Nano

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Apartamento de Pia Grazdani, Boulder, Colorado

Martes, 23 de julio de 2013, 1.12 h

Paul se había quedado trabajando en el hospital más de una hora después de que hubiera finalizado su turno. Estaba agotado y muy angustiado por Pia, pero tenía pacientes a los que no podía desatender, ni siquiera en aquellas circunstancias. Habían transcurrido veintidós horas desde que había visto a su amiga por última vez y seguía sin tener noticias de ella. Ya de camino a su apartamento, estaba convencido de que le había ocurrido algo.

Una vez más, volvió a pulsar el timbre y a golpear la puerta con frustración antes de llamarla a voces. Mientras esperaba, una puerta se entreabrió al final del pasillo y la voz de una mujer anciana dijo:

—Joven, si no le importa, es muy tarde.

Paul se dio la vuelta y se acercó a ella.

—Disculpe, no sabe cuánto lo siento. ¿Podríamos hablar un segundo? —Oyó que la mujer ponía la cadena de seguridad y añadió—: Soy médico.

—Eso ya lo veo —contestó la mujer, que solo había dejado abierta una rendija por la que asomaba un ojo—. Es por la bata. Es la única razón por la que no he cerrado. Me parece que ya lo he visto a usted antes. ¿Qué quiere de esa joven? Creo que le he visto antes. ¿Es su novia?

—Es una amiga, y estoy preocupado por ella. Hace un par de días que no tengo noticias suyas.

—Ya le he visto por aquí. Es el tercer hombre que viene a verla. Otro intentó entrar, pero ella no se lo permitió. Estuve a punto de llamar a la policía, ¿sabe? Ella no sabe que he visto a varios, pero así es. No es que lo vea todo, pero sí mucho.

—Disculpe, señora, pero ¿me dejaría pasar?

—¡Desde luego que no! Vi a esa joven anoche más o menos a esta misma hora. No duermo muy bien por las noches, así que oigo cosas, como a usted ahora, por ejemplo. Vino a casa alrededor de esta hora, y con la ropa en la mano.

—¿Perdón? —dijo Paul. No estaba seguro de haber oído bien—. ¿Quiere decir que iba desnuda? —Le costaba creerlo.

—No, no iba desnuda. Por alguna razón iba en ropa interior y llevaba el resto de las prendas en la mano. Y una cámara, creo. Yo la vi, pero ella a mí no. No sé si debería estar contándole esto.

—No sabe cuánto le agradezco que lo haga. ¿Volvió a verla después?

—Sí. Poco después volvió a salir. Ya se había vestido y parecía tener mucha prisa. La verdad es que no entiendo a los jóvenes de hoy en día.

—¿Y la ha visto desde entonces?

—No, ya no.

—¿No la ha visto en ningún momento del día? ¿Ha oído algo?

—No, pero duermo más durante el día que por la noche, no sé por qué.

—¿Y ha pasado alguien más por aquí?

—Sí. Usted ha venido esta mañana. Y un hombre que parecía agente de policía salió del edificio hace un rato, pero no sé de qué apartamento venía. No vaya a creerse que me paso todo el día aquí de pie espiando a los vecinos.

—Estoy seguro de que no, señora.

—Bueno, si es amigo de esa joven, la llave está en el dintel, aunque eso ya lo sabe. —La anciana cerró la puerta y puso fin a la conversación.

Paul se fijó en el ángulo de visión de la puerta de la anciana sobre la de Pia y se dijo que la mujer solo podía verla si se asomaba como acababa de hacer. A menos que estuviera todo el día espiando por la rendija de su puerta, era probable que alguna visita se le pasara por alto. Si oía un ruido y se limitaba a atisbar por la mirilla, no podría ver nada.

Eso quería decir que aún cabía la posibilidad de que Pia estuviera dentro.

Volvió a su puerta, cogió la llave y abrió.

«Que esté en casa, que esté en casa», rogó para sus adentros.

Pero no había nadie.

Sin embargo, había estado allí. Vio rastros de vida diseminados por el apartamento. En la cocina encontró un cartón de dos litros de leche abierto junto a un ejemplar del día anterior del Denver Post. Entró en el dormitorio y vio que la cajonera estaba abierta y que faltaban algunas prendas. Miró en el cuarto de baño y no encontró el cepillo de dientes, pero tampoco estaba seguro de que hubiera habido uno en algún momento.

Poco a poco fue asimilando aquella información. Pia había pasado por allí pero no lo había llamado. ¿Por qué? ¿Tan urgente era lo que la empujaba a marcharse que ni siquiera había podido enviarle un mensaje? Le pareció poco probable. Más aún, le pareció del todo imposible. Se fijó nuevamente en la leche y el periódico. ¿Pia bebía leche? Nunca había visto que en la nevera tuviera más de un litro y tampoco había cajas de cereales que justificaran un consumo mayor. Y un periódico. No recordaba haberla visto jamás leyendo la prensa local. Además, ¿para qué iba a comprar un diario si después iba a dejárselo en casa sin apenas abrirlo? Intentó pensar como lo habría hecho ella y se imaginó la peor hipótesis posible para explicar una serie de circunstancias. Alguien había pasado por allí para hacer que pareciera que Pia había estado en casa. Quienquiera que estuviese detrás de aquello intentaba establecer una cronología, y ¿qué mejor que un diario para conseguirlo?

Continuando con aquella línea de razonamiento, se acercó al Mac de Pia y pulsó una tecla. La pantalla cobró vida y mostró una página web con un mapa que indicaba cómo llegar por carretera a un laboratorio de investigación nanotecnológica de New Jersey. «Esto ya es demasiado», se dijo Paul. Pero sin Pia para contradecirlo, ¿qué otra explicación podía tener lo que había encontrado en el apartamento?

De repente se puso muy nervioso y abandonó el piso tan sigilosamente como pudo. Cerró con la llave, la dejó en el dintel y miró hacia el otro lado del pasillo. La puerta de la anciana estaba cerrada. Se le pasó por la cabeza una pregunta: si Pia había desaparecido de verdad y se abría una investigación, ¿lo considerarían sospechoso?

Se quedó un rato sentado en su coche mientras revisaba sus opciones. Aunque estaba seguro de que no serviría de nada, por la mañana llamaría a la policía. Antes de eso podía hacer una llamada que sin duda le garantizaría una reacción inmediata. Miró la lista de contactos de su móvil y marcó el número de George Wilson.

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