Monster

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Capítulo 4

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Capítulo 4

—Me marcho —anunció deshaciendo el nudo del delantal.

—Hoy se te ha hecho tarde, supongo que no podías resistirte a la visión de estos músculos. —insinuó Bob dando la vuelta a las hamburguesas sobre la plancha. Colocó la loncha de cheddar sobre una de ellas y con un giro de muñeca la recogió con la espátula sirviéndola sobre la primera rebanada de pan, añadió dos rodajas de pepino, alguna que otra de cebolla, lechuga y bacón crujiente, la otra rebanada de esponjoso pan y lo envolvió todo metiéndolo en la bolsa de papel que ya tenía preparada. La cerró y se la extendió por encima la mampara que separaba el pasillo de la cocina.

—Gracias —dijo cogiendo la bolsa.

—¡Eh eh! antes...

—Gracias y... —besó la negra mejilla y añadió —¿Y exactamente dónde dices que están tus irresistibles músculos?

—Eres mala. —Hizo un puchero y recostándose en la mampara la siguió con la vista.

—Vamos nena, teniendo ese culo yo lo menearía todo el día. —Silbó riendo cuando ella hizo justamente eso, las nalgas grandes y bien altas moviéndose bajo la blanca falda del uniforme.

McNamara se pasó una mano varias veces por su mentón y mejillas. Después de dar vueltas y vueltas por el pueblo con el Jeep entró en una tienda a comprar cuchillas y espuma de afeitar, desodorante y huevos, una docena. Pagó y pidió la dirección de algún motel o similar donde estar durante un par de días. No tenía prisa, esto podía tomárselo como unas vacaciones.

Al llegar al sitio indicado y ver que no estaba mal, pagó por adelantado la habitación del albergue: una cama, un cuarto de baño con plato de ducha, más que suficiente. Incluso le dejaron subir a Max. Lo acomodó en la estancia y fue a afeitarse, se dio una ducha de agua fría y con la toalla fijada a sus caderas miró por la ventana cascando los huevos sobre su boca y tragando estos uno a uno, acabando con la docena.

—¿Señor?

Aun sin estar de lo más presentable abrió la puerta.

—¿Sí?

—Le traigo más sábanas y toallas y quería decirle que... —la chica apartó la mirada tras darle la ropa —al final de la calle está la cafetería del tío Bob. Si quiere comer como Dios manda puede ir ahí.

Nathan había dejado caer las cáscaras de huevo al suelo antes de abrir la puerta. Le agradeció la ropa y entrecerró algo más la misma, no por ser descortés, sencillamente, lo único que le ocultaba de los ojos de la muchacha era la toalla y no era demasiado cómodo para ninguno de los dos. No es que la chica no fuera interesante, la mayoría lo eran, siempre tenían algo pero...Ashley. El famoso dicho que un clavo saca a otro clavo era para él el embuste más grande la historia.

—Lo tendré en cuenta. Gracias. —Se despidió cerrando la puerta. Recogió los cascarones de los huevos tirándolos a la papelera del baño. Se cambió y salió de la habitación dejando a Max dentro. Hacía calor a pesar de ser principios de primavera. Se quitó la chaqueta de cuero mientras caminaba quedándose en camiseta de tirantes negra. Colgó la chupa sobre un hombro y dando un golpe a las gafas que se le escurrían por la nariz, entró en la cafetería.

Tarta de manzana, hamburguesas, tortitas, huevos revueltos y ¡ohhh!...oscuro y potente...

—¿Café?

—Gracias.

Ya antes de sentarse vio como una camarera alta y rubia colocaba una gran taza en la mesa. El chorro negro y aromático cayó hasta el estómago de la taza blanca.

Colgó la chaqueta de la silla y miró a su alrededor. Aquella cafetería se había detenido en los sesenta, sólo faltaba que las camareras fueran en patines y por la que tenía delante como la otra que también servía café en la mesa a su izquierda. Lástima, desgraciadamente no era así.

—Encanto, —dijo señalándole con un lápiz que había sacado de su moño —supongo que para mantener todos esos músculos necesitarás un buey para empezar ¿No?

Dejó la jarra de café humeante sobre la mesa y de su delantal sacó una libretita dispuesta a tomar nota.

—Tengo hambre pero, no la suficiente ahora mismo como para comerme un buey.

—Haremos una cosa cariño, tú ve a lavarte las manos y yo, Brenda, te preparo algo que estoy segura te va a gustar. —No le estaba dando opción. Eso es lo que había que hacer y si al forastero no le gustaba podía salir por donde acababa de entrar. —Vamos.

—Sí señora —acató divertido. Confiado, dejó la chaqueta en la silla y permitió que ella le escoltara hasta el baño. Entró y después de lavarse las manos creyó oír una risa más que familiar.

—Basta jodido paranoico —espetó mirándose al espejo. Sin embargo él conocía aquella risa.

Empujó la puerta del baño sin secarse las manos y asomó algo la cabeza con curiosidad espectante.

—Hasta mañana.

—¡Espera!

—¿Qué es? —cuestionó la chica morena mirando la bolsa que Brenda le tendía. Su hombro se apoyaba contra el cristal de la entrada. La campana sobre ella tintineó otra vez al cerrarse la puerta cuando la mujer volvió atrás para coger la bolsa.

—Estuve haciendo limpieza en los armarios de las niñas ayer por la noche y reuní ropa que a Natty le puede ir bien.

—Ya veré como te la pago. Ahora mismo... —bajó la voz —no ando demasiado bien y...

—No te la estoy vendiendo, te la estoy regalándo. Ellas ya no la necesitan. —Abrió la puerta y la empujó fuera.

—Vete, que ya llevas demasiado tiempo aquí y haz el favor de cenar —le gritó viéndola alejarse calle abajo.

Llevaba el pelo negro y corto por la nuca. No podía ser Ashley, ella lo tenía largo y castaño claro, caramelo, no corto y negro. Un montón de cosas bombardearon su mente, como ese perfil, la pequeña nariz, los protuberantes labios... No, no.
Cerró los ojos recordando la conversación entre esa sospechosa chica y la camarera que le había ordenado lavarse las manos y que había mencionado a Natty, el nombre de la niña que horas antes él había sostenido en sus brazos.

—¿Todo bien? ¡Te has quedado pálido!

Nathan en su mente la veía, la sentía. Veía como Ashley lanzaba la pelota a un Max fuera de sí que saltaba al agua donde ella la había arrojado para que él la atrapara. Veía los abultados labios susurrándole “Te quiero”. La oía en su cabeza.

—Brenda, Rebeca se ha dejado su chaqueta.

—Bob, se la llevaré cuando acabe el turno, no te preocupes.

Cogiendo por el antebrazo al grandote ante ella susurró:

—¿Te encuentras bien tipo duro?

Rebeca, Natty, la carta, la maldita carta.
Todo lo acontecido esa mañana corrió por su mente.

—Sí, sí, sólo necesito algo más fuerte que el café.

Liberándose del agarre fue a su sitio, se sentó y llevó la taza a sus labios. Tragó de golpe el oscuro líquido.

—¿Whisky o whisky? —Le mostró las dos botellas. —Tienes donde escoger encanto.

—Whisky. —Él mismo cogió una de las botellas y ante la mirada de la mujer vertió el alcohol en la taza del café. —Gracias.

—¿Mal de amores cariño?

—Sí, algo así. —Forzó la sonrisa y se acabó el contenido de la taza. Se irguió algo rígido y de su bolsillo extrajo unos billetes que dejó sobre la mesa.

—Gracias.

Cogió su chaqueta, se la puso y salió de la cafetería. Llegado al motel abrió la puerta de su habitación y sentado en la cama cogió el teléfono de la mesita de noche. Marcó.

—Póngame con Alexis Marshall.

—¿De parte?

—Nashiville.

—Espere.

—¿Mac? —inquirió una voz sorprendida —¿McNamara, Nathan McNamara?

—Alex, busca toda Rebeca McInri de Fe, Texas. Una vez lo tengas llámame a este mismo número. Me corre prisa.

—Colgó antes de que éste pudiera preguntar nada más. Se dejó caer en la cama y miró el techo. No sabría decir cuánto tiempo continuó haciendo eso, mirar el techo sin verlo hasta que el sonido del teléfono lo alertó. Sin incorporarse pegó el auricular a su oído.

—¿Qué tienes para mí?

—Sólo hay una Rebeca McInri Richardson residente en Fe, Texas.

—¿Qué más?

—Aparece como soltera y madre de una niña llamada, espera —Nathan oía el sonido de los papeles crujiendo bajo las manos de su ex colega.

—Natasha McInri Richardson. De modo que la niña, al tener los dos apellidos de la madre, entiendo que legalmente no tiene padre. Ella está dada de alta en una cafetería llamada “El tío Bob” —rió. —¿Los Estados Unidos profundos, eh?

—Continua.

—Me he hecho con los datos del certificado de nacimiento. La madre está muerta, tampoco tiene padre identificado por estos documentos y estuvo en un orfanato hasta que se trasladó de Oklahoma a Fe con la mayoría de edad. —Mascó ruidosamente el chicle que tenía en la boca. —No veo nada anormal.

—¿La niña nació aquí en Fe?

—Está censada allí pero no hay hospital, es decir que... bueno, tómalo como un sí. —Dada la pequeñez del lugar debió contar con un médico que atendiera urgencias pero tales cosas como partos u operaciones de cualquier tipo se atienden a unos quince kilómetros, en Jones, un pueblo un tanto más grande donde sí hay hospital. Hizo un globo con la goma de mascar que chascó en el aire.

—¿Se puede saber qué te pasa, qué estás investigando?

—Consígueme documentación que me acredite como policía en este maldito pueblo.

—¿Tú estás loco? —gritó atragantándose con el chicle. Tosió y entre palabra, tos y más tos consiguió articular. —¿Cómo esperas que logre eso?

—Pues haciéndolo. Habla con Cooper y que lo arregle, prometisteis estar siempre ahí por si quería volver. Es más... —se sentó de un salto en la esquina de la cama —trabajé en narcóticos cinco putos años y no fueron muy memorables.

El orificio en su costado daba fe de lo que decía. La bala no llegó a salir ya que quedó incrustada en su cadera y eso haría llorar hasta a un tipo duro como él.

—Lo dejaste.

—Quiero volver.

—Voy a intentarlo...

—No, no lo intentes. ¡Hazlo! Hazlo ya y cuando tengas respuestas quiero que me llames al móvil con el que voy a hacerte una llamada perdida. —La luz del atardecer se filtraba por la ventana.

—¡Muévete! —Golpeó el teléfono al colgar. Pasó los dedos entre su cabello ocultando la cabeza entre las rodillas.

El sol desparecía trás del horizonte. En casa de Margaret encendieron las luces.

—¿Necesitas que te ayude con algo más?

—A decir verdad sí... —dijo la dueña saliendo de la habitación con Natty en brazos —llévate a tu monstruito. —Se la tendió mirando los números apuntados en las hojas sobre el mostrador. Junto a la caja registradora.

—Ya está bien por hoy.

—Mañana trataré de liquidar la cuenta, es que tengo la cabeza que... —sostuvo la niña y besó una de las rechonchas mejillas —no da para más.

—¿Y cómo lo harás?

—Trato de poder pagar todas las deudas pero es más complicado de lo que pensaba. Todavía te debo dos meses de alquiler.

Con Natty en brazos recogió su bolso así como la bolsa que Brenda le había entregado en la cafetería.

—Las pagarás cuando te hagas millonaria, —decretó Margaret empujándola hacia la salida —me duele la cabeza y de un momento a otro tu adorable monstruo de las galletas comenzará a berrear, —y abriéndole la puerta —así que vete.

—Un día te compensaré todo esto —le aseguró. Si ella supiera...

—Las dos sois peores que un grano en el culo, —sonrió cerrando la puerta y corriendo la cortina que cubría el cristal de la misma —¡que dos granos en el culo! —se la oyó gritar.

—No sé si te has dado cuenta de que nos han echado.

Sonrió a la niña mucho más despierta y volviendo a su juego de manos —Twinkle, twinkle, little star, how I wonder what you are. —le cantó mientras bajaba la escaleras.

Cruzó el jardín y entró en el suyo abriendo la verja de un punta pie. Subió las escaleras y logró abrir la puerta con el codo. Una vez dentro dejó bolso y bolsa sobre el sofá. El movimiento nervioso junto con el lloriqueo de la niña indicaban hambre.

—Natty, espera un minuto —le pidió, aunque no sirvió de nada, más bien todo lo contrario pues el llanto aumentó.

—Vale, vale —suspiró volviendo al porche. No hacía frío por lo que se sentó en el sofá colgante y
acomodó a Natasha sobre un cojín rosado entre sus piernas. Sosteniéndola con un brazo contra su pecho desabotonó todo lo que la parte superior del uniforme le permitía.

- Twinkle, twinkle, little star, up above the world so high, like a diamond in the sky. -canturreó sonriendo por la respiración agitada y las manos ansiosas que presionaban su pecho bajó el encaje del sujetador. No tenía que hacer más, Ashley cerró los ojos y descansó la nuca en el montante del sofá.
How I wonder what you are.

Ya no se trataba de una succión suave, los dientecitos del maxilar inferior le pellizcaban el pezón y, demonios, en ocasiones era realmente molesto,... o no. Era beneficioso para la niña por lo que no habría dejado de darle el pecho, pero la succión sin piedad y el roce de dientes le recordaban demasiado a...No, no quería recordar. Tampoco podía ir al pediatra para explicarle que ese dolor la excitaba y que su gusto por el sexo tenía un lado oscuro. Ardería por lasciva en la hoguera de la vergüenza.

—Mac, tienes la gran suerte de que el sheriff ya se jubila, así que podremos arreglar algo coherente.

—Vale Alex, ¿Cuánto tardaré en recibir todo lo necesario?

Al final de la calle McNamara sentado en la parte trasera de un taxi miraba el porche donde podía discernirla sentada en el sofá.

—Avance un poco más —pidió al taxista sin despegar de su oído el auricular del teléfono móvil.

—Podría llevártelo personalmente a finales de semana.

—Oye, que solo estamos a miércoles.

—Bueno, vale, el viernes por la mañana estaré ahí y pondremos todo en orden.

—Bien —y colgó.

—Pare.

Estaba lo bastante alejado y bien a cubierto como para que ella pudiera reconocerle desde allí arriba. Sin embargo él sí podía verla con bastante claridad.

—Aparque justo ahí, —indicó al taxista —eso es, justo aquí.

—Natty, se supone que no puedes depender de esto —le dijo mientras la pequeña, bien adherida a su pecho se la miraba sin dejar de tragar.

—Natty, Natty —añadió moviéndose un poco para sacar del bolsillo de la falda un chupete, lo destapó y con él rápidamente sustituyó su dolorido pezón en la ávida boca del bebé. —si no te engaño de esta forma es imposible que te sueltes.

La levantó colocándole la cabecita en su hombro y así poder acariciar la espalda de la criatura que no estaba especialmente contenta con el cambio.

—¡No se acaba el mundo!¿Nos vamos dentro? —susurró al oído del bebé dándole besitos en el cuello mientras se levantaba del sofá.

—¿Esperamos a alguien, señor?

—No.

—¿Quiere que le deje aquí?

—No.

—¿Entonces?

Nathan la vio entrar y cerrar la puerta.

—Lléveme donde me ha recogido.

Apartó la mirada de la casa y asintió al hombre que le observaba a través del retrovisor.

La noche se cernió sobre el pueblo. Esto no era Nueva York con sus luces, su barullo y aglomeración de gente. Esto era silencio y placentera tranquilidad.

Ashley se quitó las sábanas de encima para disfrutar de la agradable brisa que entraba por la ventana. Suspiró cerrando los ojos y tratando de volver a dormir. No, no iba a poder dormir. No con las punzadas en sus pezones ligeramente agrietados. Se moriría de vergüenza si tuviera que admitir que no se había untado la piel con la crema porque le gustaba el dolor lacerante que provocaba el encaje del sujetador rozando sus hipersensibles salientes. Sus pezones antes pequeños y retraídos habrían dificultado el poder amamantar. Este habría sido su caso pero Natasha habia tenido suerte. Gracias a las dolorosas pinzas, a otros dientes y otros labios lo que antes eran pequeñas protuberancias, actualmente eran dos malditos focos de placer doloroso que respondían a cada pequeña succión o roce. Si un psiquiatra supiera que preferiría tenerlos agrietados a sanos y sin sensibilidad la encerrarían. Añoraba el mordisco de las pinzas presionando cada vez más su carne, marcándola y dilatándola. Recordaba como la barba dura puntiaguda de dos días raspaba la delicada piel de sus nalgas.

Era enfermizo. Amar a alguien tan profundamente hasta el punto de sólo desear sus dientes mordiendo, sus dedos pellizcando y amoratando la piel. Parecía algo inverosímil el querer tanto caricias como estocadas incompasivas que provocaban instantes de placer y de dolor, gritos y desmayos. A cada nalgada más amor. A cada tirón de pelo más convencimiento de no poder vivir de verdad sin eso, de no poder vivir sin su Amo.

¿Por qué todavía haces que llore por ti? ¿Qué hace que ame tanto tus golpes como tus besos? ¿Por qué, por qué? ¿Por qué te has metido tan dentro de mi piel que todavía ardo con sólo rememorar el sonido de tu voz? Aprieta mi cuello, arrebátame el aire de los pulmones y todavía mis labios continuarán diciéndote cuanto te quiero. ¡Porque te quiero, te quiero! ¿No me oyes maldito bastardo? ¡Vuelve para poder volver a sentir cuanto tú me quieres! Porque me quieres, sí que lo haces. ¿Cómo podrías no hacerlo tú que conoces tan bien mis límites? A cada mordisco, arañazo, estocada, nalgada sólo dejabas claro hasta qué punto me querías, tanto que necesitabas dejarlo escrito en mi piel...

Las manos cubrieron su rostro impidiendo que las lágrimas vagaran mejillas abajo.

Átame de nuevo, golpéame tan fuerte como consideres. Trabaja mi cuerpo a tu antojo. ¡Solo aparece tras mi espalda y atrapa mi cuello bajo una de tus manos y...y...

¡Aprieta! —imploró. Con los ojos cerrados y cubiertos por sus manos vio claramente los enormes iris verdes mirándola.

—Aprieta —susurró en un sollozo.

Los dos amigos, pues eso eran además de jefe y subordinado, iban acercándose a la cafetería “El tio Bob”.

—¿Esta locura tiene algo que ver con esa chica?

—¿Quieres un café, Alex?

—¿A ver, te dignarás contestar en algún momento a mis preguntas..., señor Sheriff? —replicó parándose en mitad de la calle.

—No empiezo a ejercer hasta la semana que viene.

Nathan sonrió abriéndole la puerta de la cafetería. Le invitó a pasar primero —Por favor.

—Debe ser de las pocas que quedan donde todavía se permite fumar —masculló Marshall sentándose tras haberse hecho con una cajetilla de tabaco y dejarla sobre la mesa. Sacó un cigarrillo, lo encendió y aspiró el humo. —¿Qué tiene ella de especial?

—Creí que no volvería a verte, encanto. —sonrió Brenda poniendo dos tazas sobre la mesa.

Sirvió el potente café y se dispuso a apuntar el pedido.

—De la manera que estáis los dos me parece que nos vamos a quedar sin suministros. ¿Y este de ojos azules es amigo tuyo?

—Conocido —respondió el proprio Alexis ya que McNamara parecía distraido buscando algo con la mirada. —¿Qué quieres tú, Mac?

—Lo mismo que vayas a tomar tú —escupió crispándose porque no lograba encontrarla.

—Lo siento, lo siento —se disculpó Rebeca atándose el delantal a la cintura. Miró a Bob. —Natty ha pasado mala noche y yo no he oído el despertador. —Se mordió el interior de la mejilla. —Recuperaré esta hora, te lo prometo.

—Has hecho bien en entrar por detrás, estamos hasta los topes y ya sabes que por aquí la gente piensa mal enseguida.

El buenazo de Bob hizo como si nada y colocó sobre el mostrador dos platos listos para que las camareras se los llevasen.

—Ponte a trabajar y lo olvido.

—¡Gracias gracias! —Cogió los dos platos y antes de mirar el número de mesa, se estiró para besar la mejilla de Bob. —Cada día te pones más atractivo.

—¡No tientes tú suerte! —le amenazó con la rasera viéndola menearse en dirección a las mesas.

—¿Todo el género femenino está así de bien proporcionado en este lugar? —Alexis Marshall rió frunciendo los labios por la temperatura del café, sopló. Miró a McNamara esperando algún comentario jocoso. Al no obtener respuesta dejó la taza sobre la mesa. —¿Nathan?

Se fijó en una chica de espaldas a ellos unas mesas más allá. Estaba sirviendo dos platos y reía por los comentarios más que halagadores que los clientes, un par de vejestorios, le hacían.

Alex volvió a mirar incrédulo a Nathan al comprobar que el perfil de la mujer era igual al de...

—No me jodas. ¿Ashley Ferguson?

Él mismo había arreglado documentación falsa y otra serie de asuntos cuando McNamara le había pedido ayuda para desaparecer de West Gilgo Beach.

¡¿Era ella?!

—Voy a por él —respondió Rebeca a la petición de sirope de arce —y enseguida vuelvo. —Se movió hacia la despensa de la cocina, allí cogió un bote nuevo y le quitó el precinto.

—Estamos algo faltos de sirope, yo no esperaría a final de mes para hacer el pedido. —¡Sí, sí! —contestó a la risa de Bob.

Rápidamente regresó a la mesa donde entregó el sirope.

—Llamadme si os falta algo más.

—Hay dos opciones en la vida —dijo Rebeca.

—¿Sólo dos? —preguntó el hombre más joven del grupo de cinco en la mesa donde ella estaba sirviendo.

—Quedarse soltero y sentirse desgraciado, o...

—Casarte y desear estar muerto.

—¡Oh, vamos no será para tanto! —replicó ella —Sois unos exagerados.

—¡¿Qué coño haces?! —gritó Alexis al niño que había tropezado con su silla. Dió un salto atrás para evitar que le cayera más café hirviendo sobre la pierna. —¡Joder como quema! —rugió comenzando a sacar servilletas y más servilletas del distribuidor al lado de las salsas que había en la mesa.

—¡Yo estoy más cerca, Brenda! —gritó Rebeca girando sobre sus pies. Se acercó rápidamente al lugar del incidente donde había trozos de taza esparcidos por todo el suelo. —¿Se han quemado?

—¡Claro que me he quemado! —bramó Alexis frotando la mancha de café de sus pantalones. —Pero no es culpa de nadie, el pobre niño solo ha tropezado, señorita, así que... ¿Señorita? —¡Mierda, definitivamente era ella!

Otra habría gritado o llorado, ella no. No era capaz de reaccionar. McNamara tenía sus ojos sobre ella y Ashley era incapaz de mover ni un solo músculo. En vez de acelerar su pulso disminuyó.

¡Reacciona, reacciona, reacciona!

El rostro antes siempre perfectamente maquillado lo llevaba ahora limpio. La ropa demasiado provocativa había sido sustituida por el uniforme de trabajo y los pies siempre sobre altares de más de diez centímetros iban ocultos en unas sencillas zapatillas deportivas de color blanco.

—¿Qué tal eso de estar muerta nena?

No era un espejismo, estaba aquí, ante ella, sentado de aquella forma tan chulesca con su cabello negro y platinado peinado hacia atrás, las gafas de aviador descansando sobre la cabeza y sus ojos quemándola. Ashley tragó saliva seca. El café goteaba de la mesa hasta los pantalones de McNamara manchando el tejano pero no fue eso lo que captó su mirada sino... Sabía que lo que abultaba justo entre sus muslos él lo utilizaría contra ella una vez la atrapara. Estaba enfadado, no
enfadado, no. Volvió a mirarle a los ojos. Estaba peligrosamente cabreado.

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