Monster

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Capítulo 5

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Capítulo 5

Ashley huyó y en su carrera chocó con Brenda. Los platos que ésta llevaba en las manos volaron por los aires. Salió por la puerta trasera y de ahí a la calle, desoyendo gritos y llamadas para que se detuviera. Corrió sobre el asfalto con el corazón en su garganta, sólo tenía que ir a la tienda-casa de Margaret, coger a Natty y subir ambas al coche. Entonces conduciría, conduciría para alejarse de él y de todos los peligros que representaba. Corrió, corrió como alma condenada al patíbulo y preguntándose cómo diablos la había encontrado. Los ojos le lagrimeaban por el esfuerzo, un poco más y llegaría... Por fin allí empujó la verja, subió las escaleras y golpeó la puerta para abrirla.

—¿Dónde está Natty? —preguntó casi sin aliento.

—Durmiendo. —La mujer ocupada en colocar lirios violetas en un gran jarrón sobre la mesa se quedó mirándola sin comprender.

—¿Qué pasa, Rebeca?

—Tengo que llevármela, tenemos que irnos.

Corrió tienda adentro sorteando muebles y algún juguete de la niña que se encontraba en el suelo, entró en la estancia seguida por la mujer que trataba de entender lo que ocurría, no respondió a ninguna de las preguntas. Ashley sacó a Natty del parque, la sostuvo en brazos y con ella todavía medio dormida salió del cuarto.

—Cuando pueda te haré llegar noticias, no sé, te llamaré o algo.

Sosteniendo la niña casi como si fuera a asfixiarla fue dirigiéndose a la puerta. —Te lo prometo.

—¡Nada de eso! —Margaret forzó sus viejas piernas a moverse con más rapidez hasta quedar tras Ashley y extendió una mano dejando que uno de sus dedos fuera aferrado por una manita de la niña que ya empezaba a lloriquear. —¿Qué pasa? —Sacudió la cabeza de un lado a otro.

Ashley se volvió a mover alejándose. El miedo emponzoñaba el aire y ese miedo surgía de ella. El aire apestaba literalmente a miedo.

—No puedes despertar a la niña y correr de este modo sin darme una explicación coherente.

—Te prometo que me pondré en contacto contigo cuanto antes.

Sujetó fuertemente a Natty con la cabeza recostada en uno de sus hombros, abrió la puerta y los rayos del sol dieron directamente en su cara, casi cegándola.

—¡Rebeca, haz el favor de decirme qué pasa! —Fue tras ella, retuvo la puerta y colocando una mano sobre sus ojos tratando de resguardarse algo de la fuerte luz solar discernió la enorme figura que subía por las escaleras. —¡Rebeca, contéstame!

Ella estaba ahí de pie, completamente parada, helada, mirando al gigantón que no dejaba de avanzar.

Dos escalones les separaban, sólo dos. En sus brazos Natty dejó de reposar la cabeza sobre su hombro y se irguió, abrió los brazos y movió las manitas con el gesto de “aúpame, aúpame”. Ashley negó presionándola contra su pecho y retrocedió.
La niña no podía sentir que había consanguinidad, era la genética, el lazo invisible.

El suelo de madera del porche crujió bajo el peso de Nathan. Introduciendo ambas manos en los bolsillos del tejano éste ordenó:

—Deja que la señora Larsson coja a la niña y acompáñame.

No pedía, él nunca lo hacía y eso Ashley lo sabía muy bien.

—Vamos, se está poniendo nerviosa. Dásela.

Rebeca llevaba el cabello corto, teñido de un negro intenso casi azulado. Estaba ligeramente más rellena, sobre todo sus piernas, sus muslos. No es que ella hubiera sido poquita cosa pero ahora se veía más contundente, más mujer. Bajó las oscuras lentes de sus gafas y miró de reojo a Natasha la cual se agitaba ya en pleno llanto tratando de que él mismo la cogiera.

—Dale a la niña. ¡Ahora!

Mejor con la señora Larsson que con él, la separó de su pecho, torció el cuerpo y se la entregó. Ese "¡Ahora!" ponía en marcha un automatismo, una acción —reacción instantánea a la que ella se resistía.

—Acompáñame, Natasha se quedará con la señora Larsson. —Extrajo una mano del bolsillo y sus dedos la citaron, —Vamos. —pero ella ni parpadeó. —¡Vamos!

Ashley meneó la cabeza de un lado al otro enfatizando un decidido no que no articuló pero aquellos movimientos eran suficientes. No quería ir con él, no sabía adonde ni para qué.

Nathan inhaló sonoramente.

—La niña no se moverá de aquí, estará completamente segura con la señora Larsson —afirmó con un movimiento de cabeza. Sacó la otra mano para apuntar con ambos índices. —Tú vienes conmigo.

—No... no, ¡No! —farfulló ya agarrada por un brazo. —¡No!

Al forcejear para liberarse el apretón subió a su antebrazo. Los grandes dedos se clavaron en su carne y sus mismos pies volaron otra vez sobre el suelo.

—Sí, corra a llamar a la policía. —soltó Nathan tras el coro de amenazas proferido por la mujer que sujetaba a la niña hecha un mar de llantos. Cargó con Ashley como si fuese un saco de patatas escaleras abajo. Salió del pequeño jardín para entrar en el otro, cruzarlo, subir el nuevo tramo de escaleras y detenerse en el porche.

—Quieta. —Sin soltarla sacó un estraño juego de llaves y con una de ellas abrió la puerta como si tal cosa.

—Quieta es un no te muevas. —dentelleó hincando mucho más que antes los dedos en el antebrazo tras el fuerte tirón de Ashley.

—Y ahora dentro.

Ya en el interior la dejó en el suelo y cerró la puerta tras de sí.

Lo que sentía ella no era miedo o algo de alarma, era directamente terror. Se preguntó cómo podía él tener las llaves, si había entrado antes y sobre todo qué hacía allí. Ashley retrocedió un paso, dos y se quedó clavada en el suelo sin nada que poder articular ni piernas capaces de huir.

McNamara la observó durante casi un minuto, uno de esos largos e intensos minutos, profundamente incómodos para ella.

—Siéntate, —le señaló un pequeño sofá —siéntate.— Asintió cuando ella obedeció.

—Tienes la casa echa una mierda, grifos que gotean, sillas cojas, puertas de armarios medio sueltas. —Jugó con las llaves haciéndolas bailar en la palma de su mano.

—Es obvio que la nena de papá no va a saber arreglar una gotera si hace dos días no sabía ni hacerse su camita.

Él sí sabía bien de lo que hablaba ya que había recorrido la casita de arriba abajo, no una vez ni dos, sino tres y más. En los cuerpos de élite le habían enseñado algo más que a apretar el gatillo. Como hogar seguro la casita era un desastre.

—Arreglaré esto y luego buscaré algo más adecuado. Natasha no puede estar viviendo aquí y tú tampoco.

—¿Que él iba hacer qué? se preguntó Ashley. Vió que llevaba mucho más cabello platinado que antes, incluso en la quijada bien afeitada batallaba el plata con el antes potente negro. Diminutas arruguitas se habían dibujado en las comisuras de los salvajes ojos verdes, un testimonio fehaciente del paso del tiempo; pero eso no había desmejorado su aspecto, lo hacía tan solo algo distinto. Aunque lo muy llamativo era la pérdida de masa muscular y por consiguiente de peso. Las conocidas mariposas volvieron a reunirse y a revolotear arriba y abajo en el estómago de la joven.

—¿Arreglar y buscar? Un momento, un momento. ¿Qué quieres decir con eso?

—Pues lo que he dicho, primero arreglar esto urgentemente y luego buscar algo en condiciones.

Enarcó una ceja.

—¿En este tiempo te has vuelto tonta del todo que te cuesta entender las cosas o qué?

Él también podía haberse vuelto algo idiota ya que una parte de su corazón, esa que creía muerta, volvía a la vida con ella mirándole. No es que se hubiera vuelto un romántico pero...ella le trastocaba.

—¿O te piensas que me daré la vuelta, me olvidaré de vosotras y volveré a Nueva York como si nada?

Sonrió, una sonrisa de las peligrosas, avanzó hacia Ashley hasta que la mesa de té entre el pequeño sofá y ella le impidió seguir.

—Vamos nena, no puedes haberte vuelto tan estúpida.

Había dicho “vosotras”, se refería a Natty y a ella, quien comenzó a híperventilarse con la respiración golpeando sus pulmones al forzarlos.

—Todo te estaba saliendo a pedir de boca, cojonudo. Vida nueva mientras los demás pensában que estabas muerta y bien enterrada.

Pateó la mesa empujándola violentamente a un lado y despejando el camino hacia Ashley.

—¿Qué coño importan los demás, eh. Qué importo yo?

Se tensó e irguiendose del todo pasó la mano izquierda por su boca.

—Tuvo que ayudarte alguien, y alguien realmente bueno, pero ese no es el puto caso ahora. —La miró como si fuera capaz de traspasarla con sus intimidante mirada verde. —Déjame ver tus muñecas.

—¡No, no, eso sí que no! —Como una niña retiró los brazos hacia atrás, tras su espalda, subiendo las piernas al sofá, las rotulas contra pecho.

—¿No? —Se comió la distancia de una zancada y prendiéndola por las muñecas la alzó del sofá centrando su mirada en los feos cortes de las muñecas.

—¡Ignorante! —espetó viendo los cortes horizontales, profundos, mal hechos. Pasó los pulgares de ambas manos por ellos, estaba claro que habían suturado como habían podido después del destrozo que ella se había hecho. También era evidente que a ella no le importaba que se vieran las cicatrices porque si no vestiría manga larga durante todo el año.

—Si querías abrirte las venas deberías haber cortado en vertical así no habría quien hubiera podido suturarte.

Los costurones salpicaban los delicados brazos pero...

—¿Qué cojones te has hecho? —Con la zurda sujetó las manitas y con la diestra alzó la cabeza de la mujer para encontrar su mirada.

—¿Lo sabías? —Se estaba poniendo enfermo. Ella no podía haber sido capaz de mutilarse de esa forma sabiendo que...

—¿Lo sabías? —La misma mano que hacía unos segundos le había alzado la cabeza la agarró dolorosamente por la mandíbula inferior.

—Te he hecho una pregunta.

Los huesos iban a quebrarse, tanta presión no le dejaba articular. Las lágrimas se acumulaban en sus pestañas, enrojecían e inflamaban sus parpados. Juntó los labios para tratar de decir un “no”. Ashley pudo soltar ambas manos liberándolas de las de éste y golpeó con las palmas los brazos y el pecho de él, pero cuanto más daba, más dolor sentía.

McNamara recordó lo del lavado estomacal, no obstante dudó si eso había sido antes o después de las lesiones. Bajo sus yemas la piel de la cara bañada en lágrimas se estaba enrojeciendo, presionó un tanto más levantándola del suelo ligeramente para que sus narices hicieran contacto.

—¿Lo sabías? —La soltó empujándola contra el mullido cojín del sofá y se aproximó.

Ashley no podía retroceder más pero se hubiera fusionado con el material contra su espalda para desaparecer. A pesar de no tener la gran manaza en su cara, esta le seguía doliendo. Se agarró al cojín bajo su trasero cuando el primer botón de la camisa de su uniforme saltó. El tejido de su sujetador padecía de lo lindo por la agitada respiración.

Nathan la aplacó para que no cometiera la estupidez de intentar salir corriendo. Se acuclilló y le puso las manos duramente en los hombros. —Responde, que me respondas.

Ella lloraba tanto que podría deshidratarse y él odiaba verla llorar. No sabía cómo explicárselo. A ella misma le había costado mucho comprenderlo. Ahora tendría que explicar lo que nunca pensó deber contar, que ciertos analgésicos pueden anular el efecto de los anticonceptivos. Gimoteó mirándole, con la mandíbula resentida. La potencia que ejercía la mano en su hombro estaba haciendo que crujiera.

—Las píldoras...

Esa era la única explicación posible ya que él mismo le subministraba diariamente tanto los anticonceptivos como algún que otro analgésico.

—¿Cuándo? ¿Lo sabías cuando tuvieron que lavarte el estómago o cuando te lastimaste de tal forma, dejando esas horribles cicatrices en tu piel?

—¿Cuándo? —repitió volviendo a agarrarla esta vez justo por debajo de la barbilla con los dedos fijándose en la blanca garganta.

—No...no lo sabía. —Tan cierto como que ahora le costaba respirar. Sin dejar de mirarle subió sus dos manos y rodeó con ellas las de él. —Después...

—¿Después de qué, cuándo?

—Después, después, después... —repitió.

Nathan no la soltó, tan solo aflojó la fuerza con la que la agarraba por el cuello. Resopló tratando de tranquilizarse.

—Escúchame y hazlo bien.

Los ojos chocolate se fijaban en los suyos a pesar de la continua lluvia que los entelaba.

—Podríamos hacer las cosas de forma legal, demandarte y pedir pruebas de paternidad que... —presionó fuertemente de nuevo —obviamente darían positivo. Viendo las condiciones en que estás sería muy fácil quitarte la custodia de la niña. Recuerda que tengo buenos y poderosos amigos y que a ti no te queda ni uno... ¿Rebeca?

Hizo una pausa.

—¿O Ashley? No sé cómo llamarte.

Aflojó la presa.

—Mejor dicho, los que te quedan, si saliera la verdad a la luz no querrían saber nada de ti por haberles engañado durante un jodido y largo año.

Se levantó y apretó los puños, la tensión dolía en su espina dorsal y sobretodo en sus mandíbulas.

—¿Qué vas a responder? No me me digas que recurrirás a tu padre y que él querrá ayudarte después de haberte hecho pasar por muerta para encubrir que te quedaste preñada de su puto jefe de seguridad.

—¿Sabes por dónde voy? —cuestionó y alzando la voz —¿Lo sabes o no?

No hubo respuesta pero los ojos de Ashley volvieron a mirarle.

—Significa que si no haces todo cuanto yo te diga te quitaré a Natasha y lograré que no puedas verla en lo que reste de tu puta y miserable vida. ¿Entiendes?

Ella estalló en un sonoro llanto y McNamara volvió a acuclillarse. Con las dos manos enmarcó suavemente la trémula cara de la mujer.

—Pero te portarás bien y no me obligarás a hacerte eso, ¿Verdad?

Con el asentimiento de ella y sus dedos barriendo hacia los lados las constantes lágrimas masculló:

—Voy a ser el hijo de puta de tu marido que al enterarse que había puesto un bollito en tu horno se largó, te abandonó y tu acabaste aquí. Ahora, tras encontraros, vuelvo para comportarme como un hombre y, como tú me quieres, me vas a dar una oportunidad.

Ashley se preguntó si todo consistía en eso o en otra cosa. Sea lo que fuere ella aceptaría, es más lo aceptaba ya mismo. Le vio erguirse de nuevo y caminar hacia la repisa de la cocina para recojer una carpeta. De ella sacó un documento y le ofreció un boli para que firmara. Sus ojos llorosos leyeron y releyeron el papel.

—¿Un acta matrimonial? —se cuestionó a si misma en voz alta.

—Quiero que lo firmes pero si tu no quieres, no será necesario, tengo a quien lo haga por ti. Piensa que el firmar sería una muestra de buena voluntad por tu parte. Además ten en cuenta que si no te porta como una buena chica y no firmas te quitaré a Natasha.

Dejó que ella cogiera el bolígrafo.

—Firma como Rebeca McInri Richardson —puntualizó antes de que Ashley presionara la punta sobre el papel.

—Falta algo.

Se oían pasos subiendo las escaleras y llegar al porche. McNamara metió la zurda en uno de sus bolsillos mágicos y sacó una cajita de terciopelo rojo, la abrió y le mostró una alianza.

—Dame la mano.

Ella se la extendió, temblorosa.

Nathan guardó la caja y pasó el anillo por el fino dedo de Ashley.

—Muy bien, señora McNamara, ya me ocupo yo de registrar legalmente este documento —susurró aliviado.

Al oir el golpeteo en la puerta le quitó la carpeta y la dejó en uno de los cajones de la cocina, caminó tranquilamente hacia la puerta y la abrió.

Ashley se había fijado que cuando pasó la alianza por su dedo, él ya llevaba una idéntica a la que ahora lucía en su mano. Se quedó con la mirada clavada en ella, con la mano aún alzada frente a sus ojos. Ni oía los porrazos en la puerta.

La señora Larsson apareció con Natasha en brazos. Le seguían el que parecía ser el sheriff junto a tres hombres más, un ayudante de sheriff y otro tipo que no sabría encasillar en ningún sitio y Alexis. Estaban todos en el porche.

—Este es Ben Harmon, el joven médico del pueblo. —aclaró el que todavía era el sheriff, quitándose el sombrero y pasando una mano por su blanco cabello. Extendió la otra hacia Nathan para saludarle.

—Ya tenía ganas de conocerle, señor McNamara, aunque no esperaba que fuera así —y señalando a la señora Larsson —Nos ha llamado...

—Lo sé. —El que interrumpió esta vez fue Nathan.

—No han sido formas pero no sabía cómo abordar la situación. No soy hombre de mucho tacto y después de todo reconozco que ha sido la peor forma de hacer las cosas así que... lo siento.

Extendió los brazos y movió las manos haciendo que la niña se estirara y riera aún con los ojos llenos de lágrimas.

—Señora, gracias por cuidar de mi hija, ¿quiere dármela? —Tanto él como ella sabían que era eso mismo pero la mujer lo fulminó con la mirada al entregársela.

—Hola princesa —susurró contra una de las sienes al colocarla debidamente entre sus brazos.

—¿Señores, quieren hablar con Rebeca?

—No creo que sea necesario.

El sheriff se puso el sombrero y volvió a estrechar la mano del grandote, después se dirigió al otro.

—Creo que ustedes dos harán mucho bien a Fe.

—¿Dos? —Nathan miró a Alexis.

—Sí, bueno, no te lo comenté todavía pero... yo voy a estar a tus ordenes de nuevo, sí señor.

Clavó su mirada en él añadiendo —Voy a acompañar a estos señores a comisaría y me ausento hasta el lunes para arreglar asuntos personales.

—¿Y se van así, sin siquiera hablar con ella?...pero...pero sheriff tartamudeó el Doctor Harmon viéndoles bajar las escaleras. —Por...por lo menos..., pero oigan...

Nada. Se giró mirando al que habían dicho ser el marido. El pobre Ben Harmon se sentía en fuera de juego pues Rebeca siempre le había declarado ser madre soltera.

—Perdone señor McNamara,...

—No hay problema —le interrumpió. —Si quiere hablar con ella, adelante. Ya se lo dije antes... ¿O tiene algún problema de audición señor doctor?

—Seguro que no tiene ninguno, —añadió Alexis —yo le acompañaré hasta su consulta doctor y después me pasaré por comisaría.

¡Oh oh oh! macho alfa marcando territorio pero vale más saber de antemano donde le pueden sacar a uno una bala y no acabar haciéndolo en la cocina con una pinza por puro desconocimiento.

Miró a McNamara mientras tiraba de Harmon.

—El lunes estoy aquí sin falta.

Nathan, que minutos antes había acompañado la cuadrilla hasta el porche, volvió a entrar dejando paso a la señora Larsson.

—Vuelva cuando quiera —le dijo al pasar ella delante suyo estirando el cuello como una tortuga.

—Si...si les haces daño, mala bestia... —Le golpeó el pecho a media altura con un viejo dedo —lo pagarás caro. Siguió hacia la escalera y se paró en el primer peldaño.

—Rebeca, no dudes en llamarme, estoy aquí al lado y tengo permiso de armas.

Ella era de aquellas viejas americanas con un rifle en cada armario. —Ya sabía yo que eras un jodido poli...

También había adivinado que él era el padre de Natty en el mismísimo momento que había visto el tono verde de sus ojos. Margaret bajó las escaleras refunfuñando.

—Que miedo... —susurró Nathan al cerrar la puerta.

—¿Ah, y qué tal la tiene el señor doctor? —añadió acercándose a Ashley para entregarle la niña que se estiraba hacia su madre. —Parece tener complejo de polla.

—No sé porque dices eso...Es el médico del pueblo y...no le conozco tan personalmente.

Todo había llegado tan de sopetón que Ashley temía estar inmersa en una pesadilla.

Cogió a Natty que se movía como un gusano, buscó el chupete en uno de sus bolsillos donde siempre había uno, vistiera lo que vistiera, lo destapó y se lo metió en la boca pero Natty lo escupió. Negó y volvió metérselo ya que había caído sobre el sofá; al mismo tiempo comenzó a mecerla sobre sus piernas.

—¿Por qué no le das lo que quiere la niña? —preguntó Nathan cruzandose de brazos dejando de mirar a la pequeña que empezaba a lloriquear dando brincos sobre las piernas de su madre. Siguió con la idea fija que ya rondaba su mente.

—Pues parece que a él le encantaría conocerte muy personalmente. Olvídate de que Natasha siga yendo a ver a ese gilipollas y tú también vas a dejar de hacerlo. Iremos hasta Jones y buscaremos otro pediatra y médico de cabecera.

—A ella le gusta... —dijo tragándose el “a mí también” —El Doctor Harmon la ha visto desde que nació, no sé porque tengo que buscarle otro médico.

—Porque lo digo yo, no lo olvides. —Lo que él decía iba a misa, sencillamente eso.

Ashley recojió la pequeña recostándola contra sí y la balanceó suavemente aunque por mucho que su mano diera suaves toquecitos en el trasero abombado por el pañal o sus brazos la acunaran Natty no callaba. El chupete esta vez sí cayó al suelo.

—¿No tienes nada de sueño? —Sí que lo tenía, se le notaba, sin embargo la cabezonería era más pesada que el sueño por ahora.

Nathan avanzó hasta sentarse también en el poco espacio que quedaba del pequeño sofá.

—¿Por qué la haces sufrir? Ella no tiene la culpa de que a ti no te apetezca atenderla como debes. —Su fuerte mano desabotonó hasta donde pudo la parte de arriba del uniforme de Ashley, apartó la blanca tela y seguidamente desabrochó el enganche de la copa del sujetador.

—No tardará mucho en dormirse.

Él sonrió mirándola mover la cabeza y abrir y cerrar los labios, su mano bajó por el blanquecino pecho, acarició con las yemas la aureola y rozó el inflamado y enrojecido pezón.

—Eso es princesa —masculló cuando la niña adhirió la boca al saliente y apoyó su manita contra el pecho. La observó mientras ésta, a pesar de estar mamando mantenía sus ojos sobre él.

Lo de princesa venía a... no lo sabía, quería llamarla así y punto.

—¿Estuvo muy azulada?

—¿Qué?

Cuando él se sentó a su lado y le desabrochó la ropa ella miró hacia delante, a un punto fijo en la pared. Esto no podía estar ocurriendo.

—¿Estuvo muy azulada? —insistió Nathan. Levantó la vista hacia ella y fue en busca de su barbilla, le giró suavemente la cara. —Leí en los informes que estuvo cianótica.

—Sí. —Miró los mismos ojos verdes, el mismo brillante color pero esta vez no eran los de Natty, eran los verdes ojos de quien le había regalado el mismo tono. —Le faltó oxígeno al nacer.

—Eso leí. —Él quería besarla pero ya dudó de si aquí las cosas podían hacerse como siempre, o sea como él quería.Doce de agosto a las veintiuna quince, tres quilos cien gramos, cincuenta y un centímetros, O positivo. —Se lo había aprendido de memoria.

—¿Es verdad que vas a ser el nuevo sheriff?

—Sí.

Tenía que hablar, no podía quedarse mirándole.

—Haré todo lo que tú digas. —Los pequeños dientes de Natty pellizcaron su pezón haciendo que se tensara, bajó la vista.

—Lo sé. —Odiaba esa mirada de cachorrito asustado y verla llorar... odiaba en cierto modo hacerle eso, no obstante no tenía otra salida. Entrecerrando los ojos miró a la niña que seguía aferrada al sonrosado pico.

—Nunca me enseñaste ninguno de tus dibujos.

—Nunca te vi con pinta de interesarte por mis dibujos.

—Las apariencias engañan. —Acarició de nuevo la mejilla de la pequeña hasta que ésta, con la boca abierta en torno al pezón se quedó dormida...

—No sabía que eras tan buena.

Era realmente buena a pesar de no haber recibido clase alguna o por lo menos que él supiera. Se preguntó porqué papaíto nunca la había enviado a estudiar bellas artes en vez de economía, algo que se le daba tan mal.

Al investigar descubrió que la mitad de la ropa en el armario de Natasha había sido pintada por la madre, al igual que las paredes y las sábanas y no sólo eso. Muchas otras madres y niños del pueblo contaban con piezas de ropa que Ashley había decorado con colores para textil. Eso le había procurado unos cuantos dólares. Tenía la ilusión de explotar bien ese talento suyo para sacarle buenos beneficios porque además era algo que le gustaba hacer, condición indispensable para tener éxito.

—Mañana te despedirás de la cafetería y quiero que te centres en la apertura del pequeño local que he comprado en el centro del pueblo.

—¿Qué me despida?

—No puedes trabajar allí, no es adecuado para ti y mucho menos para la niña. La señora Larsson no está en condiciones de cuidar de Natasha, tú eres su madre, es asunto tuyo.

Metió la yema de un dedo en la manita de la bebé que se había apartado del pecho de Ashley.

—Pasado el verano la matricularemos en la guardería e irá unas horas, necesitará socializar.

—¿La guardería? —Abrió la boca mirándole. —¿Y qué se supone que voy a hacer en ese local, vender látigos, fustas y atuendos de cuero? —No estaba segura de que una tienda sado fuera a tener mucho éxito por esos lares.

—Vender tu ropa.

—¿Mi ropa?

—Sí, tu ropa. —Deslizó lenta y suavemente el dedo hasta que la pequeña lo acabó de soltar. McNamara se levantó y movió el cuello haciendo que crujiera. —¿Qué ibas a hacer si no?

—Pues no lo sé, como aquí todo lo decides tú.

—No es ninguna novedad. Volvemos a la rutina.

—No, no volvemos a la rutina volvemos al ritmo carcelario.

—Si no te gusta vender la ropa que pintas tiene fácil solución.

—¿Por qué haces esto?

—Porque es justo lo que debí hacer en su momento. —La miró.

—Eso es lo que debo hacer de ahora en adelante. Debí haber cuidado de vosotras antes y voy a hacerlo ahora, así que acuesta a la niña y date una ducha. Voy a ver si puedo hacer algo en esa cocina.

Se encaminó hacia ella pero al ver que Ashley no reaccionaba añadió.

—También puedes hacer las cosas a tu modo y no volver a ver a tu hija en toda tu existencia. Tú decides cariño.

Ashley se levantó cargando con Natty, la llevó a su habitación donde la acostó en la cuna y dejando la puerta entreabierta entró en su dormitorio, de él pasó al cuarto de baño donde se desvistió. El espejo reflejó los ligeros cambios de su cuerpo. Ella no había tenido tiempo para cuidarse, por lo tanto adiós a la magnífica firmeza de sus carnes. No estaba nada mal, por supuesto que no era ningún adefesio pero... no era exactamente la de antes. Estaría mejor si dejara de excitarle, con suerte se olvidaría del chantaje.

Se metió en la ducha. Temía que McNamara fuese a entrar. Para controlar el acceso no dejó en ningún momento de mirar hacia la puerta y así dar la espalda al monomando a la altura de sus riñones. Primero se le metió jabón en los ojos, luego se abrasó y congeló porque con la mano detrás no lograba graduar la temperatura. Terminó de ducharse y enroscó la toalla alrededor de su cuerpo, salió del baño y caminó con los pies mojando la moqueta del dormitorio, sacó un vestido del armario y se lo puso dejando caer la toalla al suelo. Tenía que darse prisa en sacar la ropa interior y acabar de vestirse no fuera que...

—Quieta ahí.

Ella retuvo el aliento y con la mirada fija en el cajón que estaba a medio cerrar, aguardó a que hablara más. Intentó controlarse pero el temblor que subía de sus pantorrillas a sus rodillas se apresuró en trepar y trepar hasta hacerse completamente con ella.

—Abre el cajón.

—¿Para... qué? Qué quieres de mi cajón, solo hay ropa interior.

Pero
los ojos color chocolate de la mujer se agrandaron, el pánico la abofeteó.

McNamara rió con una risa silenciosa, más pérfida que la de Psicosis. Sus
grandes pies avanzaban, el musculoso cuerpo se aproximó hasta detenerse tras ella.

—¿Así que no sabes por qué quiero que lo abras?

Debido al corte de pelo que lucía ella ahora era mucho más fácil para él deslizar su nariz desde el hueco tras la oreja hasta el hundimiento que conducía al cuello.

—¿No, que no lo sabes? —preguntó y colocando sus manos sobre las de ella tiró del cajón parar abrirlo del todo. —¿Seguro, doña modosita?

Ashley cerró los ojos, presionó fuertemente los parpados, tan fuerte que dolieron.

—No, no se..., no lo sé.

La mano de Nathan guiaba la suya, sus yemas palpaban la tela de la ropa interior debidamente doblada.

—¿No? —Otra risa, aunque está bastante más audible.

—Yo creo que lo sabes perfectamente. Veamos que encontramos entre toda esta colección de sujetadores y bragas de lo más cristianos.

Ladeó la cara para depositar un beso en la húmeda sien de la mujer.

—Has cambiado tangas por bragas blancas de algodón, eh.

Detuvo la búsqueda y le apretó los dedos sobre el hallazgo.

—¿Y eso?

Agachó algo más la cabeza para pegar sus labios al oído.

—¿Qué tenemos ahí debajo, un rosario, una biblia?

—¿Por qué eres así? —Sollozó. Movió la cabeza hacia un lado, los ojos todavía cerrados.

—Por favor ya basta.

—No, no, nada de eso.

Sus dedos apartaron las dos prendas que ocultaban el vibrador.

—¿Qué por qué soy así?

Le hizo volver la cabeza para que le mirara a los ojos.

—¿Eso me preguntas a mí? —Frunció las cejas. —Aunque la mona se vista de seda mona se queda, ¿no?

Achicó ligeramente los ojos y las puntas de sus labios se alzaron en una media sonrisa. —¿O en este caso debería decir zorra? Sí, aunque la zorra se vista de puritana zorra se queda—.

Ashley se revolvió. No supo bien, bien cómo logró deshacerse de su agarre. Él estaba ahora a unos buenos centímetros de ella así que soltó:

—¡Cabrón! —Se dio una palmada mental en la espalda en plan “bien hecho chica” y con los puños apretando su cintura añadió.

—¡Cerdo, capullo enfermo, te odio!

—La niña duerme y no queremos que se despierte ¿verdad?

Esos centímetros se los comió en nada. Con una mano sobre la boca ahogó palabras, gritos y cualquier sonido.

—Escúchame bien. —La apartó y como si nada metió sus dos manos en los bolsillos del pantalón vaquero. Inclinó la cabeza y sonrió.

—Has firmado un contrato matrimonial no hace ni una hora, un contrato que si incumples me dará todo el poder para destruirte. —Volvió a mirarla. —Te quitaré a Natasha y sabes muy bien que puedo hacerlo, ¿Quieres eso, cariño? —Ante la negativa de ella siguió.

—Métete en esa cabecita que no puedes escapar si quieres seguir teniendo a la niña.

Las manos volvieron a hacer de las suyas. La agarró por los lados de la cara y se aproximó para que sus ojos quedaran a la misma altura.


You can run you can hide


But you can't escape my love (Sic)


—No puede escapar, señora mía.

Las
lágrimas despuntaban de los ojos y luego mojaban los dedos de Nathan. Sí, podía destruirla y lo haría sin pestañear siquiera. No servía un por favor, no servía ninguna suplica, sólo le quedaba la opción de ceder.


Here's how it goes


You and me (Sic)


McNamara apartó las manos del rostro de Ashley para descender hasta los tirantes que descansaban en los hombros. Los apartó hasta que cayeron llevándose consigo el resto del blanco vestido. La mirada bajó para ver la piel desnuda. La vio mucho más llena, le agradó como el vientre había dejado de ser tan liso y adquirido una forma más redondeada.

—No te muevas. —Descubrió el vello que dividía el pubis, algo nuevo. Vio los que los muslos se agitaban, los hombros temblaban y volvió a ver la vieja costumbre de morderse el labio inferior. —Ashley, he dicho que...

—Lo siento, lo siento, lo siento. —Realmente no salía la voz de sus cuerdas vocales pero bastaba con leerle los labios. Él acababa de prenderla del cuello y ahora la tenía empotrada contra el mismo cajón que hacía unos minutos le había obligado a abrir. Ashley se quedó quieta, mirándole.

—Lo siento Señor —logró vocalizar.


Up and down


But maybe this time (Sic)


Ese “Señor” le hizo hervir literalmente la sangre.

—Alarga la mano y sácalo del cajón.

Ante la negativa de ella repitió —He dicho que lo saques del cajón. —Ella se giró y él controló con la mirada el movimiento de la mano que temblando y tanteando removía la ropa. Cuando ella lo localizó él dijo con voz ronca —Cógelo.


We'll get it right


Worth the fight (Sic)


Ya está, ya lo tenía, lo aproximó hasta apretarlo entre sus senos. Lentamente volvió a girarse y alzó la vista; era complicado mirarle a los ojos intentando que el temblor que la invadía no fuera a más y preguntándose lo qué iba a hacer con ella.

—No conozco a muchas puritanas que tengan este tipo de cosas en su cajón de ropa interior ni en ningún otro lado.

La sonrisa malvada resaltaba las pequeñas arruguitas al lado de los ojos y descubría los dientes rectos y blancos. Nathan señaló lo que la trémula mano de Ashley sostenía.

—¿Quieres que hablemos del resto de utensilios satánicos que guardas en otros cajones?

Un brazo se recostó contra el mueble y él la empujó haciendo que el cajón se cerrara quedando ella de espaldas a la cajonera. La zurda le acarició un hombro, su mano bajó hasta levantar con la palma la redondez de un seno. Lo apretó con los dedos hasta que un gemido ahogado se fugó de la boca de Ashley.

—¿No? —La areola poseía un tono más oscuro y el pezón estaba ligeramente enrojecido. —Siempre podemos ir sacándolos uno a uno, ¿no crees?

El segundo apretón fue bastante más intenso.


Cause love isn't something you can shape (Sic)


Ashley empezó a sudar, la transpiración formaba una suave capa en su piel. El primer apretón pudo aguantarlo sin mucho problema pero el siguiente ya menos.

—Lo,... lo que tú quieras —barbulló pero tan añoradamente doloroso fue el segundo que casi, casi la hace...

—Como tú quieras, del modo que tú quieras, Señor.

Dos dedos apretaron el saliente, lo retorcieron y después lo empujaron hacia arriba obligando a que el pecho en sí se alzara al igual que si estuviera sujeto por una pinza metálica.

—¿Cómo dices? Vaya, parece que las bragas de algodón y los vestidos de volantes no han adormecido al gatito sumiso.

Un poco más arriba y... soltó el pezón dejando de esa forma caer el pecho.

—¿Quién es el gatito? —ronroneó al oír el “plop” del pecho al caer. -Dime ¿Quién es el gatito?


If you feel like leaving


I'm not gonna beg you to stay (Sic)


—Lo que tú quieras, como tú quieras, del modo que tú quieras, Señor. —repitió casi de carrerilla sin apartar su mirada de la de él. Recordaba bien ese brillo, lo había rememorado una y otra y otra vez y ahora lo tenía delante. Esa mirada podría traspasarle el cráneo, estaba segura.

—¿Lo que yo quiera, como quiera y del modo que quiera?

La mano que hacía unos segundos había hecho de amarre en el dolorido pezón esta vez serpenteó por el redondeado vientre, sí, mucho mejor así que tan liso. Descendió hasta dar un par de pellizcos con los dedos tanto al muslo derecho como al izquierdo. Eso es, bien separados. El aroma sutil, completamente narcótico del sexo dispuesto aturulló sus sentidos.

—Está muy bien que repitas eso mismo..., que harás todo lo que yo quiera a fin de cuentas. Nunca he esperado otra cosa de ti.

Su voz un poco enronquecida no había perdido la rigidez que la caracterizaba, solo había adquirido un tono algo más grave. Sus dedos probaban la textura del vello castaño, se enredaban y daban algún tirón intencionado hasta toparse con el hundimiento que conducía a aquel pedacito de cielo. El gatito, mejor dicho gatote, ronroneaba de nuevo.
Con las yemas de dos dedos separó los carnosos labios de forma que el tirante capuchón del clítoris quedara del todo a la vista. Rojizo, repleto de sangre que hacía que latiera.

—Mételo, quiero verlo. ¡Ahora!


Cause soon you'll be finding


You can run (Sic)


Cierto, no necesitaba ni un poco de humedad que recubriera aquella pieza de plástico, como saliva u otro lubricante. No, nada de nada. Era la ventaja de estar enviando una copiosa cantidad de sus propios jugos de entre los muslos a las pantorrillas y de ellas al suelo. El invitado se deslizaría sin problemas en su interior y eso mismo ya estaba haciendo. Los dedos bronzeados de McNamara habían dejado el camino despejado; apoyaba el tobillo izquierdo contra la madera, el otro se retorcía en el suelo. La nuca de Ashley hizo contacto con la cajonera al tirar la cabeza hacia atrás, sus ojos se cerraron mientras él con el empeine de su mano empujaba por la base el rosado dildo que iba perdiéndose bien dentro de ella. El sonido succionador de sus pliegues atestiguaba cuan dentro lo estaba conduciendo.

—Nada de eso, no cierres los ojos. —Sin apartar la mano de donde muy bien situada estaba, con la otra le sostuvo un lado de la cara, rápidamente los ojos de ella se abrieron, le miraron. Siempre eran tono chocolate con leche salvo cuando la excitación relampagueaba en ellos y los tornaba chocolate negro y amargo, puro chocolate negro.

—No dejes de mirarme. —Las yemas se clavaron en el moflete y apretaron el hueso del pómulo. —No lo hagas.

Ashley pestañeó muy rápidamente, estaba claro que luchaba por no cerrarlos, por hacer justo lo que él le había mandado; que no dejara de mirarle.

—Mételo del todo, no dejes que se mueva. —Rompió el contacto visual un segundo para asegurarse de que ella cernía con fuerza el consolador dejando fuera nada más que la culata recostada contra la palma de su mano goteante de crema. Los senos estaban hinchados ya que los pulmones retenían el aire. —Aguanta.


You can hide


But you can't escape my love (Sic)


.

Regueros de jugos cristalinos salpicaban la pálida piel, abrillantaban cada pliegue, recoveco y curvatura.

Él volvió el verde de su propia mirada al cacao de ella.

—Lo sacarás hasta la mitad y una vez hayas hecho eso, cuando yo te diga, volverás a meterlo. —Antes de que ella acabara su “Sí Señor” precisó —Lo harás de golpe.

Y exactamente eso hizo Ashley. La mofa de “la niña duerme y no queremos despertarla, ¿verdad?” repicaba en sus oídos pero el orgasmo le mordía cada vez más la matriz y ella no podía reprimir los gemídos. Se encontraba introduciendo y extrayendo en su sexo aquello que ella, toda una puritana sobrevenida, consideraba un instrumento demoniaco. El sonido del chapoteo de sus propios fluidos aumentaba de volumen dentro de su cabeza, la respiración de él se metía en su pecho, su mirada iba de ojos verdes a lo que su pecadora mano estaba haciendo entre sus muslos. Y sí, ya suplicó, imploró que le permitiera correrse, pero esa no era palabra para la nueva mujer que creía ser. Acabar, terminar, debería haber dicho, así que tras esto tendría que frotarse la lengua con estropajo y lejía. O mejor con agua bendita.


You can run


You can hide


But you can't escape my love (Sic)


McNamara lamentó el estar haciendose mayor. Ya no tenía tanto autocontrol como antes, tragar más saliva de la que nunca su boca pudiera crear y gruñir. Ya no sabía dónde era mejor mirar.

Ojalá Dios me hubiese dado un par de ojos más... ¡Joder! Como él siempre lo ve todo... Nos ha jodido.

Nathan movió una mano para apresar una buena cantidad del cabello corto y mojado.

—Pobre de ti que resbale y acabe fuera —amenazó tirando de la mujer hasta quedar pecho contra pecho. La agarró por las axilas y la lanzó directamente a la gran cama. Ashley aterrizó allí donde la ropa interior al igual que las medias que no había tenido tiempo de ponerse la esperaban.

—En cuatro —ladró él sin quitarle la vista de encima. Así que las pompas de aquel fabuloso culo miraron al techo. Los muslos mojados no dejaban de temblar a causa de la fuerza que ella ejercía con su musculatura interior para que el dildo no saliera ni lo más mínimo de la chorreante vagina. Un hombre como él tenía paciencia, sabía aun controlarse pero no tanto, ¡No tanto!

Ella tenía el pecho bamboleando y la frente sobre el colchón. Le oyó patear sus zapatos, los que ni siquiera había tenido tiempo de calzarse debido a la intromisión del otro en el cuarto. También le llegó el sonido de la hebilla muriendo al partirse del tirón que sufrió el cuero del cinturón y la música de la cremallera del pantalón al bajarse. Al fin se acabaría la tortura, iba a tenerle dentro. Instintivamente meneó las rellenas nalgas sin dejar de mantener el consolador dentro de sí.


So if you go


You should know


It's hard to just forget the past so fast (Sic)


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