Nano

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Apartamento de Paul Caldwell, Boulder, Colorado

Martes, 23 de julio de 2013, 10.13 h

Paul caminaba arriba y abajo por su apartamento mientras esperaba a que George llegase para poder contarle todo lo que sabía. Tras escuchar a Paul hablarle por teléfono durante un par de minutos, George lo interrumpió para decirle que no siguiera. Ya había oído bastante y cogería el primer avión con destino a Boulder que encontrara. Rechazó el ofrecimiento de Paul de ir a recogerlo al aeropuerto diciéndole que debía quedarse en casa por si Pia regresaba. Caldwell había tenido la impresión de que George parecía mucho más tranquilo que él. Aunque costara creerlo, George ya había compartido con Pia una experiencia parecida a aquella.

Cuando sonó el interfono, Paul abrió y George se plantó de inmediato en su apartamento.

—¿Alguna novedad? —preguntó nada más entrar por la puerta.

—Un mensaje de texto. Lo he recibido hace una hora.

—¿De Pia?

—Mira.

Paul le pasó su móvil. El mensaje identificaba a Pia como remitente y decía: «De camino a casa. No te preocupes. Llamaré pronto».

—¿Has contestado? —preguntó George.

—Claro. Llamé y respondí al mensaje. Me llegó otra contestación: «No te preocupes».

—¿Qué opinas? —volvió a inquirir George.

—Que no es Pia. Eso opino. Alguien le ha cogido el teléfono.

Paul le contó lo que había encontrado en la pantalla del ordenador de Pia.

—No creo que Pia piense en la costa Este como su casa, ¿y tú?

—Yo tampoco —repuso George.

Ambos se miraron durante unos instantes. Se habían conocido a través de su amiga común y solo habían tenido ocasión de tratarse brevemente tras el accidente, cuando George había dormido unas horas en casa de Paul. Aquel no era el mejor momento para afianzar su amistad, pues los dos estaban nerviosos, tensos y cansados.

—Gracias por llamarme. —Las palabras de George eran sinceras.

—No sabía qué otra cosa podía hacer —reconoció Paul—. Tú eres nuestro caballero andante.

A Wilson le extrañó aquel comentario, pero lo dejó pasar y preguntó:

—¿Has seguido llamándola al móvil?

—Sí, pero sin suerte. Solo consigo conectar con el buzón de voz. Si fuera Pia, contestaría.

Paul observó a George. Iba hecho un desastre y saltaba a la vista que se había puesto lo primero que había encontrado: un pantalón de chándal y una sudadera encima de una camiseta de algodón. A Paul no lo habrían pillado con aquella ropa ni muerto, sobre todo porque Wilson llevaba zapatos de vestir con calcetines blancos. George se dio cuenta de que el médico le miraba los pies.

—Ya lo sé. Estos zapatos no quedan bien. Mis zapatillas de deporte estaban empapadas porque había salido a correr bajo la lluvia. Cuando me llamaste solo tuve tiempo de avisar a mi supervisor y salir a toda prisa para coger el primer avión a Denver, que despegaba en menos de una hora. Salí sin nada, pero conseguí coger el vuelo. Tendré que buscar algo de ropa. Pero ahora tenemos que unir fuerzas. Cuéntamelo todo otra vez, y no te ahorres los detalles.

Los dos hombres se sentaron después de que Paul le diera una Coca-Cola a George, que se la había pedido alegando que necesitaba una inyección de cafeína. Caldwell le relató la historia completa empezando por el final, treinta horas antes, cuando Pia le había mandado un mensaje de texto diciéndole que iba directa hacia su casa. George asentía de vez en cuando para demostrar que lo seguía. La historia llegó a su fin.

—Entonces ¿no sabes qué encontró en Nano?

—No, pero creo que debió de ser algo extraordinario, porque estaba tan nerviosa que no quiso perder tiempo en explicármelo. Me dijo que me lo contaría todo cuando regresara y que lo haría lo antes posible, supongo que después de analizar las muestras de sangre. La creí. Por desgracia. Y me mandó el mensaje diciendo que ya venía hacia aquí. Estoy seguro de que ese sí lo envió ella.

—¿No tienes ni la menor idea de qué podría haber encontrado?

—Pia sospechaba que Nano tal vez estuviera realizando algún tipo de experimento con seres humanos.

—¿Con los nanorrobots con los que ella trabajaba?

—No sabría decirte más. Lo que sabemos es que al parecer había deportistas implicados en el asunto. Pia se topó por casualidad con uno de ellos mientras corría, y luego hubo otro. Supongo que lo recuerdas, ¿no?

—Desde luego. ¿Qué más sabes de la noche en que desapareció?

Paul le contó lo de los escáneres de iris, lo de la cámara y la idea de Pia de hacer la prueba con imágenes de sus propios ojos y después, por lo que parecía, ir a ver a Berman para hacerle las fotos necesarias.

—¡Mierda! —exclamó George—. ¡Típico de Pia! ¿Se jugó el tipo volviendo a casa de ese gilipollas para conseguir una foto que le permitiera colarse en Nano?

—Intenté convencerla de que no lo hiciera. Era la segunda vez que iba sola a esa casa. La primera fue para registrar su casa. —Paul omitió que él le había dado dos cápsulas de Temazepam. Se avergonzaba de haberlo hecho—. Imagino que en la segunda visita debió de conseguir la imagen que necesitaba. Creo que gracias a ella logró entrar en una zona reservada de Nano en la que descubrió algo turbio.

A continuación Paul le relató la historia de la muestra de sangre que había guardado en Urgencias y de cómo Pia lo había despertado en plena noche para que se la entregara, ya que quería estudiarla bajo un microscopio.

—Me pregunto qué encontraría. —George se quedó mirando al vacío mientras intentaba imaginarlo. Después volvió a fijarse en Paul y admitió—: Esto es de lo más preocupante, por decirlo con delicadeza.

—Coincido plenamente contigo. Los vigilantes de seguridad de Nano que irrumpieron en Urgencias parecían un equipo de élite. Y por si eso fuera poco está lo del accidente.

—¡Cierto! —George sintió que la rabia lo invadía por momentos—. Pia estaba convencida de que no había sido un accidente, ¿y aun así la dejaste volver a Nano aquella noche? ¿Y que fuera a casa de Berman sola, dos veces, para seguir con esa locura de plan? ¿Qué clase de amigo eres?

George se había prometido a sí mismo que no iba a gritar a Paul, ni a darle a entender que la desaparición de Pia era culpa suya si al final resultaba que ella solita se había metido de nuevo en un lío. Sabía mejor que nadie lo tozuda y temeraria que podía llegar a ser. Durante los días que George había pasado en Colorado con ella tras el accidente, había llegado a respetar y apreciar a Paul, sabía que era un buen amigo para Pia. Pero una vez allí, no había podido contenerse.

—Si no estabas dispuesto a acompañarla, al menos podrías haberme llamado.

—No es que no estuviera dispuesto George, es que Pia no me contó nada. Por el amor de Dios, era casi de madrugada. Ya le había soltado muchos sermones sobre ser una persona responsable, pero es una mujer adulta. Tenía que confiar en que sabía lo que estaba haciendo.

—¿Sí? ¡Pues mira adónde la ha llevado eso!

—¡Ya lo sé, George! ¿Crees que no le he estado dando vueltas durante las últimas treinta horas? «Tendrías que habérselo impedido». «Tendrías que haber avisado a la policía». «Tendrías que haber llamado a George». Me he repetido todas esas cosas una y otra vez. Pero a las cuatro de la mañana estaba muy dormido y no pensé como podría haberlo hecho a las cuatro de la tarde. Pia siempre tenía buenas razones para actuar sola.

—Siempre es así, esa es la cuestión.

—Escucha, George, deberíamos dejar esta conversación para otra ocasión. Creo que ahora tenemos que concentrarnos en lo qué vamos a hacer para localizar a Pia. ¿De acuerdo?

George bajó el tono y asintió.

—Tienes razón —dijo—. Y no eres el único que se reprocha cosas. Yo tendría que haber venido cuando me explicó por encima lo que pensaba hacer. Repasémoslo todo de nuevo, a ver qué conseguimos deducir. Debemos tenerlo todo muy claro cuando vayamos a ver a la policía, cosa que me temo que tendremos que hacer nos guste o no, aunque no tengamos gran cosa que decirles. Es el caso de una mujer que no ha aparecido cuando dijo que lo haría. No creo que la policía vaya a hacer mucho. Es decir, no hay indicios de juego sucio ni nada por el estilo.

—Esa es en parte una de las razones por las que no les he llamado aún —convino Paul.

—Lo más obvio es mirar en casa de Berman. Vamos.

—Si está allí con ella, no creo que vaya a dejarnos entrar —objetó Paul.

—Tenemos que intentarlo. ¿Me dejas tu coche? Si no quieres venir, ya voy yo.

—Te acompañaré, faltaría más.

Mientras se dirigían a casa de Berman en el Subaru de Paul, este planteó una hipótesis que, teniendo en cuenta lo que sabía de Pia, le parecía factible.

—Deja que te pregunte una cosa, George. Tú conoces a Pia mejor que yo, pero los dos sabemos que puede ser muy testaruda y, debo decirlo, insensible a los sentimientos de los demás. ¿Crees posible que después de descubrir lo que fuera que encontrase el domingo por la noche pensara «Al cuerno, no quiero saber nada más de Nano», y se largara sin más a alguna parte?

George lo meditó un momento antes de responder. Era verdad que Pia, por decirlo amablemente, tenía sus propias opiniones y a menudo mostraba escasa consideración hacia los sentimientos de los demás —y hacia los suyos en particular—, pero ¿se marcharía sin más? No, no lo creía posible.

—No —contestó finalmente—. No lo creo. Es lo que has descrito, pero también muchas otras cosas. Es tenaz por encima de todo. Es la persona más testaruda que he conocido. Si descubriera algo, no desistiría. Puedes creerme cuando te digo que iría tras ello aunque tuviera que cruzar el infierno.

Paul asintió.

Cuando llegaron ante la verja de Berman, George se apeó y llamó al interfono, pero no obtuvo respuesta.

—Seguro que el sistema de vigilancia de este tío es de primera —dijo Paul desde el coche.

—Ahora mismo nos están grabando, hay una cámara ahí arriba. —George se la señaló.

—¿Y qué hacemos ahora? No veo el Toyota aparcado frente a la casa.

—Berman lo habría movido si ella aún estuviera aquí —objetó George—. Quizá podría saltar la verja… Espera, viene alguien.

Un camión blanco bajaba lentamente por el camino. Las pesadas puertas de hierro se abrieron y el vehículo se detuvo. Tanto Paul como George vieron que el conductor no era Zachary Berman.

—Preguntémosle a ese tipo —propuso George—. A ver qué sabe.

El conductor del camión tocó la bocina; el Subaru de Paul le bloqueaba el camino. Asomó la cabeza por la ventanilla. Era un hombre rubio con el rostro muy bronceado.

—¡Venga, chicos! ¿No podéis mover ese coche?

—¿Sabe si el jefe está en casa? —le preguntó George.

—¿El señor Berman? No lo he visto, pero es normal que no lo vea. Soy el podador. Lo siento, pero ahora tengo que ir a otro trabajo y no puedo dejarles pasar. ¿Han llamado al interfono?

—Vamos, George, sube al coche —dijo Paul—. Le estamos cerrando el paso.

—Espera un momento. —George se acercó al camión y metió la cabeza por la ventanilla del pasajero—. Disculpe, no pretendemos entretenerle, pero nos gustaría saber si el señor Berman está en casa. Es importante. Somos viejos amigos. Acabo de llegar de Los Ángeles y quería saludarlo.

George le habló con gran amabilidad. Su atuendo le daba un aspecto de lo más inofensivo y el hombre solo deseaba seguir su camino.

—Creo que no está. Uno de los jardineros dice que se ha ido de viaje.

—¿Al extranjero? —quiso saber George.

—No lo sé. Solo sé que cuando está en casa todo el mundo trabaja a destajo, y en estos momentos hay un par de jardineros sentados en la parte de atrás tomando café y charlando. Les he hecho un comentario al respecto y me han contestado que Berman estaba fuera. Pero no sé dónde. No creo que tarden en salir, pueden preguntarles a ellos si quieren.

—Gracias —contestó George—. Volveremos más tarde.

—Si veo a alguien cuando vuelva mañana, ¿quién debo decir que vino a verle?

—Un amigo —repuso George, que se despidió con un gesto de la mano y volvió al coche donde lo esperaba Paul.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó este mientras daba marcha atrás para dejar pasar al camión.

—Que al parecer Berman ha salido de viaje, o eso le han dicho los jardineros. Pero no sabe si está en el extranjero o dentro del país. ¿Qué te parece si nos acercamos a Nano a ver qué podemos encontrar por allí?

—Supongo que no es mala idea —concedió, y se encaminaron hacia Boulder—. No creo que averigüemos nada allí. En esa empresa están obsesionados con la seguridad.

—Debemos cubrir todas las posibilidades —dijo George. Parecía tener más temple del que Paul recordaba—. Es posible que no sepan qué coche conducía Pia. De todos modos, si no conseguimos nada volveremos a su apartamento.

—Los de seguridad anotarían en qué coche llegó…

—Sí —lo interrumpió George alzando la voz—, pero tenemos que intentarlo.

Hicieron el resto del camino en silencio. Ninguno de los dos creía que fuera fácil superar el primer control de seguridad, y ambos estaban en lo cierto.

—Hemos venido para una entrevista de trabajo —le dijo George al vigilante desde el asiento del pasajero. Se le había ocurrido la excusa de camino hasta allí.

—Hoy no hay entrevistas programadas —contestó el guardia, que era un hombre de mediana edad con aspecto eficiente—. Siempre me avisan para que prepare pases temporales para los candidatos, y hoy no me han dicho nada.

—Es extraoficial. Se trata de una reunión informativa con Whitney Jones en el despacho del señor Berman.

—Me consta que la señorita Jones no está aquí hoy. ¿Podría ver su carné de conducir, señor?

—¿Para qué lo necesita?

—Todas las visitas tienen que identificarse. Y usted también, señor —añadió el hombre mirando a Paul.

Los médicos intercambiaron una mirada. Si mostraban sus permisos de conducir, los de Nano sabrían que habían estado allí. Si no lo hacían, los obligarían a dar media vuelta en el acto. George se encogió de hombros y sacó el carné de la cartera. Paul lo imitó. El vigilante se los llevó a la garita y llamó por teléfono. En la entrada se había formado una cola de coches cuyos impacientes conductores no dejaban de pitar.

—Oye, George, creo que deberíamos acudir a la policía —dijo Paul.

—Quizá no sea mala idea dejar que Berman sepa que hemos estado aquí.

Paul no dijo nada. El guardia colgó el teléfono.

—Aparquen ahí —dijo. Señaló un espacio situado a la derecha de la garita y les devolvió los carnés.

Tan pronto como Paul hubo aparcado, apareció un gran 4 × 4 negro y un individuo vestido con traje se apeó del asiento del pasajero.

—¿Puedo ayudarles, amigos?

Era más joven que el guardia de la barrera, estaba mucho más en forma y, a pesar de su sonrisa y su actitud desenfadada, resultaba mucho más intimidante.

—Hemos venido para una entrevista —contestó Paul.

—Hoy no hay entrevistas, doctor Caldwell. —Aquel individuo sabía exactamente quién era Paul—. Será mejor que comprueben sus agendas, creo que se han equivocado de día. Pueden salir por donde han entrado. —Señaló el puesto de control, que en aquel momento tenía la barrera levantada. Luego añadió—: Que tengan un buen día, caballeros.

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