Nano

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A bordo de un Gulfstream G550,

camino al Aeropuerto de Milán-Linate

Lunes, 22 de julio de 2013, 12.00 h

Whitney Jones no estaba ayudando a mejorar el humor de Zachary Berman. Con el zumbido sordo de los motores del jet de fondo, Zach repasó mentalmente los acontecimientos de las últimas quince horas. Whitney estaba sentada frente a él y de tanto en cuanto lo fulminaba con la mirada sin disimulo. Él se sentía engañado por Pia, lo había hecho quedar en ridículo. Ya estaba bastante enfadado sin que su ayudante tuviera que recordarle con sus gestos hasta qué punto había estado en peligro todo el proyecto de Nano por culpa de su encaprichamiento con una mujer. «¡Serás idiota!», decía la ceñuda expresión de Whitney.

No obstante, cuanto más lo pensaba, más se convencía Berman de que sus meticulosos planes y las incontables horas de trabajo y sacrificio dedicadas a lo largo de los años se habían visto amenazados pero no en verdadero peligro. Estudió todos y cada uno de los detalles en su mente en busca de algún cabo suelto o de alguna posibilidad que no hubiera contemplado y que lo pusiese todo en riesgo. No encontró nada.

La irrupción de Pia en lo que llamaban la zona reservada de Nano había desencadenado una apresurada pero minuciosa operación para eliminar de Nano todo rastro de cuerpos viviseccionados y sustituir el contenido de los tanques por cadáveres de perros. Era algo que de todos modos se había planeado para un futuro cercano, ya que los experimentos para los que habían utilizado a los humanos habían finalizado con éxito. Berman también sabía que contaba con la ventaja de que Pia era una persona muy arisca y reservada, una loba solitaria que no tenía relaciones de amistad duraderas aparte de la de George Wilson, que estaba en California y al que, a decir de Whitney, Pia procuraba mantener a cierta distancia.

Todo lo que sabía sobre la joven provenía de los informes redactados por un detective local al que había contratado en varias ocasiones para que la siguiera. Gracias a ellos estaba al tanto de que la única posible amenaza era aquel médico de Urgencias, el doctor Caldwell. El jefe de seguridad de Nano estaba de acuerdo y también lo consideraba un obstáculo potencial. Pero siempre y cuando Pia lo hubiera mantenido al margen o no se lo hubiese contado todo, como parecía ser el caso, Caldwell representaba una amenaza menor si seguía con vida que si lo mataban. Una desaparición, la de Pia, sería relativamente fácil de explicar dada su personalidad; pero si una segunda persona relacionada con la primera desaparecía también, se convertía en un patrón.

Zachary confiaba en que Pia no hubiera archivado ni transmitido la información que había obtenido tras analizar las muestras de sangre. En el microscopio electrónico había un par de microfotografías, pero nada indicaba que hubieran sido transferidas, descargadas o copiadas. Tampoco habían encontrado nada en su portátil ni en su móvil, salvo una apresurada foto de uno de los tanques. Le había enviado un mensaje de texto a Caldwell, pero nada de correos electrónicos. La imagen no representaba ningún problema, puesto que no se podía adivinar lo que contenía el tanque. En el mensaje le decía a Caldwell que iba a verlo a su casa y no se había presentado. De nuevo, aquello podría plantear alguna dificultad menor, pero el médico no tardaría en averiguar que Pia se había marchado.

En cuanto a las pruebas propiamente dichas, el personal de seguridad de Nano había recuperado la sangre que Pia había recogido dentro de la empresa y también la pequeña muestra del corredor chino. Un repaso a las grabaciones de seguridad mostraba cuánta sangre había extraído, así que compararon las cantidades. Después, un discreto registro llevado a cabo en el Boulder Memorial demostró que no había más viales de sangre en Urgencias, incluso tras revisar las cintas de las cámaras de vigilancia.

Berman no estaba nada contento con los fallos de seguridad que habían permitido a Pia acceder a Nano, y menos aún con el vergonzoso papel que él mismo había desempeñado en ellos. Whitney había tardado un rato en descubrirlo, pero al final había averiguado cómo se las había ingeniado Pia para burlar los escáneres de iris. Saber que el sistema indicaba que era Zachary Berman y no Pia Grazdani quien se movía por Nano le había sido de gran ayuda. También había sido ella quien había encontrado las imágenes de los ojos de su jefe en el iPhone de Pia y quien se las había enseñado al avergonzado encargado de seguridad de la empresa antes de ordenarle que buscara un software que en el futuro evitara la posibilidad de que una imagen bidimensional burlase los escáneres.

Asimismo había dado instrucciones para que un vigilante de seguridad fuera a Nano cuando el Gulfstream llevara más de una hora en el aire y pasara el iPhone de Pia por el sistema dos veces más, una de entrada y otra de salida. Whitney pensó que si Pia había dejado tras de sí el truco que le había permitido engañar al sistema, ¿por qué no utilizarlo en su propio beneficio? El mismo guardia debía ir a continuación al apartamento de la chica para dejar unos cuantos objetos, llevarse algo de ropa y destruirla una vez de vuelta en Nano. Además, una empleada de la empresa iba en aquellos momentos hacia el este en el coche que Pia había estado utilizando para abandonarlo en algún lugar apartado con su móvil dentro. Whitney intentaba fabricar coartadas tanto para ella como para Berman y dejar un rastro que hiciera pensar que Pia había pasado por su apartamento después de salir de Nano y, a continuación, había partido hacia el este con destino desconocido.

Más que en cualquiera de aquellos asuntos, mientras volaba hacia Europa Berman pensaba principalmente en sí mismo. Aquella mujer se había reído de él, lo había hecho quedar como una persona ridícula e inmadura. Pero mientras Pia yacía inconsciente en la parte trasera del 4 × 4 de camino al aeropuerto, en lugar de sentirse furioso había comprendido que la deseaba más que nunca. Así que había tomado la decisión de no dejar su destino en manos de su jefe de seguridad o de Whitney. Seguía estando al mando y todavía no había acabado con Pia Grazdani. Ya antes de que la hubieran interceptado al salir de Nano, Berman había llamado a Jimmy Yan, que estaba en China pasando unos días con su familia antes de sumergirse en el bullicio de los Campeonatos del Mundo de Atletismo. O al menos eso le había dicho.

Por teléfono, Jimmy se había mostrado muy calmado y aquello había tranquilizado a Berman. En respuesta a una pregunta concreta sobre la privacidad, Jimmy le contestó que hablaba por una línea tan segura como la de él y que podía contarle con exactitud todo lo ocurrido. Cuando acabó de relatarle toda la historia de Pia, Jimmy guardó silencio un momento y después le dijo lo que tenía que hacer. Berman le prometió que se encargaría personalmente de la chica y que podía partir de inmediato, tal como él le había pedido.

Durante semanas se habían estado preparando para que la fase experimental de la relación entre Nano y los superiores de Jimmy en el gobierno chino tuviera un final satisfactorio. Una vez se hubiera alcanzado el resultado deseado en Londres, se efectuaría la primera transferencia de los nuevos fondos, y China comenzaría a tener acceso a la primera de las webs seguras que contenían miles de páginas de especificaciones técnicas sobre algunos de los secretos patentados de Nano, la mayor parte en el campo de la manufactura molecular, pero también de muchos de sus productos. Jimmy le había dicho que dos días después lo recogería en el aeropuerto y lo llevaría a la casa que le había descrito. Luego colgó.

La actitud imperturbable de Jimmy había sido un alivio para Berman, pero este sabía que su amigo tendría que dar unas cuantas explicaciones si decidía mencionarle el incidente a cualquiera de sus superiores. Jimmy se había referido en alguna ocasión al politiqueo interior del gobierno chino y había reconocido que ciertos individuos y facciones se mostraban contrarios a llegar a acuerdos con occidentales, especialmente si eran estadounidenses. Aseguraban que China era capaz de alcanzar aquellos objetivos tecnológicos por su cuenta. Desde luego, concedía Jimmy, claro que China era capaz de realizar tales progresos, pero ¿cuánto tiempo tardaría? Tenían una oportunidad de oro y debían aprovecharla sirviéndose de todas las reservas de divisa extranjera, sobre todo dólares, de las que disponían. Además, si lo hacían lograrían de paso algo que deseaban casi por igual: el reconocimiento internacional en el terreno deportivo para compensar la pérdida de autoestima sufrida tras siglos de abyecta explotación colonialista a manos de las potencias occidentales.

Berman apartó la vista de la ventanilla y vio que Whitney seguía mirándolo con aire furibundo.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —exclamó—. ¡La he cagado! ¿Qué quieres que diga?

—No he abierto la boca.

—Ni falta que hace. Tu cara habla por ti. Sé lo que estás pensando: el estúpido de Berman tenía que liarse con esa mujer. No ha podido mantenerse apartado de ella, como si fuera un adolescente enamorado. Pues sí, lo siento, tengo debilidad por las mujeres guapas. No quiero tener que recordarte que tú misma te has beneficiado personalmente de ese… interés.

—Zachary, te lo prometo, no he dicho nada.

—Ya te he oído —dijo Berman—. Tal vez tuviera que decirlo en voz alta para sentirme mejor. Estoy convencido de que Pia no le ha contado a nadie nada de lo que ha averiguado, salvo quizá a ese médico de Urgencias. No ha tenido tiempo. Y si se lo hubiera contado, él habría salido corriendo a avisar a la policía, y sabemos que no ha sido así. Ahora mismo está sentado en su casa y las únicas llamadas que ha realizado han sido al móvil de Pia. Tenemos constancia de ello. Lo que hará será ir a trabajar a las tres en punto, que es cuando empieza su turno, y solo comenzará a actuar si al salir del hospital no ha tenido noticias de Pia, y eso puede suceder a horas intempestivas.

—¿Estás seguro?

—Sí. No puedes hacer sonar las alarmas solo porque una mujer hecha y derecha no te haya llamado en las últimas horas. ¿Te imaginas la avalancha de llamadas a la policía que se produciría? Aunque pase todo el día, las autoridades no harán nada. Y para entonces ya estaremos en la casa segura de Jimmy.

—Creo que tienes razón —concedió Whitney—. Sé que todo irá bien.

Se sentía algo más tranquila, pero en su opinión Berman había cometido un error enorme. Ya que estaban hablando con franqueza, no veía motivo para callárselo.

—El único problema de verdad es esa mujer. —Señaló con la cabeza la parte de atrás de la cabina—. ¿Qué tienes pensado hacer con ella?

—¿No te parece bien que la haya traído con nosotros?

—Desde luego que no. Es el eslabón más débil de la situación. Ha causado todo este caos, y aun así sigue con nosotros. Puede estropearlo todo. Si hubiera dependido de mí, la habría dejado en manos del jefe de seguridad. En última instancia, él es el responsable de todo esto por no haberla mantenido alejada de Nano.

—Sabes muy bien lo que le habría ocurrido si hubiéramos hecho lo que dices. ¿No te parece un problema?

Whitney guardó silencio durante unos instantes. Sabía lo que habría ocurrido, pero prefería no pensar en ello, del mismo modo que nunca había querido pensar en los sujetos de los tanques. Se había dejado arrastrar por la forma de ver las cosas de Berman y su futuro estaba unido al de su jefe, era consciente de ello. Si él caía, ella también lo haría. Pero tenía sus límites.

—La verdad es que no. Procuro no darle demasiadas vueltas. Pero el hecho de que esté aquí con nosotros sí es un problema.

Se volvió y miró por encima del hombro. Berman siguió la mirada de su ayudante y vio a Pia, inconsciente y tendida sobre dos asientos, con la boca abierta y el pecho moviéndose al ritmo de su pausada respiración. Al igual que cualquiera de los atletas chinos que habían viajado hacia el oeste en aquel mismo avión, estaba esposada a la mesa que tenía delante.

—La has traído con nosotros. Puede estropear todo nuestro trabajo. ¿Qué piensas hacer con ella?

—Eso es en lo que he estado pensando —repuso Berman con una sonrisa—. Su destino dependerá de su disposición a convertirse en un miembro más del equipo. Quizá podría ser tu ayudante.

—¿Mi ayudante? —bramó Whitney—. ¡Ni lo sueñes! No pienso permitir que me endilgues a esa zorra cabezota. No quiero ser la canguro de tu último capricho, sobre todo porque te conozco y sé que no tardarás en cansarte de ella. La tendría todo el día colgada de mí, y no tengo ni tiempo ni fuerzas. Ya tengo bastante trabajo siguiéndote la pista.

—Vamos, Whitney, cada día tienes más responsabilidades y necesitas un ayudante. Pia es inteligente y tenaz, muy trabajadora. Te iría bien.

—No sé.

Era consciente de lo mucho que le debía a Berman y le resultaba difícil no plegarse a sus deseos. El problema era que estaba casi convencida de que el asunto de Pia iba a acabar mal, y no quería intimar con la chica para luego tener que encargarse de librarse de ella, de librarse de ella de una vez por todas.

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