Nano

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Nano, S. L., Boulder, Colorado

Jueves, 25 de abril de 2013, 14.15 h

Mariel Spallek miró con descaro el reloj cuando Pia entró en el laboratorio a las dos y cuarto.

—Llegas tarde —le espetó—. Creía que habías dicho que estarías aquí antes de las dos.

Devolvió su atención al libro de registro que tenía abierto ante sí.

—Lo de las dos lo dijiste tú, no yo. Teniendo en cuenta cómo me encuentro, puedes considerarte afortunada de que haya venido. Tengo derecho a estar enferma un día.

A Pia se le había agotado la paciencia con Mariel. No estaba acostumbrada a encajar sin más la actitud altiva y quisquillosa que su jefa empleaba con ella.

—Yo no falto al trabajo cuando me encuentro mal, así que espero que mi personal haga lo mismo —replicó Mariel sin levantar la vista—. Hay días en que estoy mejor que otros, pero vengo a trabajar de todas formas, a menos que tengan que hospitalizarme. Espero lo mismo de los demás.

A Pia se le ocurrieron miles de respuestas cortantes, pero prefirió callárselas. Confiaba en tener la oportunidad de decirle a Mariel lo que pensaba de ella en alguna ocasión futura.

Durante las dos horas siguientes, la joven mantuvo la cabeza baja y trabajó a conciencia. Mariel había solicitado más personal para que ayudara en el nuevo espacio que había conseguido en el piso de abajo. Pia los puso a trabajar para que realizaran más experimentos de biocompatibilidad. Cuantos más se hicieran, mejores serían las conclusiones desde un punto de vista estadístico.

Lo que entonces empezaba a irritarla era que Mariel no parecía dispuesta a renunciar a su costumbre de supervisar personalmente todo el trabajo, lo cual significaba que todo debía pasar por ella, hasta los detalles más insignificantes. Para Pia, parte del atractivo de la investigación residía en el desafío que suponía, primero, proponer una solución y, después, recopilar los datos que la corroboraran. Se sentía lastrada por la vigilancia autoritaria de Mariel, que controlaba todo lo que hacía y cada paso que daba. Cuando pudo hacer una pausa, fue en busca de su jefa, que seguía absorta en el mismo libro de registro, sin duda revisando los detalles por enésima vez.

—Escucha, Mariel, me consta que el trabajo está yendo bien y que en otros edificios de Nano tienes personal realizando experimentos de los que no sé nada. ¿Alguno de ellos está relacionado con los que yo estoy llevando a cabo aquí? Si es así, ¿no sería mejor que alguno de los técnicos me informara directamente a mí? De esa manera podría analizar sus resultados por mí misma.

—Ese es mi trabajo, Pia. El tuyo consiste en ser creativa respecto a los problemas concretos que te planteamos. Lo que hacen los demás no te concierne.

—Vale, de acuerdo, pero ¿quiénes son? ¿Por qué no puedo ni siquiera hablar con ellos? Me estoy matando a trabajar aquí y no tengo ni idea de lo que hacen los demás. Para mí resulta frustrante, y sin duda se producen solapamientos.

—Nano es una gran empresa que está muy compartimentada por razones de seguridad. Sigue una política según la cual el personal solo sabe lo que necesita saber. Tú no necesitas saber lo que está haciendo otra gente y ellos no necesitan saber a qué te dedicas tú. En última instancia es un sistema eficiente y, desde luego, el más seguro. Si se produce algún solapamiento serás informada. Concéntrate en hacer aquello por lo que te pagan. Si conocieras mejor al señor Berman, comprenderías cómo piensa. Él es el fundador y el sostén de la organización de Nano. Yo soy sus ojos y sus oídos.

«Y una zorra celosa», pensó Pia, aunque se lo calló.

—Por teléfono me diste a entender que no se encontraba bien. ¿Ha venido a trabajar?

—Sí, claro que ha venido, por supuesto. Es un hombre entregado a su trabajo, no como tú. ¿Por qué lo preguntas?

—Solo por curiosidad, Mariel. ¿Se puede saber por qué me lo estás poniendo todo tan difícil?

Su jefa levantó la vista del libro de registro. Esbozó una sonrisa falsa y desdeñosa.

—Lamento que creas que te lo estoy poniendo difícil, pero en realidad no es así. Todos estamos sometidos a mucha presión. Esa presión viene de lo más alto, y debo actuar en consecuencia. Mi presión procede directamente de Zachary Berman, y te aseguro que él me pone las cosas mucho más difíciles de lo que crees que te las pongo a ti.

Mariel volvió a centrarse en el libro sin borrar la sonrisa de su cara. Pia se maravilló de que alguien fuera capaz de sonreír con tal falsedad.

Pia tenía que hacer algo, aislarse mentalmente, porque Mariel Spallek se estaba volviendo insoportable y le impedía concentrarse. Había comprobado todos los experimentos que tenía en marcha y verificado que iban según lo previsto. Seguía sin haber indicios de respuesta inmunológica. El glicopolietileno aplicado a la superficie de los microbívoros estaba obrando maravillas a todos los niveles de concentración, incluso en lo que Pia habría considerado cantidades minúsculas.

—Voy a salir a tomar el aire un rato —anunció, y antes de que Mariel pudiera protestar, añadió—: No te preocupes, volveré enseguida. De una manera u otra conseguirás que cumpla con mi jornada.

Necesitaba alejarse un rato de Mariel, que no había dejado de vigilarla desde que había llegado. Bajó en el ascensor y salió al exterior. Tenía que hablar con alguien, así que llamó a Paul Caldwell, pero antes de que se estableciera la comunicación recordó que el médico le había dicho que dormiría un rato al llegar a casa. Colgó.

Tuvo un impulso y telefoneó a George, a pesar de que era consciente de las consecuencias que su llamada podía tener. Por suerte, le saltó el buzón de voz. No fue ninguna sorpresa, pues sin duda en aquellos momentos su amigo estaría ocupado trabajando duro en el hospital de Los Ángeles. Contrariada, llamó a la residente que se ocupaba del tratamiento de Will McKinley en Nueva York para ver si tenía algo nuevo que contarle, pero ella tampoco contestó al teléfono. Aunque nada le había salido como esperaba, la pausa le había sentado bien. Animada, decidió entrar de nuevo en el edificio y enfrentarse a un par de horas más de gélido trabajo junto a Mariel.

Cuando regresó al laboratorio se detuvo en seco nada más entrar. Berman estaba allí, hablando con Mariel. Por desgracia, su jefe levantó la vista y la vio, de manera que no pudo seguir su primer impulso y escabullirse discretamente. La perspectiva de tener que lidiar con Mariel y Berman al mismo tiempo era más de lo que podía soportar.

—Ah, Pia, estás aquí. ¿Cómo te encuentras? Mariel me ha dicho que estás enferma.

—Estoy incubando algo, tal vez la gripe o un resfriado, pero aquí estoy. ¿Y tú? Mariel me ha dicho que tampoco te encontrabas bien.

La joven se puso en guardia. A pesar de que el tono de voz de Berman parecía tranquilo y en absoluto acusatorio, no sabía qué esperar. No podía evitar preguntarse si Zachary sospecharía que le había echado un somnífero en la bebida.

El hombre sonrió. Había ido recuperándose progresivamente desde primera hora de la mañana, cuando Mariel lo había sorprendido echando un sueño con la cabeza apoyada sobre su mesa de despacho tras haber realizado una serie de llamadas a China.

—Estoy bien, gracias por tu interés.

Berman se volvió hacia Mariel y arqueó las cejas. Ella captó el mensaje y, aunque visiblemente disgustada, se alejó de ellos. Se puso a hacer algo en el extremo opuesto de la sala, donde no podía oírlos.

—¿Llegaste a casa sin problemas? —preguntó Zachary en voz baja.

—Sí. Circulé todo el rato por debajo del límite de velocidad.

—Buena idea. A esas horas no estoy seguro de si yo habría tenido la buena cabeza de hacer lo mismo. Por suerte, no tenía que ir a ninguna parte durante las horas siguientes, y después me llevaron en coche.

—Espero que la llamada que tenías que hacer fuera bien.

El hombre la escudriñó con expresión interrogativa. Pia desvió la mirada:

—La señorita Jones me comentó que era importante.

—Sí, es cierto. —Berman paseó la mirada por el laboratorio—: Bueno, ¿cómo va todo por aquí?

—Muy bien. Hemos multiplicado por diez el número de experimentos de biocompatibilidad, lo cual nos permitirá obtener resultados mucho más significativos, especialmente si todos siguen mostrando una total ausencia de reacciones inmunológicas. Mariel me ha conseguido más espacio de trabajo y más personal de apoyo. Estamos en ello.

—Eso es música para mis oídos. En mi opinión, el proyecto de los microbívoros es el más importante de todos los que se están desarrollando en Nano.

—¿En qué otros proyectos está trabajando la empresa? —preguntó Pia. De pronto decidió dejarse de precauciones e ir al grano.

Su jefe le sonrió como lo haría un padre cuya hija hace demasiadas preguntas.

—Lo siento, pero no puedo contestarte a eso por razones de seguridad. Confío en que lo comprendas.

—Mariel me ha contestado básicamente lo mismo. Pero ¿no corremos así peligro de que nuestros trabajos se solapen? Si todos supiéramos lo que están haciendo los demás, podríamos beneficiarnos los unos de los otros.

—Mariel y Allan Stevens se encargan de que la información llegue a quien la necesita. Créeme, tu trabajo ha influido en otros proyectos en curso. Te lo aseguro.

—¿A qué aspectos de mi trabajo te refieres? ¿A la cuestión de la biocompatibilidad?

—No voy a concretar —repuso Berman. Había endurecido el tono de su voz y su sonrisa se había esfumado. Estaba perdiendo la paciencia, pero se contuvo—. ¿Por qué no hablamos de cosas más agradables?

—Me has preguntado cómo va el trabajo, y yo me he expresado con franqueza. Si he sobrepasado alguna línea, lo siento.

—No te preocupes. Me alegro de que te encuentres cómoda hablando conmigo. Sé cómo puede llegar a ser Mariel. La diligencia es una de sus virtudes, salvo cuando deja de serlo. Pero ya basta de esta conversación. Para lo que en realidad había venido era para disculparme por mi comportamiento adolescente de anoche. La última vez que me emborraché así fue en mi primer año en la Universidad de Yale. No es mi estilo habitual. Lo siento.

—No hace falta que te disculpes. Yo también bebí más de la cuenta y me dormí.

—¿Está fuera de lugar que te pregunte si lo pasaste bien anoche?

Berman volvía a sonreír, de modo que Pia pensó que podía bajar la guardia.

—Sí, lo pasé muy bien. Te agradezco que me invitaras. —Miró en derredor para asegurarse de que Mariel no se había acercado. Tratándose de ella no podía descartarlo, pero vio que se había marchado del laboratorio—. Solo lamento que la señorita Jones nos encontrara durmiendo en el sofá de la sala de estar. Fue un poco embarazoso.

—No creo que tengas nada de lo que avergonzarte. Me han despertado en circunstancias mucho más comprometedoras que esa, créeme. Tengo que decir que yo me lo estaba pasando estupendamente antes de que el whisky pudiera conmigo. Eres toda una bailarina.

Pia notó que se ruborizaba. Berman lo había olvidado casi todo y tenía que acordarse precisamente de su bailecito. Pensar en ello la avergonzaba mucho más que el hecho de que la señorita Jones los hubiera sorprendido en la sala de estar.

—Es increíble lo que el alcohol es capaz de hacer con nuestras inhibiciones —comentó.

—Estuviste encantadora. La próxima vez que vengas, me aseguraré de permanecer despierto y ser un anfitrión más atento. ¿Qué te parece?

—Muy bien —contestó Pia, que pensaba exactamente lo contrario—. De todas maneras, estaré a tope de trabajo durante los próximos días.

—Sí, yo tengo que viajar, así que no estaré por aquí durante un tiempo. Me encantaría que pudieras venir conmigo, pero tu trabajo aquí es demasiado importante.

—¿Vas a algún sitio divertido?

La mera idea de que Berman hubiera pensado en llevársela con él la horrorizaba, de manera que tuvo que hacer un esfuerzo para parecer lo más natural posible.

—La verdad es que sí —contestó Berman—. Voy a Italia. Pero será por trabajo, así que no tienes por qué envidiarme. Me alegro de haberte visto. Sigue trabajando como hasta ahora. Y no te preocupes por Mariel, solo hace lo que yo le mando. Cuando regrese organizaremos otra cena.

—Aquí estaré —contestó Pia mientras Berman se alejaba—. No pienso ir a ninguna parte.

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