Nano

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Apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Martes, 23 de abril de 2013, 18.50 h

Durante el resto de la jornada, a Pia le había resultado casi imposible concentrarse en el trabajo. Las evasivas de Mariel a sus preguntas habían avivado su interés por lo que había presenciado. Y la reacción de su jefa ante la mención del gobierno chino resultaba muy reveladora. China solía competir con Estados Unidos en el terreno de los intereses comerciales, incluyendo el campo de la medicina. Desde la época en que se había dedicado al cultivo de órganos humanos artificiales con el doctor Rothman en Nueva York, sabía que los mejores trabajos que se realizaban fuera de Norteamérica se producían en China. Y en aquel país el nivel de respeto hacia la naturaleza vinculante de las patentes en general, y de las médicas en particular, no siempre era tan alto como en Estados Unidos.

Estuvo una hora haciendo de abogado del diablo, asumiendo el punto de vista contrario e intentando reforzar la tesis de que Mariel no fingía ni ocultaba nada importante y, por tanto, la dolencia del corredor tenía una explicación sencilla. Estaba claro que el hombre no había querido que Paul Caldwell lo tratara, había preferido marcharse con los guardias y los compatriotas que habían ido a buscarlo, por mucho que aquellos se hubieran presentado armados en el servicio de Urgencias de un hospital civil. Además, cuando al fin se lo llevaron, el corredor parecía encontrarse, contra todo pronóstico, en un estado físico pasable. Sin duda, estaba débil, pero aparte de eso parecía encontrarse bien. Pia recordó que incluso había tenido la presencia de ánimo necesaria para agradecerle su ayuda.

«¿Y lo de los vigilantes?», se preguntó. Si eran personal de Nano, representaban un nivel de seguridad paramilitar que no había visto hasta entonces. Sus uniformes eran diferentes a los del personal de seguridad con el que se topaba todos los días en la entrada de vehículos de la empresa y en el acceso a su edificio. ¿Y quiénes eran aquellos dos chinos vestidos con traje? ¿Formaban parte del grupo que estaba de visita en Nano en aquellos momentos? Cuanto más analizaba la situación, más preguntas le surgían.

Sin embargo, lo que más la intrigaba era lo relativo al estado de salud del corredor. Cuanto más repasaba lo ocurrido más se convencía de que había sufrido una parada cardiorrespiratoria total cuando se lo encontró tendido en el camino y de que seguramente llevaba un buen rato en aquel estado. Sin embargo, cuando apenas dos horas después había salido del hospital por su propio pie, no parecía afectado en modo alguno. Desde luego, desde el punto de vista médico era una curiosidad, si no una completa anomalía. Recordó también que le había visto unos números tatuados en el antebrazo derecho, y varias marcas de pinchazos en el izquierdo, cuando le sacó sangre. ¡La sangre!

Se metió la mano en el bolsillo del pantalón y encontró la tarjeta de Paul Caldwell. Marcó el número en su móvil, pero no obtuvo respuesta. Soltó un taco y se negó a dejar un mensaje en el buzón de voz. Entró en la cocina distraídamente, pero cayó en la cuenta de que no tenía comida en casa. Menuda novedad. Entonces sonó el teléfono.

—Pia, soy Paul. Lo siento, olvidé dónde había dejado el móvil y no lo encontré a tiempo. Me pasa constantemente.

—Gracias por devolverme la llamada.

—De nada. ¿Has averiguado algo en el trabajo?

—No, nada. No he podido ni siquiera localizar la enfermería, ni preguntar por el corredor, ni nada. Te he llamado para saber si habías analizado su sangre.

—Sí, he enviado la muestra al laboratorio, pero no tendremos los resultados hasta mañana a esta hora. He estado pensando en ese hombre y me pregunto si no nos habremos equivocado con él desde el principio. ¿De verdad estaba tan mal cuando lo encontraste? Porque los síntomas y las señales, por escasos que fueran, no cuadran con nada que yo conozca. Además, aunque con ayuda, se marchó del hospital por su propio pie, cosa imposible para una persona que ha estado en parada cardiorrespiratoria durante Dios sabe cuánto tiempo.

—Sí, ya sé que no encaja —convino Pia—. He estado dándole vueltas a esta historia desde que me dejaste en Nano, pero sigo convencida de que ese hombre no tenía pulso ni respiraba cuando lo encontré.

—¿Y qué piensas hacer, dejarlo estar? No hay duda de que la mujer que se presentó en Urgencias estaba al mando de la situación. Si es tu jefa, supongo que eso te pone en una situación comprometida. Aun así, soy partidario de esperar a ver qué dice el análisis de sangre. ¿Qué te parece?

En efecto, los síntomas y los indicios no cuadraban. Caldwell estaba en lo cierto, se dijo Pia, el historial clínico carecía de sentido. Aun así, no le cabía duda de que Paul se equivocaba al pensar que partían de una base errónea. Estaba segura al 99,9 por ciento de que el corredor se hallaba clínicamente muerto cuando lo encontró. Sin embargo, dos horas más tarde se había recobrado por completo de forma casi milagrosa y no parecía sufrir efectos secundarios.

Pia se corrigió. No podía tener la total certeza de que el hombre no estuviese padeciendo secuelas, porque no había conseguido hablar con él y averiguarlo, ni dar con alguien de Nano que estuviera dispuesto a decírselo. Quizá en aquellos momentos no se encontrara tan bien. Pero si seguía estable, aquello quería decir que entre las paredes de Nano se estaba desarrollando algún tipo de programa de resucitación médica que era capaz de lograr que un hombre saliera al parecer ileso de una crisis cardíaca que debería resultarle letal.

—Pia, tendremos que esperar y ver qué dicen los resultados, ¿no? ¿Pia? ¿Sigues ahí?

Se había olvidado por completo de que estaba hablando por teléfono con Paul Caldwell. Cortó la comunicación sin añadir palabra y se sentó en el reposabrazos del sofá. De repente le parecía obvio lo que tenía que hacer si deseaba averiguar lo que estaba pasando en Nano. Había una persona que sin duda lo sabía todo. Y era Zachary Berman.

Por mucho que hubiera intentado evitarlo, no iba a tener más remedio que acercarse a él. Teniendo en cuenta el nivel de seguridad de Nano, con los vigilantes y los escáneres de iris, lo más probable era que su casa fuera el eslabón más débil. A pesar de que no había visto despacho alguno en la visita que hizo con George, suponía que Berman dispondría de uno en su domicilio. Lo más seguro era que unos cuantos minutos en su casa le bastaran para hallar la respuesta a todas sus preguntas. La cuestión era ¿cómo organizarlo? Notó que se le aceleraba el pulso cuando su mente empezó a funcionar a toda velocidad. Había una manera de conseguirlo, pero implicaba un riesgo considerable.

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