Monster

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Capítulo 6

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Capítulo 6

Ashley introdujo las mazorcas de maíz en la bolsa. Sus ojos seguían a Natty que iba royendo un pedacito de zanahoria mientras el resto ya estaba en el estómago de su padre. De momento ella pensaba denominarle progenitor más que padre. Inseminador sonaba verdaderamente demasiado frío.

El progenitor sostenía la niña con un brazo mientras en su otra mano iba girando un melón Cantaloup que luego acercó a su nariz para olerlo. Por la forma de fruncir el entrecejo parecía haberle gustado ya que dio media vuelta y caminó hacia el carro para dejarlo junto a otro melón que había cogido instantes antes.

- ¿Nos queda mucho? —preguntó colocándose detrás del carro para empujarlo.

- ¿Acaso tenemos prisa? —replicó ella que, como mujer, naturalmente contestó con una pregunta.

Entrando en el pasillo de los cereales él impulsó el carro con la pierna para con una mano coger un paquete de Weetabix, sin embargo soltó un rotundo no cuando Ashley pretendió meter una caja de Lucky Charms en el carrito.


¿No qué? —Le miró y tirando la caja al interior del carro
-¿Tú puedes comprarte alfalfa y yo no puedo coger lo que me apetezca?

Ella estaba de mal humor, le costaba horrores caminar y que decir de sentarse. Él se comportaba como si llevaran toda la vida yendo a comprar —Ashley, la niña se está poniendo perdida. —A Natty le caían por el mentón un motón de chorretes de baba anaranjada aunque a ella se la veía de lo más feliz con su pedazo de zanahoria, pero el vestido, ese vestido llevaría lamparones de jugo de zanahoria para los restos.

—Es un bebé, no puedes esperar que no se manche.

—No vamos a discutir aquí nena. —Avanzó directo a la caja dejando antes en el estante correspondiente la caja de Lucky Charms que había sacado del carrito. Llegado a la caja sin dejar en ningún momento a Natasha en el suelo a pesar de que ella ya se sostenía bastante bien en sus pequeños pies, comenzó a pasar las cosas por la cinta.

—¿Usted es el nuevo sheriff, no? —La mujer le miró sin cobrar todavía los artículos que ya se acumulaban en la cinta. Las muchachas de las otras tres cajas también pararon ya que las clientas en las largas colas estaban todas mirando como alcahuetas. Era mucho más interesante chismorrear que hacer la compra, sobre todo por estos lares donde todos y todas querían saberlo todo de todo el mundo.

—Sí señora... y señoras —Decidió hacer un resumen para evitar que fueran a bombardearle con preguntas, de lo contrario no acabaría la compra ni en veinte años.

—Natasha es mi hija y Rebeca —dijo señalando a Ashley —es mi mujer. Ella, tentando al Diablo, aprovechó para volver a colocar en la cinta una caja de Lucky Charms. —Fui el típico cabrón al que le aterraba la paternidad y me largué abandonándola, así que ella acabó aquí y ahora he vuelto para comportarme como un hombre y como todo un ejemplo de sheriff.

—Sí señora. ¿Quiere cobrarme, por favor?-

Ashley alzó la diestra y la movió para que todas ellas vieran la alianza en su dedo.

—No hemos traído las pruebas de ADN, lo siento.

Tampoco es que fueran muy necesarias, aquel color de ojos sólo podía heredarse. Asintió cuando la sonriente cajera empezó a pasar rápidamente la compra. No era poca teniendo en cuenta que ella había vivido a base de comida de la cafetería. Logró meter una sola bolsa en el carro. Parecía que él hubiera estado haciendo esto desde siempre, niña sujeta por un brazo y la otra mano cargando bolsas en el carrito.

El brillo platino en su corto cabello siempre peinado hacia atrás, las finas arruguitas en las comisuras de ese par de enormes ojos verdes, otra vez se había quedado mirandolo.

—Sí, sí, voy —barboteó.

Necesitaba soltar aquel nudo que se le hacía en el estómago. McNamara iba por delante de nuevo, siempre por delante.

Max ladró dándoles la bienvenida al Jeep.

—¿Tienes que dar explicaciones? No entiendo porque tienes que decirles nada a esa panda de viejas chismosas.

—¿Prefieres tenerlas en la puerta de casa día sí y otro también y qué te sigan con la mirada por la calle? ¿Te gustaría que te interroguen también cuando vayas a comprar una bolsa de Bagels?

Nathan colocó cuidadosamente a Natty en su sillita y se levantó para cerrar la puerta. Entonces Ashley vio que se estaba comiendo el pedazo de zanahoria que la niña no había conseguido acabar.

—¿No puedes tirar eso y se acabó?

Buscó en la fina chaqueta el famoso chupete y lo destapó con la intención de meterlo en la boquita abierta y expectante.

Inclinándose en el todoterreno él observó la pequeña.

—Compartimos genes, no vendrá de un poco de saliva.

Sus fuertes molares machacaron el pequeño pedazo de zanahoria, lo tragó.

—¿Tienes que encasquetárselo siempre? —preguntó arrancándole chupete y tapa de las manos. Lo tapó y lo metió en un bolsillo de la chaqueta. —Deforma los dientes.

Le dio la espalda y pasó la compra al maletero pues Max estaba echado en el amplio asiento trasero corrido junto a Natty quien parecía muy interesada en alcanzar las orejas puntiagudas para pegar algún que otro tirón.

—¿Por qué va a provocar eso? —Estúpida pregunta. Comprobó que la niña estuviera bien atada, cosa todavía más estúpida que la pregunta. Cerró la puerta y subió al Jeep.

—¿Ahora te has convertido en todo un experto en bebés?

Ladeó la cabeza observándole para luego volver la mirada al frente. El parking era algo mucho más atractivo que verlo a él quitándose la chaqueta y poniéndose las gafas de sol.

—Espera, quizás seas pediatra y yo no tenía ni idea. Claro, para ser sheriff es obligatorio haber acabado la carrera de pediatría.

—¿Por qué te empeñas en discutir, cariño?

Con la chaqueta sobre sus piernas y las lentes protegiendo sus ojos echó una mirada hacia atrás. Max estaba siendo cruelmente torturado por las manitas de Natasha quien encontraba muy entretenidos esos largos bigotes negros.

—¿Qué yo me empeño en discutir? —De nuevo le miró mientras él conducía. —Me estás diciendo prácticamente como debo educar a mi hija y te recuerdo que nos ha ido la mar de bien hasta que tú has aparecido.

—¿Tu hija? —Negó, no le iba a sacar de sus casillas. —¿Fue una inseminación divina? —Con un ojo en la carretera y el otro en ella torció la boca con chulería. —Cómo te has vuelto toda una puritana no tendría nada de extraño.

—¡Perdón, perdón! Nuestra hija —dramatizó alzando las manos. —Tú pusiste la semillita y además sin intención pero yo me encargué de todo el resto. Sí, sí, todo muy equitativo.

Estar sentada era realmente incómodo. Se removió en el asiento tratando de encontrar una postura una postura menos dolorosa.

—Eso es, nuestra hija —sentenció. —Todo muy justo pero ¿para quién? Solo para ti porque ni para ella ni para mi es justo ni equitativo.

El Jeep se detuvo ante el semáforo en rojo.

—Te encargaste de todo el resto sola porque a ti te dio la gana. No me culpes a mí de tus malas decisiones. —Esta vez fue él quien alzó una mano. —Sólo hay que ver la casucha para decir que todo os iba la mar de bien.

—Te he dicho que no lo sabía y por mucho que el bollito ya había sido encargado, tú aun sabiéndolo me hubieras pateado igual.

Estiró el cinturón, le estaba oprimiendo demasiado el pecho.

—Perdón, nos hubieras pateado igual.

Ashley clavó su mirada en él. —¿Mi padre te habría pagado más por haberme preñado o no habrías cobrado ni un centavo?

—Pensé que era lo mejor para ti, Ashley.

De nuevo en marcha manejó el volante solo con la izquierda y golpeando su frente con el índice insistió:

—Métetelo en la cabeza de una puñetera vez, Ashley, era lo que creía en ese momento. De haber sabido que el “bollito” estaba encargado todo habría sido muy diferente. Posiblemente más que tu padre, papá Guire habría hecho que me cortasen las pelotas.

Ya estaban a tres calles de la casa.

—Pues te equivocaste. —Ella no quería ni oír hablar de su padre y aún menos de los Guire. —Te equivocaste.

—Me equivoqué —admitió tras aparcar. Se giró y alargó la mano para una caricia pero ella seguía mirando por la ventanilla. McNamara apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y bajó la mano.

—Sería mucho mejor si aceptaras la situación.

—Quiero bajar —masculló tensándose ante el roce de los dedos en su mejilla. —Tengo que cambiar a Natty. —Lentamente giró la cabeza pero no encaró la verdosa mirada. —¿Puedo bajar?

—Sí. —Su mano descansó sobre la chaqueta, miró hacia el frente. —Cambia a Natasha, yo entraré las cosas.

Bajaron del Jeep y Max se fue con ellas. Las miró y esta vez suspiró. Deseaba que todo fuera normal, que ella reaccionara positivamente a su chantaje porque eso era, un chantaje puro y duro. No obstante él también tenía corazón, pequeñito, pero a él también le dolía todo esto. Nathan finalmente bajó del todoterreno, vació la parte trasera transportando la compra al interior de la casita. Buscó en las bolsas la olla y una de las sartenes nuevas, no iba a cocinar donde Ashley había preparado pinturas y fijadores.

—Ya está —anunció Ashley con Natty en los brazos, toda limpita y con un gracioso quiqui en mitad de la cabeza. La sentó en la trona y esquivó las bolsas que no cabían en la diminuta repisa. Abrió la nevera, estaba completamente vacía y tan limpia que allí dentro podrían operar a alguien a corazón abierto.

—¿Buscas el sucedáneo de puré de verduras?

Ella se sobresaltó preguntándose cómo podía alguien tan grande no hacer el menor ruido al acercarse.

—Sucedáneo no, puré.

Sosteniendo la puerta abierta del electrodoméstico, se irguió mirándole. Odiaba esas camisetas blancas italianas en él tanto como las gafas de pasta negra y en ese momento, para colmo, sonaba “O sole mío”. —¿Qué se supone que va a comer?

—Comida de verdad —contestó él. Agarró una de las bolsas de papel cebolla y de ella extrajo una bolsita más pequeña y de plástico donde aguardaban unos simples palitos de pan. Sacó dos y los colocó en las manos de la niña que sin demora comenzó a chuperretear. —Con esto estará entretenida.

—¿Puedo hacer algo? —Ashley cerró la nevera, ya había escapado suficiente frío.

—Sí, cambiarte y sentarte —corrigió con una sonrisa socarrona —mejor tumbarte.

No la miró, estaba demasiado centrado en lo que iba sacando de las bolsas.

—Vamos nena, ve.

Lo de cambiarse y tumbarse no le pareció mala idea así que obedeció sin refunfuñar, cambió el vestido por ropa de ir por casa. Pantalones tipo chándal y una camiseta de tirantes, sin olvidar la fina chaqueta azul celeste para proteger los hombros. Salió del dormitorio y trató de sentarse en el sofá, no obstante ya había pasado mucho tiempo sentada en el coche y le dolía sobremanera, optó por tumbarse y al poco rato se durmió. La despertó un calor familiar en su costado. Era Max que había recuperado la costumbre de apoyar su cabeza en ella mientras dormía y al verla despierta le lamió una de las manos.

—Hola chico... —masculló desperezándose. Vio la trona vacía y él tampoco estaba, dió un brinco en el sofá y gritó —¡Natty!

—Shhh... —Nathan asomó la cabeza, venía de recorrer el corto pasillo, encendió la luz. —Está dormida. Iba a despertarte para que cenaras, después podrás seguir durmiendo tú también.

—¿Dormida sin chupete?

No concebía como eso fuera posible, dormida sin antes haber estado adherida a su pecho mordisqueándola hasta que el sueño se hacía con ella. Esa no era Natty, no su Natty.

El alzó una ceja burlonamente. —La verdad es que no, ella es la cena... no, claro que está durmiendo.

Se metió en la cocina y añadió —Ve a comprobarlo y vuelve para cenar.

Ashley percibió un olor casi comestible que hizo rugir su estómago, sin embargo antes tuvo que ir a eso, a comprobar que era cierto. Entreabrió la puerta y allí estaba Natty recostada de lado y sin chupete. Se aproximó y levantó las sábanas, llevaba puesto el pijama y estaba perfectamente, no le faltaba nada. La arropó de nuevo y fue al cuarto de baño. Se lavó las manos mirándose al espejo. Estaba hecha un desastre. Despeinada, algo ojerosa, en definitiva hecha un asco. Dejó de mirarse y se encaminó a la cocina, le vio de espaldas pasando el contenido de la olla al escurridor y del escurridor a la sartén. La crema de nata, eneldo y salmón fresco es lo que había ocasionado que le rugieran las tripas.

—Está dormida.

Vio la pequeña mesa puesta y todo tan recogido que le dio hasta miedo.

—Ya te había dicho que lo estaba.

Una vez todo listo le tendió el plato. —Siéntate.

No es que beber lambrusco en un vaso de agua fuera lo más adecuado pero no había pensado en comprar copas. De todas formas el vino tampoco estaba muy fresco.

McNamara se sentó a la mesa frente a ella.

—Come.

Los espaguetis estaban al dente, en su punto y abrasaban, justo como debían. Ashley miró con fijeza como Nathan lograba descorchar la botella sin hacer prácticamente ruido para verter algo de su contenido. La pareja de vasos se llenó de un brillante color rubí.

Ella tenía hambre y sueño y además sufría ese estúpido enamoramiento. Sabía que el hambre se pasaría una vez comiera y el sueño también una vez durmiera pero lo peor era el maldito enamoramiento que no se había ido a pesar de todo.

—Este sofá es muy estrecho para ti, dudo que quepas entero, como no sea que duermas sentado. Hundió cuchara y tenedor en la pasta y comenzó a enroscarla con la ayuda de la cuchara; sopló antes de llevarse el tenedor a la boca.

—¿En el sofá? —Tendría que abultar tres veces más para que él estuviese medianamente cómodo. —¿Qué te ha hecho pensar que no voy a dormir en la cama?

—¿En la cama? Pero si sólo hay una cama...

—Muy observadora. —Bebió del vaso sin dejar de fijarse en Ashley quien había engullido más de la mitad del plato en tiempo record.

—Pero no te preocupes, tengo intenciones de dejarte dormir. —Sonrió acabando el Lambrusco.

La pobre casi se atragantó. Tosió y se hizo con una servilleta. McNamara estaba en los cuarenta pero cuando sonreía parecía un adolescente, uno de esos muy problemáticos que lograban que todas las quinceañeras acabaran con las bragas en el asiento trasero del coche de papá. Apartó la mirada de él.

—Gracias, supongo, no, quiero decir que... —Negó y pestañeó rápidamente —tú ya...me refiero...

¡Oh sí nena!, pásate la vida barboteándome.

—Terminemos de cenar —cortó sin borrar la sonrisa.

No tardaron mucho y ella se levantó para recoger la mesa.

—Voy a sacar a Max.

Éste estaba fuera disfrutando de un pienso al que no estaba acostumbrado pero que de ahora en adelante tendría que valerle. Se relamió la salsa de las comisuras. Cuando los pedazos de grueso salmón entraban en su boca y la carne empezaba a fundirse era...la comida desde luego que podía ser orgásmica.

—Recogeré yo —dijo Nathan. Alzó un dedo que meneó indicándole que se acercara y le pasó un pulgar por el labio superior. —¡A la cama!

Ella no sabía si asentir o estirarse más y pegar sus labios a los de él cuando el pulgar dejó de estar sobre su piel.

—Buenas noches.

No supo qué más decir y marchó en silencio hacia el dormitorio no sin olvidarse de echarle un vistazo a Natty. La pequeña ni se había movido. Cambió las sábanas, se cepilló los dientes, se embadurnó de su crema preferida y se metió en la cama. En pleno duermevela notó como las sábanas se abrían dejando entrar un poco de aire fresco y tras eso notó el calor, ese calor masculino que se adhirió a su espalda. Un brazo le envolvía la cadera acariciando con la palma de la mano el material de su camisón. No sabía oponerse a eso. Intentó no tensarse.

—¿Por qué Natasha?

Ashley abrió los ojos.

—Es lo único que sabía de ti, de tu familia. —Alzó un poco el tono para que no quedara en susurro. —Quiero decir...sólo me habías contado que tu madre era Napolitana y que se llamaba Natasha. —Recordó algo más. —Te habías reido explicando que Natasha era un nombre ruso no... No napolitano, pero le gustaba a tu abuela que era de Sorrento.

La apretó ligeramente contra sí. Cerró los ojos hundiendo la nariz en el blanco cuello, no obstante antes besó donde latía el pulso.

—Duérmete. —No tuvo que esperar mucho a que ella cayera en el sueño. Suspiró presionándola un poco más hacia su cuerpo, hasta que Ashley gimió.

Dormir y no pensar. Dormir y despertar. Abrió los ojos ligeramente. Sería otra mañana en la que él saldría a correr antes de que saliera el sol. Se vio pasándose por la cabeza la camiseta blanca de tirantes que luego se estiraría en los costados. Ya estaban otra vez juntos, los días transcurrían sin ellos darse cuenta, un día más y otro y otro, como si el tiempo que habían pasado separados jamás hubiera existido. Sin embargo había varias cosas diferentes: Natty, el lugar y la gente que allí vivía. Por lo menos a esas horas tan tempranas no había mujer alguna que lo siguiera con la mirada, ni a él y al bueno de Alex, ambos con ese uniforme del demonio... Se removió en el colchón para girarse y se obligó a cerrar los ojos.

—No la metas en la cama —murmuró inclinándose sobre ella. Cuando él salía Ashley se levantaba para meter a Natasha en la gran cama y cuando volvía las dos se desperezaban remolonas. Si no fuese porque Max salía a correr con él, seguro que el perro también acabaría en la cama haciéndoles compañía. No servía de mucho repetirselo una y otra vez. Ella lo haría igual y tampoco era como para ponerse demasiado duro. Besó la mejilla de la mujer y se encaminó al pasillo. Se aseguró que la niña estuviera bien y asintió al perro que en la puerta meneaba alegremente la cola.

—Buenos días —dijo al abrir la puerta y encontrarse con Alexis. Como cada mañana excepto los domingos éste le esperaba sentado en el gran sofá colgante del porche.

—¿Buenos días? —Se incorporó rascando a Max tras las orejas para saludarlo. —No tienes cara de buenos días. —Miró su reloj de muñeca y ajustó el cronometro. —¿Cuarenta y cinco minutos, carraca?

—No, no son buenos días y por eso voy a pasar de lo de carraca.

El animal iba corriendo suelto a su lado, la correa sólo molestaba y él lo tenía bien educado. No había nada que temer.

—Muévete —ordenó bajando las escaleras. Salió por la puerta que separaba la entrada de la calle y empezó a correr sin esperarle, sin embargo Max y Alexis no tardaron mucho en alcanzarle.

La luz grisácea y algo rojiza del amanecer estaba apoderándose del cielo. Ni el chico de los periódicos ni el lechero habían pasado aún. Alex se acopló al ritmo de Nathan y le miró de reojo.

—Ya sabes, no quiero que te joda lo que te voy a decir pero creo que no estás haciendo las cosas como debes para que todo vaya mejor. Ella necesita un tiempo de adaptación, es sólo eso, ¿no lo ves?

—Tiempo, tiempo, tiempo. ¿Van casi dos meses, no te parece tiempo de adaptación suficiente? —gruñó mirándole también de medio lado.

—No necesito que me digas a mí como debo hacer las cosas, Alex.

—Escucha Mac, mantienes una relación con la mujer que quieres, la madre de tu hija, pero vuestra relación no es como la del vecino de enfrente.

Alexis era su amigo mas también su subordinado. Tenía que medir las palabras porque el otro gruñía cada vez más y estaba aumentando la velocidad.

—Joder Mac, llevas en esto bastantes más años que yo. Sabes perfectamente que una relación de dominio-sumisión sin un puto collar queda en nada. Allí tienes la jodida prueba. ¿Qué mierda indica una alianza en el dedo para nosotros? Y teniendo en cuenta que fue para legalizarlo todo, mucho menos. —¿Dónde quieres ir a parar?

—¡Ya está bien! —McNamara se detuvo y brazos en jarras gritó —¿Qué coño quieres que haga? —Frunció duramente el entrecejo; no podía gritar en plena calle y menos ahora con el cargo que ostentaba. Así que sus mandíbulas rechinaban debido a la presión que ejercía para controlarse. Bajó la voz —¿La obligo a llevar algo que no siente?

Se colocó ante Alexis, otro gigantón al que solo superaba en cinco o seis centímetros, así que Nathan no tuvo que bajar la cabeza para mirarle a los ojos —¿Eso hago?

—¿Entonces qué? Tu continua amenazándola con quitarle a Natty y fingir que tenéis la relación de antes y ya verás el resultado.

Debido al tono grave de su voz ninguno de los dos podía hablar muy bajo aunque quisiera, pero ambos lo intentaban para mantener la calma.

—Nunca le quitaría la niña —replicó conteniendo las ganas de propinarle un puñetazo. —Sí, seré un cabrón pero no tan desalmado. Solo se lo digo por...atemorizarla.

Más o menos desalmado pero estaba convencido de que lo que creía tan solo un pequeño chantaje funcionaría. Pensaba que valía más tenerla así, que de esa forma ella no se atrevería a volar...El pajarito era suyo y no sentía dolor alguno por haberle cortado las alas.

—Pero ella sí lo cree. ¿Por qué coño no te paras a pensar que tal vez esté contigo solo por eso?

Se habían vuelto a parar y Max se sentó mirándoles. El animal no comprendía porque no seguían corriendo.

—¿Quieres que te tenga miedo?

—¡No! —Esta vez sí gritó y se condenó por ello.

Volvió a bajar la voz —No quiero que me tenga miedo, por supuesto que no.

Él no le haría daño nunca, o mejor dicho, nunca más.

—Intentaré hablar con ella y...

—¿Y qué? —interrumpió Alex. —Nos conocemos más que suficiente Mac, no puedes decirle que lo de quitarle a Natasha es un jodido farol.

Alzó las manos colocándolas entre ambos.

—Déjame acabar. Te acojona demasiado el pensar que admitiendo eso ella optaría por abandonarte.

Miró al suelo llevándose él también las manos a las caderas.

—Te pagaría con la misma moneda.

—¿Y qué cojones hago? Es fácil hablar desde fuera pero desde dentro es un puto infierno.

A veces ella era la Ashley que él había conocido, por la que moría y seguía muriendo hoy pero otras veces era diferente, estaba como ausente.

—Trato de hacerlo lo más llevadero posible. Mierda...nunca dice no, nunca ha dicho Tetera.

—Ah, ya entiendo, Tetera, la palabra de seguridad.

Su mirada verde encontró los ojos azules de Alexis.

—Y no me vengas con mierdas de que follamos porque no le queda otra. Eso ya sí que no. Sé perfectamente cuando mi mujer se excita o no.

—Pero si no la amenazaras, si se sintiera libre bajo tus normas como antes.

Sacudió la cabeza y el piercing en su lengua le golpeó el paladar.

—En fin...guardas el collar en casa, deja que ella escoja y todo irá bien. Era extraño ver al gran Nathaniel McNamara así de jodido.

—¿Por qué no la llevas a cenar?

—¿Qué?

—¿Que por qué no sacas a Ashley a cenar?

—¿Para qué?

Alexis presionó el puente de su nariz con dos dedos y cerró los ojos mientras su otra mano quedó en la cadera.

—¿Cómo qué para qué?

Abrió los ojos y volvió a mirarle.

—Dos meses y no la has llevado a ningún sitio, ni siquiera a la nueva casa. Yo me quedo con la niña, tú sacas a Ashley a cenar y después la llevas a la casa. A fin de cuentas la que ocupais ahora está prácticamente vacía. Sabe que hay otro lugar pero ni lo ha visto.

Enarcó una ceja divertido.

—Es una mujer y ellas estan locas por las mudanzas.

—Que la saque a cenar...-se repitió viendo como el chico de los periódicos pasaba a gran velocidad en su bicicleta por detrás de Alexis. Saludó al chaval con una mano.

—¿Tú te quedas con Natasha en casa mientras nosotros estamos fuera... y después?

—Pues, después... —miró el reloj —ya se me ocurrirá que hacer.

Encogió los hombros.

—Si no te parece mal me llevo a Max a correr un rato más ya que entro más tarde que usted, jefe, y si no calculo mal sus bellas durmientes deben estar a punto de despertar.

Mac asintió y Alex lo dejó allí plantado. Max por fin estaba de nuevo en movimiento.

Nathan recorrió el camino de vuelta a paso ligero. Una vez en la casita marchó directamente al dormitorio. Se quedó en el umbral mirando la cama. Natty completamente despierta gorgojeaba meneando los pies y babeándose las rechonchas manitas, una almohada y el brazo de Ashley la protegían de una posible caida.

—Buenos días. —El rico cacao de aquellos ojos que le fascinaban impactó en su verde.

—Max está con Alexis, estarán aquí en media hora —respondió anticipándose a su pregunta.

—Me duele la rodilla y es mejor no forzarla. —Era la única escusa que se le ocurrió en ese instante. —Me voy a duchar.

No había sudado pero era una necesidad, casi una adicción. No podía pasar sin el vigorizante choque que le proporcionaba la alternancia entre duchas fría y calientes.

Anduvo hasta la cama y se inclinó sobre ella. Sonrió por el gritito alegre que Natty soltó al tenerle tan cerca, seguido por ese “pap pap” previo al definitivo “papá”.

—Princesa, princesa, princesa —murmuró besándole la pequeña nariz.

Incluso un hombre como él se volvía un hombre como los demás. Todos pierden los papeles y se vuelven medio bobos al convertirse en padres.

Ashley no comentó nada respecto a Max ni a Alexis, no pronunció palabra, sólo le miraba. A él, a él y siempre a él. Se sentó en la cama, un tirante del sencillo camisón negro resbaló por su hombro. Estaba despeinada, con la cara sin lavar, de lo más adorable.

—¿Café?— Preguntó alzando la cabeza después de besar y volver a besar la nariz de la niña que reía. Una mano entera lo tenía agarrado por un dedo, dedo apetitoso y más ahora con lo que dolían el resto de dientes por salir.

—Bien —dijo tras el asentimiento de Ashley, esta vez besó la pequeña manita e hizo que le soltara el dedo. —No tardo.

No dudó, al alzarse besó la frente de Ashley, dio media vuelta y se metió en el cuarto de baño.

Ella esperó hasta ver la puerta cerrarse y oír el agua caer en el plato de ducha. Salió de la cama, agarró el batín que estaba en una esquina de la misma y se cubrió con él. No hacía frío pero tampoco tanto calor como para no cubrirse.

—Ven aquí. —Cogió a Natty y la llevó hasta su dormitorio, la cambió y luego con ella en brazos marchó a la cocina donde la sentó en su trona.

Puso en marcha la cafetera y colocó dos rebanadas de pan en la tostadora. A continuación sacó una docena de huevos de la nevera y los cascó dejándolos en el vaso largo.

Puede que no estuviera haciendo las cosas bien, que tal vez Alexis tuviera razón y que él no perdería nada al intentarlo. Con esos pensamientos rondándole por la cabeza Nathan acabó de abotonar la camisa del uniforme y con el pelo todavía bastante húmedo salió de la habitación con la gorra en la mano.

—Aquí estoy. —Con la mano libre cosquilleó uno de los costados de la niña y por fin soltó las palabras que luchaban por traspasar la barrera de su indecisión.

—Esta noche Natasha se quedará aquí con Alexis,
tú y yo vamos a salir.

—¿A salir, cómo que a salir? Se giró y ya lo tenía delante, a medio paso. Alzó la cabeza tanto como podía y le vio beberse aquella docena de huevos como quien bebe un rico vaso de leche.

—¿Salir adonde? —La rodeó con un brazo, le quitó de las manos la taza de café humeante para dejarla en la mesa.

Se sentía un poco imbécil, hasta muy imbécil. Quería ser suave y temía hacer el ridículo.

—Verás nena...voy a sacarte. —Se dio cuenta que la expresión había sido poco genial, lo estaba planteándolo como si ella fuese un perro. Entrecerró los ojos y dio un sorbo quemándose ligeramente la lengua. —Bueno, verás, vamos a ir a cenar y no hay más que hablar. Vendré pronto, sobre las seis... Tú estate lista, procura estar lista.

Se lo había adelantado y había insistido porque de haber esperado a decirle que se arreglara al volver él del trabajo, adiós cena. La conocía bien, cuando estuviera lista no quedaría ningún restaurante abierto.

Ashley se preguntaba porqué a cenar y con qué fin. Tampoco entendía porque él no se ponía camisas más holgadas. Si una se aproximaba lo suficiente podría ver hasta la silueta del dorado piercing en el pezón. No era de estrañar que todas las mujeres del pueblo hablasen de los pectorales del sheriff y ella, Ashley, no se aclaraba si por eso estaba orgullosa, rabiosa o celosa.

—¿Porque quieres llevarme a cenar fuera, es para ordenarme taxativamente que deje de tomar la píldora? Porque si has cambiado de opinión, yo no estoy de acuerdo.

Su mirada lo recorrió de los pies a la cabeza... La gorra, la gorra ya era... Parecía más un stripper que otra cosa y no le gustaba nada que todas se lo mirasen de forma sexual. La ponía enferma.

Lo que faltaba, pensó el sheriff sin ponerse la gorra como si le hubiese leido el pensamiento... sopló y sorbió un poco más aunque tenía la lengua ya bien quemada por el café ardiente.

—Escúchame cariño —dijo estrenándose como persona que se expresa
con cierto tacto. —No es esa la intención, sólo quiero que salgamos a cenar y ya está.

La mirada choclate empezaba a cabrearle y aún más cuando su dueña se cruzó de brazos.

—Dije que seis meses, han pasado dos, en cuatro se acabó y que la naturaleza decida. —¿Claro? Dejó la taza sobre el mármol.

—¿Cómo que claro? Es mi útero y lo haré hornear cuando me apetezca. Y por cierto, podrías pedir una talla más de camisa.

Dejó de mirarle pero no de estar cruzada de brazos.

—No vamos a discutir lo de los seis meses. ¿Qué cojones le pasa a mi camisa?

—Pareces un stripper.

—¿Qué parezco un qué?

—Un stripper.

McNamara rió, una risa de aquellas largas y auténticas.

—Vamos nena, no parezco un stripper, mírame. ¿Lo parezco? Acarició con índice y pulgar la delicada barbilla.

—Sí.

—¿Y te molesta?

—Sí.

—Se marca la silueta del aro.

—Bueno... —se desabotonó. —Quítamelo.

—No. —Apoyó una palma contra el pectoral. Las yemas frotaron el dorado arete. —Me gusta ahí.

—¿Una talla más?

Ashley asintió. Los finos dedos que le habían puesto el vello de punta al tocarlo de aquella forma abotonaron la camisa. Él la agarró por las nalgas para subirla a su altura y sellarle los labios con un beso.

Natty estaba a lo suyo. En realidad se dedicaba a tirar los cereales que ella le había dado para que se entretuviera mientras sacaba de la nevera el pequeño tarro de puré de fruta que su padre había preparado la noche anterior.

El beso se tornó más y más caliente. Ashley acabó sobre la repisa y con sus bonitas piernas aprisionando al sheriff como fuertes esposas... y Natasha riendo.

Mierda, mierda, mierda —gruño él rompiendo el beso. Le subió los tirantes del camisón que habían caído hasta sus finos codos. La bata ya estaba en el suelo. —Estate preparada esta tarde, no lo olvides.

Las que sí estaban listas eran sus pelotas y ahora mismo no podía descargarlas.

—Ashley, no... —pidió pensando que el sillón en la oficina del sheriff lo estaba esperado.

Pero las manos de la mujer se agarraban a sus hombros, los finos tobillos se clavaban en sus nalgas y encima ahora había empezado a menear las caderas contra él.

—Es muy pequeña, no...no se va a enterar de nada. —Las dos manos le habrían el pantalón —y no pasa nada si tú llegas un poco tarde.

Él tenía el instinto paterno tan alto como la testosterona y ahora mismo la mitad de la sangre de su cuerpo entre las piernas. No estaba muy seguro de que Natasha no se enterara de nada.

—Ashley... —suplicó de nuevo cuando las dos manos se colaron en su pantalón en busca de lo que había debajo.

—Ashley no. —La detuvo antes de que su erección pensara por él.

—Esta tarde estate preparada —insistió apartándose. Se subió la cremallera y fue a besarla pero ella giró la cara así que solo pudo depositarle un beso en la mejilla.

—Adiós princesa —susurró sobre la coronilla de la niña al pasar a su lado y poniéndose la gorra se dirigió a la puerta.

—¡Puede que no esté preparada!

—No me desafíes Ashley —soltó antes de salir.

Qué no le desafiara había dicho. Eso estaba por ver pensó ella. Sus nalgas saldrían muy perjudicadas pero tampoco sería la primera vez. Desayunó aunque bastante desganada. La que sí estaba hambrienta era Natty que tardó poco en acabar con toda la papilla. Ashley se vistió y cargando con su bolso y la bolsa de la niña salió de casa dirigiéndose a la tiendecita que había abierto unas tres semanas antes. Por la proximidad no era necesario ir en coche así que recorrió las calles andando. Al llegar abrió la cortina metálica, giró la llave en la cerradura y como esto no era Nueva York ni tan solo había alarma que desactivar. Encendió las luces. —Bueno...ya estamos aquí.

Era todo muy sencillo, sin recargar, con tonos pastel excepto en las paredes donde ella misma había pintado ramas de árbol. Mesas de diversas alturas y formas sostenían las pilas de ropa convenientemente dobladas.

—Llegas tarde —soltaron al unísono Justin y Estefan.

—No, no llegamos tarde —y mirando al reloj en la pared del fondo —llegamos justo a tiempo. Vosotros que sois muy madrugadores.

Caminó hasta meter a Natty en el parque a un lado de la mesa donde esperaba dormida la caja registradora. Ashley miró a la pareja que había entrado tras ella activando el tintineo de la campanita.

—Para madrugadores tu marido y su amigo, dime, ahora que va a empezar a apretar el calor ¿ellos lucirán pantalones cortos de esos, tipo malla?

—Supongo. —Hizo como que el asunto no le importaba. —Aunque teniendo en cuenta que estás casado... no sé a qué viene lo de los pantalones —dijo señalando a Estefan con un movimiento de cabeza y tomó asiento en el taburete tras el mostrador.

Justin se aproximó a una de las mesas y levantó una camiseta. Los dibujos a mano sobre fondo azul eran absolutamente preciosos. Miró la etiqueta.

Estefan no estaba como Alexis y Nathaniel así que aquello era solo ¿a quién le amarga un dulce? ” a pesar de que esos dos no lo fuesen en absoluto.

—Rebeca lo dice por hacerte rabiar. Deja de manosear. —Estefan golpeó la mano de Justin que se hacía con un conejito de trapo. El vestido, los ojos, cada detalle, todo el animalito en sí lo había hecho Ashley. No hacía falta ser niño para tener una de esas monadas en casa.

—Gruñones los dos.

El único salón de belleza que había en Fe era de ambos y estaba justo en frente de la pequeña y coqueta tiendecita de Ashley. A primera hora solía estar bastante vacío pero después se llenaba así que lo de la apertura de la tienda había corrido como la pólvora.

Justin trotó literalmente hasta el parque donde Natty de pie saludaba efusivamente con la mano.

—¿Mala noche, Rebeca?

—No. —Abrió el librito donde llevaba las cuentas. Hacía días Nathan había insistido en contratar a alguien como dependienta. Tenía razón pero no le daba la gana dar su brazo a torcer.

—A mamá le está creciendo la nariz... —Justin le quitó los quiquis a Natty y los cambió por un par de mini trenzas que ató con unas gomas chiquitas. —Ahora, mucho mejor.

Estefan avanzó hasta quedar al otro lado del mostrador diciendole —Tú deja de chinchar y tú Rebeca podrías pasarte por el salón alguna mañana para arreglar ese desastre de pelo que llevas.

Desde que el sheriff había aparecido en escena ella había dejado de teñirse así que una parte del pelo se le veía negro azulado y la zona de la raíz castaño claro.

—Necesitas un corte y si hacemos un arrastre de color no tendrás que volver a teñirte.

—No tengo tiempo ni ganas. —Alzó la vista por unos segundos. —Gracias.

—Tienes la puerta abierta, lo sabes. —Tras el asentimiento de ella llamó a Justin. —Venga, vámonos.

En el fondo la hacían sentir culpable. Los saludó y giró la cara hacia Natty. Pronto tendría que llevarla a la guardería y la idea no le hacía ni pizca de gracia.

Tenía la impresión de que la niña la miraba mal —Seré más amable la próxima vez, bueno...podríamos ir ahora. ¿Vamos ahora?

Justo cuando iba a tomarla en brazos la campanita de la entrada anunció la llegada de clientes y más clientes. La caja registradora se llenaba y Ashley iba de aquí para allá, a veces con la niña en brazos y otras veces la dejaba en el parque dormida
pero casi siempre la pequeña se entretenía sola jugando.

Al mediodía se llevó a Natty hasta la cafetería de Bob para comer. De vuelta al trabajo y una vez más sin apenas darse cuenta se les vino encima la hora de cerrar. Estaba francamente cansada. Repasó rápidamente la caja y volvieron a casa. Ashley se metió con Natty en la ducha. Una vez vestidas ambas la sentó en la trona y abrió la puerta de la nevera.

—¿Qué haces vestida de andar por casa? —preguntó al entrar. Alexis le seguía. —¿No te dije que estuvieras preparada. —Giró las llaves en su mano y avanzó mientras aquel cerraba. —Son las seis pasadas.

Ella miró la hora en el reloj de pared —Las seis y cuarto —precisó. En la mano llevaba un tarro de puré que colocó en el microondas. —Sí, me dijiste que estuviera preparada pero no sé porque tenemos que salir a ningún sitio. —Se quedó mirando como Alexis sacaba a Natty de la trona para cogerla en brazos. Pensó que si Natasha tenía semejante confianza con todos los hombres le iba a ir muy mal y más con ese tipo de hombres.

—Hola —saludó porque no le quedaba otra y Alexis tampoco le caía tan mal —¿Podemos hacer el favor de quedarnos? —mirando a McNamara.

—No. —Movió la cabeza indicándole que fuera a vestirse. —Vamos.

Ashley salió de la cocina tragándose la respuesta, pasó al lado de Alexis que llevaba a Natty en brazos y luego al lado de Nathan al que ni miró mientras zanqueaba hacia el dormitorio.

—¿Por qué me lo pones tan difícil? Hemos quedado que estarías lista. No quería enfadarse. Caminó tras ella y se quitó el uniforme que dejó sobre la cama. —Así que date prisa.

La miró buscar en el armario mientras él abotonaba la camisa borgoña.

—No vas al Ritz, no hace falta que te pongas de veintiún botones.

Ya vestido regresó al salón.

—Natasha estará bien con Alexis, él sabe qué hacer con un bebé y qué no hacer. —Le miró meneando la cabeza para que este dijera algo.

—¡Sí, sí! ¡Todo controlado!

—No entiendo porque tenemos que salir, no veo la necesidad.— Subió los tejanos por sus piernas, se abrochó la blusa de cuello Mao. Se calzó unas manoletinas y se fue al cuarto de baño, se recogió el pelo en un moño y se aplicó un poco de corrector y fondo de maquillaje.

—¿Nos vamos ya o no? —gritó Nathan. La mano de Alexis le indicó que bajara el tono. Ella le estaba poniendo de los nervios. —Ashley...

—¡Voy! —Recogió una chaqueta y la cartera de mano, salió al comedor y miró a Natty jugando con las grandes manos de Alexis sentado en el sofá. —¿No tardaremos mucho, no? —Nathan la agarró del antebrazo.

—¿Quieres dejar de preocuparte?

—Un segundo... —La soltó para que fuera a despedirse de la niña.

—¡Oh vamos Ashley, no te vas a la guerra!

Jugó con las llaves del Jeep en su mano. —¡Vamos nena!

Por fin venía hacia él aunque refunfuñando. Le abrió la puerta cediéndole el paso.

—Además Max se queda aquí, no pasará nada. —La empujó hacia fuera y cerró. —¿La oyes llorar?

Esperó varios segundos y nada, se la oía reír.

—No... —le miró —pero no podemos tardar mucho... ¿y si tiene fiebre?

—¿Por qué diablos va a tener fiebre?

Bajó las escaleras, sin embargo se detuvo a la mitad, viró sobre sus pies, la miró. —¡Vamos!

Ella se había movido tras el sofá colgante y miraba por la ventana. Nada, la veía la mar de bien, sin embargo.

—Hace dos semanas tuvo fiebre... ¿y si recae? —Dejó de mirarles, se mordió el labio inferior. —¿Entonces qué?

—¿Nos vamos a la otra punta del mundo? —Negó respondiéndose él mismo a la pregunta. —Estaremos a quince minutos de aquí. En casa hay un teléfono fijo y Alex tiene un móvil y nosotros también tenemos un móvil. Él sabe dónde vamos a cenar, si no respondiésemos al móvil sólo tendría que buscar el numero en la guía, llamar al restaurante y nosotros vendríamos corriendo.

Subió las escaleras, la prendió de una muñeca y dio un suave tirón.

—Lo de la fiebre fue por los dientes, ya te lo dijo el pediatra. Es algo absolutamente normal.

—Ya...ya pero —Le miró dejando de avanzar justo en el segundo escalón. —¿Seguro que estará bien?

—Claro que sí y si no Alexis acabará sin sus sagradas pelotas. —Tiró de ella y la levantó en brazos. —Sujétate. —Los finos brazos le rodearon el cuello.

—¡No, no, bájame! —Escondió la cara contra el cuello de él conforme bajaban. —Nos van a ver.

—¿Y?

—¿Cómo qué y? —Levantó la cabeza, le miró a él primero luego todo alrededor. —Hablarán de esto.

—Que hablen. —Abrió la pequeña puerta de un puntapié y cruzó la calle directo al vehículo. Se detuvo ante el todoterreno pero no la dejó bajar de sus brazos.

—¿A qué hueles? La husmeó, eso, la husmeó. —¿Qué es?

—A...a mimosas. —Sí, se había puesto algo de perfume. —¿No... No te gusta? —Sus pies tomando contacto con el suelo y su espalda contra la puerta del copiloto. —¿No me queda bien?

—¿He dicho yo que no te queda bien?

—No, pero tampoco has dicho que sí. ¿Me...abres? —Las palabras se trabaron con su lengua —... la puerta digo.

—Claro. —Presionó el botón del mando y se oyó el click clack de las puertas al desbloquearse. Al moverse para subir al coche el cuerpo de Ashley emitió más ondas embriagadoras.

—Y hueles pero que muy bien... aunque ahora tenemos que ir a un sitio antes de cenar.

—¿A un sitio?

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