Nano

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La vieja vicaría, Chenies, Reino Unido

Martes, 23 de julio de 2013, 18.04 h (hora local)

—Hola, Pia.

Berman se detuvo en el umbral del sótano y observó a Pia mientras ella seguía tendida en el sucio colchón mirando el techo. Se dio cuenta de que estaba encadenada a un eslabón que colgaba de la pared de ladrillo y la vio muy pequeña e indefensa; con el brazo roto, sabía lo vulnerable que estaba. Pero aquella era la mujer que se había burlado de él, la que lo había humillado y había puesto en peligro el que iba a ser el mayor logro de su vida. Consideraba que tenía todo el derecho de enfadarse con ella. Sin duda lo había tenido la otra noche en Boulder. No estaba acostumbrado a que jugaran con él ni a que lo dominaran, en ningún sentido de la palabra. Si decidía vengarse de ella, incluso de un modo definitivo, estaría justificado.

—¿No piensas decir nada? —preguntó.

Aunque la furia lo consumía por dentro, se percató de que necesitaba ver una reacción en ella, la que fuera. La mezcla de deseo y frustración que experimentaba volvió a desconcertarlo. Nunca había sentido algo así, o al menos eso pensaba. A pesar de que sabía que estaba contemplando a una joven indefensa, estaba tan nervioso como si el prisionero fuera él. De un modo extrañamente irracional casi seguía creyendo que Pia podía tener una posición de ventaja frente a él si así lo quería. Sabía que era ridículo, pero era lo que sentía. Se adentró en la estancia y el centinela chino cerró la puerta con llave tras él. Se encontraba mejor sin que el vigilante los observara, pero seguía estando incómodo.

—Lamento que hayamos tenido que llegar a esto, Pia, pero tienes que comprender que no nos has dejado otra elección. Te presentaste en mi casa y me engañaste. Y no era la primera vez. Empecé a pensar que estaba algo más que borracho la primera vez que viniste, y al final descubrí lo que habías hecho. Aun así decidí concederte el beneficio de la duda. El domingo tenía la esperanza de que tus motivos fuesen más sinceros, pero ahora me doy cuenta de que todo fue un engaño para sacarme una foto de los ojos con la que entrar en Nano.

Se interrumpió, pero Pia siguió sin mostrar reacción alguna.

—Utilizaste las fotografías para acceder a una zona restringida y robar una muestra de sangre de un experimento fisiológico delicado. Ya antes te habías hecho con una muestra de sangre, aunque Nano se había tomado la molestia de conseguir una orden judicial para confiscártela. También sabemos que utilizaste sin autorización equipamiento de la empresa para analizar esas muestras. Son asuntos muy graves.

—Mengele —contestó Pia en voz baja.

—Perdona, no te he oído.

—¿Sabes quién fue Josef Mengele?

—Pues claro, un médico nazi de los campos de concentración…

—Pues eso es lo que eres. Un Mengele de nuestro tiempo.

—Pia, eso es ridículo. Comprendo que lo que viste necesita una explicación por mi parte. No es lo que parece.

—¿Una explicación? ¡Serás cabrón!

Pia se incorporó y le lanzó una mirada cargada de odio y rabia. Berman dio un paso atrás aun sabiendo que estaba encadenada. El intenso poder que ejercía sobre él le resultaba sumamente perturbador.

—¿Dónde demonios estoy? Me tienes encadenada en esta mazmorra medieval que parece sacada de Robin Hood. Está claro que eres un tipejo patético e impotente.

Berman se puso colorado.

—Me parece que no estás en situación de hacer esa clase de juicios. Nunca me has dado la oportunidad de mostrarte cómo soy, ni personal ni profesionalmente. Estoy a punto de encabezar el mayor avance médico y científico de los últimos cincuenta años, puede que de todo el siglo. Y para abreviar, he venido a proponerte que te unas a mí. Ya te lo propuse en mi casa. Quiero que formes parte del equipo. Te estoy haciendo una oferta que solo se presenta una vez en la vida.

Pia soltó una amarga risotada y sacudió la cabeza.

—¿Estás seguro de que quieres que me una a ti? Por eso me has encadenado a la pared de una mazmorra, claro.

—Cuando estuviste en mi casa la otra noche no quisiste escucharme. Nunca lo haces, te limitas a seguir con tus maquinaciones. Si para que me prestes atención tengo que encadenarte, que así sea. Además, tenía que evitar que lo estropearas todo en el último momento. Ahora mismo solo quiero hablar contigo.

—¿Tengo elección?

—Por desgracia, no. Pero te pido que pienses en lo que te estoy diciendo como científica, como investigadora, como médica interesada en salvar miles de millones de vidas, no como una joven inmadura que se deja arrastrar por los sentimientos y una falsa ética.

—Supongo que mi ética es un simple «acto reflejo», como tú sugieres, sobre todo si opino que hay algo malo en mutilar individuos y meterlos aún vivos en tanques de suspensión.

—Eres una buena científica, y tienes potencial para llegar a ser una de las mejores. Mariel Spallek me lo dijo, y me fío de su criterio, especialmente después de que propusieras aplicar glicopolietileno a la estructura de los microbívoros. Pero también me dijo que no puedes evitar interferir en asuntos que no son de tu incumbencia.

—¿No es eso lo que se supone que debe hacer un buen científico? ¿Preguntarse cosas? ¿Acaso no fue eso lo que hizo Oppenheimer cuando enjuició su trayectoria como padre de la bomba atómica?

—Eso es lo que hacen los filósofos. Un científico debería dedicarse a ampliar los límites de la ciencia. Y eso es lo que estamos haciendo en Nano, y con tu ayuda. Pia, sabes lo que la nanotecnología va a significar para el mundo. Lo sabes tan bien como yo. Es una revolución, una inminente avalancha de técnicas y productos, y tenemos que estar en la vanguardia, ser los primeros y no quedarnos en el pelotón con los europeos y otras naciones miopes que son incapaces de apreciar la visión general.

—Y ahí es donde entras tú, imagino. Para mantener la visión general en perspectiva.

—Exacto. Ese es mi papel. Aspiro a lo más alto convirtiendo la teoría en práctica.

—Cuéntame algo más de esa visión general, Zachary. Ilumíname, por favor.

Berman miró a Pia. Seguía tan desafiante y sarcástica como siempre. Estaba verdaderamente cabreada, bufaba como una gata acorralada. Entonces comprendió que aquella era precisamente la situación a la que había llegado con ella, tanto literal como metafóricamente, y no vio razón alguna para ocultarle nada a aquellas alturas. El juego iba a acabar, bien con su participación, bien con algo mucho más desagradable, de manera que no tenía nada que perder. Y lo más importante, al menos Pia estaba hablando.

—La visión general tiene que ver con el dinero. Por supuesto, ¿acaso no está todo relacionado con él? En Estados Unidos podemos operar con relativamente poca supervisión de las autoridades, pero toda cantidad significativa de financiación viene acompañada de condiciones. El gobierno habla de cumplir con las normas, tenemos que asegurarnos de seguir tal regulación y no sé qué estatuto para tener contentos y satisfechos a los burócratas de turno. Los trámites y cortapisas son increíbles. Y desde la crisis de 2008 las vías de financiación privada dentro de Estados Unidos se han complicado, cuando no se han vuelto imposibles. Te sientas con los bancos y hablas con ellos durante semanas, y cuando les has dado todo tipo de garantías y aceptado todas sus condiciones, te dan una cantidad que es calderilla comparada con lo que necesitas. Ya sabes, te sueltan diez o veinte millones y se creen que son dioses.

»Pero en China las cosas funcionan de otra manera. Allí saben hacer las cosas con rapidez, y cuanto más grandes, mejor. Miran hacia el futuro y no se dejan limitar por el presente, y mucho menos por el pasado. Puede que no sepa exactamente con qué rama del gobierno estoy negociando, pero sus representantes se sientan conmigo y me dicen: “Queremos esta tecnología. ¿Qué necesita para desarrollarla y compartirla con nosotros?”. Y yo les contesto: “Bueno, unos quinientos millones para empezar”. Y ellos responden: “Vale”.

—¿Quinientos millones?

—No les intimidan esos presupuestos de investigación y desarrollo. Saben que el negocio de la nanotecnología ya es un fenómeno que mueve unos setenta mil millones anuales. Son lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de que están comprando una ganga teniendo en cuenta la ventaja que lleva Nano al resto de la competencia en el terreno de la manufactura molecular. Es impresionante lo rápido que se deciden, porque saben que están invirtiendo en el porvenir. Quisieron formar parte del futuro de Nano desde la primera reunión que tuve con ellos. El único problema fue que querían estar seguros de que los nanorrobots funcionarían tan bien como yo les decía, así que condicionaron su inversión en los microbívoros y en los procesos de manufactura molecular a la obtención de pruebas definitivas. Entonces uno de los peces gordos del gobierno que al parecer no estaba satisfecho con el rendimiento de los atletas chinos en las Olimpiadas de Pekín dice: «Ese tío tiene que demostrarnos que su producto funciona. Si coge a un buen atleta y logra convertirlo en una figura mundial, nos habrá demostrado que sabe lo que hace».

—¿A qué producto te refieres? —quiso saber Pia—. Has dicho «tiene que demostrarnos que su producto funciona». ¿De qué estás hablando?

—De lo que supongo que encontraste en esas muestras de sangre.

—Los nanorrobots azules.

—Exacto. ¿Sabes lo que son?

—Supongo que son respirocitos.

—Estoy impresionado.

—Tenía que ser algo que contribuyera al rendimiento de los atletas. Portadores de oxígeno supereficientes. Leí algo al respecto cuando empecé a trabajar con los microbívoros en Nano. Supongo que su presencia explica algunas de las anomalías clínicas que detecté en el corredor.

—Los respirocitos suministran oxígeno al torrente sanguíneo de los atletas de forma mucho más eficiente que los glóbulos rojos normales. Mil veces mejor, para ser exactos. Son tan efectivos que el corazón del sujeto ni siquiera necesita latir para que su cerebro reciba oxígeno durante varias horas. Esa es la razón por la que los sujetos que sufrieron paradas cardiorrespiratorias no presentaron daños neurológicos después de haber estado clínicamente muertos durante una o dos horas. Como averiguamos más tarde, el problema del paro cardíaco estaba causado por los propios respirocitos, simplemente porque funcionaban demasiado bien. Descubrimos que provocaban un estado hiperóxico e hipermetabólico que desembocaba en una especie de ataque al corazón. Los primeros sujetos de prueba recibieron dosis demasiado elevadas, pese a que no eran más que cinco centímetros cúbicos de la suspensión de nanorrobots. No teníamos ni idea de lo efectivos que demostrarían ser los respirocitos. Es un gran presagio para el éxito de los microbívoros.

—¿Y los chinos querían pruebas de que esos respirocitos, diseñados y fabricados por Nano, serían capaces de aumentar la efectividad de los atletas?

—Básicamente, sí. Entrenamos a un ciclista y ganó una etapa del Tour de Francia. Pero los peces gordos fueron más concretos. El objetivo era que un ciudadano chino ganara una carrera internacional en un campeonato importante. Da la casualidad de que el corredor que te encontraste disputará el maratón en los Campeonatos Mundiales de Atletismo, que empiezan el viernes.

—En Londres.

—Sí, en Londres.

—¿Dónde estamos? —preguntó Pia—. ¿En Londres?

La expresión facial de Berman no dejó traslucir nada.

—Estáis haciendo trampas y descubrirán a vuestro corredor.

—No lo creo. Ninguno de los tests antidopaje detectará algo tan inerte como un nanorrobot de superficie diamantoide. Aun suponiendo que las autoridades decidieran realizar análisis de sangre, con las concentraciones tan bajas que utilizamos sería raro que encontraran un respirocito. Tengo el presentimiento de que nuestro corredor chino ganará, con suerte por un margen no demasiado amplio, pues así se lo han advertido. Y una vez que gane, Nano se retirará del mundo del deporte. Está claro que tarde o temprano alguien averiguará lo que los respirocitos pueden hacer por los atletas y que algún día se diseñarán pruebas para detectarlos, pero para entonces tanto los chinos como yo nos estaremos dedicando a otras actividades. A mí me da igual, y la facción del gobierno que quiso que le ofreciéramos pruebas habrá conseguido lo que quería. Es más, estarán disfrutando de la gloria que conlleva un éxito deportivo a nivel internacional.

»El gobierno chino no solo quiere dominar la economía, sino que también desean éxitos deportivos y demostrar que su sistema de gobierno es superior a cualquier otro. En ese sentido son tan malos como los soviéticos y los alemanes orientales durante la Guerra Fría, cuando estaban dispuestos a hacer lo que fuera con tal de arrebatarle una medalla de oro a Estados Unidos. Estoy convencido de que también tiene algo que ver con el ansia del gobierno chino por borrar los aproximadamente trescientos años de humillaciones que su país sufrió durante el colonialismo.

A Pia los deportes no le interesaban, pero comprendía el sentido de lo que Berman estaba diciendo. Sonaba muy manido. El fallo saltaba a la vista. No era más que un patético intento por parte de Berman de justificar los medios por unos fines presuntamente honorables. Mientras había estado hablando, ella no había podido quitarse de la cabeza las imágenes de aquellos cuerpos sumergidos en los tanques. Con tal de alcanzar sus objetivos, Berman estaba dispuesto a sacrificar a personas, a experimentar con seres humanos.

—O sea que estás haciendo todo esto para los chinos con la única intención de conseguir su dinero.

—Inversión. Para conseguir una inversión que pueda destinarse al proyecto de los microbívoros, sí.

—¿Y con qué fin? ¿Para acelerar el proceso de investigación de los microbívoros? ¿Cuánto tiempo crees que te ahorrarás con esa inversión? ¿Dos años, cinco?

—Unos diez —repuso Berman—. Sin el dinero de los chinos creo que tendríamos que esperar unos diez años antes de poder comercializarlos. Y eso suponiendo que no surjan problemas inesperados. Piensa en lo que supondrán cuando estén disponibles. Revolucionarán el tratamiento de las enfermedades infecciosas. ¡Piensa en el cáncer! Será una cura específica y no tóxica. Se acabarán la quimioterapia y la radioterapia, se considerarán el equivalente de la medicina medieval. Y es muy probable que los microbívoros también prevengan y curen el Alzheimer. Estamos hablando de una revolución médica.

—Sí, pero ¿a qué coste?

—Al coste que has visto. Como te he dicho, estoy seguro de que en Nano no estamos haciendo nada que no estén haciendo en otras empresas de la competencia.

—Eso no me lo creo.

—Tengo constancia de ello.

—Me dijiste que todos los sujetos de Nano estaban allí de forma voluntaria. ¿Vas a decirme que esas personas se presentaron voluntarias para que los viviseccionaran?

—Sí, te dije que eran todos voluntarios y no mentía. Eran convictos por penas capitales en China. Todos los sujetos que han llegado a Nano eran prisioneros condenados en su país. Allí ejecutan a, no sé, ¿trescientas mil personas al año? No estoy diciendo que esté de acuerdo, porque muchos de ellos lo son por delitos como el fraude o la malversación. El gobierno hizo una selección y les preguntó si estarían dispuestos a participar en unos ensayos médicos.

—¡Los mutilasteis!

—Los cuerpos que viste en los tanques de suspensión eran de sujetos que habían sufrido las consecuencias irreversibles de una parada cardiorrespiratoria hipermetabólica provocada por el oxígeno. Antes de servir como preparados fisiológicos estaban cerebralmente muertos. Gracias a su sacrificio pudimos descubrir los niveles de concentración seguros. Ninguno de ellos fue viviseccionado, como tú crees, al menos no en el sentido estricto del término. Sé que sus muertes fueron un episodio lamentable, pero en Nano nunca matamos a ningún sujeto sano.

—¡Qué bien! ¿Se supone que eso debe hacer que me sienta mejor? ¿Dónde está ese contrato que me habías preparado? Te lo firmaré ahora mismo.

Berman miró fijamente a Pia. Notó que la rabia y la frustración volvían a inundarlo ante su evidente sarcasmo. Aquello demostraba que no estaba realizando los avances que solo minutos antes creía estar consiguiendo. Se aclaró la garganta.

—Escucha, esos individuos de los tanques ya estaban muertos a todos los efectos antes de que los metiéramos en ellos; y habrían fallecido de todas formas si no se les hubiera permitido ir a Nano para participar en nuestro trabajo. Mucho antes, de hecho. La ciencia tiene que avanzar, y es necesario hacer sacrificios. La gente lleva siglos muriendo en aras de la investigación médica. Si conseguimos alcanzar nuestro objetivo con los microbívoros aunque solo sea cinco años antes de lo previsto, podríamos salvar un millón de vidas, ¿quién sabe?

—Las cosas no funcionan así y lo sabes. Cuando los nazis fueron llevados a juicio tras la Segunda Guerra Mundial, quedó establecido que ningún país podía experimentar con prisioneros. Es imposible considerarlos voluntarios.

—El gobierno de Estados Unidos inoculó la sífilis a varios sujetos al final de la guerra…

—Sí, pero eso se acabó. Y los experimentos a los que te refieres han quedado totalmente desacreditados.

Berman no respondió. Aquello no estaba yendo como había esperado, pero tampoco le sorprendía. No era probable que Pia cediera a la primera ocasión. Y si finalmente lo hacía, llevaría tiempo. Berman había pensado que se mostraría más receptiva de lo que lo había hecho a su argumento de sacrificar a unos cuantos para salvar a muchos. No estaba dispuesto a rendirse.

—Tan solo hemos perdido a unos diez sujetos en un proyecto con el que podemos salvar a millones de personas.

—¿Cuánto tiempo lleva en marcha el proyecto de los respirocitos?

—Cuatro años —respondió Berman, contento de que ella por fin le hiciera preguntas legítimas.

Pia dejó escapar un suspiro y lo miró. Él la estaba observando con una expresión que no fue capaz de interpretar. ¿De verdad creía que lograría convencerla? ¿Que podría persuadirla de que su perversa forma de ver el mundo estaba justificada? Lo que más la apesadumbraba era comprender que Berman creía firmemente que podía convertirla. Se preguntó qué podía hacer para conseguir una oportunidad de escapar. ¿Estaría de verdad en algún lugar del Reino Unido? ¿Sería capaz de volver a engañarlo a pesar de que ya la hubiera descubierto no una, sino dos veces? ¿Qué le ocurriría si no aceptaba el papel que Berman quería que asumiera? ¿Intentaría forzarla sexualmente? Demasiadas preguntas sin respuesta.

—Nunca me acostaré contigo —le espetó.

—No soy ningún monstruo, Pia. Es posible que ahora pienses eso de mí, pero deberías meditar sobre todo lo que te he contado. Piensa en las oportunidades científicas que se abrirían para una mujer como tú si accedieras a los mejores equipos médicos y tuvieses financiación ilimitada. Créeme, si te incorporas a nuestro equipo de investigación no tendrías a Mariel Spallek encima todo el día. Sé que es lo que te gusta, y te estoy ofreciendo una oportunidad sobre la que cualquier científico se abalanzaría.

—No, si tuvieran que tocarte, no lo harían. ¿Es así como consigues que las mujeres se acuesten contigo, haciéndoles chantaje?

—Al contrario. Ya te he contado lo de Whitney. Tuve varias discusiones muy acaloradas con ella antes de que estuviera de acuerdo con mi forma de ver las cosas, y ahora es una de mis empleadas más fieles. Tienes suerte de que no te haya dejado en sus manos en Boulder. Puedes estar segura de que no estaríamos teniendo esta conversación.

—Paul Caldwell me encontrará.

—Lo dudo mucho. En estos momentos tu amigo George está con él. Han ido a mi casa y después a Nano, donde fueron tan amables que incluso entregaron una identificación. Han pasado por tu apartamento unas cuantas veces. Ahora los dos están de brazos cruzados en casa de Paul retorciéndose las manos. Tal vez hasta estén haciendo manitas, sé que a Paul le gustaría.

—Paul es diez veces más hombre que tú.

—Bueno, me temo que nunca lo sabremos.

—Acudirán a la policía.

—Sí, seguro que lo harán, pero no creo que consigan gran cosa trasladando a las autoridades su preocupación por tu bienestar. Recuerda de cuánta ayuda te resultó la policía la última vez que la viste.

Pia no lo había olvidado. Estaba claro que Berman tenía comprados como mínimo a unos cuantos agentes de policía de Boulder. Cabía la posibilidad de que Berman mintiera al hablar de Paul y George, pero no le sorprendería que tuviera el apartamento de Caldwell bajo vigilancia. Tenía que ser fuerte y resistir.

—Me duele el brazo —dijo—. ¿Hay algún médico por aquí? —Deseaba ver otra cara, cualquiera menos la de Berman.

Él asintió.

—Me alegro de que lo preguntes.

Pensó que era buena señal que Pia pidiese un médico. Aquello indicaba que era capaz de pensar más allá de su indignación. Además, para él era importante que su salud mejorase. Deseaba con desesperación poseerla físicamente, como ella imaginaba, pero no mientras continuara lesionada. Tenía unos estándares que mantener.

Dio media vuelta y golpeó la puerta dos veces con los nudillos. La abrieron y entró un hombre chino de unos sesenta años vestido con una bata blanca. Berman se dio unos golpecitos en su propio brazo donde Pia tenía la rotura. El hombre asintió y se acercó a ella. Después le pidió que se pusiera de pie para examinarle el brazo lesionado.

—Me olvidaba de decirte una cosa que quizá influya en tu decisión —anunció Berman—. Si tus amigos se las ingenian de algún modo para que un juez expida una orden de registro contra Nano, para buscarte a ti o cualquier otra cosa, quiero que sepas que los sujetos que viste en los tanques han sido sustituidos por perros. Los humanos cumplieron su propósito y han sido reemplazados. Sus cenizas serán debidamente enviadas a China y entregadas a sus familiares.

Sin más, Berman volvió a llamar a la puerta para que lo dejaran salir.

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