Nano

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Mansión de Zachary Berman, Boulder, Colorado

Domingo, 21 de julio de 2013, 22.22 h

—¿Qué tal si me sirves un poco más de Pinot Grigio?

Pia alargó su copa vacía hacia Berman. Habían dejado en el aire la cuestión de su futuro. Cuando su jefe se había marchado a la sala de estar, Pia había aprovechado la ocasión para vaciar su vaso de vino tal como lo había hecho durante su última visita: debajo de la mesa. Tenía intención de fingirse borracha, y pensó que así resultaría más convincente.

—Faltaría más —contestó Berman, encantado con la petición.

Tal vez Pia estuviera ablandándose. Se levantó con la botella y le llenó la copa hasta arriba sin dejar de mirarla y sonreír. Pia le devolvió la sonrisa y, tras hacer como si bebiera un gran trago, dejó la copa sobre el posavasos. Acto seguido, cogió la cámara y le quitó la tapa del objetivo. Se levantó y fingió que le costaba mantener el equilibrio.

Berman observó sus payasadas con una ligera sonrisa, pero frunció el ceño cuando Pia levantó la cámara réflex de objetivo fijo y le enfocó con ella.

—¡Eh, un momento! —exclamó al tiempo que extendía la mano hacia la cámara—. ¿Qué estás haciendo?

—He estado haciendo fotos toda la tarde —le explicó Pia con una risita—. Quería sacar unas cuantas más, pero esta vez a ti.

—¿Por qué? —quiso saber Berman.

Sentía una aversión innata a ser fotografiado. Ya había tenido más de un tropiezo con los paparazzi. Las cámaras siempre le despertaban recelos.

—Eres un hombre muy atractivo —repuso Pia.

—No me gustan las cámaras.

—Vamos, relájate. —Pia volvió a mirar por el visor, pero la mano de Berman continuaba tapándole el campo de visión. Bajó la cámara de nuevo—. No pasa nada, es digital. Si no te gusta, podemos borrarla.

—Puede que luego —dijo Berman—. Quizá podamos hacernos unas cuantas el uno al otro.

—¿Ni siquiera un par de ellas?

—¡No! Siéntate. Quiero que hablemos de tu indemnización.

Pia volvió al sofá y depositó la cámara a su lado. Iba a tener que prolongar aquella comedia.

—De acuerdo —dijo Berman, visiblemente más tranquilo—. Esta es mi propuesta.

A continuación expuso los términos de la indemnización de Pia y, en efecto, era sumamente generosa. Cuando siguió hablando, la joven se sintió confusa.

—Un momento, ¿me estás ofreciendo un trabajo?

—Sí, se trata de un contrato de servicios personales, no con Nano, sino directamente conmigo. Algo parecido a lo que la señorita Jones firmó cuando empezó a trabajar para mí. Y, como ya sabes, es una empleada muy apreciada y bien remunerada.

—Has mencionado un acuerdo de confidencialidad.

—Sí, claro. Es parte integral de la negociación. Tienes que firmar un acuerdo de confidencialidad que cubra la naturaleza de esta conversación.

—¿Te refieres a antes de que negociemos los detalles del empleo?

—Sí. Es estándar para los empleados de más alto nivel que trabajan directamente conmigo. Es muy exhaustivo. Aquí tengo uno para que lo firmes, y también un contrato.

—¿Ya lo tienes listo? —Se había fijado en que Berman también llevaba unos papeles en la mano cuando había salido de la sala de estar con su segundo whisky.

—No exactamente. Como te he dicho, es estándar. Son los términos que pacté con Whitney.

—Espera un momento, estás yendo demasiado deprisa. ¿Qué clase de trabajo tendría que hacer para ti?

—Bueno, eso tendríamos que acabar de concretarlo. Con ciertos empleados prefiero asegurarme sus servicios bajo contrato y después encontrar el nicho donde mejor encajan. Sé que serás un miembro importante de mi personal gracias a tus conocimientos científicos y tus otros… talentos.

—¿Qué otros talentos son esos?

—Te he dicho que creo que el laboratorio no es el mejor sitio para ti, pero que quería que continuaras con nosotros. Me gustaría que estuvieras aquí y que me acompañaras en algunos de mis viajes. Eres muy inteligente, perceptiva y persuasiva, y lo cierto es que preferiría tenerte trabajando para mí que contra mí. Serías un gran activo. Además me siento muy atraído por ti. Creo que es obvio, especialmente después de aquel lamentable incidente en la puerta de tu apartamento.

—Y por eso quieres tenerme bajo contrato. Qué romántico.

—Vamos, Pia. Te has presentado aquí voluntariamente pasadas las nueve de la noche. ¿Qué tenías en mente? ¿De qué creías que íbamos a hablar? ¿Qué pensabas que íbamos a hacer? Somos adultos.

Berman hablaba en voz baja e inclinado hacia delante, de modo que estaba muy cerca de Pia. Ella permanecía sentada en una esquina del sofá.

Olvidándose de la precaución, la joven se levantó y fue a sentarse en el apoyabrazos del sillón de Berman. Le rodeó los hombros con el brazo sano y luego acercó la boca a su oído y le susurró:

—Solo dime que no tuviste nada que ver con mi accidente.

Berman levantó la cabeza para mirarla y dijo en voz baja:

—Lo juro.

—¡Mentiroso! —exclamó Pia, y le asestó un fuerte codazo en el costado con el brazo que tenía sobre sus hombros. Luego se levantó rápidamente y rodeó la mesa de centro mientras Berman la perseguía.

—¡Ven aquí, zorra! —rugió él con una gran sonrisa dibujada en los labios, disfrutando con la caza.

—¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme?

—Me has golpeado tú…

Pia serpenteó entre los muebles hasta detenerse junto al vestíbulo. Levantó el brazo.

—Eso no ha sido nada. Mírame. Tengo el brazo fracturado por dos sitios, además de unas cuantas costillas rotas y un corte en la cabeza. Y me han extirpado el bazo.

—Yo no tuve nada que ver con eso —contestó Berman, y levantó las manos en gesto de falsa rendición.

Se estaba riendo y, al mismo tiempo, casi suplicaba.

Pia se dio cuenta de que no se había equivocado al juzgarlo. Probablemente Berman fuera un cobarde que disfrutaba infligiendo dolor. Le recordaba a su odiado tío.

—¿Disfrutas pensando en mujeres que sufren dolor?

—No, Pia, créeme. Me gusta jugar un poco, pero siempre que sea consensuado y lo pasemos bien. Vamos, Pia, me estás torturando.

—Lo sé.

—¿Es por el dinero? Puedo ofrecerte más.

—Muy bien, ofrécemelo.

—Doblo la oferta.

—Lo quiero por escrito.

Berman corrió al escritorio y escribió algo en el contrato con una pluma. A Pia le pareció débil, desesperado y patético. Si no podía controlar una situación, la solucionaba con dinero. Su confianza aumentó al darse cuenta de que era ella quien se había hecho con el mando.

—Enséñame la cifra.

Berman le entregó el contrato.

—Así está mejor. Ahora ven aquí.

Berman se acercó, y ella lo empujó para que cayera de espaldas sobre el sillón.

—¿Dónde guardas tus juguetes?

—¿Mis juguetes?

—Ya sabes a qué me refiero. Un hombre como tú, solo en una casa tan grande…

—En el dormitorio. En la mesita de noche de la derecha.

—Quédate aquí.

Pia apagó las luces del salón y subió al dormitorio. La mesita de noche, tal como había imaginado, estaba llena de juguetes sexuales, máscaras, un rollo de cuerda de nailon y otros objetos que no reconoció. Intentó darse prisa por si perdía los nervios. Buscó una venda para los ojos y unas esposas. También cogió la cuerda de nailon, a pesar de que no estaba del todo segura de qué iba a hacer. A continuación se quitó los vaqueros ceñidos y la blusa y se quedó en bragas y sujetador. Recogió su ropa y los juguetes sexuales y volvió al salón.

Berman abrió los ojos de par en par cuando la vio aparecer semidesnuda y cargada con el botín de la mesilla.

—¡No te muevas! —le ordenó Pia mientras dejaba caer todo lo que llevaba en el sofá, a excepción de la cuerda.

—No me he movido. ¿Qué vas a hacerme?

Berman era bueno interpretando su papel de sumiso. Estaba cautivado por el cuerpo y la actitud de Pia, observaba fijamente todos sus movimientos.

—Ya lo verás —contestó ella.

Se situó tras él y le ordenó que se inclinara hacia delante y colocase las manos a la espalda. El hombre obedeció sin dejar de intentar atisbarla por encima del hombro. Con cierta dificultad debida al cabestrillo, Pia logró atarle las manos, pero no demasiado fuerte. Quería que Berman fuera capaz de desatarse, pero con un poco de esfuerzo. Después volvió a situarse ante él y lo empujó de nuevo contra el respaldo del sillón.

—He dicho que ya lo verías, pero era mentira —prosiguió.

De pronto le cubrió los ojos con la venda y a continuación le abrió la camisa tirando de los corchetes hasta dejarle al descubierto el pecho y el vientre admirablemente plano.

—¿Es esto lo que te gusta?

Le acarició el torso con la mano y se detuvo al llegar al cinturón. Después tiró de él.

Berman dejó escapar un gruñido y se revolvió en el sillón.

—Lo que estoy intentando conseguir —le explicó Pia— es que te hagas una idea de lo que te aguarda cuando esté plenamente recuperada. Ya te he dicho que me he roto un montón de huesos, así que por desgracia tendremos que esperar un poco para que llegue lo bueno, ¿verdad?

—¿Qué estás diciendo? ¡Yo no quiero esperar!

Pia cogió la cámara, se colocó justo delante de Berman y se aseguró de tenerla bien enfocada. Entonces alargó la mano, le quitó la venda de los ojos y le hizo una rápida serie de primeros planos con los ojos muy abiertos a causa de la sorpresa.

—Pero ¡qué demonios…! —gritó Berman.

—Perfectas —dijo Pia—. Quedarán muy bien con mis flores silvestres.

—¡Ya te he dicho que no me gusta que me hagan fotos!

—Me has dicho que no te gustan las cámaras —lo corrigió Pia.

Volvió a ponerle la venda sobre los ojos de inmediato, antes de que Berman se diera cuenta de lo que estaba pasando. El hombre sacudió la cabeza violentamente para intentar librarse de ella.

—¡Eh! ¡Quítame esta cosa de la cara!

—Lo siento —contestó Pia.

Le sacó otra foto con la venda puesta y después recogió a toda prisa su ropa y la tapa del objetivo de la cámara.

—¿Qué estás haciendo? —quiso saber Berman mientras forcejeaba para desatarse las manos.

—Vas a tener que esperar a la próxima vez. Quiero estar totalmente recuperada. Y por si te interesa, quería tener unas cuantas fotos tuyas para que no fueras tú quien se guardara todos los ases en la manga. Te aseguro que son para mi uso exclusivo.

Zachary se puso en pie con dificultad y a continuación hundió la cabeza entre los cojines del sillón en un intento de librarse de la venda.

Pia cogió el contrato de encima de la mesa y corrió hacia la puerta principal con la ropa en la mano. No le apetecía estar allí cuando Berman se liberara de sus ataduras. Tampoco se molestó en vestirse cuando llegó al coche, no quería perder el tiempo. Desconocía si su jefe podía bloquear por control remoto la verja del final de camino de entrada, pero supuso que sí y no quiso arriesgarse a quedar atrapada dentro de la finca. Respiró con alivio cuando se acercó a ella y vio que se abría. Mientras se alejaba por la carretera se dijo que seguramente sus acciones le acarrearían consecuencias, pero al menos tenía las fotos.

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