorita Jones y de ti. Es muy guapa, ¿verdad?

—No está mal.

—¿Que no está mal? George, ¡es una mujer deslumbrante! Y la has tenido toda la noche para ti.

—Creo que Berman pretendía sonsacarme a través de ella —dijo el joven en un susurro.

—¿Sobre qué?

—Sobre nosotros. Habría resultado indecoroso que me lo preguntara él mismo. Me da la sensación de que es de los que guarda las apariencias, así que le ha pedido a su secretaria que me hiciera unas cuantas preguntas.

—Pues no me ha parecido que el interrogatorio de Whitney te molestase.

—Tienes razón, no me ha molestado.

A George se le pasó algo por la cabeza: ¿estaría Pia celosa, aunque solo fuera un poco?

—¿Y te ha preguntado sobre nosotros?

—No directamente.

—Espero que no le hayas contado gran cosa, sobre todo nada personal.

—No, claro que no —mintió George. Estaba intentando recordar qué había dicho con exactitud, tarea nada sencilla. Fuera lo que fuese, en aquel momento deseó no haber abierto la boca.

—Berman se ha disculpado por el incidente que te conté antes.

—Me alegro. ¿Qué te ha dicho exactamente?

—Que lo sentía, que había estado sometido a mucha presión para cerrar el acuerdo de financiación y que había bebido demasiado. Luego añadió que quiere que nuestra relación empiece de cero, porque aprecia mucho mi contribución a Nano.

—¿Le crees?

—Más o menos. Pero no tanto como para tener encuentros sociales sin que tú estés cerca. De todas maneras, después me ha dicho algo que me ha parecido interesante, algo que ya sospechaba.

—¿Qué? —preguntó George. Se irguió en su asiento e hizo un esfuerzo por aclararse la cabeza.

—Ha reconocido que su interés por la nanotecnología en general y los microbívoros en particular proviene de razones personales muy poderosas, y que eso es lo que lo ha empujado a buscar tal financiación. Cree que es posible que los microbívoros controlen, prevengan o curen el Alzheimer. Al parecer su madre lucha contra esa enfermedad en un centro asistencial cercano.

—Muy noble por su parte.

Pia apartó los ojos de la carretera durante un instante y miró brevemente a George.

—¿Estás siendo sarcástico?

—No lo sé —admitió el joven—. He bebido demasiado.

Minutos más tarde, Pia entró en el aparcamiento de su complejo de apartamentos. Se apeó del coche y echó a andar dejando a George atrás. El aire fresco de la noche vivificó al joven, que se entretuvo tanto como pudo en el exterior. Una vez en el apartamento, bebió tres vasos de agua seguidos y se tomó un par de ibuprofenos para prevenir un dolor de cabeza que, sin duda, iba en aumento.

Cuando volvió al salón, la puerta del dormitorio de Pia ya estaba cerrada. Vio que aún tenía la luz encendida. Suspiró y empezó a desvestirse. Ante él se extendía otra incómoda noche en el sofá.

Entonces la puerta del dormitorio de Pia se abrió y la joven apareció en el umbral.

—Gracias por venir para que pudiera conocer la casa de Berman. Lo he pasado bien.

—El placer ha sido mío. —George intentó establecer contacto visual, pero Pia apartó la mirada.

—¿De verdad tienes que marcharte mañana?

—Sí. Solo he podido cogerme dos días libres.

Tras un silencio embarazoso, ella lo miró brevemente a los ojos.

—¿Por qué no entras? No me parece justo hacerte dormir otra vez en el sofá —dijo un instante antes de desaparecer.

George, medio vestido, medio desnudo, se apresuró a llegar al dormitorio. No quería que Pia cambiara de opinión. Entonces sí que deseó no haber bebido tanto.

Ir a la siguiente página

Report Page