Nano

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Mansión de Zachary Berman, Boulder, Colorado

Domingo, 21 de julio de 2013, 21.15 h

Zachary Berman salió de la página web que había estado consultando en su ordenador. El Tour de Francia había acabado aquel día y lo había ganado el ciclista español que había finalizado la última etapa entre el grupo de corredores de cabeza que había disfrutado del paseo por los Campos Elíseos. Sin embargo, Liang Dalian había subido al podio durante la entrega de premios vestido con el maillot de topos rojos que lo acreditaba como Rey de la Montaña, el corredor con el mejor tiempo en ascensos a lo largo de toda la carrera. Era el primer ciclista chino que ganaba una etapa del Tour, y también el primero en imponerse en una de las prestigiosas competiciones internas de la carrera. Su rostro había aparecido durante aproximadamente un minuto en las cadenas de televisión por cable que retransmitían la carrera («¿Estaba China a punto de invadir el deporte?»), pero en internet su victoria estaba siendo mucho más comentada.

Berman había visto una entrevista a Liang en la que había mediado el mismo traductor que siempre acompañaba al equipo. Las respuestas del ciclista estaban bien preparadas. Se mostró encantado y sorprendido por su hazaña, dio humildemente las gracias a los demás compañeros de equipo, a los entrenadores y a los patrocinadores, y explicó que a él y a su compañero Bo no les había resultado fácil ir a Europa a competir porque hasta entonces nunca habían salido de China. Acabó diciendo que esperaba que aquella victoria fuera la primera de muchas para sus compatriotas… y sugirió que quizá ganara el Tour el año siguiente, ¿quién sabe?

Una pena que aquello no fuese a ocurrir, pensó Berman. Suponía que aquel honor le correspondería a algún joven campesino chino que en aquellos momentos estaría pedaleando por placer en una aldea remota; sería criado y entrenado en su país y se convertiría en un profesional que podría ser una estrella de la nueva China si así lo deseaba. Pero los riesgos de seguir adelante con Liang eran demasiado altos. Su verdadera biografía podía salir a la luz, por ejemplo. Berman estaba convencido de que a lo largo de los meses siguientes le ocurriría algo que pondría fin a sus sueños.

Un impulso incontrolable le llevó a consultar otra página web. Faltaba menos de una semana para la ceremonia inaugural de los Campeonatos Mundiales de Atletismo de Londres, y allí estaría él, esperando la competición con la misma expectación con la que había vivido el Tour, solo que multiplicada por dos o por tres. Se acercaba el momento decisivo. Todo su futuro dependía de una única carrera. Pero los entrenadores le repetían que no se preocupara. Utilizaban las mismas palabras que había utilizado el entrenador de Liang una mañana en algún lugar de Francia durante el Tour. Berman no tenía por qué inquietarse, el corredor estaba teniendo un rendimiento excelente a pesar de utilizar tan solo un ochenta y cinco por ciento de su capacidad física. El entrenador defendía que Liang podía ganar la carrera si era necesario, y con facilidad. En Londres decían lo mismo. El problema no iba a ser ganar, sino hacerlo por un margen demasiado amplio.

Aquellas palabras tranquilizadoras lo animaban, pero aun así era incapaz de relajarse. Por eso entró por enésima vez en la página web del equipo de atletismo chino. Era el más numeroso de los presentes en Londres y se esperaba que consiguiera un gran número de medallas. Buscó los corredores de maratón y dio con el familiar rostro de Yao Hong-Xiau, un participante de última hora que no había podido presentarse a las pruebas de marzo pero que en junio había logrado un registro espectacular durante una carrera privada. Berman sabía que habían tirado de unos cuantos hilos para meter a Yao en la carrera, pero aun así allí estaba su nombre. Yao correría en Londres.

La concentración de Berman se vio interrumpida por un extraño sonido. Era un ruido distante que al parecer había tardado un rato en atravesar los gruesos muros de madera y piedra de la mansión y sus ventanas de triple cristal. Apartó la vista del ordenador y aguzó el oído. El ruido apenas se oía, pero sin duda estaba ahí fuera.

—¡Es un maldito claxon! —exclamó en voz alta—. ¿De dónde demonios viene, de la costa Este?

Echó la silla hacia atrás, salió de la sala de estar, cruzó el vestíbulo y entró en el cuarto de control.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —murmuró.

Uno de los monitores había detenido sus barridos para mostrar una imagen de la verja de entrada. El sistema estaba diseñado para enfocar cualquier movimiento significativo que superase al de las ramas de los árboles meciéndose en el viento. Allí, a plena vista, estaba Pia Grazdani, que miraba directamente a la cámara con las cejas arqueadas en un gesto de expectación. Estaba sentada al volante de un sedán con la ventanilla bajada. Berman vio que no paraba de apretar la bocina del coche.

—Parece maná caído del cielo —dijo en voz baja como respuesta a su propia pregunta.

El corazón se le había acelerado un poco y la excitación avanzaba deprisa por los centros reptilianos de su cerebro. Pia había ido verlo, y el momento no podía ser más oportuno. Estaba de buen humor, y no se le ocurría nadie mejor para celebrar sus éxitos que Pia Grazdani. Iba a resarcirse de su desmayo de su visita anterior.

Pia siguió apretando el claxon. Había pensado hacerlo durante cinco minutos, y ya se estaba acercando al límite. Presentarse en casa de Berman había sido una decisión repentina, impulsiva, fruto de la desesperación y la contrariedad. Había utilizado sin éxito la misma estratagema cuatro días antes, tras su fracasado intento de entrar en el laboratorio, pero pensaba que las cosas podían ser distintas aquella noche. Ignoraba si Berman estaba en Boulder o no, porque, al igual que Mariel, no le había devuelto ninguna de sus llamadas ni mensajes. No obstante, Paul le había dicho que creía que Zachary sí estaba en la ciudad. Su fuente era un amigo que trabajaba en los servicios del aeropuerto y que le había informado de que al menos el jet de Nano había regresado. Lo que no sabía era si Berman viajaba en él o no.

Al llegar a la verja del final del camino de acceso y ver que había luz en la casa se había animado, aunque aquello no garantizase que Berman estuviera allí y mucho menos que quisiera recibirla. Sin embargo, iba a insistir, ya que él era su última posibilidad. Sabía que no era realista al pretender solucionar sus dos problemas —su falta de acceso al laboratorio y su necesidad de respuestas acerca de lo que estaba ocurriendo entre las bambalinas de Nano—. Pero sí era lo bastante realista para darse cuenta de que continuar con su empleo en la empresa parecía insostenible. Aunque su deseo de saber más seguía espoleándola, y Berman era su única esperanza.

Había sopesado largamente qué debía ponerse para la ocasión, por si al final llegaba a ver al escurridizo gerente de Nano. Su vestido negro resultaba inapropiado para una visita improvisada, aunque tal vez fuera lo que Berman quería ver. Pensó que lo mejor sería ponerse un atuendo sencillo, como si se hubiera pasado por allí por casualidad. Al final, frente a su escaso guardarropa, escogió unos vaqueros ceñidos y una blusa negra entallada que creía que realzaba su figura atlética. Luego se recogió el pelo en una cola de caballo que disimulaba los mechones que le habían afeitado hacia seis semanas y concluyó que no tenía mal aspecto. Otra historia era el vendaje compresivo del brazo y el cabestrillo para llevarlo, pero no podía hacer nada para remediarlos hasta el siguiente miércoles, cuando estaba previsto que se los quitaran.

De repente la verja de hierro tembló y comenzó a abrirse con un chirrido metálico. Pia dejó de apretar la bocina y la noche volvió a sumirse rápidamente en el silencio previo. Le pitaban los oídos a causa del estrépito. Vaciló durante un instante. No se había recuperado por completo del accidente, sabía que no estaba en condiciones de oponer resistencia física y eso hacía que se sintiera más vulnerable. Pero su determinación fue más fuerte que sus dudas. Arrancó el coche, cruzó la verja y se adentró por el serpenteante camino de acceso.

Aparcó en el camino adoquinado, al pie de la escalinata que conducía a la mansión, como había hecho en sus dos visitas anteriores. Se colgó al hombro la correa de la cámara y dejó que el aparato descansara sobre el final de su espalda. Comenzó a subir los peldaños. Justo cuando alcanzó el último, la puerta se abrió y Berman apareció en el umbral. Vestía de manera sorprendentemente parecida a la suya, con unos vaqueros y una camisa tejana oscura con corchetes en lugar de botones. Iba descalzo y en sus labios se dibujaba una sonrisa de autocomplacencia.

—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí.

—Hola.

Pia esbozó un gesto de dolor, pero lo saludó con un tímido movimiento de la mano que le quedaba libre. Se dio cuenta de que estaba muy nerviosa.

—Me estás saludando, qué bien —dijo Berman—. Es un gesto muy distinto al que me dedicaste hace unos días.

—¿Qué? —preguntó la joven antes de recordar que en su anterior visita había estirado el dedo corazón ante la cámara—. Ah, sí. Lo siento. Estaba frustrada. Mi gesto iba más dirigido al mundo en general que a ti en concreto.

—¿Estabas contrariada porque no estaba en casa?

—Bueno, sí —contestó Pia.

Como de costumbre, Berman creía que todo giraba en torno a él, así que Pia decidió seguirle la corriente.

—Quería hablar contigo de muchas cosas, y nadie de Nano respondía a mis llamadas y mensajes, ni siquiera tú.

—Tanto Whitney como Mariel pensaron que sería mejor así —explicó Berman—. Pero ahora estás aquí. ¿Quieres pasar? Como dijiste, tenemos un asunto pendiente.

Se echó a reír antes de hacerse a un lado para dejarla entrar. Pia creyó ver por el rabillo del ojo que Berman le dedicaba un guiño. ¿Era así de descarado?

—Sí, gracias, me gustaría pasar —respondió—. Gracias.

Era lo único que podía hacer para evitar un gesto de exasperación ante el posible guiño. Sabía que él entendía de forma muy distinta a ella el significado de las palabras «asunto pendiente». ¿De verdad le funcionaban aquellas gilipolleces con las mujeres?

—Sé que es tarde, pero estaba en las montañas haciendo fotos de flores. —Le mostró la cámara y pasó a su lado—. Al volver decidí acercarme por si veía luces. Espero que no te importe. Quería preguntarte por qué no puedo acceder a mi laboratorio.

—¿Importarme? ¡Estoy encantado! —contestó Berman, que cerró la puerta detrás de Pia y se adentró en las profundidades de su mansión.

Ella lo siguió al salón y al entrar se fijó en que la puerta que daba a la sala de estar estaba cerrada. Por lo demás, todo estaba igual que la última vez que había estado allí. Al igual que sucedía con su apartamento y a pesar de todos los accesorios domésticos, la mansión de Berman tenía un aire claramente impersonal, a excepción de la sala de estar.

—Primero deja que te ofrezca una copa —dijo Berman con una sonrisa—. Quiero ser un buen anfitrión.

—Tomaré una copa de vino, pero una sola. No quiero que se repita lo que sucedió la última vez que estuve aquí.

—Sí, tienes razón. Pero yo me tomaré un trago de verdad de todos modos. Tengo muchas cosas que celebrar. Pero créeme, lo de la otra noche no se repetirá.

—¿Qué celebras? —preguntó Pia, pero Berman se había metido en la cocina a preparar las bebidas.

Respiró hondo. Necesitaba mantener la calma. Berman regresó con lo que parecía un whisky solo y una copa de vino blanco. Bajo el brazo llevaba la botella de vino envuelta en una servilleta.

—¿Qué te parece? Es un Pinot Grigio. A mí me gusta bastante, aunque no suelo beber vino salvo con las comidas. ¿Te gustará?

Ella asintió y cogió la copa. Su intención era beber muy poco, así que daba igual lo que fuera.

Berman la invitó a sentarse en uno de los enormes sofás del salón y él se acomodó en el sillón contiguo.

Pia le dio la vuelta a la cámara para que quedara a su lado, pero no se quitó la correa del hombro. Se preguntó cómo iba a ingeniárselas para sacarle las fotos a Berman.

—Así que dices que no puedes entrar en tu laboratorio. Si no me equivoco, te pidieron que esperaras una evaluación médica.

—Sí. Mariel me llamó cuando aún estaba en el hospital y me dijo que no volviera a Nano hasta que estuviera totalmente recuperada. Pero creo que, a pesar del cabestrillo, ya lo estoy a todos los efectos. Por cierto, tengo entendido que viniste a visitarme al hospital y que Jason Rodríguez también fue una vez. Te lo agradezco, pero no volviste, y Jason tampoco.

—Últimamente he viajado mucho por negocios. La cuestión de la financiación se ha convertido en un asunto capital y he estado más tiempo fuera que aquí. No obstante, me he mantenido al tanto de tu evolución, si hubiera surgido alguna complicación habría estado allí.

—En lo que se refiere a las facturas del hospital, se han pagado todas, o al menos eso me han dicho, y tengo que suponer que ha sido obra de Nano. Este miércoles pasado intenté volver a mi laboratorio para comprobar cómo iba todo, pero no pude entrar. Según los de seguridad, mi pase había sido «revocado». Fue después de ese incidente cuando vine a verte aquí. Era una buena empleada. Soy una buena empleada, de modo que creo que me merezco un trato mejor.

—Estoy seguro de que así es, Pia —repuso Berman. Su expresión no transmitía nada.

—¿Estás seguro de que lo merezco o de que creo que lo merezco? Porque hay una gran diferencia.

—Está bien, Pia. —Berman se inclinó hacia delante en su sillón de cuero—. Por supuesto que mereces que te traten mejor, pero Nano exige la mayor discreción a sus empleados, y lo hemos dejado bien claro en numerosas ocasiones. La seguridad es la máxima preocupación de la empresa, como ocurre en todas las que se dedican a la nanotecnología. La competencia es feroz, ya lo sabes. Hay miles de millones de dólares en juego. Somos especialmente contrarios a toda forma de publicidad, sobre todo si es negativa.

—¿Cuándo no he sido discreta?

—Cuando tú y ese médico de Urgencias os dedicasteis a perseguir la furgoneta de Nano que llevaba al ciclista. No sé qué pretendíais, pero está claro que vuestra intención era interceptarla.

—Ah, o sea que sabíais adónde nos dirigíamos. —Pia había lazado el tono de voz.

Berman parecía estar admitiendo algo importante. ¿La habrían estado vigilando?

—No he dicho que lo supiéramos. Pero tú reconoces que ibas tras unos empleados de Nano que se ocupaban de un asunto de la empresa que no tenía nada que ver contigo ni con el Boulder Memorial. Encajamos las piezas después del accidente. Las conversaciones por radio con los paramédicos de la ambulancia, la llamada que te hizo el doctor Caldwell desde Urgencias…

—¿Cómo sabíais que Caldwell y yo intentábamos interceptar la furgoneta con el ciclista?

—… la historia que tu amigo el médico y tú estáis tratando de urdir acerca de la implicación de Nano en vuestro accidente. ¡Por el amor de Dios, Pia!

La joven dejó de intentar hacerse oír por encima de Berman.

—No se puede decir que hayas sido muy discreta, ¿no te parece? —concluyó este.

—Estás reconociendo muchas cosas con tus palabras… —señaló Pia.

Zachary se estaba mostrando transparente y a ella le estaba costando reaccionar. Ella esperaba oír más mentiras y evasivas.

—No estoy reconociendo nada. Alguien oyó al doctor Caldwell llamarte desde Urgencias. Tanto tu declaración a la policía de Boulder sobre el accidente como la de él son de dominio público. Después abordaste en el aparcamiento de la empresa a un empleado de Nano a quien se le había advertido que no hablara contigo…

—Hablé con Jason Rodríguez. Era mi compañero. Y creía que también mi amigo, aunque está claro que me equivocaba.

—Pia, en estos momentos yo soy el mejor amigo que tienes, créeme. Mariel Spallek quería…

—¿Qué? ¿Qué quería?

—Cálmate, por favor. Y siéntate.

Pia se había levantado del sofá y paseaba arriba y abajo por el salón, furiosa contra su jefe por su tranquilidad y sus acusaciones calculadas. Seguía llevando la cámara colgada del hombro, totalmente olvidada.

—Escucha. Míralo desde mi punto de vista, desde el punto de vista de Nano. Tu extraño comportamiento empezó tras tu desgraciado encuentro con un corredor de Nano aquejado de una crisis pasajera.

—¿Una crisis pasajera? ¡Ese hombre estaba en parada cardiorrespiratoria cuando lo encontré!

—Imposible. Se encuentra bien, y me alegra poder decir que ya se ha reincorporado a sus obligaciones en Nano. Te equivocaste con el diagnóstico, te lo aseguro. Y se te pidió expresamente que te olvidaras del asunto. Está claro que no aceptaste el consejo. Lo siento, Pia. Sí, has sido una buena empleada y sin duda has contribuido al principal proyecto de la empresa y a todo lo que lo rodea. Pero no has querido cooperar, por no hablar de tus intolerables sugerencias de que Nano tuvo algo que ver en el desgraciado accidente que sufriste por conducir a demasiada velocidad. Y ahora, por si todo eso fuera poco, te tengo grabada en una cámara de seguridad tras presentarte en mi casa sin invitación y haciéndome gestos obscenos.

—Venga ya, eso solo fue pura frustración. Infantil, quizá, pero perfectamente comprensible.

—No estoy seguro de que todo el mundo lo considerara una conducta comprensible. No me parece una defensa convincente.

Pia se sentó, abatida, y se mordió el labio. ¿Y ahora qué?

—¿O sea que fuiste tú el que dio instrucciones a la gente para que no me devolviera las llamadas?

—Mariel insistió en que te despidiera, aunque en realidad no está en posición de hacerlo. Yo preferí dejar una puerta abierta. Iba a exigir el certificado médico que se te había pedido para comprobar que estabas recuperada por completo, y después quería hablar contigo personalmente. Pero te has adelantado y aquí estamos.

—¿Y qué pensabas decirme personalmente?

—Creía que podríamos tener una conversación de adultos, de hombre a mujer.

Berman le guiñó el ojo y volvió a sonreír. Aquello le recordó a la joven la clase de persona con la que estaba tratando. Apartó la mirada, tentada de salir corriendo, pero no lo hizo. Había dicho de hombre a mujer, no de jefe a empleada. Aquello lo decía todo.

—Tenía en mente una conversación como la que estamos teniendo ahora —siguió diciendo Berman tras tomar un sorbo de whisky—. Confío en que estés dispuesta a abandonar tu actitud de disidente peligrosa que representa un riesgo para la seguridad y te conviertas en una jugadora de equipo. Por lo que a mí respecta, me gustaría mantenerte a bordo.

—¿Qué está pasando en Nano? —le espetó Pia—. ¿Quiénes son esos corredores y ciclistas que van desplomándose por los caminos y que parecen estar muertos? ¿Por qué no puedo cruzar las puertas dobles del cuarto piso? Esa es la conversación adulta que yo quiero mantener.

—Vamos, Pia. En Nano no está pasando nada que no esté ocurriendo en cualquier otra empresa de investigación nanotecnológica del mundo. Sería ingenuo pensar lo contrario. Todos forzamos los límites. Lo que diferencia a Nano es que cuenta con una pequeña ventaja sobre la competencia por sus adelantos en la manufactura molecular. Gracias a los nanorrobots, hemos sido capaces de pasar de la teoría a la realidad. Pero tenemos que ser discretos, como ya he dicho, porque nuestros competidores podrían alcanzarnos en un abrir y cerrar de ojos. Hemos intentado patentar nuestros avances en manufactura molecular, pero es complicado. Se basan en el funcionamiento de los ribosomas de las células vivas y, como lo ha diseñado nuestro buen Dios, es del dominio público y no podemos protegerlo por completo, aunque lo hemos intentado.

—Lo siento, pero necesito saber más. Tengo que estar segura de que esa gente no está siendo maltratada.

—¡Vamos, Pia! —repitió Berman como si estuviera hablando con una niña pequeña—. Nadie está sufriendo maltrato alguno, confía en mí. Todo el mundo participa de forma voluntaria. Nuestro sistema se basa en contratar a gente con talento que se conforma con trabajar en su área sin preocuparse de… otros asuntos. Lo llamamos compartimentalización. Son muy pocos los que lo saben todo. Como acabo de decirte, me gustaría que siguieras con nosotros, pero si sientes que necesitas saber lo que está pasando en cualquier otro rincón de la empresa, no creo que vaya a funcionar. Llegaremos a un acuerdo para rescindir tu contrato, un acuerdo muy generoso. Como es lógico, durante un período de tiempo razonable tendrás algunas restricciones respecto a poder trabajar para otras empresas del sector. No estás al corriente de todo lo que se hace en Nano, pero sabes mucho de nuestro proyecto más importante. Dejar Nano te dará la oportunidad de acabar tu residencia médica en otra parte.

Berman tomó un buen trago de whisky y se terminó la copa. Era el primero del día, así que no lo preocupaba. En su día había jugado sus cartas de modo parecido con Whitney. Había llegado el momento de que todo lo que le había dicho calara en el cerebro de Pia.

Se levantó, entró en la salita de estar y salió enseguida removiendo otro whisky. Miró a la chica y sintió que, en su interior, el ardor se desbordaba. Sabía que ni siquiera debería estar hablando con ella. Mariel tenía razón: Pia era muy inteligente, muy entrometida, muy tenaz y muy peligrosa. Sabía que no podía confiar en ella, pero no podía soportar la idea de perderla, ya fuera despidiéndola o mediante alguna alternativa más drástica que le metiera suficiente miedo en el cuerpo. Quería tenerla, poseerla hasta que se cansara de ella. Era un hombre acostumbrado a triunfar en todas las áreas de la vida, y lo bastante vanidoso para creer que podía conseguir todo lo que deseaba. Y deseaba a Pia con toda su torturada alma. Creía que había hecho progresos, pero ella no se había inmutado. Seguía sentada en el sofá, más sexy que nunca, a pesar del yeso y el cabestrillo. Quería verla bailar de nuevo y después tener una sesión de sexo salvaje. Su imaginación lo arrastraba hacia ese maravilloso lugar.

Por su parte, Pia estaba casi segura de que lo sabía todo sobre Berman. Era rico y sofisticado, como si aquello importara, y controlaba una importante y floreciente empresa que mantenía una extraña relación con los chinos, seguramente les cedía secretos patentados a cambio de capital. Nano tenía muchos secretos, y Pia sabía que los chinos disponían de enormes reservas de moneda extranjera. Estaba claro que Berman se consideraba especial y con derecho a todo. Estaba convencido de que podía dedicarse a jugar con ella como había hecho antes con muchas otras mujeres. Había estado a punto de reconocer que en Nano sucedía algo que ella no debía saber. No, lo había admitido sin tapujos, y sin embargo allí seguía, sonriendo con fanfarronería, recostado en su sillón como si fuera el rey del mundo. Y detrás de aquella fachada no había más que otro salido esperando que la suerte le sonriera.

A lo largo de su relativamente corta vida, Pia había conocido a muchos tipos como él, hombres obsesionados con su poder que deseaban poseerla de un modo u otro, aun cuando sabían que no debían, bien porque tenían una posición de confianza y responsabilidad para con ella, bien porque eran su jefe —como en aquel caso—, o bien —y este era el peor de los supuestos— porque eran parientes suyos. Pia veía en Berman a otro depredador que quería abusar de su poder y salirse con la suya. Aunque sabía que se trataba de un juego peligroso, estaba dispuesta a darle la vuelta a la situación para conseguir sus propósitos sin sucumbir a él.

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