Monster

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Capítulo 8

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Capítulo 8

Ashely dejó a Pelusa a medio hacer. Pitusa, Perico y Colita de algodón ya estaban terminados. Movió la cortina para ver como Nathan regaba a manguerazos a un alocado Max. Natty metía cubos y un montón de cosas divertidas en su pequeña piscina hinchable. Se movía a trompicones por el césped reuniendo la colección de juguetes diseminados para meterlos en el agua y se aplaudía cada vez que enviaba uno a flotar o a hundirse en ella. Sonrió girando el rotulador entre sus dedos. Cuanto antes acabara mejor y si lo dejaba listo, mejor que mejor. Volvió al saquito, acabó a Pelusa y empezó a colorearla.

—Siempre he preferido al señor Zorro.

Desde luego era mucho más simpático y divertido que esos cuatro conejos ya que intentaba hacerse con los huevos de la tonta Oca Carlota. Miró por encima del hombro desnudo y le dijo:

—No tienes que entregarlo hasta la semana que viene, podrías hacer una pausa.

Su mano se posó sobre la que quería seguir pintando.

—Tú encuentras adorable a Alien.

McNamara seguía tapando la mano que sujetaba el rotulador. Ashley se levantó y giró dándole la cara.

Y no me permites que le deje Barney a Natty porque un dulce dino lila te parece grotesco. —Pestañeó. —Eres raro de...

—Es grotesco. ¿Un T-Rex, o sea un dinosaurio
morado y verde, dónde diablos se ha visto eso? —Sacudió la cabeza y frunció sus oscuras cejas. —¿Quieres provocarle un trauma? ¡Esa cosa canta!

—Y yo canto: I love you, you love me, we're a happy family, with a great big hug and a kiss from me to you.

Ella rió cuando la gran manaza le amordazó la boca impidiendo que pudiera seguir cantando.

—¡Tú, a dormir! —gritó a Natasha que también reía en su habitación. Cuando cualquiera reía a Natty se le contagiaba y acababa carcajeando.

—¿Lo ves? —Destapó la boca de Ashley. —Estás desequilibrando a tu propia hija.

—No hay mucho que se pueda hacer, el desequilibrio viene incorporado en sus genes. Entre los mios y los de su progenitor la pobre criatura va apañada.

Ashley echó la cabeza hacia atrás y se pasó una mano por debajo del mentón. La detuvo al llegar al collar y volvió a subirla.

—¿Ves vello?

—¿Qué? —Le sujetó la cara y la miró. —¿Qué dices de vello?

—He leído que dejar de tomar la píldora provoca hirsutismo.

—No, no has leído bien —resopló dándole un manotazo en los dedos para que dejara de toquetearse. —A muchas mujeres se la recetan sólo por el hirsutismo y tú nunca has tenido de eso.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Lo he leído.

—¿Dónde?

—En una de esas revistas que tú tienes.

Ashley dejó los ojos en blanco.

—¿En una de esas revista que yo tengo? ¿Una revista de mujeres? Rió mirándole. —¿Desde cuándo lees mis revistas?

La miró como si ella estuviera loca y le sujetó las manos por las muñecas.

—Pues, el otro día cuando la trajiste. ¿Qué te hace tanta gracia? ¡Ni que fuese tan raro!

—Entonces habrás leído el artículo donde pone que a un gran porcentaje de mujeres nos gustan mucho más los hombres íntegramente depilados.

—También hay un artículo que dice que ser demasiado sinceros en una relación puede llevarla al fracaso y que en ocasiones hay que dejar correr ciertos asuntos. Bueno, seré sincero, y lo diré con mucho tacto: Sí,... —vocalizó burlonamente el sí —os gustan los hombres íntegramente depilados. Cariño, lo justo es que te pasaras la cuchilla tú también.

La soltó y dejó las manos en el aire. —Puedo prestarte mi maquinilla de afeitar siempre y cuando me la devuelvas limpia.

—¡Si has dicho que yo no tenía de eso!

Chocó las palmas contra las de él y sus dedos se escurrieron entre los masculinos.

—Algún que otro vello que pica...tienes. Hace un par de semanas que me cuesta discernir entre tus labios y tu nariz pero...

Encerró las dulces manos en las suyas y las ancló tras la espalda de Ashley. Se pegó a ella tanto como le fue posible.

—Pero te acepto tal y como eres.

—Tú sí que picas.

Es cierto que Nathan picaba más para ella no era nada molesto. Es más, por las mañanas con el beso de despedida añoraba el cosquilleo que recibía por las tardes cuando la dura barba de él ya despuntaba. Se apretó contra él y le miró. Había ladeado la cabeza escuchando algo que ella todavía no oía. Dio un pequeño apretón al par de manos enroscadas con las suyas. Sus miradas se encontraron cuando a sus oídos también llegaron los sonidos de las sirenas. Sirenas de coche de policía. Allí nunca ocurría nada y ese día Alexis le relevaba, estaba todo controlado.

—Espera.

Soltó la unión de sus manos, salió del tallercito de Ashley y bajó hasta el recibidor. Su instinto solía funcionar bastante bien y ahora le avisaba que algo iba mal.

—Ashley espera —ordenó justo antes de girar el pomo de la puerta. Ella se paró en lo alto de las escaleras.

Tres hombres trajeados y cuatro uniformados avanzaban por el camino de brillantes baldosas. Más allá habían aparcado a lo largo de la calle dos coches de policía, otros dos vehículos negros y un Lincoln.

Ella no se había movido de donde le había indicado. Nathan se giró para mirarla. Al instante comprendió que no todo puede durar eternamente y menos una farsa.

—McNamara —dijo el que parecía ser el jefe. Extendió un papel y lo sostuvo en alto. —Tenemos una orden de arresto.

Sus viejos ojos se centraron en la mujer que había bajado las escaleras corriendo para colocarse tras la ancha espalda de Nathan.

—Ashley Ferguson supongo.

—¿Qué pasa?

Se aferró a un ancho antebrazo, miró a los reunidos en su puerta y después a quien la había nombrado por su antiguo nombre.

—No, se equivoca y ahora me gustaría saber que ocurre.

Ver a su jefe de sección y todo el despliegue no sorprendió a Nathan en absoluto. No sabía cómo se había disparado todo esto pero tampoco importaba eso.

—Cariño —Ella le estaba hincando las uñas.

Se giró para decirle —Ashley, lo saben, no sirve de nada mentir.

—¡No me llamo así!

De hecho los unicos que sabían su verdadera identidad eran él y Alexis. Ella lo soltó al oír el sonido de unas esposas abandonando el enganche del cinturón.

—¡¿De qué se le acusa?!

Se aferró de nuevo a su brazo, su mano cubriendo un dibujo tatuado.

—¡No voy a obedecerte ahora! —gritó a pleno pulmón. —¡No vas a abandonarme otra vez!

Nathan asintió agradeciendo el minuto que le fue concedido.

—Ashley, escúchame. Despertarás a Natasha si sigues gritando. —Acunó su cara con ambas manos acariciándola con los dedos.

—Vas a llamar a Alexis una vez yo salga por la puerta. Él conseguirá un abogado y éste hará lo que pueda.

Ante la negativa de ella presionó sus mejillas.

—Nena, no respondas a nada hasta tener un abogado, ¿oyes? —Ella asintió con un leve movimiento. —Buena chica.

Apartó las manos de su rostro y las llevó atrás. Los temblorosos brazos de la mujer le rodearon el cuello. Nathan la besó al tiempo que las esposas se cerrában en torno a sus muñecas.

—No respondas a nada.

Separó sus labios y los volvió a juntar cuando Ashley tiró de él.

—Cierra y ve a llamar a Alexis.

Ella no quería soltarle y en cierta forma él tampoco quería que lo hiciera pero insistió.

—Ve.

Ashley desenganchó sus brazos y cerró la puerta. Desoyó al tipo que la había llamado por su nombre y corrió a la cocina, descolgó el teléfono y marcó presionándose la boca con el dorso de la mano para tratar de tranquilizarse y dejar de sollozar.

—... Lo van a traer aquí, deja que esté presente cuando llegue y después voy para allá. —Alexis se le adelantó antes de que ella dijera nada. —Tengo un abogado que me acompañará. ¿Están fuera?

—Sí... pero no he mirado por la ventana.

—Muy bien, sube al piso de arriba y espera a que yo llegue. Abriré con mi copia de llaves. Tú no abras la puerta por más que llamen al timbre, ¿entendido?

Ella asintió y colgó. Tras eso subió corriendo las escaleras y se metió en el cuarto de Natty que dormía como si tal cosa. Poco después marchó al dormitorio tumbándose en el lado que ocupaba él, donde la almohada conservaba su aroma. Esperó y esperó hasta que escuchó como la llave giraba en la cerradura. Saltó de la cama y corrió hasta las escaleras. Allí estaban Alexis, quien debía ser el abogado y tras ellos el tipo que había sostenido la orden de detención y otro más.

—Ashley, baja y vamos al comedor a hablar tranquilamente —dijo el gigantón de los ojos azules. Cuando ella llegó a su altura la empujó suavemente por el pasillo.

—Tranquila —susurró moviendo la silla que encabezaba la larga mesa a cuyo alrededor tomó asiento el resto. Todos esperaron en silencio a que Alexis que había ido hasta la cocina volviera con una taza de humeantes hierbas.

—Bébetelas.

Se sentó a su derecha y miró a quien aún seguía siendo su superior.

—Por favor, preferiría hacerle yo un resumen.

Tras recbir el consentimiento llenó sus pulmones y mirándola empezó a explicarle.

—Se le acusa de secuestro y falsedad documental.

—¿Secuestro? ¿A quién ha secuestrado mi marido? Desde luego a mi no. Yo me muevo libremente por mi casa y por el pueblo cada día. Cada semana viene la mujer de limpieza y no ha encontrado a nadie maniatado en el interior de un armario y créanme cuando les digo que en la casita de herramientas del jardín no cabe ni un Oompa Loompa. ¿Falsedad documental? —Negó y dejó la taza de hierbas sobre la mesa.

—No entiendo.

—Desde que te encontró te ha mantenido retenida y ellos entienden que has sido secuestrada y que sufres lo que comúnmente se llama síndrome de Estocolmo. —Se echó
contra el respaldo de la silla. —O por lo menos chantajeada para que continuaras a su lado y no buscaras ayuda.

—Eso no es cierto. Él no me ha secuestrado, estoy con Nathan voluntariamente —replicó mirando al resto de reunidos en torno a su mesa y obviando el recuerdo del chantaje que casi había olvidado.

—Señorita Ferguson...

—Señora McNamara si no le importa —interrumpió. —¿Qué tengo que hacer para que retiren los cargos contra él y lo suelten? —le preguntó.

Éste era el que traía la orden así que tenía que saber la respuesta.

—Usted puede alegar, señorita Ferguson, que no ha sido chantajeada y mucho menos retenida contra su voluntad pero nosotros diremos lo contrario y con respecto a la falsedad documental tenemos pruebas físicas así que al respecto de esto usted nada tiene que decir. —Alzó un dedo en el aire.

—Salvo... —le dio pie a Alexis para que siguiera él con el discurso.

—Tu cadáver flotaría hasta llenarse de agua y entonces se hundiría. Sin embargo después reflotaría y de esa forma llegarían a encontrarlo. Antes de todo te dijeron que el cuerpo estaría en tal mal estado, que no podrían rastrear el ADN, que estaría completamente irreconocible y que los forenses se limitarían a decir que era el tuyo por las ropas.

Negó sonriendo de medio lado y siguió.

—O simplemente eso dirían a la prensa puesto que no habría siquiera un cadáver real que se hiciera pasar por el tuyo. Ni uno sacadito de la morgue que se prestara a hacer de tu doble. Sabana sabía perfectamente que tu padre no se atrevería con algo así sin tenerlo todo atado y ella no podía lograrlo sola.

Los ojos de Ashley se agrandaban por segundos. Comprendió que su padre había querido ponerla a prueba seguro de que ella no resistiría sin dinero en un pueblo perdido en el Deep South.

—Así que ella lo llamó y ambos planearon tu... —puso comillas en el aire —muerte sin que tú fueras consciente de quien era realmente la cabeza pensante. También acordaron que un año y medio después, McNamara recibiría la carta que le trajo hasta aquí donde te encontró.

Alexis alzó la voz para que ella no perdiera el hilo de todo lo que estaba relatando.

—También acordaron que al cumplir los seis meses de la entrega de la carta se pondría en marcha lo de ahora. Puedo garantizarte que Nathan no sabía nada. —Juntó sus manos e hizo crujir sus nudillos.

—¿Y ahora? —Nuevas lágrimas cayeron sobre la mesa de caoba y jugueteando con la alianza en su dedo añadió —¿Y ahora qué?

—Se te ha dado la oportunidad de saber que tal te sientes viviendo de una forma completamente dispar a la que tú estabas acostumbrada. Puedes optar por regresar y a los medios se les explicará que has sido hallada milagrosamente viva y que por una mala gestión forense en su momento se te confundió con otra persona. No serías la primera y tú y tu hija disfrutareis de la vida que por estatus os corresponde. La otra opción es renunciar a todo ello definitivamente.

—¿La condena es carcelaria?

—Sí.

Asintió y el resto de concentrados en el comedor se levantaron para marchárse. Suspiró.

—Decide Ashley, decide por ti misma. En su día él se equivocó y es consciente de ello pero esta vez es tu turno. Ahora te toca a tí mover ficha.

Le agarró una mano y apretó.

—Habla con tu padre, voy a decirle que puede entrar.

La soltó y se alzó dejándola a ella sola.

Ashley contuvo el aliento sin moverse de su asiento. Percibió como la respiración tan conocida e incluso en cierto modo añorada se aproximaba a su espalda.

—Puedes hacer que entre en la cárcel y cumpla condena o puedes librarlo de todo,... bueno... casi todo. —puntualizó.

Las ancianas manos descansaron en los hombros de su hija quien apoyó su mentón sobre una de ellas.

—Volveré a casa, papá. Allí decidiré qué quiero hacer de nuestra vida pero a cambio déjalo limpio.

Abrazó una de las manos pasando sus dedos por la rugosidad de la piel.

—Dejame decidir por mí misma por una vez.

No escuchó palabra alguna aunque el apretón en sus hombros lo decía todo.

—Gracias.

McNamara hundió las dos manos en su cabello y con ellas en la nuca su frente casi besaba el frio metal de la mesa en la sala de interrogatorios. Por lo menos ahora no tenía las esposas aprisionándole las muñecas. Suspiró enderezándose en la silla. Pasó el dorso de su mano derecha por la boca y se giró al oir como se abría la puerta. Entonces las vió. Ella y Natasha avanzaron a trompicones. Él se acuclilló y esperó a que los torpes y pequeños pies condujeran al monstruito hacia su papi.

—Princesa. —Recogiéndola entre sus brazos le mordisqueó el cuello hasta que la niña, como siempre, rió.

—Tomad el tiempo necesario —anunció Alexis tirando del pomo de la gruesa puerta. —Cierro.

—¿Qué hacéis aquí?

Sostuvo un lado de la cara de Ashley con una mano mientras su otro brazo cargaba con Natasha.

—No ha aparecido el abogado, ¿qué pasa?

—Cuando nosotras salgamos entrará él.

Se mordió el labio inferior con fuerza.

—No van a presentar ningún cargo contra ti. Si los vecinos o miembros del departamento preguntasen, Alexis se encargaría de explicarles que fue un pequeño incidente con la Marina.

Sonrió escuetamente.

—Siempre han creído que tenías algo de SEAL así que se lo tragarán sin problemas.

Bajó la cabeza mirando al suelo.

—Y con respecto a mi... pues podrás decir que esta vez la que se ha tomado un tiempo soy yo.

Nathan le levantó la cara pero Ashley volvió a bajar la cabeza así que él se la empujó hacia arriba y la sostuvo en esa posición presionando la barbilla con índice y pulgar.

—¿Cómo que no van a presentar cargos?

Eso ya era impactante pero lo preocupante era lo otro.

—¿Qué es eso de tomarse un tiempo?

Sus ojos buscaron los esquivos de ella.

—Ashley, ¿qué quieres decirme?

—Natty pasará contigo fines de semana alternos hasta... hasta que tenga claro qué quiero hacer —dijo mirando a Natasha que jugueteaba con los botones de la camisa a cuadros de su padre.

Le miró aunque las lágrimas que ahogaban sus ojos le hacían la tarea un tanto complicada.

—Además podrás verla cuando tú quieras fuera de esos días si estás en Nueva York.

Bruscamente negó —Yo...yo no quiero que esté sin ti durante este tiempo, no pienses eso... ¡Que no es así!

—¿Qué estás diciendo, Ashley... qué mierda me estás diciendo?

Las lágrimas saltaban como kamikazes desde los ojos chocolate para morir en su mano o en el suelo.

—Déjame saber si puedo estar sin ti voluntariamente.

En su día él creyó que dejarla, entregarla era lo mejor para ella. Hoy la que lo creía era ella y ella pensaba que darse esa oportunidad de averiguar era lo mejor.

—Nunca he podido saberlo por mi misma y necesito saberlo, Nathan.

Él la atrajo contra su cuerpo abrazándola con fuerza. Besó su frente, su nariz, los labios que respondieron a los suyos.

—Vamos nena.

Retiró el cabello que se pegaba a la cara de Ashley por culpa de las lágrimas.

—Podría haber hecho las cosas de otra manera pero...Nunca te habría quitado ni te quitaría ahora a la niña, lo dije por...

No sabía cómo explicarle que hasta aterrada la quería con él, de cualquier forma, pero con él, siempre ella a su lado.

Ella a su vez estaba dominada por el deseo de probarse a sí misma, le apremiaba esa necesidad que latía en su interior. Quería averiguar qué la arrojaba a sus brazos, quería ser al cien por cien ella. Quería saber quién era la verdadera Ashley.

Sacudió la cabeza de un lado a otro y alzó sus dos manos acariciandole las mejillas a la par que recostaba la frente contra sus labios.

—Déjame saber si puedo estar sin ti por mi propia voluntad.

Nathan comprendió que era inútil seguir acosándola para que cambiara de idea.

—¿Cuánto tiempo? —masculló pegado a su frente. Sentía la cabecita de Natasha apoyada en su hombro, su tranquila y adormilada respiración en el cuello.

—No lo sé.

No, no lo sabía, no sabía si una semana, dos, un mes o tal vez más. Con una mano soltó el enganche que la liberó del collar para introducirlo hasta el fondo de un bolsillo del pantalón de McNamara.

Éste se estremeció al oir el chasquido de las argollas cuando abandonaron el cuello y cuando sonaron otra vez al hundirse en su pantalón. Cerró los ojos asintiendo y cuando la sintió apartarse su mano viajó prendiéndola suavemente del cabello, muy suavemente. Sin ninguna agresividad la besó sin dejar de mirarla. Casi se emocionó viendo los temblorosos parpados cerrados, la rojez en la pequeña nariz y el rubor en su cara. Siempre le había parecido preciosa, quizás ahora más. Lenta y agónicamente liberó el cabello y con él se fue el resto de Ashley al cruzar la puerta.

Nathan se sentó frotando lenta y suavemente la espalda de Natasha, hundió la nariz en el negro pelo de la niña dormida. Estaba tan concentrado en la respiración de la pequeña que no oyó entrar al abogado. Por la pinta que traía y por sus aires solo podía ser eso, un abogado. Le miró de reojo pero no dijo nada. Besó una de las regordetas mejillas y susurró:

—Sé a lo que viene, sé que estoy libre y todo el resto de la mierda. Deje lo que tengo que firmar sobre la mesa y como va a ver a la señorita Ferguson le entrego a Natasha para que se la lleve.

Dándose cuenta del cambio la niña lloriqueó aún en sueños.

—Llévesela.

—No se preocupe. —dijo Alexis dejando pasar al abogado con la niña llorando ahora a pleno pulmón en sus brazos. Cerró la puerta y caminó acercándose a la mesa donde aquel había dejado un cúmulo de papeles. —¿Quieres que te traiga agua o café?

—Quiero que me digas la verdad.

Abrió la carpeta y empezó a pasar papeles conforme les echaba un vistazo.

—No a medias, la verdad.

—Cuando me hiciste buscar información sobre Rebeca McInri no pude negarme. Lo hice pensando que por fin encontrabas motivos para volver a tu profesión y que ibas a centrarte en un caso. Al venir hasta aquí me di cuenta a la vez que tú mismo que la señorita McInri era en realidad la señorita Ferguson.

—Utilizaste la excusa de que tenías que ausentarte una semana por motivo personales. —Sacudió la cabeza. —Ambos sabemos qué significa eso de los motivos personales. Siempre es para meter las jodidas narices.

—Los motivos personales eran ciertos —precisó Alex acordándose que se trataba de alguien a quien azotar. —Pero al darme cuenta de la magnitud de todo esto decidí aplazarlo e irme hasta la central donde me informaron de todo. —Al acabar se pasó la lengua por la blancura de los dientes del maxilar superior.

—¿Y qué es todo? A estas alturas no vendrá de que lo escupas.

—McNamara empujó la carpeta con los documentos hacia el final de la mesa, tomó asiento y ofreciéndole la otra silla —Ponte cómodo, Alex.

Éste se sentó y le explicó toda la trama. Apoyando los codos sobre la mesa con las manos unidas le miró.

—Sólo se está probando a sí misma, se da tiempo para saber si realmente quiere esto. —Volvió hacia atrás en la silla adoptando la misma posición que él. —Es lo justo.

—¿Alexis, crees que porque te la he cedido una vez eso te da motivo para hablar sobre nuestra relación?

—No confundas las cosas.

—No las confundo. Se ha largado y no hay más.

—Bueno... sin mala intención, tú la abandonaste.

Movió la cabeza para no romper el contacto ocular cuando McNamara se levantó.

—No te va a prohibir ver a la niña durante el tiempo en que ella reflexione sobre lo vuestro.

—¡Claro! Veré a mi hija los fines de semana alternos, también puedo llamar previamente para ir hasta Nueva York, ah, y además conservo mi trabajo.

Tenía unas ganas locas de partirle la cara, pero de momento parecía haberse controlado para no hacerlo.

—¿Y cuánto tiempo tengo que esperar? ¿Eso te lo han dicho o no?

El doble y oscuro cristal en una de las paredes tembló al colisionar contra él el cuerpo de Alexis. Las manos de McNamara se habían incrustado en su camisa hecha un ovillo bajo sus palmas.

—¿No? —Antes de soltarlo le golpeó en la frente con la suya y gruñó al salir despedido contra la mesa que no soportó su peso. No había visto venir la patada. Estaba perdiendo facultades. Tosió ladeándose sobre el piso de hormigón. Alexis se le acercó para tenderle la mano.

—Ya basta Mac —pero éste le barrió las piernas mandándolo también al suelo.

—¡No pasa nada! —ladraron al unísono al ver tres guardias irrumpir en la sala.

—Todo controlado, el jefe quería algo de...acción, nada más —aseguró Alexis aunque le sangraba la herida en la frente producida por el cabezazo.

—¿Ya le habéis oído no? —ladró el sheriff tras escupir algo de sangre.

—Dame uno, vamos.

—¿Tú no habías dejado de fumar? —Sacó la cajetilla, se colocó un cigarrillo entre los labios y se la tendió —¿Sabes que esto mata, no?

McNamara quitó el filtro al suyo y lo lanzó a un lado. Si iba a volver al tabaco iba a hacerlo bien. Dejó que la llama del mechero de Alexis prendiera el cigarro y aspiró el denso humo. Cerró los ojos, realmente lo había echado de menos.

—Ashley me dijo algo parecido en su momento.

Se levantó como si no estuviera dolorido pero sí que lo estaba.

—No sé dónde está el jodido bolígrafo para firmar esta mierda de documentación.

Al reunir en la carpeta los papeles esparcidos por toda la mesa lo encontró. Firmó recostándose contra una de las paredes luego caminó hasta Alexis y se los tendió.

—Cúbreme, esta semana la necesito para mí.

Era habitual su costumbre de dejar a la gente con la palabra en la boca. Alexis se quedó pues en el suelo con un dolor de cabeza terrible, el cigarro colgando de sus labios y solo.

Habría quien cerraría todo y se marcharía. Cómo podría vivir en el mismo lugar donde lo habían hecho los tres juntos con todo todavía en su sitio...las sábanas sin cambiar e incluso las tazas vacías del matutino café esperando en el fregadero para ser enjuagadas. No era el ambiente idóneo para sentirse mejor dadas las circunstancias. Subió las escaleras con Max marchando tras él, entró en el dormitorio de Natasha y recogió algún que otro peluche desperdigado por la alfombra. Abrió los armarios y pasó la mano por la ropa colgada de las pequeñas perchas.

—¿Tú también las echas de menos? —preguntó ante el ladrido del perro. —¿O es qué tienes hambre?

Winnie Pooh parecía levitar agarrado a un globo mientras el resto de sus amigos le miraban desde el suelo. La imagen quedó en sus ojos al cerrar las puertas del armario donde estaban dibujados.

—Va... —Bajó junto al animal hasta la cocina y le entregó el cuenco con su pienso.

Dos días después ya estaba de vuelta al trabajo. En casa las paredes se le caían encima, lo asfixiaban, no sabía cómo iba a soportar aunque fuese una semana tan solo.

Lo ideal es que la gente se creyera eso del pequeño desliz con la Marina y sobre todo que se lo creyera él también. Pero a la gente le interesaba más el motivo por el cual Rebeca se había marchado, eso les parecía un desacato al sheriff, al pueblo, vamos, al país y encima al más patriótico del mundo. Nathan se sentó en la cama y se masajeó las cervicales. Max se arrastró desde la otra punta donde solía dormir cerca de los pies de Ashley para recostar su testa sobre la mano que McNamara tenía encima del colchón, resopló mirándole.

—¿Nos vamos?

Faltaba una buena hora para que Alexis apareciera en su puerta y como cada mañana, incluido ahora en domingo, salieran a correr. Estaba harto de que aquel le diera conversación. No quería hablar, no quería hacerlo sobre nada. Se levantó, se vistió y descendió las escaleras para salir de la casa. Aún era noche cerrada cuando él y Max empezaron a recorrer las calles. Llegaron hasta la tienda de Ashley. Se había acostumbrado a abrir un par de veces por semana para airear. Entró y encendió las luces. Todo estaba como ella lo había dejado. Le dio agua al perro. Al meterla en su cuenco, en el baño, acarició el lomo de su fiel Max. Le pareció oír la campanilla pero a esas horas no podía ser.

—Un poco pronto para abrir una tienda de ropa infantil y premamá.

—No está abierto.

A pesar del tiempo transcurrido al buen doctor Harmon todavía le quedaban evidentes marcas de los golpes. Instintivamente Nathan apretó los puños a los lados de su cuerpo.

—Además dudo que haya nada que te interese.

Se lo miró de arriba abajo. Ya se había tenido que bajar los pantalones pidiendo disculpas por haberle dejado hecho un cromo de béisbol y sobre todo para que no le demandara. A cambio de eso él se hizo cargo de todos los costes de los cuidados médico. Aquel hijo de puta se había sentido feliz viéndole arrastrarse para pedirle perdón.

—Vaya, las mallas no te quedan tan mal.

Se preguntó desde cuándo ese capullo salía a correr.

—Al final ha sido inteligente y se ha largado —afirmó caminando alrededor de las mesas, toqueteando, levantando ropa y volviéndola a dejar. —En definitiva, te ha abandonado.

—¿Has acabado? Tengo que cerrar.

Nada de partirle la cara de nuevo se obligó a pensar el sheriff.

—Sí, lo que tenía que decir ya lo he dicho.

Las luces rojizas del amanecer ya se filtraban por la cristalera.

—Que pase un buen día McNamara.

Sonó la campanilla pero el doctor no salió del todo, volvió la cabeza. —Yo me quitaría la alianza, la gente podría confundir conceptos.

Esta vez sí cerró.

—Soplapollas... Espetó apoyándose en el mostrador. Se miró el dedo donde brillaba la dorada alianza y decidió quitársela. La metió en un cajón y lo cerró de golpe.

—¡Max! —gritó al pobre perro que sentado y pegado a su pierna le estaba mojando los pantalones con el agua que todavía goteaba de su hocico.

—Venga, nos vamos.

Apagó las luces, abrió la puerta para que el animal saliera y lo siguió pero paró en seco antes de bajar la persiana de acero.

—Mierda.

Se sentía desnudo, su dedo lo estaba y hacía frío allí fuera. Nathan entró a por la alianza que sacó del cajón y la devolvió a su sitio.

—La esperanza es lo último que se pierde, Max ¿o no?

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