Monster

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Capítulo 1

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Sus deditos se enrollaron en algunos de los mechones como probándolos. Le sorprendió y él no era hombre al que se le pudiera sorprender fácilmente, mejor dicho, no debía sorprenderse nunca. Formaba parte de su trabajo, esperar cualquier cosa en cualquier momento, encajar el golpe y devolverlo casi al mismo tiempo. Se preguntaba por qué ella le sorprendía, por qué no estaba preparado para según qué reacciones.

Ashley debía haber hecho algo mal, pues ya no estaba el afilado placer en torno a su pecho, ni la humedad.

—Lo siento, Señor —musitó alejando la mano del cabello. La ancló en un borde la mesa. —Lo siento, lo...lo siento de verdad.

¿Lo sentía? No, ella no lo sentía. ¿O sí? La señorita Ferguson hacía que todo en él fuera al revés. A que actuara contrariamente a lo que debía. Con un brazo la atrajo más hacia su propio cuerpo. ¡A la mierda si ella lo sentía o no!

El color de sus ojos cambiaba como un indicador de su estado de ánimo. Lo malo es que ella aún no sabía muy bien cómo iba. A decir verdad el color del iris que ahora mismo rodeaba las pupilas de Nathan no lo había visto antes. Tragó saliva seca.

—No volveré a hacerlo, Señor.

Nathan aproximó su rostro al de ella y con los ojos cerrados recorrió con un lado de su cara el centro de la de ella, la frente, la nariz. Ashley olía a algo dulce, como a vainilla de Tahití. No era empalagoso ni recargado, era simplemente el olor de Ashley.

¡Tu primera clase está yendo a la perfección, maestro!

¿Te has vuelto todo un sentimental o qué te pasa, capullo?

Abrió los ojos encontrándose con los de Ashley, asustados, no, sorprendidos o prendidos de curiosidad, más que asustados expectantes. McNamara comprimió los labios sobre los de la joven obligándola a abrirlos. Sintió la barrera de los dientes que poco a poco fue levantándose. La mandíbula se relajó, el cuerpo comenzó a quedar laxo bajo el brazo que lo sostenía bien pegado al suyo. Lo normal en este caso sería que la mordiera y succionara la caliente lengua pero no hubo nada de eso. La besó suavemente, acariciando su propia lengua con la de ella.

Probablemente la culpable de todo esto era su imaginación. Nathaniel McNamara no podía estar besándola, no era posible. Su inventiva sería demasiado cruel para ella, cuya mano volvía al caudal de su cabello y la otra con torpes dedos queriendo abrir la camisa que ocultaba el torso musculoso y bronceado.

Habría tiempo para disciplinarla. ¡Ahora no! Ahora solo quería meterse en su calor, zambullirse en ella. Ahogarse...eso, eso.

Ahora ingería los gemidos de la fémina que se mezclaban con los suyos. Lamió sus dientes y empujó la lengua tan al fondo como le fue posible. No quería dejar ni un milímetro por saborear. La ayudó a desabrochar el último botón de su camisa que acabó en el suelo. Gruñó, pues las dos manitas peregrinaban por su torso, acariciando el vello que lo salpicaba.

¡Céntrate, hombre!

Pasando una mano por debajo de la tira del tanga en un lado de las caderas, empezó a bajárselo y a mitad del muslo volvió a subirla y la hundió bajo la minúscula tela. La piel rasurada del pubis le dio la bienvenida, el calor que más abajo se acumulaba le abrasó las yemas. Nathaniel... Separó los regordetes pliegues completamente recubiertos de la crema que ella rezumaba. Le mordió la lengua y la dejó atrapada por sus dientes al palpar el inflamado clítoris.

Su sexo palpitaba, la musculatura se tensaba y acumulaba más y más jugos que corrieron fuera al meterse dos gruesos dedos en su interior de una sola estocada. Ashley se contrajo, tensionó las rodillas y sus manos se cerraron en puños en el pecho de él. Los blancos y rectos dientes de McNamara liberaron su lengua a la par que los dedos se removieron en su interior añadiéndose un nuevo compañero que hizo que su clímax se disparara y se deshiciera entorno a los tres. Ella jadeó arrastrada por un orgasmo truncado al abandonar los dedos su interior. Abrió los ojos, le miró.

El hecho de que ella hubiera alcanzado el clímax sin su consentimiento y sin ni tan solo haber jugueteado un tanto en su interior le hizo centrarse.

—Me temo que con un mes no vamos a tener suficiente, señorita Ferguson. —Alzó el trío embadurnado de gruesa crema mostrándoselo.

—Tienes mucho, pero mucho que aprender.

Acercó los dedos a los labios de ella y esperó.

—Eres tú, tu sabor.

Los labios de ella inflamados por tantos besos fueron abriéndose.

—Bien... —un poco más cerca —pruébate —la lengua despuntaba ya —saboréate —gruñó con el primer lametón.

—Eso es...

Sus ojos y los de ella se miraban fijamente.

—Ahora abr... —No fue necesario que acabara la orden. Ashley los condujo al interior de su boca y succionó. Le había dicho que tenía mucho que aprender... así que menos hablar y más aprender.

Prendiéndola por la nuca y quitándole los dedos de la boca adhirió la suya a la de ella. Besó y sin romper el beso tiró de ella. Ashley caminó, o mejor dicho, levitó cuando Nathan se la llevó, todavía pegada a sus labios. Los sabores de ambos latían en las papilas gustativas.

Nathan golpeó el interruptor de la luz y cuando se iluminó el dormitorio empujó a Ashley hacia la cama. Solo al tumbarla, sólo entonces rompió el beso, sacó la lengua y lamió sus labios, desde el inferior hasta el superior pasando por la boca abierta. No debería haberla traído aquí sino al cuarto. No obstante todo tenía un motivo, un sentido. Cojió el tanga por las tiras y lo desgarró. McNamara la asió por las pantorrillas, abrió del todo sus piernas haciendo que las rodillas miraran al techo de madera, aspiró el olor de su excitación, al ver que la humedad abrillantaba los rollizos pliegues.

En el vientre de la joven se desencadenó un terremoto y más aún, en su sexo se formó un tsunami. Boqueó cerrando los ojos en el instante en el que él comenzó a lengüetear, agarró las sábanas y las asfixió bajo sus palmas. La barba de un día rozaba sus muslos pues él movía la cabeza conforme se la comía, porque eso estaba haciendo. ¡Comérsela, comérsela, comérsela! Se sentía como un helado de fresa si es que hay posibilidad de ponerse en el lugar de un helado, sea de fresa o no...

Esa boca voraz subió mordiendo el monte de Venus y los tres mismos dedos que antes disfrutaron de su calor volvieron a su sitio. Ashley arrastró la cabeza por el colchón con su cabello enmarañándose sobre las sábanas.

Cuatro y el pulgar recogiéndose en la palma para empezar a pujar con el resto de la mano e introducirla en el dilatado sexo. Chistó cuando ella alzó la cabeza medio incorporándose para mirarle entre aquella neblina de placer.

—Un poco más... —pidió ella, la boca formando una O y los ojos ensanchándose. Nathan no pensó que pudiera hacer esto tan pronto, pero la condenada estaba tan jodidamente lubricada que se veía capaz de introducir hasta el codo en su interior. Movió la mano, la giró lentamente y los cinco dedos dentro.

Abierta, esa era la palabra: abierta. La zurda avanzaba en su interior llegando a la muñeca, ya estaba completamente dentro de ella. Ashley cayó sobre el colchón, le apretó haciendo que McNamara gruñera. Cerró los ojos, presionó los parpados, comenzó a pujar, la mano embistió y giró en su interior. Eso no lo iba a aguantar mucho, pero sí aguantó la respiración con las lágrimas acumulándose bajo sus largas y maquilladas pestañas.

Nathan quería ver el oscurecimiento en los ojos de ella cuando se corriera. Con su mano derecha tiró de Ashley obligándola a que se sostuviera sobre sus palmas en la cama. Instantáneamente los ojos chocolate le miraron y él la apremió enmarcándole la cara con esa mano mientras la otra se impulsaba en el sexo de ella. Sentía el temblor a su alrededor, la forma en que la musculatura lo aferraba y lo soltaba.

—Dime, ¿quieres acabar? Está bien, hazlo.

La risa salió a trompicones, no como el orgasmo que se disparó soltando todo alrededor de la zurda. La O en la boca de Ashley se fue al garete al gritar conforme bombeaba todo su clímax. El cacao fue ahogado por el blanco del ojo.

—Sabía que eras de las escandalosas —dijo sin sacar su mano del dilatado sexo. Sin embargo sí apartó la otra de la cara de ella y alargó el brazo hasta debajo de una almohada, aquella donde aguardaban unas pinzas y,... y las sacó. Tenía que acostumbrarla a llevarlas.

No veía, era igual que si él le hubiera colocado una oscura venda en los ojos. Sólo sentía todas sus terminaciones nerviosas puestas en marcha y pitando ruidosamente. Jadeó, pues la boca de Nathan estaba otra vez en uno de sus pechos, lamiendo la areola, sorbiendo del pezón que la coronaba y tras eso... otro grito.

—Nada, nada de resistirse Ashley.

La pinza empezó a morder el rosado pico, la movió para que lo abarcara bien. Iba a costar que este sobresaliera. Por lo tanto ella tendría que empezar a amar las pinzas hasta que él considerara que los pezones estuvieran suficientemente salidos. Lo suficiente como para aferrarse a ellos sin problemas. Al tener listo el primero fue a por el otro. Nathan gruñó cuado ella se echó hacia atrás para evitarlo, pero él humedeció el diminuto pezón y la pinza mordió de todas formas.

Nuevo giro suave de muñeca que retrocedió hasta salir.

—Duele, duele, duele —sollozó, la presión era horrible, acalambraba hasta su cerebro y encima, con el abandono de la mano, era aún peor. Trató de abrir los ojos aunque se dio cuenta que ya los tenía abiertos, sólo desenfocados —duele mucho, Señor.

Tras deshacerse de su molesta ropa Nathan volvió a la cama, le acarició el cuello con una mano y besó su mentón.

—Claro que duele, Ashley —las caricias descendieron a un hombro —deja que hagan su magia.

Ashley recostó su nariz contra un lado de la cara de él quien seguía con los pies en el suelo y medio cuerpo inclinado sobre ella sentada en la cama. Resopló aguantando y...dándose cuenta que poco a poco el dolor se tornaba hormigueo y el hormigueo, una especie de... ¿placer? Su sexo volvió a calentarse y ella suspiró alzando los parpados que instantes antes habían caído.

Al tirar hacia arriba desde el centro de la cadena los pezones se alzaron tan solo un poco. —Ah, ah, ah. —tarareó Nathan cuando ella se quejó. —Tienes que acostumbrarte.

Besó los labios que no dejaban de emitir un constante coro de quejiditos. Dejó caer la cadena y elevó la joven encima de su cuerpo. Llevaba... ¿años?, soñando, fantaseando, imaginando como se vería Ashley sobre sus caderas y no estaba dispuesto a esperar más.

Boca abajo, con el pecho balanceándose, el hormigueo era mayor y hacía que la temperatura de su sexo continuara subiendo y tenía que trepar por él. Su cabeza estaba sobre el musculoso vientre, nada de ir arriba,... necesitaba ir hacia abajo. No podía esperar.

El cálido aliento de Ashley abanicaba sus ingles, el largo cabello cosquilleándole las piernas. La prendió justo en el nacimiento del pelo levantándole de esa forma la cabeza y con la otra mano movió el dedo índice de un lado a otro negando.

—Las cosas se piden, niñita de papá.

Enroscó la mano en la cabellera atrapando así una buena cantidad de pelo. Con la otra la golpeó en un lado de la cara y la mejilla adquirió un tono aún más sonrojado. Siguió con varios toques mientras recitaba:

—Por favor, Señor. Así se piden las cosas. —Detuvo la mano. —Quiero oírte. ¿De qué forma se piden las cosas, Ashley?

A base de tirones de pelo la situó justo entre sus piernas, a altura perfecta.

—No te oigo —roncó queriendo que ella alzara la voz para oír con claridad la palabrita mágica.

Eran golpes mucho más ruidosos que lastimeros, que enrojecieron un poco más su moflete. Lo sentía palpitar, conforme la mano había ido azotando ella entrecerraba los ojos, movía la testa y con ella el resto del cuerpo hasta colocarse en la posición que él deseaba. Empezó a musitar el por favor y al poco subió la voz. Su sexo estaba segregando su cremoso deseo que ya corría libre por sus muslos y manchaba las sábanas al gotear. Con el trasero en pompa y las rótulas sobre el colchón procuró mirarle a los ojos mientras McNamara reía.

El ultimo y ruidoso golpe en la mejilla hizo que ella gritara el “Por favor, Señor.” Podría torturarla un tanto más, hacer que explicara qué era lo que quería y el porqué. Mas él sabía perfectamente lo que quería y el porqué, por lo tanto hoy lo dejaría correr.

—Bien bien, —distendió el apretón en la cabellera —¿y a qué estás esperando?

A su aprobación... y acababa de dársela.

Realmente nunca se planteó que su aroma pudiera agradarle de la forma que lo hacía. Entrecerró los ojos y gracias a que el agarre disminuyó pudo bajar un tanto la cabeza. Su nariz ascendió por el escroto, lo acarició suavemente hacia arriba y vuelta hacia abajo, abrió la boca para lamer primero una bola y cuando la dejó suficientemente húmeda la aspiró al interior de su boca. La hizo rodar sobre su lengua, dedicó la misma atención a la otra y su pequeña naricita volvió a ascender. Friccionó hacia arriba y aún más arriba donde la verga pulsaba en el vientre. Se encontró con los ojos verdes y los robustos pectorales alzándose y descendiendo a una considerable velocidad.

—Por favor, Señor —pidió al recibir un jalón que la hizo acabar sobre el pecho de éste y tras eso una punzante palmada justo sobre los labios.

—Me gusta como entonas el por favor. —La verdad es que mantenerse inmóvil mientras ella lo recorría con la lengua casi le hizo estallar...

—Quiero oírlo más, mucho más.

Tal como la había subido, la bajó. Agarró su erección justo por el tallo y friccionó un par de veces hasta que una gota pre seminal salió de su uretra, viajó hasta el piercing que coronaba su glande y brilló alrededor del oro.

—Repítelo.

—Por favor, por favor, por favor Señor.

Iba a repetírselo noventa veces al día si era lo que deseaba. Su lengua había paladeado la primera bola engarzada justo en la unión de escroto y verga pero quedaban muchas más hasta llegar a la cabeza. La gracia no estaba en que fuera más o menos grande, que vaya si lo era, estaba en el grosor, la anchura que cató cuando la boca de Ashley se vio llena de repente. Cerró los ojos y respiró con fuerza por la nariz.

—Más. —Arrojó las caderas hacia arriba. —¿Ya lloriqueas?

No tenía ni la mitad dentro de la boca y sus ojos ya lagrimeaban, su garganta se quejaba. McNamara maldijo en voz baja y pujó más.

—Cuidado con los dientes, Ashley. —Advirtió pellizcándole uno de los mofletes. La sacudió por la cabellera para que acabara de aceptar la invasión. Ella tenía el rimel y el lápiz de ojos completamente corridos hasta el mentón.

—Aguanta.

Sentía las arcadas subir por la garganta de la mujer, sus manitas menearse nerviosas en el colchón.

—No, no, no.

Rechistó. Juntó ambas manos tras la cabeza de Ashley para empujarla hacia abajo y así enterrárse en lo más hondo de su garganta. Gruñó manteniéndola allí por unos segundos... Finalmente le echó la cabeza hacia arriba y hacia atrás vaciándole la boca.

—Ya, y, ya, —canturreó acariciándole la goteante barbilla —ven aquí.

La ayudó a subir y le besó los labios. Rápidamente ella se acomodó en sus caderas y al ritmo marcado lo guió a su cálido interior. Vale, estaba dentro. ¡Estaba dentro! El cabello caramelo de Ashley caía por su espalda completamente despeinado. Nathan colocó sus manazas sobre el par de nalgas regordetas, salvo por un instante cuando ambas manos tiraron de las pinzas en los perlados pezones.

—Muévete —demandó con un ronquido. Lo apretaba tanto que le iba a cortar la circulación. Los pechos llenos y blanquecinos se meneaban de forma diabólica conforme lo cabalgaba adaptándose a los cachetes recibidos en sus nalgas que le conminaban a aumentar o disminuir el ritmo.

Ashley recostó sus manos en el amplio pecho para tener un punto de apoyo. Ahora subía y bajaba, se inclinaba hacia delante o hacia atrás dependiendo de lo que él deseara y a nalgadas le ordenara. El sonido húmedo de los sexos acoplándose resonaba en toda la estancia.

Ya no se trataba de un deseo, un sueño, esta vez ya era real. Impulsando a la mujer hacia delante y sin llegar a abarcar aquel bendito trasero con ambas manos, presionó su boca contra la de ella. Clavó la planta de los pies en el colchón e hizo fuerza hacia arriba metiéndose completamente en el calor de ella.

—Escandalosa —rió a mitad del grito que Ashley profirió.

Dejó esta vez que la boca de ella vagara por su mentón, cuello, esternón y se perdiera en la espesura del vello que le salpicaba el torso. En el instante en que la lengua se embrolló en el piercing que adornaba su pezón izquierdo él se relamió los labios y ella tiró un poquito del arete con los dientes.

—Basta. —No quería correrse tan pronto. La alzó, saliendo de su sexo que protestó al quedarse vacío. La colocó sobre rodillas y palmas y él se movió hacia atrás.

Ashley le siguió con la mirada. Su sexo le dolía de verdad, su matriz se tensaba a causa del vacío, de la lacerante soledad.

—Por favor, por favor, Señor.

Tenía la impresión de que la cifra de noventa veces diarias podría aumentar. De vez en cuando la presión en sus pezones la hacían tiritar y morderse el interior de los carrillos.

Las nalgas suplicaban ser azotadas. Así que él dio unos cuantos cachetes a ese trasero tan redondo que se ofrecía.

—Sí cariño, me encanta como suena ese por favor.

¿Cariño? ¡Eh, eh, eh! ¿Acababa de llamarla cariño?

Abriéndole las nalgas apuntó al interior del dilatado sexo y... dentro de una sola estocada. Nathan, aferrándose a las amplias caderas comenzó a pujar pero recordó algo. Alargó la mano hasta la almohada y sacó de debajo de ella lo que sus dedos buscaban. Apartó con el dorso de la mano la larga cabellera de Ashley y rodeó el blanco cuello con el collar. Este tenía anillas de dispares tamaños y colores, plateados y rosas. En un principio había pensado en una simple base de cuero con una anilla central, sin embargo al ver éste supo que era perfecto para Ashley.

—¿Sabes lo que significa esto? —cuestionó tirando del collar.

Ella sentía la boca de él contra uno de sus oídos y el frío metal alrededor de su cuello.

—No Señor —respondió tratando de controlar el orgasmo que amenazaba en su útero avisándola de que pronto arrasaría con ella.

—Símbolo de sumisión y entrega. —Mordió la punta de la pequeña orejita. —¿Entiendes lo que eso significa?— añadió rodeando con la palma la garganta de Ashley. Apretó a la par que su otra mano se ocupaba en azotar la misma nalga una y otra vez. —¿Lo sabes?— Conforme ella sollozaba, más dura caía su palma en la piel. —¡Responde!

Las embestidas, las nalgadas, el apretón en el cuello y para colmo su clímax, todos en guerra contra ella, contra su voluntad. —No Señor...no, no lo sé. —Ahora mismo sólo sabía que si no controlaba su orgasmo lo iba a pagar muy caro y él no ayudaba a que lo mantuviera a raya.

—Significa que eres... mía. —Sin apartar su mano del cuello retrocedió hasta casi salir del prieto sexo para luego empujar de nuevo de tal forma hacia dentro que tuvo que sostenerla para que Ashley no cayera de bruces en el colchón. Otra embestida y otra más y con cada una de ellas repetía el “Mía”.

¡Oh no! nada de eso, aún no, un último esfuerzo.

Salió de ella, la giró y tumbándola boca arriba regresó al acogedor y, para él, jodidamente perfecto interior.

—Mírame. —Quería sus ojos chocolate fijos en los suyos.

Le costó Dios y ayuda no venirse antes de tiempo. Le miró atenazándole las caderas con sus piernas tal como las manos del hombre le indicaban. Una de ellas se clavó en su cuello encima del collar y la otra al lado de su cabeza.

McNamara acometió, se estrelló una y otra vez, y otra y otra contra las anchas caderas.

—Mía y solo mía.

El “Sí Señor” por parte de ella, por más que saliera en un ronco sollozo, fue suficiente para que él abriera la presa. El esperma estallando en sus testículos subió por todo su venoso tallo.

—Acaba, ahora —roncó enviando con el último empujón todo su lechoso calor. No se movió cuando empezó a eyacular. Se drenó de una forma como nunca había acontecido antes pues ella apretaba como si quisiera asfixiarlo conforme su propio orgasmo la acalambraba.

El hercúleo cuerpo cubría completamente el suyo, la cabeza de Nathan descansaba sobre uno de sus hombros. La noción de tiempo y espacio dejó de existir. Su peso la retenía contra la cama mas no molestaba, sentaba bien a su exhausto ser. Ashley entreabrió los ojos al notar las yemas de los dedos que acariciaban su cuello y las piezas redondeadas de metal que por un momento se incrustaron dolorosamente en su piel.

—Simboliza que te...pertenezco, Señor. —susurró juntándo su nariz con la de él. —Enteramente.

Justamente algo semejante es lo que él quería oír y Ashley había encontrado las palabras perfectas en el momento adecuado. Soltó las pinzas de los doloridos pezones y pasó la palma por ellos para calmarlos. Asintió volteándola en sus brazos pero sin salir del cálido y acogedor recoveco. Nathan, boca arriba en la cama la dejó sobre sí. Tenía la respiración aun acelerada y el cuerpo recubierto de una fina y resbaladiza capa de sudor que se mezclaba con la que brillaba en la pálida piel de Ashley.

—Eso es cariño. —Apoyó sus labios en la delicada frente, la besó y rodeó el pequeño cuerpo con ambos brazos. —Eso es.

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