Nano

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Hotel Four Seasons, Milán, Italia

Jueves, 2 de mayo de 2013, 16.12 h

Algo más de dos horas después de que Pia hubiera comenzado su jornada laboral, en Milán, a unos siete mil kilómetros de distancia, eran más de las cuatro de la tarde. Zach Berman se hallaba sentado ante el ordenador en su habitación del hotel Four Seasons repasando los informes que le habían enviado por correo electrónico acerca de los progresos de los distintos proyectos que Nano tenía en marcha, en especial el de los microbívoros, que era el que más le interesaba. Lo que leía le satisfacía y hacía que estuviera impaciente por regresar. Pero todavía no podía. El Giro de Italia, una de las pruebas ciclistas más importantes de Europa, aparte del Tour de Francia, estaba a punto de empezar. Aquel era el motivo de su presencia en el país, pero no deseaba que nadie lo supiera.

Una semana antes, casi inmediatamente después de su conversación con Pia, había volado en su Gulfstream hasta Milán, donde se había encontrado con más dignatarios chinos. Al menos en aquella ocasión no había tenido que reunirse con gente nueva: la delegación estaba compuesta por individuos que ya había conocido en China o en Boulder a lo largo de los últimos dos años, y Whitney Jones lo había aleccionado durante horas acerca de sus nombres, intereses personales y posición en el gobierno. Esa información le facilitaba enormemente la conversación con todos ellos y evitaba los incómodos silencios que había tenido que soportar durante los primeros encuentros. Conseguir capital no figuraba entre sus actividades favoritas, en especial con los chinos, cuya mentalidad burocrática chocaba con su sistema de valores. De hecho, admitía sin tapujos que detestaba tratar con ellos, a excepción de los pocos que eran mínimamente emprendedores. Sin embargo, en el panorama mundial el dinero estaba en China. Le gustara o no.

Uno de los hombres a los que en aquel momento veía con regularidad y con el que le resultaba más fácil entenderse que con la mayoría de los otros era Yan, que siempre insistía en que lo llamara Jimmy. Hablaba un inglés excelente y parecía tener cierto estatus en la intrincada jerarquía gubernamental de su país. A Berman le había complacido comprobar que Jimmy resultaba ser una compañía agradable, y de hecho había ido a Milán para reunirse precisamente con él. Jimmy era un hombre cosmopolita que había estudiado un tiempo en Stanford y por tanto podía hablar con Berman de asuntos relacionados con Estados Unidos. Vestía con traje de estilo occidental y lucía un mejor corte de pelo que sus colegas. Berman no sabía qué edad tenía, pero sospechaba que era más joven que él y que estaba en buena forma física, sobre todo comparado con los otros burócratas chinos con los que tenía que relacionarse.

Berman también se había dado cuenta de que Jimmy era inteligente. La política era uno de sus mayores intereses, así que le había hecho un montón de preguntas respecto a las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos. El proceso parecía hacerle gracia. ¿Cómo sabían los estadounidenses que las personas a las que votaban serían buenos líderes? En su opinión unas elecciones así resultaban absurdamente azarosas, similares a un concurso de popularidad. La respuesta de Berman fue que así funcionaba la democracia.

—El pueblo elige a la persona que cree que será el mejor líder —le dijo.

—¿El pueblo? —se limitó a repetir Jimmy, que dejó la cuestión en el aire.

Zachary sabía cómo debía actuar con los chinos, así que se mostraba tranquilo y confiado cuando se dirigía a ellos como grupo. Había aprendido unas cuantas palabras de mandarín y divertía a sus invitados cuando intentaba pronunciar una frase nueva, aunque casi siempre acababa por estropearla.

Tras varios días aclimatándose a Milán, Berman, Jimmy y otros dos altos funcionarios chinos, acompañados por una traductora, habían ido a visitar sus inversiones mientras entrenaban. El equipo de ciclismo esprintaba en torno a la pista de un velódromo cubierto. A Zachary le había parecido que todos pedaleaban a una velocidad increíble y extremadamente pegados los unos a los otros. Lo último que deseaba a aquellas alturas era que se produjera un accidente grave. Los cinco visitantes se habían quedado en la parte trasera del estadio procurando no llamar la atención. El principal entrenador del equipo los había estado esperando y se había acercado a ellos en el momento apropiado.

—Bienvenidos a Milán. Soy Victor Klaastens, el entrenador del equipo. Es un placer conocerlos. —El hombre tenía un fuerte acento holandés.

—Ah, señor Klaastens, me alegro de que esté aquí —había saludado Berman.

—¿Dónde voy a estar si no es con mi equipo?

—Desde luego. ¿Cómo va todo? Estoy seguro de que nuestros invitados estarán encantados de que se lo explique.

La traductora se había esforzado por mantener el ritmo de la conversación, y a Berman no le parecía mal. Le habría gustado hablar en privado con Klaastens antes del encuentro con la delegación china, pero no le había sido posible. El holandés era un hombre fornido, de unos cincuenta y tantos años, y, como atestiguaba su protuberante barriga cervecera, debía de haber vivido lo suyo. El llamativo chándal azul, rojo y verde del equipo no encajaba para nada con su físico.

—Todo va bien —había contestado—, pero no me gusta tener que hablar con un traductor de por medio. Y eso no hace falta que lo traduzca —había añadido mirando a la joven traductora, que se interrumpió y se apresuró a hacer un gesto afirmativo con la cabeza.

Berman había mirado a Jimmy, pero no dio muestras de haberse inquietado por el comentario de Klaastens. Deseaba que todo transcurriera sin problemas. Al parecer Jimmy se lo había tomado con tranquilidad. Los otros dos hombres apenas dominaban el inglés.

—Así funciona el deporte en la actualidad —había continuado Klaastens—. Soy un entrenador holandés que dirige un equipo ciclista de Azerbaiyán al que visitan unos caballeros chinos acompañados por un ricachón estadounidense que ni siquiera sé cómo se llama. Ignore también eso, señorita.

—Me han llamado muchas cosas, pero ricachón estadounidense… Soy un mero observador.

—Me da igual quién sea usted, y puede que sea mejor que no lo sepa —dijo Klaastens—. Todo me parece bien, incluso aunque tenga que aceptar algunos ciclistas en el último momento con los que ni siquiera puedo hablar porque solo hablan chino. No somos más que un pobre equipo ciclista de un país pobre. Tampoco sé por qué Azerbaiyán necesita un equipo ciclista, pero Kazajistán tiene uno, así que ellos también querían el suyo. Por suerte para mí, porque estaba sin trabajo. Cuando oí que cubrirían todos los gastos de la temporada me pareció todavía mejor. Alguien me dijo que el gobierno recibía el dinero de fuera y que están encantados de llevarse el mérito por tener su propio equipo de éxito. Para mí significaba no tener que perseguir a más proveedores de telefonía móvil belgas para conseguir arrancarles diez mil euros de patrocinio. Esas cosas no resultan agradables para un hombre, sobre todo si cuenta con mi edad y experiencia.

—¿Y qué tal lo están haciendo los hombres nuevos? —había preguntado Berman para intentar reconducir la conversación con Klaastens hacia un terreno más neutral.

—Muy bien. —El entrenador miró a Berman con fijeza—. Extremadamente bien, puede que incluso demasiado bien.

—No creo que sea un problema que estén superando sus expectativas, más bien al contrario.

—Lo que pasa es que son tan buenos que el líder del equipo se pone nervioso. No sé hasta qué punto conoce usted nuestro deporte, pero cuando el líder de un equipo empieza una carrera con ansiedad, la cosa no va bien. Nuestro líder ya no está en su mejor momento, lo sé, pero tiene bastantes seguidores en Francia, y el equipo pretende ganar una etapa en el Tour en julio. Nadie sospechó nada cuando añadí a esos dos al grupo porque, para serle sincero, incluso usted o yo podríamos habernos hecho con un sitio. Pero esos tíos son rápidos y fuertes. Y nadie sabe quiénes son.

—Han estado entrenándose en China. Me enteré de su existencia por casualidad durante un viaje de negocios a ese país. Soy aficionado a la bicicleta y siempre me ha interesado el ciclismo en equipo, de modo que hice unas cuantas presentaciones. Si esos tíos son buenos, pues… mejor. Es la primera vez que participan en una competición internacional.

—Ya se ve. Nunca hablan con nadie y tienen sus propios médicos.

—Los chinos desconfían de la medicina occidental. Están acostumbrados a los remedios hechos con hierbas, todos perfectamente legales y testados. Además, esos dos hombres nunca habían salido de China. Incluso el hecho de encontrarse en Italia los pone nerviosos. Ya he hablado de todo esto con el presidente del equipo.

—Ya lo sé —contestó Klaastens—, pero yo sé más de ciclismo que él. ¿Cómo es ese dicho que tienen en Estados Unidos? «Lo que yo he olvidado es mucho más de lo que él sabe», ¿no?

—Así es.

—De acuerdo. Lo pregunto por mi propio bien. Tengo que estar preparado por si uno de esos chicos gana una etapa en esta carrera.

—¿De verdad cree que hay alguna posibilidad de que ganen una etapa?

«Si cualquiera de esos tipos gana una etapa, me sorprendería mucho», había pensado Berman. Ambos ciclistas conocían las consecuencias de hacer una actuación demasiado buena y demasiado pronto. Y no les afectarían solo a ellos, sino también a todos sus familiares, que continuaban en China. Tras oír lo rápidos que eran, Berman se había preocupado por si, a pesar de que les habían dado instrucciones en sentido contrario, ya habían estirado demasiado las piernas.

—Lo más probable es que no. Vemos a muchos chicos que destacan en los entrenamientos pero que se hunden en la carretera. Es posible que sean de esos.

—Es posible.

—De acuerdo, como le he dicho, no estoy preocupado. Han superado la prueba antidopaje que les hemos hecho en varias ocasiones, la misma a la que los someten durante la carrera. Y usted me dice que todo está en orden. Así que lo está. Tengo entendido que en China hay más de setecientos millones de ciclistas. Al menos dos de ellos tienen que ser buenos, ¿no? Vi la cifra en internet, y me gustó. Si alguien de la prensa me pregunta, y lo harán, eso es lo que voy a contestar. Dos de entre setecientos millones. Eso debería convencer a la mayoría de los escépticos.

La traductora había hablado durante un minuto largo después de que Klaastens terminara, y Zhu, uno de los miembros de la delegación, había contestado con unas cuantas palabras nerviosas.

—¿Va todo bien? —le había preguntado Berman a la traductora.

Pero Jimmy se había encargado de contestarle:

—Solo se pregunta si hay algún problema. Dice que este hombre es muy serio.

—Por favor, asegúrale que todo va bien. Nuestro amigo es una eminencia en el mundo del ciclismo y solo está expresando sus opiniones personales. Como puedes ver, es muy locuaz. Pero todo está en perfecto orden.

Entonces Berman se había llevado a Klaastens lejos del grupo.

—No quiero que piensen que no les agradece su apoyo —le había advertido en cuanto estuvieron a una distancia desde la que no podían oírlo.

—Se lo agradezco —había insistido el entrenador—. Pero oficialmente no son ellos los que nos patrocinan. Es lo del anonimato lo que me resulta tan extraño. Lo normal es que los patrocinadores quieran poner logotipos por todas partes, así que desde ese punto de vista no me quejo. Pero la verdad es que no tengo la menor idea de quiénes son esos tipos ni quién es usted.

—Le aseguro que, cuando llegue el momento, se darán a conocer, al igual que yo. Estamos en la fase preliminar y no quieren sentirse avergonzados si los chicos fallan. El fracaso está muy mal visto en su cultura, especialmente si se produce en un ámbito internacional. De ahí tantas intrigas. Pero su contacto estaba en lo cierto. El dinero para financiar el equipo provino de un tercero y se canalizó a través del gobierno azerí. En última instancia, la conexión está relacionada con el petróleo.

—¿Petróleo?

—Es de dominio público que los chinos pretenden copar el mercado de las materias primas en general.

Klaastens se había encogido de hombros y después había asentido. Tras escuchar aquella información, se había convertido en una especie de cómplice de Berman. Al fin y al cabo, valoraba su trabajo por encima de los detalles y de las preguntas que estos suscitaban. Estaba seguro de que si ocurría algo indebido, podría alegar que no sabía nada. Ambos regresaron junto a los delegados chinos y el entrenador se dirigió a la traductora:

—Por favor, asegúrele a estos caballeros que nuestro equipo les está muy agradecido por su apoyo y que confiamos en que nuestra asociación sea fructífera y duradera. Solo deseamos que nos confirmen que sus chicos seguirán corriendo en equipo. Aunque mucha gente no lo sabe, el ciclismo es, en último término, un deporte de equipo.

—¡Bien dicho! —había exclamado Berman, que después se había marchado antes de que Klaastens organizara una demostración de las proezas y la velocidad del equipo, y en especial de los dos nuevos ciclistas chinos.

Sentado a su escritorio del Four Seasons, acabó de leer sus correos electrónicos. Miró el reloj y se preguntó si tendría tiempo de tomarse otro plato de gnocchi fritos. Había descubierto que la comida de Milán le encantaba, sobre todo la de los restaurantes más baratos. Su nuevo plato favorito estaba más que delicioso, aunque no era bueno para la salud. Jamás se le habría ocurrido comerse algo así en casa, y eso lo hacía todavía más apetecible.

Habían sido unos días divertidos. Milán tenía una vida nocturna emocionante, y se había sumergido en ella en compañía de Jimmy, que resultó ser un guía sorprendentemente informado. Gracias a él localizó varios locales donde había un sinfín de mujeres hermosas procedentes de la Europa del Este, sobre todo de Hungría y Chequia. Como resultado, necesitaba dedicar el viaje de vuelta a casa a dormir.

Después de aquella primera visita, había ido con Jimmy a ver los entrenamientos del equipo ciclista unas cuantas veces más. Les recordó a los médicos que trabajaban con los deportistas que tenían que asegurarse de seguir los protocolos que habían establecido. La seguridad era primordial. No llevar nunca nada encima, utilizar siempre los mensajeros y no olvidar que los ciclistas no podían ganar. Debían ser rápidos en todo momento, pero solo para apoyar al líder del equipo. Era probable que fueran mucho más fuertes que él, especialmente en la carrera de aquel año, pero tenían que contenerse a cualquier precio, aunque se sintieran capaces de superarlo. En aquellos momentos el plan era que dieran a conocer su presencia, nada más.

Más adelante ya habría oportunidad para las heroicidades. Al fin y al cabo, en lo que a los chinos se refería, de eso se trataba.

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