Monster

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Capítulo 6

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Desde luego ella le encontraba muy raro con lo de salir a cenar primero y ahora ir a un sitio.

—¿Donde?

Cuando McNamara detuvo el Jeep ella vió que estaban en una calle residencial, sin tiendas ni restaurantes a la vista.

El cartel en la esquina ponía Buena Vista Avenue.

Nathan bajó la ventanilla de la derecha y le señaló la casa que tenía en frente a la vez que su otra mano rebuscaba en el bolsillo de su pantalón. Sacó un juego de llaves.

—Nuestra —dijo sin más recostándose en el asiento.

—¿Nuestra? —Sus ojos iban de él a las llaves y de las llaves a la casa que había al otro lado de la acera.

—¿Es nuestra? —Vió dos pisos, un amplio jardín delantero, desde el vehículo juraría que el césped debía continuar hacia atrás. Unas altas columnas encuadraban el amplio porche con una robusta puerta de madera en el centro. —¿Es nuestra?

—Toda nuestra. —Agarró la mano que señalaba la casa y depositó en ella las llaves. —Cada baldosa, teja, árbol, toda nuestra.

No acababa de comprender porque se la veía tan sorprendida. Ella había vivido en lujosas mansiones antes y aquella era una casa, una señora casa pero de la clase que se compraba una familia acomodada, no una mansión de Malibu. En resumidas cuentas el dinero que Nathan había cobrado de papá Ferguson ahora estaba bien invertido, tanto aquí como en la tienda.

—¿Quieres entrar?

—Sí por favor —respondió sin poder apartar la mirada de la casa. El césped se veía tan sumamente verde. Abrió la puerta, pisó la acera y esperó a que él llegara a su lado.

Esa sonrisa era autentica. Hacía mucho tiempo que no la veía sonreír así..., ya ni lo recordaba.

—Entra tú primero. —Descansó la espalda contra el todoterreno varios minutos hasta que decidió entrar él también. La oía corretear en el piso de arriba, abrir armarios, cerrarlos y... gritar. Miró al suelo y sonrió.

La bañera era enorme y cuando ella decía enorme es que era realmente espaciosa. Se asomó viendo que también era bastante profunda y de forma redondeada. ¡Eso sí era una bañera! Llevaba tantos meses duchándose que ya había olvidado la epicúrea sensación de sumergirse en una de esas. Se le escapó otro gritito aunque esta vez fue por los masculinos nudillos llamando a la puerta, le miró.

—¿Te gusta? —No hacía falta que le respondiera pero quería oírselo decir. Esa sonrisa otra vez significaba más que un sí, mucho más. McNamara lo sabía. Recostó un hombro contra el marco de la puerta.

—¿Quieres darte un baño?

—¿Puedo? —preguntó ella. Los grifos estaban precintados, todo olía a nuevo. Sobraba el preguntarle si quería bañarse.

Ambos habían olvidado que debía ser solo una breve parada antes de ir a cenar.

—Haré que traigan la comida, tú te das el baño, cenamos y volvemos.

Sonrió cuando ella volvió la vista a la bañera.

—Este fin de semana se podría trasladar el resto de cosas y entregar las llaves de la casita a la señora Larsson.

Caminó hasta quedar tras la espalda de Ashley.

—...y mientras, en vez de atender la tienda podrías venir a pintar la habitación de Natasha.

Los parpados cayeron sobre el chocolate y el cabello recojido en un moño dejaba el cuello al descubierto. Unos labios abrasadores ya se paseaban por él.

Nathan aseó los dedos por el fino talle hasta arribar a las caderas, colocó las manos sobre ellas mientras sus labios alcanzaban la encabritada yugular. Besó.

—Tal y como van las cosas puedes tomarte una semana para pintar.

Despegó los labios y pasó sus incisivos por la tremulosa y pálida carne.

—También puede que haya otra habitación donde quieras añadir algo o cambiar el tono de las paredes.

La atrajo adhiriéndola a su pecho y sus palmas hicieron que las caderas de Ashley se movieran suavemente.

—Los muebles son nuevos, estaban incluidos en el precio pero si hay algo que no te gusta lo cambiamos.

Ashley asintió alzando la cabeza hasta donde le era posible.

—Sí. —Ella siempre se quedaba corta, incluso cuando quería decir sí a todo. Entrecerró los ojos al sentir la nariz de él recorriendo el caminito que tanto le gustaba y que desde su sien fue rodeando su propia nariz, marchó pómulo abajo hasta detenerse en sus labios solo rozándolos.

—Voy a llamar —susurró sin llegar a pegarlos encima de los que ya se habían entreabierto. Nada de beso, se esforzó para renunciar. Apartó las manos de las caderas y marchó diciendo —Métete en la bañera.

Antes de bajar las escaleras dio una vuelta por el piso y entró en cada habitación aunque ya conocía la distribución de memoria. Una vez en la cocina levantó el teléfono tras buscar el número en la guía. Dudó en llamar pues probablemente la cena se quedaría fría entre que Ashley saliera del agua, se secara y se vistiera. Colgó y subió de nuevo las escaleras pensando que sería mejor hacer el pedido cuando ella estuviera lista. McNamara abrió la puerta del baño y una cálida neblina lo saludó. Abofeteó repetidamente el vaho delante de sus ojos y cuando pudo ver acabó de entrar en el cuarto cerrando la puerta tras de sí. Se esforzó en aspirar el máximo posible de oxígeno en ese ambiente tan húmedo.

Ella estaba desnuda, se pasaba las manos por la corta melena libre de la sujeción del moño, inútilmente de pie frente al espejo completamente entelado por el vaho. El grifo había sido cerrado antes de que el agua llegase a la mitad de la honda bañera. La humedad intensificaba el aroma de Ashley que llegaba a las fosas nasales de Nathan acariciándolas.

—Llamar ahora para que se quede todo frío es una... gilipollez —exhaló junto a parte de tanto oxígeno acumulado.

—Podría ser cuando saliéramos del agua, ¿no? —Ya no miraba su difuminado reflejo en el espejo. Caminó hasta quedar ante él. Las manos avanzaron hasta posarse en los pectorales, presionó suavemente con las palmas.

—Es muy grande, cabemos los dos.

Ante el leve asentimiento le desabrochó los primeros botones y la piel bronceada apareció,...otro botón y otro más. Tiró de la camisa para que saliera del pantalón y acabó de abrirla, siguió tirando de ella hacia los hombros y acompañó la prenda hasta que se la quitó del todo. Ashley, sin moverse de allí y sin dejar de mirarle estiró el brazo para dejarla sobre la repisa de mármol, le desabrochó el cinturón y tiró de él hasta quitárselo del todo.

Él permitió que abriera el pantalón, que las manitas se movieran para quitárselo pero le dirigió la derecha dejando su propia izquierda justo en el umbral de la bragueta abierta. Le guió la mano hasta uno de sus mágicos bolsillos, le dejó tocar el contenido mientras ella le sostenía la mirada.

—Sácalo.

El metal tintineó al abandonar su escondite y salir a la luz. Nathan envolvió con la suya la mano de Ashley que sostenía el collar. Él lo había recogido roto del suelo en West Gilgo Beach y mandado reparar.

La hizo girar y avanzar hasta el lavamanos, la empujó hasta que el mármol blanco se le incrustó a la altura de las caderas.

La mantuvo inmovilizada mientras con una mano se quitaba la poca ropa que le quedaba y la enviaba al suelo. Con un par de manotazos despejó buena parte del húmido cristal para que ésta no empañara la visión de ambos. Los dedos mojados por el vapor se hincaron en la menuda barbilla. Apretó.

—Mírate.

Sus ojos verdes encontraron los de chocolate en el espejo.

—Míranos.

Hasta temía que algún día le pudiera agujerear una nalga. La palpitante erección pinchaba una de sus pompas, empujaba contra la mujer en cuya piel el mármol se hincaba cada vez más. Los dedos presionaban marcando su pobre mentón. Había tanto en esa mirada y todo ello la hacía derretirse. La femenina crema empezó a amontonarse en su sexo y a fluir entre sus muslos apretados. El añorado collar dormía en su palma esperando despertar en el cuello, esperaba en la palma envuelta por la gran manaza. Ashley no podría confundirse con otro, las yemas de sus dedos lo conocían al detalle.

—Sigue mirando.

Nathan levantó la mano, le abrió la palma y sacó el collar. Rosa y plata brillaron bajo las tenues luces del baño. El ladeó la cabeza y besó una sien con el pulso bombeando sus labios. Los dedos de las dos manos cogieron la cadena por ambas puntas. Volvió a mirarla justo mientras abrochaba el collar al blanco cuello.

El frío beso del collar en su piel y un duro tirón en su cabello hicieron que echara la cabeza hacia atrás. El gemido llenó la estancia, los párpados temblaron sobre los ojos.

—¿Lo ves? —Coló una mano entre los muslos y con toda la palma hizo que se abrieran. Tras eso ahuecó el sexo...

—¿Lo sientes? —El sonidito que ella emitió no podía identificarse como un sí o un no, por lo tanto había que hacer algo. Soltó la cabellera y en la nuca tiró del collar para que le robara aire.

—¿Lo sientes ahora?

—Sí Señor. —La pregunta no hacía alusión a si notaba la cadena en su cuello, iba más allá. Era una pregunta mucho más profunda.

Separó los carnosos pliegues y pujó con la ayuda de su cadera dentro de ella, al meterse de un golpe cerró la unión con la mano.

—No dejes de mirar.

Consintió que ella se apoyara con ambas manos en el mármol y se asentara bien sobre sus pies antes retirarse suavemente del interior, pero no del todo, nunca del todo.

—No dejes de mirar, no lo hagas —así que la mirada de Ashley quedó clavada en la suya al rebotar el reflejo del espejo a sus ojos. McNamara le apoyó el mentón en un hombro y empezó a embestirla, entrando, saliendo y removiéndose dentro de ella. La sujeción en el collar menguó, la mano se escurrió hasta uno de los pálidos globos que se agitaba a causa del movimiento.

Le giró la cabeza para poder mordisquearle los labios. Con él adentrándose más y más escarbando en su interior las palmas de Ashley se escurrían por el mármol cubierto de vaho. No apartó la mirada, ni siquiera pestañeó demasiado. Gimió cuando éste salió de su sexo dejándole esa horrible sensación de vacío. Giró entre sus brazos y se dejó alzar hasta la repisa.

No era nunca igual, siempre sabía diferente, un beso jamás era lo mismo que otro con ella. Los rosados labios se abrieron, recibieron su lengua que cargó contra su boca. Sin cuidado alguno lamió sus blancos dientes. Le afianzó una pierna contra su cadera y con todo el cuerpo empujó para volver a penetrarla hasta lo más hondo. El largo gemido de Ashley pereció en el fondo de su garganta.

Sus pechos rebotaban contra los amplios pectorales y el piercing engarzado en un oscuro pezón la arañaba. La pierna no afianzada contra él temblaba, sus manos subían y bajaban, agarrándose a los hombros de McNamara y luego cayendo. El beso acabó y le permitió respirar. Cerró los ojos y su cabeza no rodó porque dos manos la sujetaron, la cobijaron para que los labios de Nathan empezaran a besar su mentón.

Ashley no podía evitar que su pierna libre azotara el aire así que él la afianzó en su otra cadera. Su boca volvió a perderse por aquel caminito, mentón, cuello, pecho y esternón siempre pellizcando con los dientes la piel, marcándola, lamiéndola y volviéndola a besar.

La rodeó con los brazos y la aupó preguntándose si ella seguía queriendo darse un baño o no.

Obtuvo la contestación de su hambriento sexo que lo apretó muy fuerte, tan fuerte que su nuevo gruñido hizo temblar las paredes. Nada de salir, quería quedarse allí dentro y hacerlo por siempre.

Así que caminó hacia la bañera sin salirse del cálido cobijo para entrar en el agua con Ashley siempre adherida a sus caderas. Se sentó y se acomodó, bien metidito en su interior.

—No, no, no —lloriqueó cuando él la empujó hacia arriba para instarla a levantarse.

—Por favor no...no. —El azote no tardaría en llegar. Lloriqueó con más fuerza y se alzó quedándose huérfana de él una vez más. Ashley giró dándole la espalda y sus manos se apoyaron en las rodillas de McNamara. El relleno trasero quedó al aire y bien en pompa.

Dos manos abrieron las carnosas nalgas e hincándoles las uñas empujaron de ellas a la misma vez que él se escurría hacia abajo y un tanto hacia delante doblando al mismo tiempo las piernas para que ella no perdiera el apoyo en sus rodillas. Lamió lo que de Ashley goteaba. Su sabor le llenó la boca, sin llamar entró. Metió la lengua en el cremoso huequito.

Sus uñas, siempre bien cuidadas, arañaron las rótulas que había bajo ellas. El agua a media altura rozaba sus pechos. Nada de correrse pensó, nada de correrse. La lengua salió de su interior y dos buenos azotes marcaron sus nalgas. Se dejó guiar, aún de espaldas a él se alzó un poco y abrió las piernas. Ya casi estaba sentada, casi porque para eso tenía que acabar de recibir lo que restaba de la dura verga en su sexo. Bajó, descendió hasta que físicamente no podía más. Por primera vez ella gruñó al recibir un mordisco en el hombro, cosa que a él le hizo reír, tras lo cual Ashley gimió de nuevo sin remedio.

Desde su cómoda posición, ahora con la espalda recostada en la pared inclinada la bañera podía ver las redondas nalgas ondular a cada subida y bajada formando olas. El sonido de succión se mezclaba con el del chapoteo del agua ya tan solo tibia. Un bonito color bermellón brillaba en las pompas. Las expertas manos la guiaban entre sus caderas pero decidieron trepar y trepar hasta capturar en las palmas la redondez de los senos.

Ashley cambió el apoyo en una rodilla por el borde de la bañera pues él iba cada vez más y más rápido.

—¿Prisa, señora?

Ella no era la única que la tenía. La llevó contra sí, pecho contra espalda y con una mano descendiendo hasta el vértice de los muslos. McNamara ladeó su cara, la nariz se abrió paso en el entresijo del cabello.

—Espera. —Su glande seguía en el interior de ella, podía sentir el piercing que lo coronaba vibrando entre aquella acumulación de jugos que acababan mezclándose con el agua.

—Espera Ashley —Siguió empujando dentro de ella, ganando centímetros... Blop, blop, blop. Uno a uno los piercings friccionaron en el largo y cálido canal. El combo volvió a tocar Bebop. Nathan le mordió la mejilla, apretó las nalgas y se removió de un lado al otro hasta quedarse quieto. Entonces la zurda le separó los labios y encotró un clítoris tan hinchado que no sería nada difícil atraparlo con unas pinza metálicas para tirar de él. Sin embargo eso no era lo que iba a hacer ahora. Un dedo y después un segundo empezaron a frotar el nervioso botón.

—¿Cuánto vas a tardar en correrte? —preguntó y volvió a morder.

Él bombeaba de nuevo en su interior pero no sólo hacía eso. Un dedo friccionaba el ardiente y sensibilizado clítoris haciendo que todo se transformara en líquido. Los ojos tono cacao quedaron en blanco. El grito que precedía al orgasmo rasgó el aire y todo el deseo salió a presión de su interior, con tanta presión que a pesar de tenerle a él dentro la crema salía a borbotones.

Nathan apartó sus dientes de la cara que ardía. No quería hacer verdadero daño a la bonita piel de Ashley. Inyectó su esperma tan dentro como pudo, bombeó hasta sentir que se quedaba vacío. Ella era tan liviana que él ni notaba su peso, pero sí el temblor incontrolable de ambos cuerpos haciéndose uno. La fricción se fue, los dedos serpentearon hacia arriba y la asieron por la barbilla ladeándole la cara. —Te quiero nena.

Besó los trémulos labios. Unió su mano derecha con la izquierda de Ashley para conducirla hasta el collar. Diez dedos pasearon por el plateado y rosado material.

—Lo sé —masculló sin moverla de encima suyo. Ya lo sabía.

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