Nano

Nano


42

Página 46 de 70

42

Apartamento de Pia, Boulder, Colorado

Lunes, 22 de julio de 2013, 1.04 h

Lo primero que hizo Pia nada más llegar a casa fue darse una ducha rápida para quitarse de encima el olor de Berman. A continuación descargó en su ordenador las fotos de la cámara y comprobó que las imágenes de su jefe no podían ser mejores. Con la sorpresa de verse sin la venda y el destello del flash, tenía los ojos completamente abiertos. Se le veía todo el blanco que rodeaba el iris y el enfoque era tan preciso que casi parecía tridimensional. Era mejor foto que la de sus propios ojos, y aquella había funcionado bien.

Como había hecho con su imagen, Pia amplió los ojos a tamaño real y luego transfirió la fotografía a su iPhone. Trabajó deprisa y con la intensidad que se había apoderado de ella desde que había salido de la mansión. Ni siquiera se había molestado en vestirse cuando había llegado a su bloque de apartamentos. A aquella hora no había nadie por allí, era casi medianoche, así que entró corriendo con la ropa y la cámara en la mano.

Desde entonces no había parado. En aquel momento se estaba preparando para ir a Nano. Cogió su bata de laboratorio del perchero donde llevaba colgada más de seis semanas y se recogió el cabello en una cola de caballo antes de volver al coche. De camino hacia la empresa repasó mentalmente la lista que había hecho. Sabía que iba a necesitar mucha suerte para que todo saliera bien, y cuanto más se acercaba, más nerviosa se ponía. La seguridad que había sentido en su apartamento se desvaneció. Lo único que tenía a su favor era que conocía a los vigilantes de seguridad del turno de noche. Había hablado con ellos muchas veces, probablemente más que cualquier otro miembro del personal científico, a causa de sus frecuentes visitas a altas horas de la noche. Tenía la esperanza de que el hecho de que no la hubieran visto desde hacía más de un mes no levantara sospechas. En otras ocasiones ya habían transcurrido períodos de tiempo similares sin que tuviese que ir de noche. Pero nada de eso evitaba que su nerviosismo fuera en aumento. Había muchas razones para que lo que estaba a punto de hacer no funcionara.

Para cuando llegó a la garita de la entrada principal estaba temblando. Se mordió el labio al entregarle su pase al guardia, pero para su satisfacción el hombre apenas le echó un rápido vistazo antes de devolvérselo. Luego se tocó la visera de la gorra a modo de saludo, le dio las buenas noches y alzó la barrera.

Haber superado el primer obstáculo con tanta facilidad le dio ánimos, aunque lo que le quedaba por delante sería más complicado. Estaba casi segura de que reconocería al menos a uno de los vigilantes, y de que él a su vez sabría quién era ella. Había charlado a menudo con ellos al marcharse y solían bromear con ella acerca de su dedicación al trabajo. Confiaba en que aquella familiaridad ayudara a que no la vigilasen demasiado de cerca.

Aparcó y caminó hacia la entrada con toda la confianza que pudo reunir. Había dos vigilantes de guardia. Reconoció a uno, Russ, pero el otro era un hombre mucho más joven al que no conocía. Supuso que sería nuevo.

—Hola, doctora Grazdani —la saludó Russ—. Cuánto tiempo sin verla. Lamento lo de su accidente.

—Sí, hola, Russ. Ya estoy de vuelta.

Pia gruñó para sus adentros.

Russ había estado de guardia el día en que había conseguido entrar utilizando la imagen de sus propios ojos. Pia miró hacia el mostrador de recepción y se sintió aliviada al ver que no había nadie sentado ante el ordenador. Le preocupaba que el guardia que se ocupaba de la pantalla pudiera ver que el sistema estaba dando acceso a Zachary Berman, el presidente de la compañía, y no a aquella mujer a la que nadie había visto desde hacía más de un mes. De todas maneras, si no lograba entrar poco importaría quién estuviera allí sentado. Volvió a centrarse en Russ, pero vio que este estaba hablando con su joven colega y había dejado de prestarle atención.

Sacó rápidamente el móvil y, sin mirar atrás, situó la imagen de los ojos de Berman delante de los suyos. Oyó un pitido tranquilizador y la luz verde se encendió. Había funcionado a la primera. Abrió la puerta de cristal y se dispuso a cruzarla.

—Doctora Grazdani.

Era Russ.

—¿Sí? —preguntó ella, consciente de que no tenía adónde huir.

—Bienvenida.

—Gracias, Russ —contestó—. Me alegro de estar de vuelta.

Se marchó rápidamente, pulsó el botón del ascensor con impaciencia y entró en cuanto las puertas se abrieron, temerosa de volver a oír su nombre por segunda vez. Cuando las puertas se cerraron y el ascensor inició su suave ascenso, dejó escapar un suspiro de alivio. Una vez que llegó a la cuarta planta, se dirigió a su laboratorio sin pérdida de tiempo. Volvió a utilizar el truco del móvil y el escáner cooperó una vez más. Segundos después estaba dentro.

Aunque sintió la tentación de echar un vistazo a los experimentos en curso para hacerse una idea de cómo progresaban los ensayos con mamíferos, sabía que no tenía tiempo. Lo más probable era que Berman estuviera furioso, además de sexualmente frustrado, y bien podía reaccionar declarándola persona no grata. Lo dudaba, sabiendo lo que sabía de él, pero no podía estar segura. Además, quería averiguar todo lo posible acerca de Nano por si era la última vez que ponía un pie en sus instalaciones.

Consciente de que había cámaras de seguridad por todas partes, sabía que no podía pasearse por ahí vestida con su bata y unos vaqueros haciéndose la despistada. Muchos empleados llevaban uniformes de quirófano, como en un hospital universitario, y ella quería pasar lo más inadvertida posible. Encontró uno en el despacho de Mariel. Le quedaba demasiado holgado, pero se lo puso de todos modos y remató el disfraz con una mascarilla y un gorro.

A varios kilómetros de allí, un móvil tintineó en la mesilla de noche de un apartamento de lujo. Había recibido un mensaje de texto. Unos minutos después volvió a sonar, y aquella vez una mano salió de entre las sábanas y lo cogió para ver de qué se trataba. Whitney Jones se maldijo por haberse olvidado de silenciarlo antes de apagar la luz. El hecho de que hubiera sonado no era extraño. Su número estaba vinculado con numerosos sistemas de la empresa que la alertaban de los movimientos de ciertas personas, pero la única que importaba de verdad era Berman, y si este deseaba hablar con ella no tenía más que utilizar la línea de casa, cosa que hacía a menudo. A veces la llamaba por los motivos más triviales, como cuando no podía dormir.

Whitney miró la pantalla. Había dos mensajes de texto. El primero la informaba de que Zachary Berman había entrado en Nano a las 2.02; el segundo de que a las 2.08 había entrado en uno de los laboratorios del cuarto piso. Suspiró. No era nada raro que Berman se presentase en Nano a cualquier hora de la noche o del día, pero, aún adormilada, se preguntó por qué habría querido visitar aquel laboratorio en concreto. Se encogió de hombros y dejó el móvil a la mesilla. Volvió a dormirse rápidamente, antes de que le diera tiempo a hacerse más preguntas.

Una vez vestida con el uniforme quirúrgico, Pia se dirigió hacia la puerta que daba al pasillo. El laboratorio estaba prácticamente igual que la última vez que había estado allí, con los mismos bancos llenos de aparatos sobre los que había trabajado durante meses. Se preguntó quién trabajaría allí en aquellos momentos, pero enseguida descartó el pensamiento. No había tiempo para los recuerdos. Tenía trabajo que hacer. Pero sí se fijó en los bancos ocupados por jaulas de ratones.

Abandonó la relativa seguridad del familiar laboratorio y salió al pasillo. Su plan era encaminarse hacia las puertas que daban al puente que había intentado cruzar sin éxito en varias ocasiones. Eran las mismas puertas por donde salía Mariel cada vez que volvía de hacer lo que fuera que hiciese en otras partes del complejo.

A medida que se acercaba, comenzó a preguntarse qué podría encontrarse al otro lado del puente. Las instalaciones de Nano contaban con varios edificios, pero aquel siempre le había parecido el más prometedor. Estaba cerca del que albergaba la mayoría de los laboratorios de biotecnología y conectado físicamente con él. Si Nano contaba con algún tipo de instalación médica, lo más probable era que estuviera allí.

Se esforzó por caminar a paso normal. No quería dar la impresión de tener prisa ni tampoco de no saber adónde iba. Cuando se acercó a la puerta, trató de ocultar el móvil con la mano para que no se viera mucho y se aseguró de que la imagen de Berman aparecía en la pantalla. Se lo colocó al lado derecho de la cabeza. A su izquierda, en el techo, había lo que parecía ser una cámara de seguridad: un objeto semiesférico, pequeño y de plástico marrón oscuro. Se acercó al escáner, y se puso el móvil ante los ojos. En cuanto sonó el pitido, lo bajó y se lo guardó en el bolsillo de los pantalones de quirófano. La luz se puso en verde y la puerta se abrió. Lo había logrado.

El corazón le latía con fuerza por una mezcla de miedo y expectación. Pero el pasillo que se extendía al otro lado era exactamente igual que el que acababa de dejar atrás: paredes blancas, suelo blanco de conglomerado e iluminación deslumbrante. Ni siquiera tenía la impresión de hallarse en el puente que unía los dos edificios. Después de avanzar unos cuantos metros calculó que ya había entrado en el otro edificio, y aquel dato le confirió al aséptico pasillo un toque siniestro. Había varias puertas sin número ni distintivos y más semiesferas de plástico marrón repartidas a intervalos regulares por el techo. Pasó ante las gigantescas puertas de una hilera de ascensores que quedaba a su izquierda.

De repente vio que alguien se acercaba a ella caminando por el pasillo. A juzgar por su corpulencia, debía de ser un hombre, pero tenía el rostro oculto por una mascarilla quirúrgica, igual que ella. Llevaba un maletín blanco de aspecto moderno que encajaba con el entorno. A Pia le dio un vuelco el corazón cuando el hombre dirigió la mirada hacia ella a medida que se acercaban el uno al otro. Cuando estuvo a su altura, el desconocido la saludó con un gesto de la cabeza y siguió su camino. Pia le devolvió el saludo sin detenerse. Se cruzaron sin decir palabra, como dos barcos en plena noche.

Dejó escapar el aliento que había contenido por instinto. Se dijo que era natural que hubiera gente por allí, y también siguiéndola en alguna pantalla de seguridad. Era lo esperable. Tenía que mantener la calma y seguir andando. Pero ¿adónde iba? Pasó frente a varias puertas dotadas de escáner de iris. ¿Cuáles debía cruzar? Dio por hecho que se encontraba en el cuarto piso, pues venía desde el cuarto piso del edificio de biotecnología, pero no podía estar segura. En teoría, la idea de explorar el edificio le había parecido sencilla. En la práctica no lo estaba siendo en absoluto.

El pasillo giró a la izquierda y enseguida llegó a un cruce. Unas líneas pintadas en el suelo señalaban en direcciones opuestas: verde, a la izquierda; rojo, a la derecha. ¿Cuál debía tomar? El panorama era el mismo en ambas direcciones: más pasillo. «El verde es vía libre», pensó, pero luego cambió de opinión y siguió hacia la derecha. Al cabo de unos treinta metros se topó con otro giro a la izquierda y luego, delante de ella y tras un puesto de control sin vigilantes, vio unas pesadas puertas dobles con un escáner de iris a un lado. Fuera lo que fuese lo que había al otro lado, tenía que ser importante.

Pia seguía sin saber qué andaba buscando, pero su intuición le decía que acababa de dar con algo. Por cuarta vez aquella noche, colocó su iPhone ante el escáner y aguardó a que se encendiera la luz verde. Cuando se encendió, abrió una de las puertas y entró. Cuando vio lo que contenía la habitación, abrió los ojos de par en par y tragó saliva con dificultad.

—¡Dios mío! —susurró asombrada.

Cuando el móvil despertó a Whitney Jones por segunda vez, la mujer vio que era Berman de nuevo. Se estaba moviendo por las instalaciones de Nano. ¡Por Dios! En aquellos momentos se encontraba en la sala principal de la zona secreta, de modo que únicamente los dispositivos por cable, como los escáneres de iris, podían establecer comunicación con el mundo exterior. De haber podido lo habría telefoneado para averiguar si todo estaba en orden y preguntarle por qué demonios estaba paseándose por todas partes a aquellas horas. Decidió enviarle un mensaje de texto para que lo viera cuando saliese de las instalaciones médicas.

«¿Qué pasa? —tecleó—. ¿Va todo bien? No olvide que Londres llamará a las ocho de la mañana, hora local».

Dejó el móvil en la mesita de noche y masculló algo entre dientes antes de darse la vuelta para seguir durmiendo. La preocupaba no ser capaz de volver a conciliar el sueño.

Ir a la siguiente página

Report Page