Nano

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Apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Miércoles, 10 de julio de 2013, 6.00 h

Seis semanas y media después

Antes del accidente y durante la mayor parte de su vida adulta, a Pia siempre le había costado levantarse por las mañanas. Se quedaba leyendo hasta demasiado tarde y las pesadillas interrumpían su sueño a menudo, de modo que cuando sonaba el despertador nunca había descansado lo suficiente y la tentación de quedarse otra hora en la cama le resultaba imposible de resistir. Sin embargo, desde que había salido del hospital hacía varias semanas, se despertaba todos los días a las seis en punto, lista e impaciente por empezar su programa de rehabilitación.

Para ella, verse apartada de la acción era una tortura. Aparte de su pequeño problema a la hora de salir de la cama por las mañanas, odiaba la inactividad, porque siempre despertaba su latente sensación de vulnerabilidad. En lo que a ella se refería, las vacaciones suponían una absurda pérdida de tiempo. Dejaban demasiado tiempo para pensar. Pia necesitaba tener un objetivo en la vida, una razón para salir de su cálida y acogedora cama y un propósito que la mantuviera activa a lo largo del día. En aquellos momentos, tras el accidente de coche, tenía dos.

Uno era que quería reincorporarse al trabajo. Desde que se había emancipado del programa de acogida, siempre había tenido cosas que hacer. Lo primero fue conseguir que le convalidaran los estudios de secundaria y las tareas del convento. Luego fue la universidad y, finalmente, la facultad de medicina y su primer acercamiento a la muerte. Tras su estancia lejos de la civilización había sido Nano lo que había dominado su vida durante dieciocho meses, e incluso después de empezar a hacerse preguntas acerca de la empresa y de sus actividades había seguido totalmente absorbida por el trabajo, manteniéndolo al margen de sus preocupaciones sobre lo que otra gente pudiera estar tramando allí. Estaba convencida por completo de que lo que había estado haciendo era honrado y ético y de que incluso podría servir para ayudar a su amigo Will. Así que deseaba reincorporarse al trabajo y averiguar qué había pasado con los experimentos de biocompatibilidad con ratones, si los resultados habían sido los mismos que con las lombrices intestinales; es decir si su idea de incorporar el glicopolietileno al caparazón diamantoide de los microbívoros había seguido solucionando los problemas inmunológicos.

Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, estaba el problema con el flagelo. ¿Le habrían echado los programadores un vistazo a su idea de crear un código que hiciera que los microbívoros enrollaran sobre sí mismas las bacterias con flagelo antes de introducírselas en la cámara digestiva?

Estaba ansiosa por conocer las respuestas a esas preguntas, pero había un problema, uno importante. Cuando todavía estaba ingresada en el hospital, Mariel la había llamado para decirle que no podría volver a Nano, ni siquiera de visita, hasta que su cirujano general, el equipo de fisioterapia del hospital y el cirujano ortopédico le hubieran dado el alta. No había sido una discusión. Con su brusquedad habitual, Mariel le había dicho que no apareciera por la empresa ni llamara hasta que hubiera superado por completo todas las secuelas del accidente y sus médicos le hubieran entregado un certificado que lo confirmara.

Aunque Pia estaba acostumbrada a estar sola y eso le gustaba, su separación forzada de Nano la molestó más de lo que había esperado y la hizo comprender que no era tan introvertida como creía. Había llegado a depender de las pequeñas interacciones que mantenía con otras personas a lo largo del día, una circunstancia que, sin Nano, debía suplir con las visitas a su fisioterapeuta. Por desgracia, aquello no bastaba, y en su bloque de apartamentos solamente conocía a unos pocos inquilinos de vista.

Sus únicas visitas eran las de Paul, al que veía con regularidad, y las del fisioterapeuta que iba a su casa hasta que estuviera lo bastante recuperada para ir en coche al gimnasio a hacer los ejercicios por su cuenta. En muchos sentidos Paul había sido una bendición del cielo para ella. Incluso se había ocupado de que sus padres le prestaran su segundo coche. El Volkswagen había quedado destrozado, y Pia no estaba en posición de solicitar a Nano que le entregaran otro.

La segunda motivación en la limitada vida de Pia para salir de la cama por las mañanas era Berman. Cada vez que se quedaba tumbada en ella sin ganas de levantarse, como aquella mañana, pensaba en él. Cuando le dolía el brazo roto —como en aquel momento—, o cuando las costillas fracturadas le molestaban, o cuando le escocía la cicatriz del bazo que le habían extirpado, se imaginaba a Berman. Deseaba arrancarle respuestas, respuestas a sus preguntas acerca de Nano, pero sobre todo acerca del accidente de coche.

Paul le había confirmado que lo había visto en su habitación del hospital, aún sumida en el estado febril que siguió a su despertar. Había sido incómodo, admitía el médico, pero Berman había intentado dar la impresión de ser un jefe preocupado que iba a visitar a una colega. Paul no se lo había tragado. De hecho le había dicho a Pia lo que realmente pensaba, que su jefe era un depredador y que debía mantenerse lo más alejada posible de él.

—¿Te refieres a un depredador sexual? —le había preguntado Pia.

—Pues claro.

—No es que no te crea, pero ¿qué te hizo pensar eso?

En su mente Pia veía a Berman intentando entrar a la fuerza en su apartamento.

—Su actitud y su persona —repuso Paul meneando la cabeza—. Es una lástima, porque es un tío atractivo.

Tal como Paul sospechaba, Pia estaba totalmente convencida de que su accidente no había sido tal, a pesar de que sufría amnesia traumática y lo había olvidado todo. Lo que la llevaba a pensar así era que se conocía: sabía que jamás se habría salido de la carretera sin más. Para ella la única explicación era que alguien los hubiera embestido, y el hecho de que las autoridades pudieran dar a entender lo contrario la desconcertaba.

Paul le contó que la policía lo había interrogado y que el incidente había sido oficialmente descrito como un accidente causado en parte por el exceso de velocidad de Pia. Añadió que los agentes habían llegado a esa conclusión aunque él les había contado, a pesar de sus problemas de memoria, que recordaba vagamente haber visto a otro coche detrás de ellos justo antes del impacto. Cuando Pia había oído aquello había insistido en hablar con los dos interrogadores de Paul, pero pese a las protestas de la joven ambos le habían dicho que no había nada que investigar y que sus jefes pensaban lo mismo. Según ellos, el examen de los restos del Volkswagen no indicaba que hubiera habido otro vehículo implicado. Había muchas abolladuras y arañazos, pero no restos de pintura ni daños que no pudieran explicarse por las muchas vueltas de campana que habían dado.

Aun así, Pia seguía creyendo que todo era una tapadera. Cuando insistió en ello, Paul le preguntó que, si era cierto que los habían echado de la carretera y que Nano estaba detrás del suceso, ¿cómo era posible que la empresa hubiera sabido dónde estaban? Ellos dos habían salido del hospital apenas unos minutos antes. Pia no tenía respuesta para semejante pregunta, pero sugirió que tal vez su coche llevara un localizador o que quizá Nano contase con un espía en el hospital. Paul no pudo evitar contestarle que había visto demasiadas películas.

George había vuelto a visitarla tres semanas después de que saliera del hospital. Le resultaba muy complicado alejarse de Los Ángeles y solo pudo quedarse una noche. Pia le expuso todas sus teorías sin darle tregua y él las escuchó sin mucho interés y cada vez más preocupado por la posibilidad de acabar metiéndose de nuevo en problemas. Coincidió con Paul en recomendarle que se mantuviera alejada de Berman, por mucho que hubiera sido él quien lo hubiera avisado del accidente. Incluso llegó al extremo de decirle que se estaba volviendo paranoica y que se dejaba dominar por teorías conspiratorias sin fundamento. Le recordó que no era la primera vez que permitía que semejantes ideas le causaran dificultades.

—Puede que tengas razón —había admitido ella—, pero en Nueva York al final estaba en lo cierto.

—Que no te equivocaras allí, y eso es verdad solo en parte, podría añadir, no quiere decir que no te equivoques aquí. Si quieres un consejo, creo que deberías dejarlo estar. Opino que deberías cambiar de aires y volver a empezar, porque, después de lo que me has contado, no creo que tu futuro en Nano sea tan prometedor.

En aquel punto de la conversación, Pia esperó que George le pidiera que se marchara con él a Los Ángeles cuando estuviera recuperada del todo, pero no lo hizo. Le agradeció a su amigo que se mordiera la lengua, pero estaba segura de que la invitación llegaría tarde o temprano. Mudarse a Los Ángeles no figuraba entre sus planes, ni siquiera suponiendo que al final tuviera que abandonar Nano.

Pia se sentía sobre todo frustrada. Aborrecía la inactividad y la sensación de impotencia. Estando tan débil no podía hacer nada. Así pues, aquella mañana, como muchas otras, tras haber sopesado su situación, se levantó de la cama e hizo una serie de estiramientos para preparar su dolorido cuerpo para el ejercicio. Había dejado todos los analgésicos, aunque tomaba unos antiinflamatorios que podía comprar sin receta, y se enfrentaba a sus lesiones sin miedo. Estaba encantada con la idea de que fueran a quitarle la escayola del brazo aquella misma semana para sustituirla por una especie de venda semirrígida, aunque aún tendría que llevarlo en cabestrillo. Seguía teniendo las costillas vendadas y el cabello de la coronilla muy corto, pues se lo habían afeitado para aplicarle los más de diez puntos necesarios para cerrarle un corte.

Mientras se duchaba, hizo una serie de ejercicios mnemotécnicos caseros y los superó sin esfuerzo para demostrarse que su memoria había mejorado y no empeorado desde el accidente. El neurólogo que la había tratado la había avisado de que algunos síntomas, como la pérdida de memoria, podían aparecer meses después del accidente, y también de la depresión que podía derivarse de un suceso así. Pia le había contestado que estaba demasiado furiosa para deprimirse y no había querido dar más explicaciones cuando el médico le preguntó a qué se refería exactamente.

Tenía la sensación de que iba a ser una agradable mañana de verano, así que se marcó objetivos nuevos y más difíciles en su trabajo físico de recuperación. Lo mejor de todo era que aquella noche había quedado con Paul para cenar en un restaurante italiano de Boulder, así que esperaba que el ejercicio le abriese el apetito.

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