Nada

Nada


XXIV

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Fue Sofie la primera en salir corriendo hacia él; si los demás nos hubiéramos quedado quietos, Pierre Anthon se la hubiera sacado fácilmente de encima. Pero no lo hicimos. Jan-Johan la siguió, después Hussain, luego Frederik, Elise, Gerda, Anna-Li, el piadoso Kai, Ole y el gran Hans, y ya no quedaba sitio en su cuerpo para pegarle al mismo tiempo.

No sé si fue horroroso o no.

Viéndolo ahora de forma retrospectiva pienso que debió de ser muy horroroso. Pero no es así como lo recuerdo. Lo recuerdo más como caótico. Y bueno. Tenía sentido pegar a Pierre Anthon. Sentido el darle patadas. A pesar de que yaciera en el suelo sin posibilidad de defenderse y progresivamente dejara también de intentarlo.

Fue él quien nos arrebató el montón de significado, igual que un día nos arrebató el significado. Él tenía la culpa de todo. De que Jan-Johan hubiera perdido su dedo índice, de que Cenicienta estuviera muerta, de que el piadoso Kai hubiera profanado su Jesús, de que Sofie hubiera perdido la inocencia, de que Hussain hubiera perdido la fe, de que…

Él tenía la culpa de que hubiéramos perdido las ganas de vivir y de tener un futuro, y de nuestra confusión.

Lo único que sabíamos era que Pierre Anthon tenía la culpa. Y que pagaría por ello.

No supimos cuál era el estado de Pierre Anthon cuando abandonamos la serrería.

Yo sé qué aspecto tenía, aunque no fue lo que le dije a la policía.

Yacía raramente desfigurado con el cuello colgando hacia atrás, azul y con la cara hinchada. La sangre le brotaba por la nariz y la boca, y le había teñido el dorso de la mano con la que intentó protegerse. Tenía los ojos cerrados, pero el izquierdo, hinchado, estaba cómicamente torcido bajo la ceja partida. Su pierna derecha yacía rota describiendo un ángulo del todo antinatural, y su codo izquierdo estaba doblado en sentido contrario.

Cuando nos fuimos reinaba un silencio total y no dijimos adiós.

Ni los unos a los otros ni a Pierre Anthon.

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