Nano

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La vieja vicaría, Chenies, Reino Unido

Martes, 23 de julio de 2013, 15.58 h (hora local)

Era un bonito día de verano inglés. Zach Berman se encontraba algo mejor tras su siesta de tres horas, pero deseaba sentir el contacto del aire fresco en el rostro. El interior de la vicaría era un laberinto de pasillos y corredores que unían las distintas alas del edificio, y en ellos se respiraba un aire enrarecido. La mayoría de las habitaciones, incluido su dormitorio, eran pequeñas y de techo bajo. Grandes vigas de madera, que según Jimmy procedían de viejos barcos de guerra ingleses del siglo XVIII, corrían a lo largo de las paredes y en torno a las puertas.

El jardín era una preciosidad. Estaba lleno de flores estivales y el césped estaba tan impecable como el de un campo de golf. Había incluso un juego de croquet. En uno de los grandes prados que se veían a lo lejos pastaba un rebaño de ovejas que le confería al paisaje el aspecto de un cuadro decimonónico. Era como si los chinos jugaran a ser hacendados ingleses.

Berman paseó rodeando la casa un par de veces mientras pensaba en lo que iba a decirle a Pia y en cómo presentar sus argumentos. Sabía que no le resultaría fácil, tanto por lo tozuda que era como por lo moralizadora que se esperaba que se mostrase. Ya podía oír su indignación fingida. Si el premio no fuese tan importante para él, no se tomaría la molestia de hacer el esfuerzo. Desde su punto de vista era absolutamente necesario que Pia actuara por voluntad propia. Por principios, Berman jamás había pagado a cambio de sexo y, en su opinión, tampoco había forzado nunca a una mujer. Su placer dependía tanto del de su acompañante como del suyo propio. Lo que Berman deseaba más que la satisfacción física era la inyección de autoestima.

Tras su segunda vuelta a la casa se detuvo delante de ella y contempló el pueblo. Vio el pequeño parque en el centro y las casas modestas y de una sola planta diseminadas a su alrededor. Daban la impresión de formar parte del paisaje, como si hubieran brotado de él en lugar de haber sido construidas por la mano del hombre. Cerca de allí, un coche circulaba por una carretera secundaria de un solo carril y de vez en cuando desaparecía tras los setos. Más allá, las espigas de trigo ondulaban en minúsculos campos.

Jimmy se le acercó.

—Es muy bonito —comentó contemplando el paisaje.

—Desde luego, y muy tranquilo.

—Mucho. Aquí nadie nos molesta ni nos hace preguntas. Reina el silencio, y nosotros procuramos reducir el tráfico al mínimo.

Ambos permanecieron en silencio un momento. Jimmy se volvió y señaló otro edificio grande situado al oeste y casi oculto por un bosquecillo espeso.

—Esa es la casa solariega, construida en 1460, una época bastante caótica en la historia de este país. También es nuestra, pero todavía no se ha decidido si vamos a restaurarla. Requerirá mucho dinero. Es irónico que seamos los chinos los que compremos terrenos y propiedades aquí después de todas las barbaridades que sufrimos durante el colonialismo. Pero es una mansión preciosa, y bastante antigua. Por supuesto, la civilización china es la más antigua de todas. No creo que en tu país estuvieran ocurriendo demasiadas cosas en 1460.

«En realidad en el continente norteamericano ocurrían muchas cosas antes de la llegada de Colón», pensó Berman, pero no tenía ni fuerzas ni ganas de enzarzarse en un debate académico con Jimmy Yan.

—Bueno, ¿has decidido qué vas a hacer con la chica? —continuó este.

—Lo estaba pensando ahora mismo.

—Bien, pues vete preparando, porque acaban de informarme de que se está despertando. Tienes que ir a verla. Como te he dicho, nos gusta que las cosas estén tranquilas por aquí. No es que nadie vaya a oír lo que ocurre, pero no nos gustan los alborotos de ningún tipo. Espero que lo comprendas.

Berman asintió y Jimmy regresó a la vicaría. El estadounidense se quedó un momento escuchando el canto de los pájaros y después lo siguió al interior de la casa.

Estaba de pie en una habitación, pero la luz resultaba tan cegadora que apenas podía distinguir los detalles. Cuando intentó apartarse de ella, descubrió que no podía moverse. Estaba inmovilizada, con las piernas y los brazos pegados al cuerpo. Ni siquiera podía cerrar los ojos para protegerse del resplandor. Entonces las luces se apagaron y quedó sumida en la más completa oscuridad. Solo alcanzaba a oír su propia respiración, hasta que percibió voces y gente moviéndose por la habitación. ¿Qué estaban haciendo? No podía hablar, no podía ver, no podía moverse.

Las luces volvieron a encenderse, pero ya no eran tan brillantes, y distinguió un ser humano sumergido en un tanque lleno de líquido. Aquella persona estaba muerta, seguro, porque le faltaba la mitad del cuerpo. No tenía nada de cintura para abajo. Pia no podía apartar la mirada del cadáver, así que cuando la figura amputada se volvió en el líquido y la miró no pudo hacer nada sino gritar en silencio. Luego notó un golpe en el brazo y empezó a caer y a caer hacia la negrura de la nada.

Poco a poco Pia pudo distinguir lo que la rodeaba con mayor precisión, pero lo que más claramente notó fue que algo le impedía mover el brazo derecho. Estaba tendida sobre un colchón y maniatada con un trozo de cadena sujeto a un eslabón que colgaba de la pared de una estancia grande y húmeda. Hacía un calor infernal y la cabeza le latía al ritmo de su acelerado corazón. ¿Dónde demonios estaba? ¿Qué le había ocurrido?

Comenzaron a llegarle retazos de un sueño.

Recordó haber estado en Nano y ver aquellos siniestros tanques con individuos mutilados en su interior. Paul. También había visto a Paul y lo había obligado a acompañarla a algún sitio, pero no recordaba dónde. Entonces fue como si estuviera mirando a través de un potente microscopio, pero sin saber qué era lo que veía. Paul acudió de nuevo a su mente. Él iba a ayudarla, pero no podía porque no había vuelto a llamarlo. Zachary Berman se lo había impedido, y después ya estaba allí, dondequiera que fuese. Sintió que el miedo la atenazaba y empezó a temblar a pesar del calor. «Tengo que controlarme», se dijo mientras aspiraba una bocanada de aire y la exhalaba lentamente. Los temblores cesaron.

Miró a su alrededor. La estancia tenía unos seis metros de largo por tres de ancho y más de tres y medio de alto. Era toda de ladrillo. En la pared situada frente a la cama había una puerta de roble sin ningún tipo de detalle. Una fina capa de condensación hacía brillar todas las superficies. Junto a la cama había un inodoro sin tapa, y a su lado un lavamanos con un solo grifo. En la esquina de una pared, ya a la altura del techo, había una pequeña ventana, pero la luz provenía de unas grandes lámparas fluorescentes que colgaban de lo alto de forma desordenada. No tenía la menor idea de dónde podía estar, y tampoco recordaba que la hubieran llevado a ninguna parte. No obstante, tenía la impresión de que había transcurrido cierto tiempo. Vio que fuera brillaba el sol y se preguntó qué día de la semana era cuando habían ocurrido todas aquellas cosas. ¿Lunes, quizá?

Cerró los ojos e intentó concentrarse en algo que no fuera su dolor de cabeza. Domingo. Sí, ese era el día en que había ido a ver a Berman a su casa. Con eso los recuerdos acudieron de golpe a su mente: Berman, la cámara, lo que había visto en Nano, Paul Caldwell, la muestra de sangre que habían cogido en Urgencias, Nano otra vez, los nanorrobots esféricos y el coche patrulla que la detenía cuando se dirigía de nuevo a casa de Paul. Ya sabía lo que le había ocurrido. Zachary Berman la había secuestrado. Sabía que tendría que concentrarse mucho en aquellos acontecimientos para recordar todos los detalles, pero aún no se sentía capaz.

Además de la cabeza, le dolía el resto del cuerpo, especialmente las heridas del accidente que todavía estaban sanando. Se sentía como si hubieran vuelto a romperle el brazo izquierdo por el mismo sitio. Seguía llevándolo en cabestrillo y con la venda semirrígida. Aquello estaba bien. Con algo de esfuerzo consiguió sentarse a un lado de la cama. Vio que la cadena era lo bastante larga para permitirle llegar al inodoro y al lavabo, pero no más allá. Al sentarse, el brazo le dolía menos.

Cuando pudo empezar a pensar con algo más de claridad, intentó recordar si alguien podía haber visto cómo la raptaban. Paul debía de estar esperando que regresara, pero a menos que alguien hubiera presenciado el secuestro, sería como si hubiera desaparecido sin más. ¡El coche patrulla que la había detenido era de la policía de Boulder! Tenían aspecto de policías del Boulder en un coche patrulla de la policía de Boulder, por eso había parado en el arcén. A menos que Berman los hubiera comprado, sabrían lo que había pasado. Sopesó aquella posibilidad y volvió a desplomarse sobre el colchón. Se dio cuenta de que la policía estaba implicada. Los agentes se habían quedado en el coche mientras su jefe se la llevaba. Si es que eran policías de verdad.

No era la primera vez que se veía en una situación así, pero en aquella ocasión se sintió más desesperada. No solo ignoraba por completo dónde la retenían, sino que además no había visto ni oído nada desde que había recobrado el conocimiento. Pensó en gritar, pero no creía que su dolor de cabeza fuera a permitírselo. ¿Estaba en algún rincón de Nano? No tenía ni idea.

Unos minutos después percibió casi con alivio que alguien descorría los pesados cierres de la puerta que había frente a ella. Una figura agachó la cabeza para pasar bajo el dintel y Pia no necesitó mirarla para saber que se trataba de Zachary Berman.

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