Nano

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Apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Domingo, 12 de mayo de 2013, 10.25 h

Cinco días después

Pia estaba demasiado ocupada para aburrirse, pero cada vez que hacía una pausa en el trabajo y meditaba sobre la situación general, se ponía nerviosa. No podía pensar en otra cosa que no fuera intentar volver a casa de Berman y crear las circunstancias propicias para hacerle la fotografía que esperaba que le diera acceso al resto de los edificios de Nano. Sin embargo, cuando su jefe no estaba de viaje, estaba ocupado debido a las visitas de los chinos.

Había intentado ir a verlo a su despacho muy temprano, como había hecho la otra vez, pero nunca estaba allí, de modo que al cabo de tres o cuatro intentos desistió. También se había atrevido a ir dos veces en horas de oficina, pero la secretaria de Berman, una mujer que trabajaba de nueve a cinco y se ocupaba básicamente del correo de su jefe, le había dicho que no estaba disponible. Pia no quiso insistir por temor a dar la impresión de estar acosando al presidente de la compañía. Tampoco había rastro de Whitney Jones por ninguna parte. La joven no quería ser paranoica, pero no era capaz de desprenderse de la sensación de que la estaban ignorando a propósito.

Entonces, en contra de su costumbre, se había esforzado por hacerse amiga de los dos ayudantes que le habían asignado, Pamela Ellis y Jason Rodríguez, para intentar enterarse de algún cotilleo sobre Berman y Jones. No tardó en dar por imposible a Pamela. Era un clon de Mariel con unos años menos. Por muy torpes que pudieran haber sido sus intentos de trabar conversación con la ayudante, Pia no veía razón alguna para que Pamela los rechazara tan categóricamente. En varias ocasiones incluso pudo notar los ojos de la joven clavados en su espalda, y cuando se volvió, tuvo la certeza de que Pamela acababa de apartar la mirada. La posibilidad de que pudiera ser una espía infiltrada por Mariel se le ocurrió nada más conocerla, así que se aseguró de que su relación fuera distante y estrictamente profesional.

Jason Rodríguez también era un poco estirado, pero, en comparación, mucho más simpático. Según sus propias palabras, era un pirado de la ciencia. Estaba ansioso por aprender sobre nanotecnología, de modo que sonsacaba a Pia siempre que tenía ocasión. Era inteligente, comprendía la importancia de sus investigaciones y era tan ambicioso como corpulento. Decía que medía un metro noventa, pero Pia se preguntaba si no sería más alto. Jason le contó que en la universidad había tenido que elegir entre el deporte y los estudios —no podía dedicar tanto tiempo como deseaba a ambas actividades—, así que escogió la ciencia. También le habló largo y tendido de sus estudios de posgrado en la Universidad de Michigan, pero no soltó prenda respecto al trabajo que había hecho en Nano antes de que se lo asignaran a ella.

Pia incluso había llegado a preguntarle si quería salir a tomar una copa una noche, pero él rechazó la invitación alegando que estaba agobiado de trabajo. Jason le había hablado en más de una ocasión de la novia que había tenido en Michigan, así que Pia estaba segura de que ni era gay ni tenía pareja. Su orgullo sufrió un ligero revés cuando Jason la rechazó por segunda vez. Después de aquello, Pia dejó de insistir por si se estaba poniendo demasiado pesada. Acostumbrada a tener que rechazar con demasiada frecuencia los avances indeseados de los hombres, sabía que en su comportamiento había una pizca de irracionalidad.

Su principal preocupación seguía siendo qué demonios le había pasado a Berman. Se formulaba aquella pregunta todos los días. Era consciente de la ironía de la situación. Antes del episodio del corredor misterioso se había pasado meses intentando quitárselo de encima, pero cuando ella se le había puesto a tiro, él se había desvanecido. O al menos no aparecía para invitarla de nuevo a cenar. Pia estaba tan impaciente por poner en marcha la siguiente fase de su plan que habría aceptado casi cualquier cosa con tal de volver a casa de Berman. Pero él no le daba oportunidad de hacerlo.

Entretanto, en Nano avanzaban rápidamente con los preparativos para los experimentos de seguridad con mamíferos. Comenzarían con ratones y con los microbívoros que ella había diseñado. Dado que sus resultados con las lombrices intestinales eran cada vez más prometedores, la presión sobre Pia había disminuido. Mariel ya no la controlaba tanto y se mostraba mucho menos crítica. Pia casi echaba de menos sus arengas. ¿Acaso Mariel no quería que incrementara sus preparados para llevar la investigación lo más lejos posible y de ese modo iniciar el largo proceso de aprobación por parte del Departamento de Sanidad? ¿Y qué pasaba con los tipos que se encargaban de la programación de los microbívoros con los que todavía tenía que reunirse? Le habían repetido una y otra vez que estarían disponibles la semana siguiente, pero seguían aplazándolo.

Entonces Mariel le dijo que iban a reasignar a Pamela Ellis a otro laboratorio de aquel mismo edificio. Luego le pidió que realizara un experimento con un producto comercial, un preparado de ADN para un test de embarazo que, desde el punto de vista de Pia, no era más que trabajo de relleno.

El domingo, Pia se tumbó en el sofá con su nerviosismo y frustración crecientes. Paul le había dicho algo que no dejaba de rondarle la cabeza. ¿Hasta qué punto sabía qué estaba haciendo Nano con sus ideas? Quizá Pamela Ellis estuviera en alguno de los rincones secretos de la empresa haciendo experimentos que debería estar realizando la propia Pia en su laboratorio, puede que aplicando en ratones sus microbívoros recubiertos de oligosacáridos. U otro tipo de experimentos que no querían que viera o tan siquiera llegara a conocer.

Su iPhone vibró sobre la mesita y la arrancó de sus ensoñaciones. Vio que era Paul quien llamaba y agradeció la distracción.

—Hola, Paul, justo en este momento estaba pensando en ti.

—Qué bien, pero ¡escucha, Pia! —dijo en voz baja como si no quisiera que nadie lo oyera—. Esto es serio. Creo que tenemos otro caso.

—¿Otro qué?

—Otro atleta de Nano de camino a Urgencias. Esta vez es un ciclista. ¿Dónde estás?

—En casa. Dame diez minutos y nos vemos en el hospital. ¿Qué sabes de ese ciclista?

Se puso las zapatillas, cogió las llaves del coche y una chaqueta y salió de casa corriendo sin dejar de hablar por el móvil que sujetaba entre el hombro y la oreja. Llevaba días de brazos cruzados esperando a que ocurriera algo, y por fin había sucedido.

—Lo han encontrado en el extremo más alejado del recorrido Carter Lake —siguió explicando Paul—. Conozco el sitio. Al parecer alguien que iba unos seiscientos metros por detrás de él lo vio desplomarse y llamó a emergencias. La ambulancia nos ha pasado los detalles de la llamada para que podamos tener preparada la sala de Urgencias. Dicen que el ciclista está inconsciente. Es un varón asiático y lleva el logotipo de Nano en la ropa.

—¡Eso es estupendo! Bueno, no quería decir eso. Me refiero a que esta vez podríamos intentar retenerlo en el hospital una vez que esté allí, ¿no? Podríamos conseguir algo más de sangre.

—Podemos intentarlo.

—¿Están al corriente en Nano?

—Eso no lo sé.

—De acuerdo. Acabo de subir al coche. ¿Cuánto tiempo tengo?

Pia estaba encantada. Paul conservaba la pequeña muestra de sangre del corredor que había apartado de la remesa desaparecida en el laboratorio. Al principio iba a llevársela a su propio laboratorio para hacerle algunas pruebas, pero al final lo había pensado mejor. El problema era que disponía de tan poca cantidad que no podía desperdiciar nada. Decidió que antes de utilizarla quería tener claro qué clase de análisis debía hacer. Además, Mariel la había estado vigilando demasiado de cerca como para arriesgarse a llevar a cabo una actividad extracurricular como aquella, pero una muestra más abundante le permitiría dar con la forma de analizarla y ver si el resultado podía explicar lo que le había ocurrido a la víctima.

—La ambulancia va de camino para allá, así que imagino que aún tardará un rato en llegar, depende de lo que se encuentren en la escena. Ven y planeamos la estrategia. Hoy Noakes no está, por suerte, y he llamado a la policía. Así que sí, intentemos retener a este.

A pesar de que la ambulancia todavía no había recogido al ciclista, Pia condujo a toda velocidad hasta el hospital. Cuando entró en Urgencias encontró a Paul ante el mostrador de recepción.

—¿Lo tienen? —preguntó.

Tenía el rostro congestionado y le faltaba el aliento a causa de la emoción.

—No lo sé. Tienes que calmarte. Lo que debemos esperar es que ese hombre esté bien, ¿vale?

—Sí, claro. Lo siento. Es solo que llevo tiempo devanándome los sesos con lo de ese corredor. No tener respuestas me está volviendo loca. No soy del género paciente, necesito saber lo que está pasando.

—Ya lo sé, Pia, me lo has dicho muchas veces —dijo Paul con una sonrisa. Él era la calma personificada, y su actitud solo hacía que la ansiedad de Pia se intensificara—. He hablado con la abogada del hospital y está de camino. Pero al parecer he perdido los datos de contacto de Noakes, así que él no está de camino. Una pena. Además, aquí tenemos dos agentes de la policía de Boulder, y ya les he advertido que es posible que tengamos problemas. Les he contado que esperamos la llegada de un paciente con insuficiencia cardiorrespiratoria que va a necesitar que lo atendamos pero que tal vez sea secuestrado por terceros. Bueno, en realidad no he utilizado la palabra «secuestrado». Solo les he dicho que es posible que aparezca alguien que exija hacerse con su custodia y que le demos el alta en contra de nuestra opinión médica. También he pedido que venga nuestra traductora de mandarín, y no tardará en llegar. Creo que eso es todo lo que podemos hacer por el momento.

Paul llevaba un pequeño auricular que le permitía comunicarse con la ambulancia. Apretó el botón de «Hablar» y le preguntó al conductor cuánto le faltaba para llegar al lugar del suceso. Pia no alcanzó a oír la otra parte de la conversación por encima de las interferencias. Cuando acabó, Paul se volvió hacia ella.

—Ya han llegado. Son David y Bill, los mismos que recogieron al corredor, lo cual es bueno. Sabremos si el ciclista presenta los mismos síntomas.

—¿Qué están viendo? —preguntó Pia con nerviosismo—. Diles que metan al paciente en la ambulancia de inmediato.

—¡Dales un respiro! Tienen que estabilizarlo, ver qué ocurre. Ya conoces el protocolo. Discúlpame un momento. Tengo que ir a ver a otro paciente.

Paul se alejó de la zona de recepción y se dirigió a un cubículo cercano donde había mucha actividad. Pia comprobaba su reloj cada treinta segundos, y después volvía a mirar a Paul. Estaba demasiado lejos para oír lo que decía. Al cabo de quince minutos que se le hicieron interminables, el médico regresó y sonrió.

—Muy bien, vamos a ver cómo les va. Ya deberían estar de regreso.

Llamó a la ambulancia y fue retransmitiendo lo que los paramédicos le decían.

—De acuerdo, todavía estáis en el lugar del accidente… En principio los mismos síntomas, sí… Al parecer no responde… Habéis realizado un masaje cardiorrespiratorio…

—Pregúntales sobre los tatuajes —le pidió Pia.

—¿Qué? Perdonad un segundo. —Tapó el micro con la mano para poder oír la pregunta de Pia—. ¿De qué me estás hablando?

—Pregúntales que si tiene algún tatuaje en el antebrazo derecho.

—Eso ya lo averiguaremos cuando lleguen aquí. Al parecer acaban de reanimar al paciente. Un tatuaje no es relevante en el estado actual de las cosas… ¿Qué has dicho? —Devolvió su atención a los paramédicos, pero había perdido el contacto—. ¡Maldita sea, no puedo oírlos! Central, he perdido la comunicación con Dave y Bill. ¿Dave? ¿Dave? ¿Me oyes?

—¿Qué ocurre? —quiso saber Pia a pesar de que era evidente que Paul no podía oír a los paramédicos.

Ambos se quedaron allí parados, sin poder hacer nada, durante un par de minutos largos. Entonces la radio cobró vida de nuevo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Paul.

—¿Qué ocurre? —exigió saber Pia, pero Paul levantó la mano con la palma hacia arriba para pedirle que esperara mientras escuchaba lo que le decían.

—¿En serio? El paciente se llamaba Yang… Y eran las mismas personas que vinieron aquí, estáis seguros… Vale, lo entiendo. Claro, os quedáis ahí y llamáis a la policía por radio…

Pia notó que se le formaba un nudo en el estómago al oír las palabras de Paul.

—De acuerdo, esperad ahí. —Puso punto final a la conversación.

—¿Qué demonios…?

—No han llegado a meter al paciente en la ambulancia. La misma gente que se presentó en Urgencias apareció con una furgoneta blanca y se ha llevado al ciclista. Por lo que me han dicho parece que ha sido prácticamente a punta de pistola. Y la víctima, igual que nuestro corredor, se había recuperado milagrosamente. En un abrir y cerrar de ojos ha pasado de moribundo a plenamente consciente. Ni Bill ni David saben cuánto tiempo llevaba en parada cardiorrespiratoria…

—¿Dónde está ese sitio? ¿Dónde lo han encontrado exactamente?

—Calculo que está a unos cincuenta kilómetros de aquí. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque desde allí a Nano hay más o menos la misma distancia que desde aquí a Nano, pero ellos tienen que llegar por carreteras secundarias llenas de curvas y nosotros podemos ir por autovía casi todo el rato. Vamos, llegaremos antes que ellos.

—¿Llegar antes que ellos? ¿De qué estás hablando?

—Debemos impedir que regresen a Nano o, como mínimo, ver por dónde entran para asegurarnos de que es allí donde lo han llevado.

—¿Y cómo vamos a conseguirlo?

—Ya pensaremos en algo por el camino. Sabemos qué carretera tienen que coger desde Carter Lake. Paul, ¿vienes o no? Se supone que es tu paciente. Te preocupaba que lo secuestraran aquí, ¿no? Pues esta vez no han perdido el tiempo y se lo han llevado antes incluso de que lo metieran en la ambulancia. ¡Vamos, Paul, estamos perdiendo el tiempo!

Pia echó a correr y él, a pesar de lo que le dictaba la razón, la siguió.

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