Monster

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Capítulo 7

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Capítulo 7

Los primeros rayos de sol entraron por la ventana colándose a través de las vaporosas y blanquecinas cortinas. Ella extendió una mano tratando de atrapar en su palma algo de luz.

McNamara se apretó contra su espalda, besó el huequecito tras la oreja, plantó el codo en la cama y apoyó la cabeza en su izquierda ya que la otra mano salió al encuentro de la de Ashley.

—¿Y qué harás cuando consigas atrapar un rayo de sol?

Con la nariz siguió la forma de la oreja.

—¿Lo guardarás en una cajita bajo la cama.

—No.

Entrecerró los ojos cuando los dedos de ambos se enroscaron unos con otros... Hacía calor, el calor típico de una mañana veraniega. Ella empujó las sábanas hacia abajo con sus pies. La sensación de piel contra piel era mucho mejor. —Porque si yo hiciera eso...

Dio la vuelta. La paz gozosa que recorría su ser le sentaba bien y era tan real... Prendió dos mechones sueltos y los llevó junto al resto. —...tú la abrirías y lo dejarías escapar.

Los finos dedos color marfil seguían las líneas en la comisura de los ojos donde las pequeñas arrugas se intensificaban cuando él sonreía.

—¿Tú crees? —Movió la cabeza recostada sobre su mano.

—Sí, lo creo. Eres así de malo.

Pero sonrió empezando a acariciar la piel tatuada del brazo clavado en el colchón. Él flexionó el otro y luego lo descansó laxo sobre la sábana. La musculatura de su cuello crujió ligeramente al desentumecerse cuando él la movió. El dibujo inyectado en tinta por toda la piel morena llegaba hasta la muñeca.

—¿Lo vas a negar? —preguntó acariciándole ahora los nudillos.

—No.

—¿No?

Nathan aprisionó la mano y la llevó hasta la almohada donde estaba la cabeza de Ashley, la obligó a que quedara bocarriba cuando venció su cuerpo sobre el suyo.

—No. —Primero los rosados labios se estiraban un poquito y después llegaba la sonrisa resplandeciente. La miró embelesado y pensó que se había vuelto un completo imbécil. El corazón latía atropelladamente en su pecho.

—Lo sabía. —

Iba a besarla y entonces ella se desharía como un polo de limón olvidado al sol.

Pero entonces se escuchó un sonoro estallido, era Cuatro de julio. Nathan se medió incorporó con la mirada fija en el gran ventanal y entonces... otro estallido.

—Tengo que irme. —Lo empujó —¡Oye, que tengo que irme!

Ashley se lo quitó de encima y pudo sentarse en la cama para rapidamente brincar fuera de ella y correr hacia el ropero.

—¿Qué tienes que irte, adonde?

Hoy él no estaba de servicio y ella naturalmente tampoco abriría la tienda. Se quedó perplejo preguntándose donde diablos tenía ella que ir.

—Ashley. —La vio correr con zapatos y ropa en la mano directa al baño.

Natasha, al otro lado del pasillo gritaba. No lloraba, no, gritaba entusiasmada porque ese “Pooom” había sido divertidísimo y quería más.

—¡¿Puedes quedarte con Natty?!

Más que como una pregunta sonó como una orden. Se metió dentro de bragas, pantalón y sujetador.

—Y...y necesito que por favor hagas algo para llevar a casa de los Royce. Quedé que sería un lemon pie.

Pasándose la blusa por los hombros y aún con los zapatos en la mano se acercó a la cama. Le besó los labios y dio un saltito calzándose la primera sandalia.

Nathan estaba cada vez más descolocado. Naturalmente podía quedarse con Natty, no iba a regalársela a los de enfrente. Ashley no le había dado la opción de preparar otra cosa que un aburrido pastel de limón y había decidido solita que fueran a casa de aquellos imbéciles que a él le caían tan mal. Por último y no menos importante iba a plantarlo sin decirle siquiera donde iba ella tan temprano un día festivo.

—Sé que tenía que habértelo dicho antes pero me había olvidado.

Los maratones sexuales también tenían también su parte mala, se olvidaba uno del paso del tiempo.

—¿Nos vemos allí? —Otro beso y a correr antes de que la bestia se abalanzara sobre ella.

—Sí sí cariño, tranquila. No te preocupes yo me encargo de...todo.

En su interior Nathan agradeció no estar delante de un espejo porque debía habérsele quedado cara de auténtico idiota.

Ya se tomaría la venganza más tarde porque Natasha había empezado a llamarle con aquel parloteo que él no era capaz de entender por mucho que se esforzara, aunque en ese momento le daba la sensación de que era una especie de... ¿Me vienes a buscar ya o no?

Ashley llegaba tarde, no es que hubiese pedido hora, sin embargo irrumpió literalmente en el salón. Las cabezas giraron todas las miradas sobre ella, los secadores se apagaron y todo quedó en silencio.

—Necesito ayuda. —Cerró la puerta y trató de recuperar la respiración después de la carrera que acababa de pegarse.

—No reina, no necesitas ayuda, —declaró Justin jugueteando con uno de sus rizos y mirándosela de arriba abajo.

—Necesitas un milagro —añadió Estefan.

—Pues un milagro —asintió ella —Vosotros sois capaces de lograrlo así que aquí estoy.

En su agitación alzó la mano que sostenía el bolso abierto y a punto de vomitar todo lo que en él se encontraba, que no era poco.

—No te muevas princesa.

Eso de hacerle cosas en el pelo no era lo suyo. Nathan pasó el clip y la miró, quedaba torcido... ya que ella tampoco ayudaba mucho.

—¿Que hacemos, Natty? masculló quitándoselo. Después de todo no había necesidad de que fuera con un floripondio en la cabeza.

—¿Te parece divertido?

Para él no había sido un día divertido, sabía que no era lo más fácil del mundo cuidar de un bebé. El poco tiempo que pasaba con ella a diario no equivalía a lo de hoy. Eso había sido realmente agotador pero seguía vivo.

—¿Será Mamá?

Cogió la niña en brazos y bajó las escaleras a toda prisa con Max siguiéndole. Pensaba, quería, imploraba por dentro que fuese ella aun sabiendo que Ashley nunca llamaría al timbre.

—¡¿Qué?! —soltó sujetando la puerta con un pie y mirando a Justin como si fuese una cucarachita que intentaba colarse en su propiedad.

—Se dice hola, sheriff.

Estiró la mano para intentar arreglar el destrozo en el pelo de la pobre niña y sonrió cuando Nathan se la entregó.

—¿Puedo pasar?

—Hola y ¿desde cuándo se pregunta eso cuando ya se está dentro? Cerró la puerta, se cruzó de brazos e inquirió —Pero vale y ¿dónde está?

—¿Dónde está quién?

Justin subió las escaleras como Pedro por su casa. Entró en el dormitorio de la niña y allí encontró todo lo necesario para arreglarle el pelo. La sentó en el cambiador y se dedicó a ello.

Si lo matase y enterrase su cuerpo en el jardín nadie se percataría. McNamara le siguió escaleras arriba y se recostó en el alfeizar de la puerta. No entendía como ella se dejaba trastear.

—Eso no, es más grande que su cabeza —dijo antes de pasar a lo importante.

—¿Cómo que quien, quién va a ser? ¿Dónde está mi mujer?

—¡Ah, haber sido más concreto antes y ya está. ¡Vaya hombre, que carácter!

Justin engarzó el pasador con una mariquita brillante en el pelo de Natty y luego otra para el lado contrario.

—Me ha pedido te diga que os encontrareis en la fiesta.

Una vez acabada de peinar observó el vestuario de la niña.

—Sabes combinar los colores, eh.

—¿En la fiesta? —En dos zancadas estuvo sobre él y le arrancó a Natasha de los brazos para rodearla con los suyos. —¿Te ha dicho algo más?

—No. —Encogió los hombros divertido. —¿Sabes qué vas a ponerte?

—Ropa.

—¿Qué ropa?

—La que yo quiera.

Se movió hasta el pasillo despejándole la entrada sin preocuparse de que se notaba demasiado su deseo de que el otro se largara.

—Nos encontraremos allí.

—¿A que huele? —Bajó las escaleras mirándole de vez en cuando. En el hall se quedó. —Es dulce y...

—Lemon piedijo abriéndole la puerta.

—Sigues siendo muy hostil grandote.

—Y me encanta.

Le cerró la puerta en las narices cuando éste salió. Nathan miró a la niña.

—¿Te cae bien? —Enarcó una ceja. —Serán los genes de tu madre, los míos desde luego que no.

Intentó convencerse de que no podía llegar tarde porque su mujer consideraba eso de mala educación. Se vistió y lo hizo con lo primero que encontró sobre la silla del ropero sin caer en la cuenta de que Ashley lo había puesto allí a propósito. Él, Natasha y la tarta de limón subieron al Jeep, pasaron a buscar al “tío Alex” y cuando llegaron a destino encontraron la calle atestada de coches. La música proveniente de cuatro casas más allá retumbó en el parabrisas.

Nathan tuvo que alzar la voz para preguntar si Alexis había traido alguna cosa.

—¿Tenía que traer algo?

Bajó del coche, sacó a Natasha y entregó la tarta al otro gigantón.

—Ahora ya está. ¡Arreglado! Yo no voy a entrar con eso. ¿Dónde crees que iría a parar mi reputación?

Cerró el todoterreno y se encaminó hacia la fiesta. La buscó pero no encontró a su mujer, preguntó por ella y nada. La niña se había quedado con el resto de pequeños. Estaban todos juntos en una zona bajo control para que los adultos pudieran divertirse sin preocupación.

Sin embargo ese no era el caso para McNamara quien iba bebiendo su cerveza sin mirar a ningún sitio en concreto.

Podrías decir algo, —masculló para Alex de pie a su lado —sino volverán a acercarseme y contarme gilipolleces.

—¡Esto es una fiesta, Mac! —y chocando su botella con la del jefe —Tchín, tchín. Relájate y diviértete, hombre.

—¿Qué me divierta?

Le miró como si estuviera loco, bajó la voz.

—Esto es un muermo. Encima no tengo ni la más jodida idea de donde está Ashley y... —señalándole con un peligroso dedo —no sé qué cojones se supone que tengo que hacer aquí.

—Lo que todos, divert...

No terminó la frase. Se hizo un silencio, silencio de parloteo porque la música de fondo seguía sonando aunque con muchísimos menos decibelios.

Nathan movió la cabeza, sus ojos se centraron en la entrada triunfal de la rubia. Ya sabía dónde estaba Ashley.

Extendió la mano que sujetaba la bebida y la señaló con el índice. La gente abría paso como en su día debió abrirse el mar Rojo para Moisés.

Ella llevaba un vestido corto, unos quince centímetros por encima de la rodilla y con los hombros al descubierto. Esferas gualdas colgaban de la tela dorada. Ella, su Ashley, avanzaba sobre altos tacones de aguja de un rojo brillante. Bling-bling hacía, Bling-bling porque ella brillaba como una verdadera joya. El pelo hondeaba en tonos claros, podía adivinarse el color original entremezclándose con el rubio. El volumen del cabello daba la sensación de que éste se movía con vida propia.

Ashley se detuvo ante ellos.

—Siento llegar tarde.

Él había enmudecido. Con un gesto de cabeza echó a Alexis y carraspeó mirándola. Era como haberse metido en una máquina del tiempo y tenerla como antes pero sin ser del todo como antes.

—¿Tener una erección en plena fiesta del Cuatro de julio es de mala educación? —murmuró rodeándola por la cadera con un brazo. —Debería darme vergüenza.

La oscura máscara en las largas pestañas y el delineado del párpado superior intensificaban la orgullosa mirada. Dejó el botellín de cerveza en la mesa. Tiró de Ashley hasta una esquina sin romper el contacto de pelvis con pelvis. El rojo sangre brillaba en las cuidadísimas uñas a conjunto con los vertiginosos zapatos.

—Supongo que podrían abrirte un expediente.

Ya estaba segura de haber acertado en invertir tantas horas para quedar “arreglada”, comprar algo que tal vez no fuera ni con la ocasión ni con el lugar pero que quería vestir de todos modos. De nuevo desplazándose por las nubes el mundo se veía muy diferente desde lo alto de unos peep toes.

Nathan le retiró algo del ondeante flequillo que caía sobre sus bonitas facciones. Para su enfado o desenfado resultaba que Justin y su marido Estefan sabían hacer algo más que dar grititos y hablar de lo que fuera que hablaran.

—¿Tenemos que quedarnos mucho rato? —preguntó más que nada porque su erección no estaba muy de acuerdo con ello.

—¿Y Natty?

—El tío Alex cuidará de ella.

El brazo la sostenía por la cadera y la mano bajó hasta una pompa donde apretó suavemente. Ya ni le importaba que le abrieran un expediente al mismísimo sheriff por escándalo público. Bajó la cabeza para morderle un lóbulo de la oreja.

—¿Tienes algo que recoger antes de irnos?

—Sí...una,...una chaqueta y el bolso.

—Ve a buscarlos y espérame en la puerta.

Le dio un suave cachete y la volteó entre sus brazos.

—Vamos —espetó mirando a su alrededor. Iba a reventar la costura de los pantalones. Siguió con la mirada aquel amplio pero firme trasero forrado en oro que se alejaba meneándose.

—Alexis —llamó captando su atención. Lo agarró por un antebrazo y entonces masculló —Ocúpate de Natasha, mañana por la mañana iré a por ella. —Ante la media risa le prometió —Podrás librar un par de horas esta semana —y apretando la sujeción —Sólo porque es una urgencia.

—Que se lo digan a tu pantalón —respondió el otro asintiendo —No te preocupes, para algo soy el tío Alex.

Nathan sonrió avanzando entre la gente, casi le costaba moverse. Llegó a la entrada pero no la vio así que siguió hasta el porche pero allí tampoco estaba ella. Volvió a entrar con el ceño fruncido preguntándose donde diablos se había metido. Por instinto se dirigió al pasillo que llevaba al baño. Allí estaba, arrinconada contra una pared con aquel imbécil prendiéndola por un brazo. Nunca le había gustado el señor doctor.

—¿Qué pasa? Ven aquí nena. —La zarpa que la agarraba la soltó. Al llegar él la desplazó a su lado. —¿Puedo saber qué coño pasa?

—Eso me llevo preguntando yo desde que llegaste, McNamara.

—Como no seas más concreto.

—Sólo hay que verla —dijo señalándola.

El plata y rosa no pegaban demasiado bien con el vestido pero el collar no era algo de lo que ella pudiera desprenderse porque no combinara con su ropa. Sin embargo allí debajo había una colección de hematomas, aunque nada escandalosos, producidos por la presión sobre tan delicada piel.

—Creo que el que tiene que dar una explicación aquí, sheriff, es usted.

Si él se quitara la camisa quedarían a la vista los arañazos, incluso algún que otro mordisco causado por ella pero esta no era la cuestión. —Sigo sin entenderte. —Ladeó algo la cabeza mirándolo de reojo y ordenó —Ashley, vete al coche.

Ella no iba a irse al coche sola, no ahora. Se pegó a él y le rodeó un brazo con los dos suyos. —Vámonos. —Sin resultado, como si no hubiese abierto la boca. Entonces tiró suavemente de él.

—Por favor, marchémonos.

—No —zanjó con un monosílabo y ni la miró.

—¿A qué cojones viene todo esto?

—A que pegas a tu mujer o...medio mujer. ¡Lo que sea!

—¡¿Qué?!

—Nathan por favor. —No le llamaba nunca por su nombre pero ahora... —Vámonos.

—Tenía razón, tienes un jodido problema mental medicucho de mierda.

—Déjalo por favor. —Sentía la recia musculatura tensándose bajo el agarre de su brazo. —¿No ves que ha bebido? —Su otro brazo se estiró y la mano lo agarró por la camisa. —Vamos.

—He dicho que al coche. —Hizo que le soltara y la miró mordaz. —Al coche, ya. —Después de esto iban a tener una seria charla pues suya era... ahora.

—A eso se le llama maltrato.

—¡No es maltrato, maldito imbécil!

El doctor Harmon nunca se lo había comentado a él pero a ella sí la había abordado más de una vez en plena calle y otras tantas en la tienda pidiendo explicaciones sobre la relación que ella tenía con el sheriff.

—¿Aún no lo entiendes?

La bombilla se encendió algo en la mente del doctor porque abrió mucho los ojos. Ató cabos a pesar de que el alcohol tenía bastante embotado su cerebro.

—Pero...tú —tragó saliva —¿Dejas que te veje?

—No me veja. ¡Yo lo he escogido!

Ashley no tuvo tiempo de reaccionar. Vio el puño impactar contra la barbilla de Harmon y después contra la nariz que emitió un ruidoso “crack”. Sólo pudo articular el nombre de Nathan. La gente no se movía, no se atrevía a ponerse en medio mientras McNamara lo sacudía una y otra vez como un saco de arena.

De pronto notó unos fuertes brazos sujetándole desde atrás. La voz de Alexis le gritaba y volvía a gritarle que lo soltará pero allá impactó un golpe más, sólo uno. Sus puños sangrantes e hirvientes dejaron de atizar.

—¡Esto es maltrato, maldito capullo! —bramó deteniéndose.

En este pueblo bastante aburrido se conocía todo el mundo, no había peligro de secuestros ni nada semejante así que al oír el jaleo Alexis había dejado la niña con una mujer que a suz vez la había entregado a Ashley cuando esta salió de la casa directa al Jeep. Caminó con Natty en los brazos y al llegar y no tener las llaves se apoyó en el coche.

Mientras tanto el de ojos azules forcejeaba con el otro gigantón en el pasillo hasta que este se dio la vuelta para salir.

—¿Estás como una puta cabra o qué? —y alargando la zancada para seguirle —Eres el puto sheriff y te dedicas a golpear al jodido médico borracho. ¿Qué coño piensas hacer, Mac?

Pero éste seguía caminando. Le ardían las manos y el cerebro también de la rabia acumulada. Bajó las escaleras de entrada a la casa dejando el follón atrás. Alexis le perseguía como su conciencia. Menudo Pepito Grillo. Había visto a Ashley desde la distancia, allí parada junto al vehículo con Natasha en brazos. Se irían a casa y por la mañana pensaría que hacer, eso sí, nada de pedir perdón.

—Si llega a la central te van a abrir un expediente.

Pero McNamara le estaba ignorando, a él, a su ayudante, a su amigo. Corrió y le cortó el paso.

—¿Pero te das cuenta de lo que has hecho?

Éste se detuvo mirándole. —Pues, partirle la cara a un gilipollas.

Sacó las llaves y abrió el Jeep. Apartó la mirada de Alexis para ver como Ashley colocaba una medio dormida Natasha en su sillita.

—... y ya pueden abrime un jodido expediente si a cambio le he causado daños irreversibles en el cerebro a ese imbécil.

—¿Pretendes que te sigan respetando después de esto?

—Mañana hablamos.

Al sonido de los fuegos artificiales estallando en el aire se añadió el de la puerta del copiloto al cerrase tras subir Ashley.

—Mañana hablamos, Alex. —Éste intentó en vano cortarle el paso otra vez. —Ahora no, mañana.

Una vez sentado, con las manos en el volante encaró a su mujer.

—Cuando te digo al coche, vas al coche. ¿OK?

—¿Por qué le has pegado?

—Lo estaba pidiendo a gritos. ¿Me has oido?

Giró la llave y el motor arrancó. Sus nudillos sangraban.

—Estaba borracho.

—Me importa tres cojones lo que estuviera. —Sin mirarla repitió. —¿Me has oído Ashley?

Toda la tensión acumulada detonó.

—¡Te he oído Nathan! —gritó a pleno pulmón. —¡Te oigo, te escucho siempre pero tú a mí nunca! —Movió las manos. —Hago todo cuanto dices y cómo tú quieres y por una vez que te pido que nos vayamos al coche porque no vale la pena discutir, te lías a puñetazos con un borracho.

Golpeó el salpicadero.

—¡Te quiero pero no quiero que acabes liándote a golpes como ahora porque haya quien no nos entienda!

Las luces rojas, blancas y azuladas de los fuegos artificiales se reflejaben en las lágrimas que saltaban de sus ojos iluminándole la cara mientras el coche avanzaba por las calles desiertas.

—Me chantajeas con quitarme a mi hija y sigo queriéndote y obedeciéndote pero si vas a volver a intentar matar a alguien a puñetazos acabaré gritando para que me hagas caso.

Entonces no aguantó más, se desgañitó.

—¡Tetera, Tetera, Tetera!

Cayó contra el respaldo del asiento y sollozó. A su llanto se unió el de una asustada Natty.

Nathan apretó de tal forma el volante que no entendió como éste no se hizo añicos. Le acababa de gritar y le había llamado por su nombre de pila. Dos cosas que rompían las reglas, pero lo peor no era eso, lo peor fue oir Tetera... tres jodidas veces Tetera. Aparcó delante de casa.

—Baja del coche, entra a la niña, tranquilízala y métela en la cama.

La mujer le miró.

—Yo...siento...

Tenía la voz ronca de tanto gritar y Natty lloraba realmente asustada en su sillita. Él ni la miró. Ashley abrió la puerta, bajó y recogió a la niña. La meció besando la oscura cabellera. Caminó hacia la casa pero se dio cuenta de que él no bajaba del coche, es más arrancó y se perdió con el Jeep calle abajo.

Después de tranquilizar y cambiar a la niña la acostó. Ella también se cambió y esperó en la cama. El sueño pesaba en sus ojos pero las horas pasaban y él no aparecía. Bajó a la cocina, le llamó al móvil y no hubo respuesta. Se quedó allí bebiendo y bebiendo café con el trasero, ese sí, adormilado de llevar tanto tiempo apoyado en el taburete. Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por los amplios ventanales de la cocina Nathan abrió la puerta y Ashley corrió a su encuentro.

—¿Dónde estabas?...Me tenías preocupada. ¿Dónde has ido?

—A dar una vuelta.

Cerró y ni saludó a Max que venía a recibirlo con la cola abanicando el ambiente. Subió los escalones de dos en dos con ella corriendo detrás. —Te he dicho que a dar una vuelta —murmuró por el pasillo caminando hacia el dormitorio.

—¿Una vuelta? —cuestionó cerrando la puerta de la habitación para así poder alzar el tono de voz sin perturbar el sueño de la niña. —¿Para qué?

—Necesitaba conducir.

La sangre ya estaba reseca en sus nudillos inflamados. Abrió el armario y sacó un uniforme debidamente planchado que dejó sobre la cama. Se quitó la camisa.

—Cariño, lo siento.

Ella sabía que no tenía que haberle gritado y mucho menos haber dicho Tetera, pero la situación la había superado.

—Por favor...dime algo, algo como no vuelvas a hacerlo o...

Desde que había cruzado la puerta él ni la miraba y eso dolía más que otra cosa.

—Tengo que ducharme, en media hora entro a trabajar.

Cogió la ropa, se metió en el baño y cerró.

Ella se tumbó en la cama escuchando el sonido de la ducha y por fin el sueño la venció. Durmió todo el día. A la hora habitual de llegada Nathan no llegó. Ashley preparó la cena, le dio de comer a Natty y acabó cenando ella también. Dos horas más tarde él todavía no había regresado. Ella miró la tele hasta que sólo emitían la tele-tienda y se vio obligada a subir al dormitorio. Durmió hasta sentir en el colchón moverse bajo el peso de él, abrió los ojos y estuvo tentada de girar y abrazarse a su cuerpo, pero no lo hizo. No lo hizo aquella noche ni la siguiente cuando bien entrada la madrugada McNamara apareció.

—¿Te vas a marchar?

Buscó la mirada de Nathan sentado ante ella en la mesa de la cocina. Quería escuchar la excusa que podía avanzar para marcharse una mañana de domingo.

—Sí, hay muchos expedientes por repasar en comisaría y nadie va a hacerlo si no lo hago yo.

Dejó la cuchara con la que acababa de darle la última toma de yogurt a Natasha sentada en su trona.

—No me esperes a comer y tampoco lo hagas para la cena.

—Hace cuatro días que lo hago.

Le siguió con la mirada mientras él recogía la mesa.

—Pues continua haciéndolo.

Se inclinó para besar la mejilla de Natasha y pasó al lado de la mujer cuyas manos le agarraron una muñeca. Él se detuvo. Sentía la tentación de acariciarle los finos dedos ahora siempre manchados de colores.

—Lo siento. —Ashley se levantó y con una mano se aferró a él hundiendo la cara en su pecho. —No debí decirlo.

Sabía que no era por el nombre o por gritarle, era por la palabra Tetera. Esa que jamás debió utilizar en vano y mucho menos en una discusión.

—No lo haré más pero... quiéreme otra vez por favor —Él olía tan bien, era tranquilizador el calor que transmitía, era su gran tabla de salvación.

McNamara se sintió una babosa, como una babosa enorme o un gusano de aquellos tan asquerosos pues él no había dejado de quererla en ningún momento. Elevó la mano no agarrada y la aproximó a para acariciarle la cabeza, pasar la mano por su bonito y lustroso pelo, no obstante... cerró la mano en un puño. Esto no podía quedar así, esto no era una tontería. Era algo que a la larga podía destruirles.

—Tengo que irme Ashley. —Soltando una mano y bajando la otra se separó de su cuerpo. Caminó dejándola ahí. Salió de casa, cruzó la calle, subió al Jeep y se fue.

Había un problema y Nathan quería resolverlo, necesitaba resolverlo.

Cojió su móvil y llamó cuando el coche rodaba todavía en Buena Vista Avenue antes de girar en la tercera calle a la izquierda.

—Te necesito a ti y a tu sótano.

—El sótano es todo tuyo pero... a mí, ¿Me necesitas a mí?

—Sí, a ti.

Nathan se relamió el labio inferior, el teléfono móvil pegado a su oído mientras su zurda manejaba el volante. Menos mal que era representante de la ley.

—Me queda algo de sedante en gas. No preguntes.

Aparcó en una calle conocida.

—Voy a hablar con la señora Larsson para que se quede con Natasha hasta mañana por la tarde. Probablemente me amenace de muerte al cruzar el umbral pero... pondré mi sonrisa más seductora.

Miró por la ventanilla.

—Sé que no es la primera vez que te pido ayuda Alexis, pero necesito que hagas esto por mí y por Ashley.

Le costaba expresarse.

—Si con tu ayuda superamos esto ya no habrá nada ni nadie que pueda joderlo todo pero...si dejo pasar lo ocurrido como si tal cosa, tarde o temprano nos acabará haciendo daño.

—¿Estás seguro?

—Más que nada en el mundo.

—Si no mueres de un balazo que te vuele la cabeza en los próximos cinco minutos, cuenta conmigo, Señor.

Nathan colgó y bajó del coche. Abrió la verja y subió los escalones. Llamó a la puerta aunque el cartelito rezaba “Abierto”. Cuando la boca del rifle le apuntó se puso manos arriba.

—Buenos días señora Larsson. Me gustaría hablar con usted. Si se siente más cómoda puede seguir apuntándome... dentro. —le dijo con un ademán para señalar el interior.

La cabeza le daba vueltas y eso que aún no había abierto los ojos así que los abrió poco a poco, muy lentamente. Pestañeó viendo borroso... y preguntándose donde estaba. Ashley trató de mover las manos pero no le fue posible. Movió las muñecas y en ese instante se dio cuenta que estaban atadas, amarradas detrás de su espalda. Sus hombros metidos dolorosamente hacia atrás. Notaba la frescura de la sábana adherida a su mejilla y los pliegues del material que su cuerpo formaba al moverse. Sin saber bien como Ashley logró ponerse de rodillas y gimió cuando la conocida manaza zurró una de sus nalgas. Quemó y quemó su piel. Ella se quedó quieta hasta que la misma tiró de su cabello obligándola a arrodillarse sobre el colchón. La luz dañaba sus pupilas, el olor era completamente desconocido. ¡Todo lo era salvo el toque de él!

—¿Has dormido bien cariño? —le susurró pegado a su oído. Sus labios rozaron la pálida mejilla mientras sus dedos se enredaraban en la cabellera rubia. —¿Sabes dónde estás y por qué?

Por lo que sus ojos distinguían parecía un sótano. La pared de enfrente esbaba pintada de rojo y por el rabillo discernía algo más de una pared pero esta otra era negra. Tenía claro que estaba en una cama, el tirón en su pelo la obligó a mover la cabeza y mirar alrededor. Vió un potro, una cuna de Judas y una pared repleta de estanterías con ganchos donde colgaban floggers, palas y látigos. No, definitivamente no sabía dónde estaba.

—Como para la primera pregunta no tienes respuesta formularé la siguiente.

Tiró del cabello y la cabeza de Ashley quedó completamente hacia atrás. La miró encontrándose con un par de ojos asustados.

—¿Por qué?

—No..., no lo sé Señor.

Desde el incidente no había vuelto a mirarla directamente. El castigo por no controlar su lengua había sido muy doloroso. Aquella indiferencia, aquella la frialdad la consumían y ahora por fin, de nuevo la miraba.

—No, claro que no lo sabes, y lo que tampoco sabes y sí voy a explicarte es lo que nosotros llamamos —besó el lóbulo de la grácil oreja antes de susurrar —Cesión de esclavo.

Pasó los nudillos rozando la sien y la barbilla luego descendió al collar plata y rosa y acarició los aros brillantes.

Cesión de esclavo, cesión de esclavo se preguntaba ella cuando no le dio tiempo ni a gimotear. Él la giró en la cama quedando de rodillas en dirección opuesta a la anterior. Sus ojos vislumbraron con completa claridad esta vez. Desde el primer momento fue consciente de que Alexis no pertenecía al mundo vainilla. Los que son como él tienen una mirada diferente al resto. A los demás los huelen a distancia, ven a través de ellos como quien mira por un trozo de vidrio pulido, usan pantalones de cuero negro, ajustados a las piernas, con aberturas a un lado para poder deshacerse de ellos en el momento preciso. Ashley descubrió la trabajada musculatura del vientre al descubierto y los anchos pectorales decorados con tinta. Había un crisantemo en cada uno. Los vibrantes colores causaban un efecto óptico como si las flores fueran a salirse de la epidermis y caer al suelo a los desnudos pies del Dom. Gracias a que la presa en su cabello había cedido volvió la cabeza.

—No, por favor Señor..., no.

De haber estado libres sus manos se habrían aferrado a él, a una de sus piernas. Le besaría las botas.

—Por favor, no.

McNamara permitió que ella inclinara la cabeza contra uno de sus muslos. Pasó la palma por la brillante cabellera.

—Dilo Ashley.

La caricia llegó a la nuca y bajó por la espalda desnuda. —¡Dilo!

—No —insistía aun siendo consciente en su foro interno que le permitiría hacerle eso. Le miró y repitió no.

—¿No? —Las caricias que habían revoloteado hasta las manos atadas treparon arañando la pálida piel.

—Hace unos días no te costó mucho decirla.

Oprimió la nuca bajo su palma y el metal del collar se hincó en su carne.

—¿Por qué ahora no?

Ya estaban las lágrimas rebosando de sus ojos una vez más. Percibía la frialdad en su mirada y la dureza que transmitía a sus pobres cervicales.

—No...no puedo decirlo Señor, no.

—¿No? —Nathan se encorvó hasta que sus labios tomaron contacto pero no la besó.

—No me moveré de aquí.

Ahora sí fue un beso corto y con aquella dosis de ternura que en sus sentidos se fusionaba con el fuerte agarre en su cuello. Él la sacó de la cama y la colocó de cara al potro forrado de cuero rojo.

—Es muy fácil...Tete...

Tras la negativa de ella se apartó.

—Toda tuya —dijo alto y claro caminando hasta la silla situada en una esquina de la habitación.

Él se lo había recordado, hasta había empezado a pronunciar la palabra de seguridad pero ella se había negado.

Alexis quedó tras su espalda, su altura hacía que la cálida respiración golpeara la nuca a través del cabello revuelto. Dejó resbalar la larga cadena hasta que tan solo el último eslabón quedó en su palma. Ashley contuvo el aliento.

—Date la vuelta. —La miró de arriba abajo. Desde luego la desnudez le sentaba mucho mejor que la ropa.

—¡Que pálida!... —No era un desprecio sino un cumplido. Abrió un enganche y lo engarzó en la argolla situada en el centro del collar.

—Gírate.

Él se trasladó hasta cerrar el otro enganche en la boca de metal que había en el extremo del potro. Abrazando las temblorosas manos de la mujer ya frías debido a la tensión más que a la mordedura de la cuerda, la tumbó encima del mueble. Le separó los pequeños pies y se apartó unos centímetros para observarla. Alexis miró a McNarama a la vez que sacaba la fusta que llevaba en la parte trasera de su pantalón.

Ella no se había percatado del látigo porque en todo momento estuvo demasiado centrada en aquel par de ojos verdes que la observaban desde la distancia. Su Señor estaba recostado en la silla, piernas abiertas, zurda bajo mentón. Ashley se mordió el labio inferior y apretó las pompas con el segundo azote.

Aumentar la fuerza del azote o alargar la sesión para que la piel quedara enrojecida no era necesario en este caso. Una fuerza no controlada quebraría la blanquecina piel causando heridas. El objetivo era solo marcarla. Alexis fustigó hasta que las pompas estuvieron marcadas por finos surcos. Algún que otro gemido brotó de los sonrosados labios, no más. Él giró la fusta en su mano y la lanzó siguiéndola con la mirada hasta que cayó en el colchón de la cama unos metros más allá. Apoyó las palmas en las hipersensibilizadas nalgas que debían arder como el Infierno. Los pulgares presionaron en ellas hasta separarlas.

—Tu Amo debe recordarte el día cuando con tu bonito y pulido uniforme fuiste a por más sirope.

Sus pelotas sí se acordaban. Ese día casi se las habían abrasado con el café.

La crema rebosaba esparciéndose por los inflamados labios mayores que eran lo suficientemente regordetes para que él pudiera aspirarlos y amamantarse. La lengua paladeó, ascendió, bajó, pasó por la zona perianal y llegó a la vulva donde se metió hasta que el mentón hizo de tope. Al ritmo de los pequeños espasmos Alexis pegó los labios para poder sorber conforme sacaba la lengua. Una vez fuera clavó las uñas en los rellenos glúteos separándolos hasta su límite. Ahora sí que ella gimió. Giró la lengua por el rugoso contorno del ano, más se detuvo. Alzó su rapada cabeza a causa de los histéricos movimientos de la mujer. Miró a McNamara y comprendió. Sonrió volviendo a ella y las mano se apartaron de las pompas.

—Así que sólo el Amo ha estado aquí. —proclamó apuntando la entrada del musculoso canal con la punta del índice.

Ashley dejó de removerse, no era necesario responder ya que él no había preguntado. Era una afirmación y enteramente cierta. Los botones laterales del pantalón de Alexis abriéndose, abandonando su piel... ¿Qué podía hacer?, ¿entregarle aquello que sólo había tenido uno y que no deseaba que tuviera otro? Pero ¡ah! no eran sus anhelos los que importaban sino los de..., hubiera llorado un no, no por favor Señor de nuevo. No obstante sabía que no obtendría respuesta salvo si decía, repetía Tetera. El sabor metálico en su boca provenía de la pequeña herida que se había abierto en su labio inferior. Varías lagrimas se despeñaron por su nariz y salpicaron el mismo haciendo que escociera. Sus ojos hinchados por el llanto y la fijeza con que le observaba. Nathan seguía allí sentado, sin hablar o hacer ningún tipo de indicación gestual. Tan solo observaba como un mero espectador. Nada de revolverse.

Será mejor para ti si lo aceptas.

Alexis reunió en su glande una buena cantidad de los jugos que de ella goteaban. Pasó la abultada cabeza por los ricos y sensibles pliegues. Aferrándose a un muslo pujó, pero no de un modo pausado y lento para que ella se adaptara a su tamaño, embistió de una estocada y al llegar al límite cuando sus testículos hicieron tope, se aferró a las amplias caderas. Gruñó agitándose en el cremoso interior.

Ella se hincó las uñas en las palmas. Cerró los ojos en el momento en que él entró en su interior al igual que un cuchillo caliente en mantequilla. Su canal estaba familiarizado con la redondez de las perlas que surcaban la largura de McNamara pero ahora era diferente. Percibía el roce de muchas más esferas, bolas más pequeñas que recubrían prácticamente todo el grosor de la verga. Esta iba percutiendo su interior por lo que Ashley resopló y, nariz contra cuero, descubrió los dientes para tratar de morder el material del potro.

Nathan comprobó así como era cuando él la tenía en la misma situación. Veía los pequeños pies crispándose y por momentos manteniéndose casi solo sobre los delicados deditos, las pantorrillas en completa tensión. Aquel par de pomposas nalgas temblaban a cada embestida. La redondez de los senos estaba aplastados contra el potro así que parte de la tersa carne sobresalía por los lados.

Nathan fue incapaz de evitar una sonrisa. Las dudas que se habían acumulado en su cabeza se disiparon por completo.

Alexis la prendió justo en el nacimiento del cuero cabelludo, casi en la frente. Aquel tirón dolía más que ningún otro. Con una mano afianzada en las turgentes caderas que se mecían a cada golpe que asestaban las suyas le llevó la cabeza tan atrás como posible. La sujeción del collar en el delicado cuello de la mujer le robaba aire. Los quejidos salían medio ahogados de la garganta.

Al escucharlos el Amo se mordió el interior de un carrillo, se inquietó en la silla. Ashley estaba ahora encorvada, su busto colgando completamente y balanceando de una forma demasiado tentadora. Sus rodillas y la punta de los pies sufrían por mantener el equilibrio.

Él gruñó pasando una pierna sobre la otra.

Alexis movió el collar de la mujer para que la cadena girara y no la estrangulara al cambiarla de posición. Salió de ella con un sonoro Blop. Con la cadena tirando desde atrás del ya enrojecido gaznate la agarró y volteó sobre el potro. Se acomodó en el centro de los amplios y firmes muslos y antes de que Ashley se encorvara para ver cómo iba directo a su interior pujó. La risa entre dientes surgió al mismo tiempo que la transpiración empezaba a agotear de sus sienes.

—¿Qué quieres ver...hmmm?

Agachó la cabeza para morder la extensión de una areola y profundizar con los dientes. El pecho se agitó en su boca, se agitó a causa del grito que ella profirió y entonces él soltó. Lamió las marcas rojas de su dentadura, la prendió de nuevo por el cabello y la elevó para que sus caras quedaran bien cerca.

—Pequeña esclava escandalosa.

Pellizcó los muslos para separarlos completamente y sobretodo que los pies se sostuvieran en el aire más allá de sus caderas.

Sentía sus muñecas en carne viva detrás de su espalda. Los hombros los sentía crujir al igual que sentía como el metal del collar se le hincaba amoratándole la piel. Cerró los ojos queriendo contener el orgasmo en el interior de su matriz pero le resultaba muy difícil. Se le abrieron de golpe cuando un fuerte manotazo colisionó en su mejilla y tras él otro y otro más.

—Te han enseñado a pedir las cosas, ¿verdad esclava?

Otro guantazo, mucho ruido y golpes bien medidos que picaban pero sin dejar marca.

—Demuéstralo.

La mano que la había abofeteado se deslizó hasta el rojizo e irritado clítoris. Lo frotó rápidamente provocando que se irritara más.

—Hazlo... ¿o quieres decepcionarle?

—Por favor, por favor, por favor.

Eran las palabras de siempre, como un Mantra. Le miró fijamente al no atreverse a cerrar los ojos de nuevo. Sintió la humedad de su propia mejilla cuando él elevó la mano por enésima vez para atizarla con ella.

—Por favor... ¿qué?

—Por favor, por favor.

Esos ojos azules eran completamente diferentes a los de Nathan. No solo por el color, había más, algo más que ella era incapaz de descifrar. —Acabar, acabar,... acabar.

La presión se estaba volviendo insoportable y el dolor nublaba el asfixiante placer.

—¿El Amo te permitiría correrte?

—¡Sí, sí, sí!

—Yo no soy el Amo.

McNamara tuvo que atar su alma a las suelas de sus botas. Su voluntad quedó con ellas y sus dientes mordieron los nudillos de su zurda. Si Ashley no caía ahora no volvería a hacerlo. No volvería a articular aquella palabra en vano. Alexis se limitaba a hacer lo que él le había pedido sin embargo no pensó que se le haría tan duro. En su día fue partidario de ceder sus esclavas a otros y sobre todo a Alexis que aún con ese aspecto mucho más dulce que el suyo le ganaba en crueldad. Pero ahora... ahora no había esclavas, en plural. Sólo estaba ella y nada más que ella y todo esto lo hacía él por el bien de ambos, por lo tanto no le quedaba otra que aguantar, llegaría la recompensa.

Tetera, Tetera, Tetera resonaba en la cabeza de Ashley como un estribillo. La fricción había regresado acompañada de largos pellizcos. —¡Por favor!

Tetera, Tetera, Tetera en su mente le hizo morderse la lengua para no soltar la dichosa palabra.

Alexis aumentó al máximo las embestidas, a tal nivel que parecía querer partirla. Sosteniéndola por el pelo y luego por el cuello presionó encima del collar.

—Hazlo.

Los dedos ahorcaron tras la orden y sus caderas dejaron de empujar. Su verga dejó de perforar.

Ashley llegó al clímax, todo desbordó los diques de su puerto saliendo de entre la unión de los dos sexos al igual que si hubieran activado un aspersor en su matriz. Le salpicó a él, se salpicó a sí misma y creyo, sí, creyó en La petite mort. Gimoteó todavía expulsando su crema a vivo chorro. Alexis se retiró de su interior, soltó las ataduras de las muñecas y la elevó para colocarla en el suelo. Estaba como ida. Sus párpados luchaban para elevarse mientras su sexo acababa de escupir todo lo que había quedado por salir.

De esa forma ella continuaba demostrando hasta qué punto le servía, hasta qué punto era suya. McNamara la vio desplomarse sobre sus rodillas, vió los turgentes y llenos pechos rebotar en su tórax, toda la crema resbalar por sus hinchados pliegues y acumularse en el suelo. Los amarres ya no sujetaban las doloridas muñecas más a pesar de eso la memoria de los brazos los mantenía atrás. En Ashley ya era automático, la posición de sumisión prevalecía sobre todo.

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