Nano

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Mansión de Zachary Berman, Boulder, Colorado

Jueves, 25 de abril de 2013, 2.14 h

Pia calculó que disponía de cuatro o cinco horas para registrar la casa de Berman. El hecho de que su anfitrión estuviera borracho y drogado no le impidió ir a verlo en un par de ocasiones para comprobar su estado. Lo había colocado más o menos en posición lateral sobre el sofá, con la cabeza un poco incorporada por si le entraban náuseas. Estaba segura de que cualquiera que lo viera pensaría que Berman dormía plácidamente. Pasó diez minutos en la cocina bebiéndose varios vasos de agua, hasta que se sintió un poco mejor. Necesitaba de todas sus facultades.

No sabía qué buscaba exactamente en casa de Berman. La recorrió de cabo a rabo tomando nota mental de la ubicación y la función de las distintas habitaciones. La mansión estaba construida a tres niveles y disponía de habitaciones de invitados, gimnasio, bodega y acceso al garaje subterráneo. Ya conocía la planta principal, pero no había visto el piso superior. A las dos habitaciones que había en él se accedía bien por la escalera del vestíbulo bien por la trasera, situada en la cocina.

El enorme dormitorio de Berman, con dos baños gigantescos, ocupaba casi toda la planta. Pero también había otra estancia, y esa era la que más le interesaba a Pia. Saltaba a la vista que se trataba de un despacho.

Se puso un par de guantes de látex que había cogido en Urgencias mientras Caldwell iba a buscarle el Temazepam, se sentó al escritorio de Berman y miró a su alrededor. La mesa era de cristal y sobre ella descansaba un gran Mac, el último modelo con monitor de retina. A la derecha había un montón de papeles de veinte centímetros de alto, y a la izquierda, un cargador para el iPhone y el Android de Berman. A un lado y bajo la mesa, había un mueble archivador de madera de cerezo cerrado con llave. La joven hizo girar la silla de su jefe y contempló la habitación. A diferencia del resto de la casa, el acabado de los paneles de madera de las paredes era liso; aquello le confería un aire más profesional.

Junto a una de las paredes había un par de armarios bajos que Pia intentó abrir, pero estaban cerrados. La otra estaba ocupada por una gran librería que contenía los típicos libros de cualquier hombre: unos cuantos de negocios, biografías de deportistas, novelas de intriga y varios de sobremesa acerca de las Rocosas. Retiró varios ejemplares, pero la pared de detrás era maciza. La mesa de cristal carecía de cajones. Pia pasó la mano por las superficies planas del despacho buscando pistas, pero nada.

Lo único que podía examinar eran los papeles del escritorio. Los leyó meticulosamente. La mayoría de ellos resultaron ser copias impresas de correos electrónicos internos de la empresa. Muchos llevaban anotaciones manuscritas de Berman. La mayor parte eran informes sobre la situación de los experimentos y pruebas que se estaban llevando a cabo en Nano, y Pia reconoció algunos de los suyos. Su falta de conocimientos respecto a algunos aspectos de otras aplicaciones de la nanotecnología le impedía comprender parte del lenguaje más técnico. Repartidos entre los mensajes encontró varias copias de impresos de solicitudes que Berman había firmado, incluyendo los que ella había presentado para los experimentos adicionales sobre biocompatibilidad.

Uno de ellos era la solicitud de una nueva silla de despacho para un tal Al Clift. Berman la había denegado. Había trazado gruesos círculos en torno al precio —359 dólares— y había escrito «solicitud denegada» junto a ellos. A juzgar por lo hallado entre aquellos papeles, de lo único que se podía acusar a Berman era de ser un administrador puntilloso y tacaño.

Se recostó en el asiento y contempló el Mac. Estaba desconectado, pero si lo encendía lo más probable era que Berman supiera que alguien había estado en su despacho, y ella se convertiría en la principal sospechosa. Se sentía frustrada y sumamente cansada. Eran las cuatro y cuarto. Decidió dar una vuelta más por la casa y volver al despacho para echar un último vistazo a los papeles. Después se marcharía antes de que Berman despertara.

En la planta baja de la casa no halló nada de interés. Se asomó a la ventana de la puerta de la bodega, pero no pudo abrirla porque estaba cerrada con llave. Vio hileras y más hileras de botellas pero ni rastro de una caja fuerte o de algún tipo de mobiliario que pareciera estar fuera de lugar. El sistema de climatización emitía un leve zumbido y mantenía estables la temperatura y la humedad del interior. Se planteó entrar en el garaje, pero se preguntó si Berman lo consideraría parte del exterior de la casa y las cámaras la grabarían al entrar. Sintió un pánico repentino al pensar que tal vez Berman había mentido cuando afirmó que había desconectado las cámaras de la casa, pero ya era demasiado tarde para preocuparse por eso.

Examinó cuidadosamente la puerta que llevaba al garaje y le pareció que no tenía ningún dispositivo de vigilancia. Cuando la abrió, se mantuvo agachada hasta que comprobó que no había ni un solo interruptor en las jambas. Al parecer las puertas del garaje vinculadas al sistema de seguridad eran las exteriores. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo que albergaba el garaje.

Había tres vehículos: un Ford-150 con acoplamiento para una pala quitanieves, un Range Rover y un Aston Martin. También había un velero encima de un remolque. Vio dos grandes congeladores y cuando los abrió comprobó que estaban llenos de carne de venado congelada. Una de las paredes estaba cubierta de herramientas y material de jardinería colgados de clavos. Sin duda Berman era un hombre meticuloso y bien preparado, pensó Pia.

Siguiendo aquella línea de razonamiento llegó a la conclusión de que resultaba muy poco probable que Berman guardara material comprometedor a plena vista en su casa. ¿Para qué arriesgarse a tener allí los documentos, por muy bueno que fuera el sistema de seguridad, cuando podía tenerlo todo a buen recaudo en su oficina? En Nano había alambradas, vigilantes armados, escáneres de iris, cámaras y quién sabe cuántas cosas más. Suspiró. Le echaría un último vistazo a los papeles y después se marcharía.

Subió a la planta principal y, cuando pasó ante la pequeña habitación donde estaban los monitores de vigilancia, creyó ver movimiento en una de las pantallas. Se acercó y se le pusieron los pelos de punta cuando vio que alguien subía los escalones hacia la puerta de entrada, que estaba a menos de diez metros de donde se encontraba. Era la alta e inconfundible figura de Whitney Jones.

Se dio la vuelta de inmediato y se apresuró a volver a la sala de estar donde se encontraba Berman. Mientras corría de puntillas, se quitó los guantes de látex y los sujetó en la mano. Berman no se había movido y seguía roncando plácidamente. Pia calculó que Whitney estaría llegando a la entrada principal. A toda prisa, entornó la puerta de la sala de estar sin llegar a cerrarla. Entonces comenzó a oír el repiqueteo de unos tacones contra el parqué, así que corrió hasta el sofá y se acurrucó en un extremo con los pies de Berman sobre el regazo. Esperaba dar la sensación de que dormía. Una vez más, el corazón parecía estar a punto de salírsele del pecho.

Whitney había entrado en el comedor pero no había mirado en la sala. Pia entreabrió un ojo y vio en el reloj del televisor que eran las 4.42 de la mañana. ¿Siempre llegaba tan pronto? Tal vez sí que la hubieran grabado en el garaje. Sabía que Whitney habría visto su coche aparcado frente a la casa. Cuando los pasos se alejaron, supuso que la secretaria iría a comprobar el dormitorio, el lugar más lógico. Se levantó el vestido corto y se guardó los guantes bajo la ropa interior. El corazón le martilleaba con tanta fuerza en los oídos que creyó que Whitney tal vez lo oyese desde el piso de arriba.

Tras lo que le pareció una media hora, los pasos regresaron, en aquella ocasión con más fuerza y rapidez. Quizá Whitney estuviera preocupada por no haber encontrado a su jefe en la cama. Tras otro recorrido por la planta principal, la puerta de la sala de estar se abrió despacio y la habitación se llenó de luz. Pia respiró más ruidosamente. La angustia hacía que le latiera la cabeza y tenía náuseas. Whitney debía de haber visto el panorama desde la puerta, porque cerró enseguida y la estancia volvió a quedar sumida en la oscuridad.

Pia permaneció inmóvil y dio gracias por la suerte que había tenido al ver a Whitney en el monitor y no haberse tropezado con ella en algún otro lugar de la casa. Se preguntó si habría dejado alguna prueba de sus pesquisas nocturnas. Suponía que Whitney seguía en la casa, y la idea de permanecer allí tumbada en la oscuridad oyendo roncar a Berman no la entusiasmaba. Además, necesitaba dormir al menos un par de horas en su cama. Así pues, se incorporó, buscó su bolso en la oscuridad y se dirigió hacia la puerta.

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