Nano

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Hospital Boulder Memorial, Aurora, Colorado

Miércoles, 24 de abril de 2013, 17.32 h

De camino a casa tras salir de Nano para ducharse y cambiarse antes de su cita de la noche, Pia tuvo que hacer una parada. Sabía que Caldwell estaba de guardia porque había llamado al hospital. Cuando la telefonista supo que quien llamaba era una doctora, se ofreció a pasarle con él, pero Pia le dijo que no era necesario, se subió a su coche y fue directa al Boulder Memorial. La tarea que tenía entre manos no podría haberse hecho por teléfono. Iba a pedirle un favor que requería un encuentro cara a cara.

Cuando entró en el servicio de Urgencias, la suerte le sonrió: Paul Caldwell estaba en la segunda sala donde miró, supervisando la labor de un residente de primer año que atendía a un niño que se había dado un fuerte golpe en la cabeza al caerse de la bicicleta. Pia lo observó mientras tranquilizaba a la angustiada madre asegurándole que su hijo se pondría bien. Cuando hubo acabado, Caldwell le devolvió el caso al residente, salió del cubículo y se encaminó hacia el mostrador de enfermeras. Al ver a Pia esbozó una sonrisa insegura y arqueó las cejas.

—No esperaba verte por aquí —le dijo.

Tenía la esperanza de volver a verla pero no tan pronto, sobre todo después de cómo había reaccionado ante la pérdida de la muestra de sangre y del modo en que había puesto fin a su última conversación. No le cabía duda de que le había colgado el teléfono.

—Siento haberme puesto así por lo de la sangre —respondió en voz baja. Estaban en medio de la abarrotada sala de Urgencias—. Sé que no fue culpa tuya.

—Sabes que no la perdí a propósito. Bueno, me alegro de que me concedas el beneficio de la duda. Es muy generoso por tu parte.

Paul continuó caminando hasta el mostrador, donde dejó el papeleo sobre el caso de traumatismo del niño. Pia lo siguió de cerca. Se fijó en que iba tan impecablemente vestido como el día anterior.

—¿Tienes un momento para hablar?

—Supongo que sí —contestó él.

Se inclinó sobre el mostrador y le preguntó a la enfermera jefe si había algún otro caso esperándolo. Su trabajo consistía principalmente en supervisar el de los demás, salvo cuando el servicio de Urgencias se veía sobrepasado. Entonces también se hacía cargo de los pacientes. La enfermera le hizo una señal con el pulgar para indicarle que todo iba bien y que, de momento, su presencia no era necesaria.

—Ven conmigo —dijo Paul.

Condujo a Pia a la sala de descanso de los médicos. En el interior de la estancia desprovista de ventanas había varios sillones, un sofá y un escritorio individual. En aquel momento la mesa de trabajo estaba ocupada por un residente vestido con una bata arrugada que se parecía mucho más a los médicos de Urgencias que Pia estaba acostumbrada a ver. El joven estaba rellenando papeleo y no levantó la mirada cuando Caldwell y Pia entraron.

—Creo que Nano tuvo algo que ver en la desaparición de la muestra —anunció Pia en voz baja en cuanto se hubieron sentado—. De hecho, estoy segura.

—¿Qué te hace pensar eso?

Paul estudió el rostro de la joven. Su comentario le había parecido un tanto paranoide, y también se había fijado en que no mantenía el contacto visual.

—En realidad no es más que un presentimiento. —Miró al residente del escritorio y vio que no les estaba prestando la menor atención—. Ese lugar está plagado de secretos. Tiene un nivel de seguridad extraordinario. Hasta ahora no le había dado demasiada importancia, pero me parece excesivo, aun teniendo en cuenta que necesita proteger sus patentes de nanotecnología. No sé, hay escáneres de iris por todas partes. Parece la CIA o el Pentágono, por Dios. Y, además, los corredores no son los únicos que mantienen algún tipo de relación con Nano. Esta mañana he salido supuestamente a correr, pero en realidad quería hacer una ronda de reconocimiento de las instalaciones. Me he encontrado con un par de ciclistas que iban vestidos con ropa de la empresa, y creo que también eran chinos. Iban seguidos por gente que supongo que debe de trabajar en Nano: un motorista y una furgoneta con los cristales tintados.

—¿Ciclistas?

—Sí, con pinta de profesionales a lo Lance Armstrong. Iban equipados a la última y llevaban bicicletas muy rápidas. Y he descubierto que el complejo está protegido por dos vallas de seguridad, la que tú viste en el interior, con alambre de púas, y otra situada un par de cientos de metros más lejos, en pleno bosque. Está tan camuflada que no la vi hasta que me choqué con ella.

—¿Te habías internado en el bosque?

—Sí. Estaba allí cuando me llamaste. Mi intención era rodear la propiedad y ver dónde están las otras entradas. Tiene que haber al menos un acceso más.

—Vale, pero no veo qué relación tiene todo eso con que Nano haya robado la muestra de sangre.

—Por teléfono me dijiste que nunca había ocurrido algo así. Si hubiera un problema en el registro de entrada del laboratorio ya habría ocurrido al menos una vez, ¿no crees? Sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de muestras que el hospital debe de enviarles.

—Es cierto, analizan muchas muestras. El hospital dispone de su propio laboratorio, pero la mayor parte del trabajo se manda fuera. Resulta más económico.

Pia se dio cuenta de que su argumentación era, como mínimo, endeble. Estaba diciendo que Nano se había llevado la muestra porque era una empresa hermética y un tanto siniestra. Aun así, se fiaba de su instinto. El año anterior George Wilson había intentado echar por tierra todas las teorías de la conspiración aparentemente absurdas que ella le había planteado en relación a las muertes de Columbia, pero al final Pia había llegado al meollo del asunto gracias a su instinto y su capacidad deductiva. Al principio sus conclusiones habían ido muy desencaminadas, pero al final había dado en el clavo. En aquellos momentos tenía la misma corazonada con respecto a Nano, y estaba decidida a seguir su olfato. Había algo raro en todo aquello y pensaba averiguar qué era.

—Deja que te diga una cosa —continuó cuando vio que Paul dudaba—: en Nano disponen del personal adecuado para conseguir algo tan simple como robar una muestra de sangre de un laboratorio clínico. Ya viste la clase de tipos que se presentaron con mi jefa. Eran como un equipo de agentes de élite. ¡Venga ya! Es una empresa que se dedica a fabricar aditivos para pinturas, o al menos eso es lo que quieren que creamos. ¿A qué vienen ese nivel de seguridad y esas tácticas de guerra?

—Estoy de acuerdo en que su forma de irrumpir aquí fue exagerada —admitió Paul, aunque se resistía a compartir del todo el punto de vista de Pia.

Le gustaba llevar una vida relajada y sin complicaciones, y aquel asunto se estaba enredando cada vez más. Disfrutaba trabajando y teniendo tiempo libre suficiente para gozar de la naturaleza, eso cuando no se dedicaba a experimentar con los códigos de programación, una afición que cultivaba desde los cursos de robótica de la universidad. Le encantaba la relativa autonomía que le concedía ser médico de Urgencias, y esa era la razón por la que los tipos trajeados como Noakes lo sacaban de sus casillas y por la que la idea de que una empresa como Nano hubiera robado una prueba, suponiendo que lo hubiera hecho, fuera tan en contra de sus intereses. No deseaba complicarse la vida.

—¿Y cómo vas a averiguar si han sido ellos? —preguntó tras una pausa.

—Confía en mí, Paul. Tengo buen olfato para estas cosas. Fueron ellos.

—Vale, pero ¿cómo piensas demostrarlo?

—Voy a hacer un pequeño trabajo de incógnito —repuso Pia. Esperaba que Paul se lo desaconsejara, como sin duda habría hecho George, pero el médico no dijo nada—. Y esa es otra de las razones que me ha traído hasta aquí —añadió.

—Tú dirás.

Pia se acercó a Paul y bajó la voz.

—Necesito que me hagas una receta. O, mejor aún, que me des unas cuantas pastillas, si están disponibles en Urgencias.

—¿A qué clase de pastillas te refieres? —preguntó Paul con cautela.

Que Pia le pidiera medicamentos encendía todo tipo de alarmas en su mente. Para empezar, apenas la conocía, se habían visto por primera vez el día anterior. Por otra parte, ella seguía evitando mirarlo a los ojos y aquello le hacía preguntarse si había hecho lo mismo durante su primer encuentro, pero no se acordaba.

—Somníferos —contestó Pia. No dejaba de mirarse las manos porque se sentía incómoda—. No harían falta muchos. Bastaría con unos cuantos comprimidos. Anoche apenas pude pegar ojo. Gracias. No sabes cuánto te lo agradezco.

Paul se reclinó en su asiento.

—¡Eh, todavía no he dicho que sí!

—Tienes razón. Lo siento. Me estoy anticipando. Necesito un poco de Temazepam.

—Eso es benzodiacepina, una sustancia restringida.

—Lo sé, lo sé, pero es que me cuesta mucho dormir. La verdad es que me paso las noches en vela. Tenía un poco de Ambien, pero no me hace nada. No tienes más que mirarme.

Paul miró a Pia y le pareció que estaba perfectamente. De hecho, estaba preciosa. Al igual que la joven, él también solía dejarse guiar por su intuición, y desconfiaba de su sinceridad cuando le decía que necesitaba los somníferos para dormir. Algo no encajaba, y ella seguía sin mirarlo.

—Vale, perdona —dijo Pia al tiempo que se levantaba—. Se lo pediré a otra persona, no pasa nada.

Echó a andar hacia la puerta.

—Espera, Pia, hay algo que no te he contado.

Ella se volvió. Se fijó en que el otro ocupante de la sala seguía sin prestarles atención, como si ni siquiera fuera consciente de su presencia.

—No envié toda la sangre al laboratorio. Me quedé con unos cuantos centímetros cúbicos. Están en la nevera del servicio de Urgencias.

—¿En serio? —El rostro de Pia se iluminó—. ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Lo habría hecho, pero me colgaste el teléfono. Además, te dije que enviaría solo una muestra al laboratorio. No la mandé toda porque me comentaste que querías echarle un vistazo. Utilicé la suficiente para realizar los análisis diagnósticos estándares y guardé el resto.

—Ojalá me lo hubieras dicho.

—Te lo estoy diciendo ahora. Podrías habértelo tomado con más calma cuando hablamos antes. No pienso correr detrás de ti como un perrito faldero. Ya tengo mis propias preocupaciones.

—Vale, entendido —repuso Pia—. Tienes razón. Genial. Quédate tú con la sangre. No sabemos lo que andamos buscando, así que lo mejor será que te la guardes hasta que se nos ocurra algo.

—De acuerdo, la guardaré, pero deja que te haga una pregunta personal.

—¿Cuál? —preguntó Pia.

Se puso tensa de inmediato, no sabía qué esperarse.

—¿Por qué evitas mirarme? Me pone nervioso, es como si estuvieras guardándote algún secreto o no me dijeras la verdad.

Pia se obligó a mirarlo a los ojos durante al menos cuatro segundos. Como de costumbre, le resultó difícil. Luego volvió a sentarse junto a Paul y se concentró en sus manos mientras sacudía la cabeza.

—Tienes razón, pero al mismo tiempo te equivocas.

Entonces fue Paul quien negó con la cabeza.

—Si se supone que debo entender tu comentario es que me crees más listo de lo que soy. ¿Qué demonios quieres decir?

—Que tienes razón cuando dices que no te estoy contando la verdad, pero que te equivocas al imaginar que ese es el motivo por el que me cuesta mirarte a los ojos. Probablemente te esté dando más información de la quieras tener, pero me han diagnosticado un trastorno de vinculación adulta. ¿Sabes lo que es?

—Lo cierto es que no.

—Te lo explicaré con pocas palabras. Si quieres puedes investigarlo en internet. Básicamente, tengo ciertos problemas con las relaciones sociales.

Después le hizo un breve resumen de su pasado en el programa de acogida. No era frecuente que se mostrara tan abierta, pero Paul le caía bien. Tenía la sensación de que entre ellos empezaba a formarse un vínculo y quería responder a ello mostrándose inusitadamente sincera. Cuando acabó de hablar se obligó a alzar la vista y sostenerle la mirada, pero no pudo.

Tras unos segundos de silencio, Paul le dijo:

—Gracias por explicármelo. Lo considero un privilegio. Ayer pensaba que deseaba conocerte mejor, y hoy esa sensación es aún mayor. Pero ¿qué hay de que no me estabas contando la verdad? ¿Acaso tienes un problema de adicción, Pia?

Pia no pudo evitarlo. Se echó a reír y no fue una risa contenida, sino una sonora carcajada que la hizo mirar nuevamente al residente que seguía enfrascado en su trabajo en el escritorio cercano. La alivió ver que seguía ignorándolos. Volvió a centrarse en Paul.

—Desde luego que no —repuso tratando de recuperar el control y bajando todavía más la voz—. No tengo ningún problema con las drogas. En lo único que no te he contado la verdad es respecto al motivo por el que necesito unos cuantos somníferos. No son para que concilie el sueño, sino para que lo haga determinado caballero. Para serte totalmente sincera: necesito la clásica droga del violador, pero no por las razones habituales. No tengo intención de violar a nadie, al menos no en el sentido literal.

Paul puso cara de no comprender nada de nada.

—Está bien —repuso inclinándose hacia delante—, creo que será mejor que me expliques con exactitud qué tienes planeado, porque no me estoy enterando.

Estaba tan cerca de ella que podía apreciar su perfume. Era uno de sus favoritos.

Pia le explicó entre susurros su idea de intentar averiguar la verdad acerca de Nano poniéndose ella misma en peligro al ir a cenar a la extravagante mansión de Zachary Berman.

—No estás de broma, ¿verdad?

—En absoluto. Creo que es la única manera de conseguirlo. Lo irónico es que me apostaría lo que quieras a que seguramente él les haya hecho lo mismo a no pocas mujeres. Puede que no con Temazepam, pero sí con alcohol.

—¿Qué te ha llevado a pensar en el Temazepam?

Aquello animó a Pia. Paul no había descartado la idea de inmediato.

—Esta tarde he estado investigando las drogas del violador en internet. Al perecer el Temazepam se utiliza con frecuencia y puede conseguirse con facilidad. De todas maneras, no soy exigente. ¿Se te ocurre alguna otra?

Paul rio por lo bajo.

—Salvo por un par de casos de violación que hemos tenido en Urgencias, no es un asunto en el que tenga mucha experiencia. Solo hacemos análisis en busca de ese tipo de sustancias si la víctima en cuestión presenta síntomas que sugieran que son necesarios.

—Bueno, ahora que te he contado la verdad, ¿qué me dices? ¿Me darás unas cuantas pastillas de esas o no?

—La ética médica me impide darte ese tipo de medicación, ni siquiera un par de pastillas, para que cometas lo que podría interpretarse como un delito, y eso suponiendo que no abuses sexualmente de tu víctima.

—No es muy probable —rio.

Le gustaba el sentido del humor de Paul.

—Pero ¿sabes qué? Te daré un par de Temazepam si me dices que los necesitas para dormir.

—Me parece bien.

—Pero no son comprimidos, sino cápsulas. ¿Te valen?

—Aún mejor.

—Y otra petición: tienes que darme la dirección de Berman. Si mañana a mediodía no he tenido noticias tuyas, quiero saber adónde debo enviar a la policía. Para serte sincero, no apruebo tu plan en absoluto.

—Me parece bien —repitió Pia.

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