Nano

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La vieja vicaría, Chenies, Reino Unido

Jueves, 1 de agosto de 2013, 18.35 h (hora local)

Cuando Berman fue en busca de Pia, la encontró sentada en la cama, leyendo. También tenía una mesita de noche con una lámpara pequeña. El hombre había accedido a sus peticiones y le había conseguido una habitación mejor y con un baño decente. Había una ventana minúscula, con cristales de plomo, en lo alto de una de las paredes. Cuando Pia había acercado la mesilla a ella y se había encaramado al mueble, había visto árboles y prados verdes. Pero lo mejor era que la ventana le permitía distinguir entre el día y la noche y ajustar su reloj biológico. Ya no estaba encadenada, pero la puerta seguía estando cerrada a cal y canto y un centinela montaba guardia ante ella las veinticuatro horas del día. Berman le había conseguido unos cuantos libros viejos para que pudiera leer y se había encargado personalmente de que le permitieran salir a pasear por el jardín una hora al día, aunque con correa, igual que un perro, y el centinela siguiéndola a todas partes. «Palos y zanahorias», pensaba el empresario.

Pia se sentía fuerte y estaba lista para saltar como un resorte, pero mantenía una actitud distante y un tanto lastimosa con la esperanza de que la preocupación que Zachary creía sentir por ella no se transformase en la lascivia de la que lo sabía capaz.

Berman se sentó a su lado. Ella se puso tensa cuando le puso una mano en la pierna.

—¿Cómo te encuentras?

—Estupendamente —contestó Pia con sarcasmo.

—Ahora dispones de los libros que te di, y de un baño. Y tienes mejor aspecto, mucho mejor.

—Estoy casi lista para la pasarela del desfile de modelos.

Iba vestida con la sencilla camiseta negra y los pantalones cortos del mismo color que le habían proporcionado.

La mano de Berman ascendió hasta su muslo y Pia se la apartó de un manotazo.

—No te conviene seguir por ahí —le advirtió—, así que quítame esa asquerosa mano de encima, pervertido.

Lo fulminó con la mirada, pero él apretó un poco más su pierna contra la de ella. Pia se escabulló y le dio un puñetazo con la mano buena. Se controló para no asestarle un golpe de taekwondo en el cuello. Podría haberlo tumbado, el problema era que probablemente ella hubiese acabado encerrada de nuevo en el sótano.

—¿Es esa tu nueva manera de intentar convencerme? Bueno, pues olvídalo, no va a funcionar.

Volvía a tener la mano de Berman en el muslo, aún más arriba. Pia se la volvió a quitar de encima bruscamente.

—¡Déjame en paz! —gritó a pleno pulmón.

Su repentina e inesperada reacción sobresaltó a Berman, que se levantó.

—Vale, mensaje captado. Solo te estaba provocando para ver cómo reaccionabas.

—Bueno, pues ya lo sabes.

—La verdad es que he venido para decirte que te he preparado una pequeña sorpresa. Esta noche tú yo cenaremos en la cocina.

—¡Qué romántico! —repuso ella sarcásticamente. Desde que le habían quitado la vía intravenosa, había tomado en su habitación las sencillas comidas que le llevaban—. Si envenenas mi plato, te prometo que me lo comeré.

Berman se echó a reír.

—Bueno, solo quería avisarte. Quizá te apetezca arreglarte un poco. Volveré dentro de una media hora.

Fiel a su palabra, regresó a la hora prometida y dejó salir a Pia de la habitación. Al pasar, ella se fijó en que el centinela de la puerta era el del rostro inexpresivo, al que había visto más a menudo. El hombre los siguió. Aparte de él, no vieron a nadie más en la inmensa vivienda. La cocina se encontraba en la planta del sótano y estaba dominada por una gran estufa de hierro sobre la que había varias sartenes y cacerolas tapadas. Un agradable olor a comida inundaba la habitación. En un rincón había una mesa de madera maciza con tres cubiertos y tres sillas. El centinela entró en la cocina y se quedó junto a la puerta.

—¿Esperamos a alguien más? ¿Quién es? Deja que lo adivine. ¿Whitney Jones?

—No, no es ella. Está muy ocupada. Otro colega dijo que tal vez se nos uniera.

Berman se afanó con los fogones. Pia lo observó trabajar. Hacía unos cuantos días se habría negado en redondo a sentarse a aquella mesa, pero en aquellos momentos ya tenía claro que debía ceder en algo si deseaba sobrevivir y que le convenía evitar los comentarios sarcásticos e insultantes. Estaba convencida de que Berman se engañaba a sí mismo. Qué situación más extraña. Aquel hombre estaba preparando la cena como si tuvieran una cita.

—Imagino que debes de estar harta de sopas, así que he preparado una ensalada para empezar. —Berman le presentó una bandeja llena de verduras estivales frescas—. ¿Un poco de pan tierno?

—¿Me das también un cuchillo de carne bien grande y afilado para la mantequilla?

—Me temo que no. Te pondré la mantequilla yo mismo. Vamos, Pia, estoy haciendo un esfuerzo. Solo pretendo dialogar contigo en un ambiente agradable.

Pia empezó a comer. La cena estaba buena a pesar de lo grotesco de las circunstancias.

—No sé si te lo había comentado, pero me gusta cocinar —dijo Berman intentando iniciar una conversación—. He preparado pescado, trucha con almendras. Esta semana he practicado un par de veces para descansar de la comida china que suele comerse en esta casa, y el plato no está mal. Estoy impaciente por conocer tu opinión.

—Tú mismo —contestó Pia.

Se estaba mareando de nuevo, y la paciencia para con aquella farsa se le estaba agotando. «¿Dialogar? ¡Y un cuerno!», pensó, pero no lo dijo.

—¿Quieres un poco de vino? —preguntó Berman.

—¿Por qué no? —dijo intentando no sonar demasiado sarcástica.

Berman fue hasta la nevera y sacó una botella de Chablis helada. En aquel momento se abrió la puerta de la cocina y entró un hombre. Pia se percató de que el guardia se erguía en posición de firmes y comprendió que, quienquiera que fuese, era alguien importante. Era chino, de la edad de Berman, pensó Pia, tal vez un poco más joven, pero no podía estar segura. Siempre le costaba calcular los años de los orientales, ya fueran hombres o mujeres. El recién llegado tenía una expresión relajada y agradable. Vestía una camiseta que parecía cara, seguramente de seda, y unos vaqueros elegantes. También lucía un corte de pelo a la moda y de estilo occidental.

—Hola —la saludó Jimmy con indiferencia.

Después se limitó a hacerle un leve gesto con la cabeza a Berman, pero no se presentó. Los dos hombres habían convenido que no darían su nombre si acudía a la cena.

Zachary cerró la nevera con brusquedad y se concentró en abrir la botella de vino.

Pia se dio cuenta de que a Berman le disgustaba la presencia de aquel hombre, porque quería estar a solas con ella para mantener aquel supuesto diálogo que tenía en mente. Ella se alegraba de verlo, fuera quien fuese.

—¿Quién es usted? —le preguntó.

¿Qué significaba aquello? Berman siguió comportándose con grosería cuando tiró el corcho y cerró el armario de un portazo. Se acercó a la mesa y dejó el vino sobre ella con un golpe sordo. Pia desvió la mirada de él hacia el recién llegado. El ambiente se había cargado de tensión repentinamente. Si Berman hubiera sido el superior de aquel hombre, le habría ordenado que se marchara, o eso supuso ella. Una cosa estaba clara: tenía que manejar aquella situación con cuidado.

—Ah, veo que están a punto de cenar —dijo el desconocido—. No quiero interrumpir.

—No está interrumpiendo —intervino Pia—. El señor Berman está jugando a las familias felices y hace semanas que yo no hablo con nadie más. Tenemos una silla de sobra, así que siéntese. Entonces ¿quién es usted, si no le importa que se lo pregunte?

—Claro que no me importa que me lo pregunte, y espero que a usted no le importe que no se lo diga.

Jimmy sonrió y miró a Berman, que se mostraba visiblemente incómodo.

—Está claro que esta es una situación muy extraña y que debemos resolverla —dijo sin apartar la mirada de Berman.

—¿Quiénes son «nosotros»? —preguntó Pia—. Y, por cierto, estoy aquí mismo, así que si quieren hablar sobre mí, este es el momento. Podrían incluirme en su conversación. Lo que les diría es que me están reteniendo aquí en contra de mi voluntad y que exijo que me liberen. Cada día que pasa me interesa menos esa historia de la nanotecnología, así que estaría encantada de poder volver a trabajar en la salmonela en cualquier otra parte. ¿Qué me dicen?

Jimmy estaba impresionado; aquella joven no demostraba el menor miedo. Percibió su tenacidad.

Pia le sostuvo la mirada. Volvía a dolerle la cabeza, pero intentaba aparentar decisión.

—Bueno, sea como sea, el señor Berman y yo tenemos que resolver la situación.

—La estamos resolviendo —le espetó Berman—. Yo la estoy resolviendo. Tenemos mucho tiempo.

—¿Tiempo para qué? —quiso saber Pia.

—Para demostrar que tú y yo podemos trabajar juntos, Pia. Tu potencial como científica sería muy valioso para Nano cuando pasemos a la siguiente fase. Sé que en el fondo de tu corazón te das cuenta de que es así. Quizá simplemente no te lo hayas reconocido a ti misma.

Berman le dedicó una sonrisa a Pia y ella volvió a mirarlo. Lo que Jimmy vio en aquel momento le desveló muchísimas cosas. Sin duda era una mujer muy atractiva, en ese sentido Zachary no se estaba engañando a sí mismo, pero además en ella había una dureza que iba más allá de la tenacidad y que estaba claro que el empresario no había valorado correctamente. Berman solo veía a la mujer, no a la tigresa.

—Bueno, ya veremos. Señor Berman, solo quería anunciarle que mañana iremos al Estadio Olímpico a ver unas cuantas competiciones.

—¿«Iremos»? —contestó Berman.

—Usted, la señorita Jones y yo. Me temo que la señorita Grazdani tendrá que quedarse aquí. Pero nosotros disfrutaremos de un día fabuloso, se lo prometo. Viajaremos en barco. Cuando el tráfico está como estos últimos días, el río es la única manera de desplazarse. Las pruebas de atletismo están empezando. Será divertido. Saldremos a las ocho.

—Tenía planes para pasar el día aquí, pero si es lo que desea…

—Lo es.

—Yo no tengo ningún plan —dijo Pia mirando a Jimmy—. ¿Por qué no me llevan? Sería una fiesta.

La sonrisa de Jimmy se ensanchó aún más. Le resultaba evidente que era una mujer extraordinaria en muchos aspectos, y peligrosa.

—Disfrute de su cena.

—¿Por qué no se queda y la comparte con nosotros? A mí me gustaría.

—Señorita Grazdani —dijo sin más, y salió de la cocina.

—¿Quién es, Berman? —preguntó Pia al cabo de un instante—. ¿Es el tío de la pasta, tu enlace con el gobierno chino? ¿El que te proporciona los futuros cadáveres sacados de la cárcel? Habla un inglés perfecto. ¿Es chino-americano?

Berman no contestó. Era posible que hubiera micrófonos en la cocina o que el centinela hablara inglés. Probablemente ambas fuesen ciertas.

—Voy a ver cómo va la trucha —contestó.

Jimmy Yan volvió a su dormitorio de la tercera planta de la vicaría. Había confirmado lo que pensaba de Pia, y aquello significaba que la jornada siguiente sería un día aún más ajetreado de lo que creía. Cogió el móvil e hizo la primera de las llamadas que debía hacer.

—Hola. Sí, soy yo. El plan del que hablamos, debemos ejecutarlo mañana. Es crucial llevarlo a cabo en el momento oportuno. Te llamaré más tarde con la hora exacta.

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